KOLOZAG – 23/05/2022

  (fragmentos) Traducción del inglés: Arrezafe

Desde el frenesí salvaje que siguió a la muerte de la princesa Diana, nunca me había encontrado ante una ola tan melodramática e ignorante como esta. Nadie sabe nada sobre Ucrania, pero todo el mundo tiene vehementes opiniones al respecto.

La otra noche sorprendí a una distinguida académica de Oxford al informarle que los hermosos, angelicales, santos y perfectos ucranianos habían bloqueado el suministro de agua a Crimea en 2014. Quedó, y con razón, sorprendida por este atroz e incivilizado acto de despecho, aunque mucho más sorprendente es el hecho de que persona tan enormemente educada ignorara un dato de tal gravedad.

De la misma manera, casi nadie, ya sea en el ámbito de la educación, de la política o del periodismo, conoce las repugnantes y racistas raíces del nacionalismo ucraniano, la horrible historia del perverso Stepan Bandera (ahora un héroe nacional ucraniano), o el discriminatorio desprecio institucional de Kiev por la lengua rusa. Si Canadá tratara a sus francófonos como Ucrania trata a sus rusófonos, se produciría un indignado clamor internacional.

El primer acto de violencia en esta guerra fue en realidad el golpe de estado de la mafia que, respaldada por Occidente, derrocó al gobierno legítimo de Ucrania en 2014.

La semana pasada los defensores ucranianos de la acería de Mariupol, muchos de ellos neonazis del batallón Azov que lucen con orgullo los emblemas de las SS en sus uniformes oficiales, se rindieron. Los medios británicos se han esforzado mucho para no mencionar a los neonazis y para evitar el uso de la palabra «rendición». Estamos tan atrapados por una visión unilateral de este conflicto que ni siquiera podemos admitir que han capitulado. Negarse a aceptar una realidad tan obvia es un signo de locura.

Personalmente, no tengo ni idea de a qué intereses británicos puede deberse el servil respaldo otorgado a la política estadounidense, consistente provocar conflictos en Ucrania e incitar a Rusia al combate.

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