Fuente: La Jornada Ángel Guerra Cabrera 12.08.21
condenamos los bloqueos, los embargos y las sanciones unilaterales que sólo afectan a los pueblos, ha dicho.
Para el imperialismo y los ultrarracistas grupos de poder económicos locales e internacionales, resulta inadmisible aceptar que llegue a la presidencia el primer cholo, maestro de escuela y campesino andino en la historia peruana, en un país estratégicamente tan importante, justo en un momento de reanimación de las luchas populares y de ascenso de gobiernos de izquierda en la región. Desde que fue derrocado por un golpe derechista el general y presidente Juan Velasco Alvarado (1975) –también de origen humilde, cholo y andino norteño–, el imperialismo dio por hecho a Perú como su dócil dependencia.
En efecto, todos los ocupantes desde entonces del Palacio de Pizarro han sido lacayos de Estados Unidos y de la oligarquía, asaltantes del erario público en connivencia con los poderes Legislativo y Judicial. En este cuadro, la dictadura de Alberto Fujimori desempeñó un papel fundamental en la aplicación del neoliberalismo y la represión de la protesta social y hoy el fujimorismo es la más importante fuerza de choque de la extrema derecha. La descomposición política y crisis institucional llevó al extremo de que, a partir de 2016, el país ha tenido cuatro presidentes en el último periodo constitucional de cinco años.
Por su parte, a Pedro Castillo, hombre del Perú profundo que al frente de su alto cargo continuará por decisión propia con su modesto salario de maestro y cuyo programa de gobierno busca beneficiar a las mayorías y defender el interés nacional a diferencia de los presidentes neoliberales, no se le ha concedido un minuto de tregua desde que asumió la presidencia hace apenas 15 días, sometidos él y varios de sus colaboradores a una lluvia de mentiras, calumnias, insultos y medias verdades por los medios hegemónicos locales e internacionales, que lo adversan furiosamente. Esos medios por excepción dicen alguna verdad, como la rotunda negativa de Castillo y colaboradores de atacar a Cuba y Venezuela. A lo largo de los años han creado una matriz de opinión tan mendaz y deformada sobre esos dos países –dictaduras que matan y desaparecen, según ellos, cuando en verdad son los más democráticos de nuestra región–, que su sola mención atemoriza a muchas personas honestas. Éste es todo un tema a debatir sin tregua con sólidos argumentos en la batalla de ideas entre las fuerzas populares y la dictadura mediática mundial y el puñado de corporaciones que las controlan, en uno de los hechos más opuestos y dañinos hasta para la democracia procedimental existente en la actualidad. Ni hablar de que en ese clima puedan desenvolverse, si no es con serios contratiempos, una democracia participativa y un nuevo orden constitucional como el prometido en campaña por Pedro Castillo.
Castillo tiene un sólido apoyo social en las zonas que lo votaron y es visto con simpatía en muchas otras, pero sólo cuenta en el Parlamento con 37 puestos más cinco de su aliado Juntos por el Perú, sobre un total de 130, y podría ser depuesto –vacancia llaman ahí a la figura– si la derecha consiguiera reunir mayoría de votos, algo no improbable; eventualmente podrían intentar un golpe de Estado. La pequeña ventaja que sacó a su rival no favorece pues el fujimorismo ha hecho tragar a no pocos el mantra del fraude.
Pero, está claro, el simbolismo moral de la presidencia de Pedro Castillo es de una importancia histórica extraordinaria. Pocas veces la izquierda logra alzar a la presidencia a una persona tan representativa, venida directamente del trabajo docente y agrícola, expresión del Perú de todas las sangres
, del ayllu. Un hombre cuyo proyecto despierta una gran esperanza en Perú y haciendo equipo con los demás líderes revolucionarios y progresistas de la región. Los gobiernos progresistas, las fuerzas de izquierda y populares de nuestra América debemos permanecer muy alertas y listos para impedir cualquier maniobra derechista que busque derrocar a nuestro querido maestro y presidente andino.
Twitter: @aguerraguerra