Palabre-ando. Oda al campesinado

Gustavo Duch.

Es un momento trascendental. El parto ya ha tenido lugar y hay que cortar el cordón umbilical, ese río que en gotas de sangre trasvasa el oxígeno y los alimentos con el que el feto se ha desarrollado. Una pinza ayuda a contener la hemorragia. Hay quien la conserva.

No es diferente de lo que ocurre en cada ocasión en que extirpamos de la tierra una lechuga, unas espinacas o cualquier otro vegetal, porque hasta ese mismo instante han estado aportando oxígeno al aire para permitir la vida de otros, de ti. Y porque, además, se dejarán comer para alimentarnos, para alimentarte con su energía solar. O, desde su punto de vista, para pasar a formar parte de nosotros, de ti, para mezclarse en nuestro ser, en tu ser.

En los dos casos, cuerpos vivos han construido otros cuerpos vivos. Ese es el funcionamiento de la vida, una suerte de canibalismo puesto que la vida se alimenta de vida. Con una excepción, precisamente los vegetales que, como expresa Emanuele Coccia en “La Vida de las Plantas” (editorial Miño y Dávila), tienen el superpoder de convertir en vida lo no vivo, lo mineral, lo energético.

En cambio, ¿asumimos toda esta conciencia cuando nos llevamos un vegetal a la boca? ¿Veneramos el acto de alimentarnos? Parece que no. La cultura de la modernidad, la vida urbana, los alimentos procesados… nos han hecho olvidar que «comer es un acto por el cual nos unimos a la existencia como la totalidad compartida que nos contiene», como afirma Horacio Machado en el artículo que abre el número 49 de la revista Soberanía Alimentaria.

Invertir la pirámide

¿Recuerdan las imágenes de los niveles tróficos en los libros escolares? Exacto, una pirámide dividida en diferentes estratos donde abajo, en el primer nivel, encontramos los seres productores, las plantas, los vegetales. Y por encima de ellas los consumidores herbívoros, carnívoros y omnívoros. Muy similar a la pirámide con la que se representan los sectores económicos de nuestra sociedad. Abajo, el sector primario, los productores de alimentos, y por encima el sector secundario industrial y el terciario de servicios. No es casual: los hacedores de nuestro mundo, las plantas y el campesinado, han quedado relegados a una posición de inferioridad al servicio incondicional de otros intereses.

Con estas analogías entre vegetales y campesinado también juega Marc Badal en el primer capítulo de Geografías de la Ingravidez publicado por Pepitas de Calabaza, y se hace una pregunta fundamental. Si una planta sin raíces acaba muriendo, ¿qué le pasa a una sociedad que sin campesinos no tiene forma alguna de arraigarse a la tierra?¿Cuál es el futuro de una sociedad ingrávida? La base de la pirámide, los de abajo, los cimientos, los hacedores, son tan pocos que todo el edificio se desploma igual que una naturaleza sin vegetales sería inviable.

Se puede hablar de innovación para el medio rural, de emprendimiento para la repoblación e incluso de estrategias de digitalización para los pueblos, pero nada de ello tendrá ninguna capacidad para frenar la crisis civilizatoria que atravesamos si no tomamos en cuenta la centralidad de recampesinizar esta sociedad industrial y consumista. No solo hay que desacelerar, hay que detenerse y, como los árboles, las plantas, las campesinas y los campesinos, crear las condiciones de vida a tu alrededor.

No hay que ir más lejos.

Gustavo Duch. Para la revista Anguila. Junio 2024

https://gustavoduch.wordpress.com/

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