Fuente: Gustavo Duch 28.03.21
A mucha gente le causa extrañeza enterarse de que está surgiendo un considerable rechazo a las energías renovables. ¿Son voces negacionistas del cambio climático, son neoluditas, o son simplemente aguafiestas? Si bien todas las administraciones, y ahora más con el impulso de los nuevos fondos de la UE, ya han decidido ir al grano con el superaccelerado despliegue de parques eólicos y solares, vale la pena abrir la mirada al respecto y descubriremos la complejidad -y gravedad- del tema.
Existen voces rurales que no entienden que todo esto esté en marcha sin su consentimiento; existen voces ecosociales preocupadas por las repercusiones que provoca, en todo el mundo, la extracción de tantísimos minerales para hacer posible el desarrollo de esta tecnología; la gente del decrecimiento se pregunta por qué se replica uno de los problemas de la energía fósil, encadenarse a la finitud precisamente de estos materiales minerales (recomiendo el documental La cara oculta de las renovables o el libro La guerra de los metales raros); la gente que defiende y estudia la biodiversidad también muestra su preocupación ante lo que representa un paso más en la industrialización de una naturaleza absolutamente herida; y, finalmente, las miradas más anticapitalistas ponen la atención en cómo el control de este negocio vuelve a convertirse en el monopolio de los de siempre y, aún más, denuncian cómo el capitalismo busca en las renovables y en un falso discurso de sostenibilidad, su última oportunidad de resucitar de entre los muertos.
Apuntalando el error
Datos, estudios, cifras, reportajes… justifican sobradamente estos argumentos, y yo que los comparto, quiero añadir una nueva perspectiva de análisis, la simbólica.
¿Qué veo cuando miro los molinos de viento? Lo que yo veo es cómo se apuntala, nunca mejor dicho, el dogma de esta civilización que sitúa al ser humano por encima de la Naturaleza y cómo se perpetúa un sentimiento de «derecho de propiedad». Con todas estas estacas clavadas sobre la tierra y los caminos para llegar, observo que seguimos dañando todo lo que deberíamos entender como sagrado. Y una pandemia nos lo constata.
Observo que los molinos son gigantes y que las propuestas de parques eólicos superan tranquilamente el centenar de hectáreas, lo que confirma que los problemas que generamos con nuestra forma de vida los intentamos resolver con la misma equivocación pero más grande. Sufrimos de «gigantismo». No solo industrializamos la naturaleza con este rasgo antropocéntrico, también podemos añadir un rasgo claramente androcéntrico donde se rinde culto a lo que es más grande, más potente.
Si me acerco más, constato cómo nos gusta depender de tecnologías ultramodernas que a nosotros nos hacen inservibles. Solo un puñado de multinacionales pueden construir estos mecanismos. Nosotros no sabemos cómo funcionan, no los podemos reparar. La siempre tan valorada eficiencia conlleva la desaparición de tecnologías ciertamente mucho más modestas, pero realmente apropiadas y adaptadas a una escala humana y popular, a una escala poética: “Molt lentament giravolta la sínia i passen anys, o segles, fins que l’aigua s’enfila al cim més alt…” («muy lentamente gira la noria y pasan años, o siglos, hasta que el agua alcanza la cima más alta»).
Pero lo que más me preocupa de todo esto que veo es que los molinos y los paneles son un espejismo. Nos hacen creer que nuestra civilización ha encontrado un camino para esquivar el colapso. Junto con la digitalización, me recuerdan peligrosamente a los discursos que nos hacen creer que la respuesta la encontraremos colonizando el planeta Marte. No hay nada peor que generar falsas expectativas, ahora vestidas de quimeras tecnológicas. De hecho, todo este despliegue en la transición energética, que como hemos dicho antes está limitado a unos materiales finitos y ni siquiera detendrá el cambio climático, refuerza el mito del progreso como religión universal.
Si queremos afrontar los grandes cambios que llegarán, con toda seguridad, debemos corregir un problema de sobrecivilización, de desmesura pero también de falta de honestidad. El terremoto ya ha comenzado.