Fuente: Gustavo Duch 19.07.21
Si les dijera que se podría capturar un 1% del CO₂ que está calentando el Planeta, sembrando de árboles todos los campos de fútbol repartidos por el mundo, ¿qué me dirían?
En los dos extremos tendríamos, por un lado, a los negacionistas del cambio climático que pondrían el grito en el cielo, aumentando el nivel de CO₂ en cada exabrupto. En el otro, las personas más luchadoras en favor de la reducción del CO₂ y que el fútbol les importa un pito, aplaudirían enérgicamente. Las personas más luchadoras en favor de la reducción del CO₂, pero también forofas del fútbol, también dirían que adelante con la iniciativa pero de ninguna manera en su terreno de juego. Sí, pero aquí no.
Más moderadas, otras personas dirían que tenemos que ver como se pueden compatibilizar ambas cosas. Que es bien cierto que el CO₂ es un problema, pero también que el fútbol es un sector que debemos proteger por los valores que aporta. Pedirían una moratoria sobre la decisión para contemplar como regular la propuesta inicial. Sobre la mesa de negociación tendríamos argumentos a favor de que los campos de primera y segunda división no quedaran afectados, puesto que son de interés público; que los escolares tampoco, porque son de interés educativo; que mucho menos los campos en parajes naturales, por su interés ambiental…
Y mientras tanto, como finalmente todo se mueve por intereses económicos, las grandes empresas que ganan dinero con este deporte, como han entendido que este negocio está en riesgo, se reconvertirían en especialistas en “plantar árboles”. De hecho, serían ellas las que convencerían a las administraciones para iniciar aceleradamente ya este plan, sin más demora ni análisis. Y harían preciosos anuncios en televisión de su compromiso por un mundo mejor.
Algo así, está ocurriendo con el debate generado por el despliegue de las energías (llamadas) renovables. Si la cuestión a resolver está mal planteada, es pobre y reduccionista, la respuesta nunca podrá ser la correcta.