Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2021/09/12/nuestros-dolores-no-caben-en-sus-urnas/ Tenemos una gran montaña de dolores acumulados. No es solo furia lo que impulsa a descreer de esta farsa democrática. No se trata simplemente de rabia o rebeldía. Esto no es capricho ni ignorancia porque no leemos. Levantar críticas hacia la organización democrática de la vida implica el ejercicio de mirar nuestro cotidiano, además de hacer avistaje histórico por las masacres, traiciones e indignidades que una y otra vez, por diferentes medios se perpetran tanto como se intentan soslayar. Sabemos que no resulta grato desanestesiarnos y hacer registro de un cotidiano que nos ofrece constantemente indignidad y despojos para vivir. Un cotidiano que ilusiona para frustrar y se garantiza así que la rueda de las promesas hipoteque la fuerza, la imaginación y las ganas de seguir intentando vivir de otras maneras. Sabemos que desanestesiarse enoja y duele pero también sabemos que puede impulsar.
“¿Y ustedes que proponen?”, nos dicen (cuando no nos atacan o insultan). No proponemos nada. No nos interesa gobernar a nadie porque aborrecemos las jerarquías bien desde las tripas. Nos dan asco las arrogancias de los poderes de todos los colores políticos, también las que tantas veces se despiertan cerquita, entre corazones negros.
¡Qué arrogancia la de insistir en organizar formas de gobierno sobre grandes territorios! Porque además de las evidencias históricas, están los dolores cotidianos que demuestran el fracaso constante de tremenda aspiración. Si directores no logran gestionar una escuela chica de 400 personas, pretendiendo enseñar, sin usar castigo y sufrimiento como herramienta, ¿qué hace que sigan creyendo que se puede gestionar toda una ciudad o una provincia o un país sin usar y abusar de esas herramientas (y de tantas peores)?
La historia está repleta de experiencias comunales que no aspiraron a erigirse en modelos de gobierno sino que se organizaron así porque “solo” buscaron vivir así.
Ya quedan cortas todas las críticas hacia las instituciones. Que hospitales, prisiones, lugares de trabajo, escuelas y familias se desborden casi sistemáticamente no es solo dato de que esas formas están estalladas y que ya no funcionan o que sostienen ese funcionamiento al servicio de la devastación. Con cada crisis neoliberal, la obscenidad asquerosa de la parodia democrática que las sostiene, se vuelve evidente. Y no porque antes no estuviera a la vista sino porque cuando queda poco por explotar y acumular, la rapiña humana crece.
La enumeración de dolores que sigue desgarrando sigue siendo interminable. ¿Cómo no apelar a la rabia vindicadora para sacar de ella alguna fuerza para reclamar, denunciar y luchar?
Tehuel sigue desaparecido.
Otro desalojo se está orquestando.
Otra vida se angosta entre las paredes de un manicomio, de una cárcel.
Otrx pibx es sexualmente oprimidx y acalladx.
Otra familia implosiona porque vivienda no implica necesariamente un cálido refugio donde estar.
La lógica democratizadora luce sus disfraces de gala en tiempos electorales. Se pone sus charreteras odiantes y ninguneadoras, muestra el culo solo por el placer de cuidárselo, endulza para seguir comiéndose la torta, promete populismos con su panza llena y “sensible” con lxs cabecitas negras, hace creer que si entran Zamora o Miriam (a ella también la llaman por el nombre propio) “al menos van a denunciar algunas cosas desde adentro”.
Mientras tanto y con todo este baile de disfraces, los capitales dueños del espectáculo se garantizan la perpetuidad del show. Y agregan la figurita del nene malo, encapuchado, grafitero y tirabomba (siempre varón), para seguir construyendo enemigos y dormir tranquilos. No hay alternativa, insisten.
Queremos otras maneras de vivir.
Ensayamos (aun en esta odiosa ciudad) otras maneras de vivir. Formas amorosas y entre maullidos y cuidados en las que —ya sabemos— nos crece la furia cada vez que desalojan y mienten, cada vez que desaparecen y mienten, cada vez que torturan y mienten, cada vez que asesinan y mienten. Para eso, de algún modo, ya estamos preparadxs, porque —ya sabemos— el show democrático se sostiene desde todo eso. También sabemos que no nos vamos a dejar de indignar, porque aprendimos a encontrar ahí, en esa furia, el sacudón que, con los dientes y los puños apretados, con nuestros corazones estrujados, aun con nudos en nuestras gargantas y lágrimas en nuestros ojos, nos hace insistir en tratar de querer vivir de otras maneras.
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