
El revuelo en torno al documental «No Other Land» no sorprende. Las películas que documentan la ocupación y exponen sus insoportables consecuencias humanas siempre provocan duras reacciones del establishment israelí .
La película se centra en las realidades cotidianas de los palestinos en la zona de Masafer Yatta, que incluyen demoliciones de viviendas, expulsiones familiares, desposesión y robo de tierras.
La película refleja lo que sucede sobre el terreno, pero para muchos en Israel la mera presentación de la realidad se considera un crimen.
Los ataques contra la película han sido liderados por el ministro de Cultura israelí, Miki Zohar, quien la acusó de «difamación» y «distorsión de la imagen de Israel». Este es un argumento conocido: cualquier documentación de la ocupación se considera difamación, y cualquier representación de la realidad, incitación.
Pero no hay otra manera de describir la ocupación; no se puede describir la expulsión de familias de Masafer Yatta sin exponer las injusticias que hay en su núcleo.
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No hay forma de documentar que los soldados impiden a los residentes acceder al agua o la electricidad sin entender que se trata de una política de control, discriminación y opresión.
Las críticas a la película han trascendido el establishment político: periodistas y figuras culturales de Israel han atacado como “traidor” a uno de los directores de la película, Yuval Abraham, que es israelí.
Silenciando la verdad
Este es un patrón recurrente: cualquier israelí que se atreva a exponer los crímenes de la ocupación es inmediatamente rechazado y denunciado.
Este silenciamiento no es casual. La ocupación persiste no solo por la presencia de soldados en el campo de batalla, sino también por la negación pública y la demonización de cualquiera que se atreva a revelar la verdad.
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Las críticas no provienen solo de israelíes de derecha. Algunos palestinos han argumentado que la colaboración entre Yuval Abraham y Basel Adra —uno de los codirectores palestinos de la película— constituye una «normalización» con la ocupación. Esta afirmación es errónea.
Mientras los palestinos luchan contra la ocupación, necesitan el apoyo de israelíes valientes, dispuestos a asumir riesgos personales para denunciar estas injusticias. Películas como «No hay otra tierra» no son herramientas de normalización; son herramientas de resistencia.
En última instancia, el problema no es «No hay otra tierra» . El problema es la ocupación misma. Su fealdad no se puede ocultar.
La victoria de la película en el Óscar al mejor documental constituye un importante mensaje político y cultural. Su reconocimiento internacional indica que el mundo ve lo que Israel intenta ocultar. Precisamente por eso la clase dirigente israelí está tan indignada.
No es sólo la película en sí lo que los enoja; es el hecho de que la historia de Masafer Yatta esté llegando al público mundial.
Preferirían que el mundo consumiera producciones como Fauda , una serie que glorifica al Shin Bet y retrata la ocupación desde la perspectiva del opresor.
En última instancia, el problema no es «No hay otra tierra» . El problema es la ocupación misma.
Su fealdad no se puede ocultar, sus consecuencias no se pueden encubrir y su costo humano no se puede ignorar. Debemos agradecer a Adra, Abraham y sus codirectores por tener el coraje de decir la verdad.
Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no reflejan necesariamente la política editorial de Middle East Eye.
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