No es “la humanidad” la que está destruyendo el planeta

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No es “la humanidad” la que está destruyendo el planeta — Chris Saltmarsh

Observatorio de la crisis – 25/08/2021

Cada siete u ocho años, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) publica un informe en el que repasa el conocimiento científico disponible acerca del cambio climático. Esta semana, en medio de un verano boreal extremadamente caliente y de una serie de inundaciones devastadoras, la institución publicó el Sexto Informe de Evaluación.

El texto indica que estamos en un punto de inflexión en la historia del cambio climático. Mientras políticos, empresas y activistas no logran dar pie con bola y se enredan en discusiones interminables, los científicos cortan en seco toda esa mierda con un cuadro objetivo de la situación que nos muestra dónde estamos y qué podemos hacer.

¿Qué hay de nuevo, viejo?

Entonces, ¿qué información nueva y útil para la lucha contra el cambio climático nos brinda el último informe del IPCC? En términos generales, hay que confesar que no mucha. Las emisiones siguen aumentando y el planeta sigue calentándose. Descarbonizar la economía sigue siendo una tarea urgente.

Los títulos del Sexto Informe de Evaluación tienden a centrarse en el tan mentado objetivo de evitar que la temperatura mundial promedio aumente más de 1,5°C. Este objetivo fue la piedra de toque del Acuerdo de París y todos los expertos en clima sostienen que es el límite a partir del cual el calentamiento puede volverse peligroso. Pero en realidad, se trata de un juicio aproximado: recién alcanzamos niveles de calentamiento de 1,1°C o 1,2°C y difícilmente pueda decirse que las actuales condiciones climáticas son seguras.

En cualquier caso, la comunidad internacional organizó sus pretensiones colectivas en torno a la meta de 1,5°C. Uno de los titulares más impactantes surgidos del informe del IPCC es el que afirma que, todos los escenarios contemplados indican que alcanzaremos ese límite en 2040. Sin embargo, si no comenzamos a disminuir las emisiones, ese punto llegará mucho antes (probablemente en una década).

Cuando alcancemos el límite de 1,5°C, el nivel de los mares crecerá entre dos y tres metros. Los episodios de calor extremo se volverán mucho más frecuentes. La humedad asociada a las grandes precipitaciones aumentará un 10% y las probabilidades de lluvia se multiplicarán por 1,5. ¿Cuándo sucederá todo esto?

Si se busca una porción de optimismo en el informe del IPCC, la encontramos en la afirmación de que, si logramos reducir las emisiones de carbono a cero en 2050, es muy probable que estabilicemos las temperaturas globales en el límite de 1,5°C. Dejando de lado la certeza de que un escenario optimista no es el más probable, la mala noticia es que, aun en ese caso, las condiciones climáticas se habrán vuelto mucho más peligrosas. La probabilidad de un escenario en el que las emisiones aumenten sugiere que la temperatura subirá 1,9°C en 2040 (es decir, a mis 46 años), 3°C en 2060 (probablemente todavía no me haya jubilado) y 5,7°C en 2100 (momento en que, si sobrevivo al calor extremo, tendré 104 años).

Aunque no sea nada nuevo, estas cifras indican la situación que afrontará mi generación en caso de que no logre cambiar el curso de la situación. António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, respondió al informe y apuntó contra la industria de los combustibles fósiles: «Este informe debería ser leído como un imperativo de poner fin al carbón y a los combustibles fósiles antes de que destruyan nuestro planeta».

De repente, la idea se convirtió en una verdad evidente para cuantos se preocupan por el cambio climático. Pero su enunciación no es suficiente. A menos de tres meses de la retrasada conferencia COP26, que las Naciones Unidas celebrarán en Glasgow, ¿cabe esperar algo mejor? Las últimas dos grandes conferencias no tuvieron ningún resultado y el Acuerdo de París solo sirvió para comprometer formalmente a algunos países a reducir las emisiones a un ritmo que, en caso de respetarse, llevaría el promedio del calentamiento a los 2,9°C. Glasgow nos conduce directo al fracaso.

 

El último informe es tan tajante y alarmante como los otros, pero no nos brinda ningún motivo para creer que los procedimientos internacionales vigentes y los gobiernos de turno estén preparados para coordinar la transformación económica que necesitamos urgentemente. John Kerry, enviado especial de Estados Unidos a cargo de la cuestión climática, manifiesta que Glasgow debe ser un “punto de inflexión en esta crisis”. No es la primera vez que escuchamos esa frase. El único punto de inflexión en el que podemos creer hoy está lejos de la economía política capitalista que generó y profundizó esta crisis. Necesitamos una nueva economía basada en la igualdad, la justicia y la prosperidad.

Lo serio es culpar al capitalismo, no a la «humanidad»

El conocimiento científico detrás del Sexto Informe de Evaluación es indiscutible, y sus consecuencias lógicas nos fuerzan a cuestionar la pertinencia de nuestro sistema económico y político actual. Sin embargo, el informe no plantea esos problemas. De hecho, está escrito en un lenguaje que funciona como sostén de la clase dominante.

La primera tesis del Resumen para Legisladores afirma que no cabe duda de que el cambio climático es causado por «actividades humanas». La frase «cambio climático de origen humano» se repite a lo largo de todo el informe. La certeza de que los seres humanos son responsables del cambio climático se propagó en todos los medios, incluyendo los artículos de la BBC y de The Guardian.

A diferencia de otras tesis contenidas en el informe del IPCC, como las que remiten a la progresión del calentamiento, las anticipaciones del calor extremo y la predicción del aumento del nivel de los mares, la insinuación de que la responsabilidad de la situación recae sobre la humanidad en general no es científica. Es ideológica. Desdibuja la responsabilidad de la clase dominante.

Es bastante improbable que esta sea una intención explícita de los científicos del IPCC. Y, evidentemente, la tendencia popular a hablar del cambio climático de origen humano es una buena respuesta frente a los think-tanks que promueven el negacionismo. Sin embargo, los negacionistas no son hoy el obstáculo principal: el retraso y la inacción de la clase capitalista tomaron su lugar.

Son los capitalistas los que sacan provecho de la crisis climática mientras los más pobres sufren. Es el sistema capitalista el que bloquea la descarbonización mientras el mundo arde. Por supuesto, desde un punto de vista técnico, es correcto decir que el cambio climático es de origen humano. Hasta donde sé, la clase capitalista está compuesta de humanos (a menos que David Icke sepa algo que todo el mundo ignora). Pero esto no significa que todos los humanos hayan desempeñado el mismo rol en la generación de la crisis.

Es verdad, algunos nos beneficiamos de los frutos del capitalismo fósil. Es innegable que la extracción de combustibles fósiles es la base sobre la que se alzaron la civilización moderna y los avances que mejoraron la vida de muchas personas. Pero en este sistema la mayoría de la gente vive en condiciones de explotación, alienación y marginación. Consumimos los productos del capitalismo fósil, pero no elegimos las condiciones básicas de producción que conducen a la crisis climática.

El trabajador de una refinería no comparte la responsabilidad con el capitalista que lo explota para extraer una ganancia de la producción de petróleo. Las comunidades indígenas, violentamente desplazadas de sus territorios con el fin de abrir minas de carbón, no comparten la responsabilidad con los gobiernos que fuerzan la implementación de estos proyectos. Podríamos hablar del cambio climático «de origen terrícola» o «de origen mamífero». La tesis llevaría la abstracción a un nivel ligeramente más distante de aquel en que se sitúan los verdaderos culpables, pero no dejaría de ser verdadera.

Por supuesto, también sería verdad decir que el cambio climático no es propiedad exclusiva del modo de producción capitalista. Embarcándonos en el relato contrafáctico, podríamos decir que cualquier civilización humana que hubiera descubierto los combustibles fósiles los habría aprovechado, poniendo en movimiento la insospechada rueda del cambio climático. Sin embargo, el fallo del capitalismo parece estar en su incapacidad de revertir la situación. Conocemos las causas y los efectos del cambio climático desde hace décadas, y, aun así, la prioridad de maximizar las ganancias a corto plazo siempre logró desplazar la necesidad de transformar nuestro sistema energético.

No somos todos igualmente responsables por la catástrofe climática. Sin una transformación planificada de la economía, nuestros comportamientos individuales, aun tomados en conjunto, son impotentes frente al objetivo de la descarbonización. Entonces, tenemos dos opciones: o bien nos embarcarnos en una política climática misántropa, que condena a la humanidad en general y oculta las verdaderas causas de la crisis, o bien adoptamos una perspectiva de justicia climática humanista y socialista, que cuenta con el potencial humano y las posibilidades de construir un mundo mejor.

El mundo a 1,5°C

El calentamiento de 1,5°C es lo mejor a lo que podemos apuntar. Pero entonces, si muchos de los cambios son a esta altura inevitables e irreversibles —como muestra el informe del IPCC—, los incendios en Grecia, Turquía y Argelia señalan el comienzo de una nueva normalidad. En este contexto, estamos obligados a liberar las mejores cualidades de la humanidad en vez de enfatizar las peores. Además de luchar contra cada mínima fracción del promedio del calentamiento, debemos aceptar que habitamos condiciones climáticas mucho más peligrosas que las del pasado. En este punto se vuelven fundamentales la solidaridad y la justicia.

Nuestra misión principal es limitar el calentamiento mediante la descarbonización, de la manera más rápida y justa posible. Pero también tenemos que considerar cómo nos adaptaremos al nuevo clima. La izquierda y el movimiento contra el calentamiento global deberían exigir e integrar en su plataforma política un programa de adaptación equitativa al cambio climático.

Tenemos que contar con infraestructuras y edificios resistentes, barreras contra las inundaciones, planes de evacuación, servicios de emergencia bien financiados, seguros estatales contra pérdidas y daños, políticas de acogida y apoyo para los refugiados. Si bien estos elementos no deberían representar el límite de nuestras ambiciones políticas ni funcionar como una excusa para abandonar la lucha contra la descarbonización, debemos integrarlos a la concepción de la justicia en el nuevo mundo de 1,5°C.

Como deja en claro el informe del IPCC, las próximas décadas nos plantean distintos escenarios posibles. En uno de ellos, los gobiernos y los movimientos contra el cambio climático fracasan rotundamente y no logran disminuir las emisiones en el tiempo requerido. Por supuesto, nuestra ambición debería ser tomar el poder del Estado y utilizarlo para transformar la economía e impartir justicia. Pero también deberíamos estar preparados para operar en escenarios donde los políticos logran sostener el statu quo sin descarbonizar, o donde la descarbonización se desarrolla en beneficio de los ricos y a costa de los pobres y marginados. En estos escenarios de relativa derrota, debemos estar preparados para defendernos mediante el fortalecimiento del poder popular y el desarrollo de la solidaridad. Frente al fracaso del Estado, deberíamos ser capaces de resistir colectivamente organizando sistemas de distribución de alimentos, refugios de emergencia y operativos de rescate.

Es comprensible que, en momentos como este, con la publicación del contundente informe del IPCC, en medio de condiciones climáticas implacables y devastadoras, se generalice un sentimiento colectivo de desesperación, impotencia y ansiedad. Por ejemplo, en la mayoría de los escenarios contemplados por el IPCC, toda mi vida adulta transcurrirá en el contexto de un planeta cada vez más caliente. Deberíamos tratar de evitar que dichos sentimientos conduzcan a la desesperanza o a la misantropía.

Sin importar lo que digan los medios, la clase dominante o los científicos, «nosotros» no somos responsables por la crisis climática. En cualquier caso, como los verdaderos responsables no piensan hacer nada al respecto, el asunto está en nuestras manos. Sobre esa certeza podemos construir un movimiento de masas militante y radical, dispuesto a construir una economía basada en la igualdad, la justicia y la prosperidad. Sabemos que nuestra generación tendrá que cargar con el legado del capitalismo, pero tal vez seamos también nosotros quienes logremos arrojarlo al basurero de la historia.

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