Fuente: Umoya num. 89 1er trimestre 2018 Por P. B.Confieso mi sorpresa al acercarme a este país africano del que hasta ahora apenas sabía algo más que su mera existencia. A medida que lo he ido descubriendo he ido quedando más impresionado de sus características.
Namibia es una gran planicie desértica y semidesértica. Un país predominantemente árido con cuatro regiones topográficas principales: el desierto de Namib al que el país debe su nombre, uno de los desiertos más antiguos del mundo, que se extiende a lo largo de la costa oeste con sus impresionantes dunas rojas; la meseta central; el desierto del Kalahari, a lo largo de las fronteras con Sudáfrica y Botswana, y el denso bushveld (bosque mixto y húmedo) donde está la franja de Caprivi, en la punta noreste. Mirando el mapa nos llama la atención ese caprichoso dedo largo que se extiende al sur de Angola y Zambia y al norte de Bostwana y que llega con su punta hasta tocar al mismo Zimbabwe, configurando la zona más verde del país.
La extensión de Namibia, de 825. 615 km2, contrasta fuertemente con su población, alrededor de 2 millones de habitantes, una de las de menor densidad de población del planeta. Mínima población humana pero máxima población de animales salvajes, uno de los mayores conjuntos de fauna del mundo, habitantes de sus
estupendos parques nacionales. Namibia es el país donde menos
llueve en toda el África Subsahariana, lo que la hace dependiente
en gran medida de aguas subterráneas tanto para el consumo humano como para la agricultura.
A lo largo del pasado siglo se perforaron en el país más de 100. 000 pozos.
Una historia algo diferente
La historia moderna de Namibia comienza cuando en el reparto de África, en la Conferencia de Berlín, en 1884, se convirtió en colonia de Alemania bajo Otto von Bismarck. De 1904 a 1907 dos pueblos nativos namibios, el Herero y el Nama, se levantaron en armas contra el brutal colonialismo alemán. Los alemanes los castigaron con lo que se ha llamado el “primer genocidio del siglo XX”: mataron a la mitad de la población Nama (unos 10.000) y a un 80 % de la población Herero (unos 65.000). Los supervivientes, cuando salieron de la prisión, fueron sometidos a una política de desposesión,
deportación, trabajos forzados, y segregación racial, todo lo cual estaba anticipando el apartheid establecido por Sudáfrica en 1948.
El recuerdo del genocidio sigue siendo importante tanto para la identidad étnica de la actual Namibia independiente como para sus relaciones con Alemania, cuyo gobierno se disculpó formalmente por el genocidio ante Namibia en 2004.
Sudáfrica la ocupó en 1915 tras la derrota de Alemania en la 1ª Guerra Mundial. Durante esta ocupación, Sudáfrica impuso el sistema de segregación racial, el apartheid. Enormes granjas
fueron asignadas a granjeros de ascendencia europea, mientras que los nativos africanos eran relegados a las tierras más pobres. Frente a esto, surgieron diversas fuerzas opositoras, la más importante el SWAPO, que acabaría convirtiéndose en el representante oficial del pueblo de Namibia en la ONU mientras duró la ocupación sudafricana. Después de muchos años de guerra y bajo la presión internacional, Sudáfrica aceptó abandonar el territorio y supervisar la transición hacia su independencia, que se produjo, tras largas negociaciones, el 21 de marzo de 1990. En la ceremonia de juramento del primer presidente, Sam Nujoma, del SWAPO, estuvo Nelson Mandela (puesto en libertad el mes anterior) y representantes de 147 países, entre ellos 20 jefes de estado.
Desde la independencia, Namibia ha ido completando con éxito el paso del régimen del apartheid de las minorías blancas a la democracia parlamentaria.
La democracia multipartidista, una vez introducida, se ha mantenido, con elecciones locales, regionales y nacionales, regularmente y sin
problemas. Su gobierno ha promovido una exitosa política de
reconciliación nacional. Todo ello nos anima a decir que Namibia,
uno de los países más jóvenes de África, es también uno de los países más estables, diferentes y desconocidos del África Austral.
Y al mismo tiempo con un prometedor futuro y un enorme potencial, que le viene de sus recursos vitales y de la riqueza y variedad cultural de sus pueblos.
Sus recursos vitales
La minería ha sido el soporte principal de su economía. Es un país productor de diamantes, pero también extrae plomo, zinc, estaño y sobre todo uranio. Tiene la mina de uranio más grande del mundo, la mina Rossing, y se prevé que muy pronto se convierta en el mayor exportador de uranio. Todo este sector supone alrededor del 35 % del PIB. Pero, dado que la mitad de la población depende de la agricultura (casi siempre una agricultura de subsistencia) y que todavía tiene que importar algunos de sus alimentos, se trabaja en el desarrollo de una agricultura más satisfactoria, en lucha contra una progresiva desertización y contra sequías recurrentes.
En cuanto a la pesca, Namibia cuenta con los caladeros más ricos del mundo, aunque gran parte de los mismos son explotados por flotas extranjeras, entre ellas, y de las más fuertes, la flota española, que pescan de manera abusiva y ponen en peligro el futuro de esta riqueza nacional.
Más recientemente Namibia se ha convertido en un destino ideal para el llamado ecoturismo, una alternativa al turismo de masas comercial estándar. Namibia es uno de los pocos países del mundo que se ocupa específicamente en su Constitución de la conservación y protección de los recursos naturales. “El Estado promoverá…la adopción de políticas dirigidas al mantenimiento de los ecosistemas… y la diversidad biológica de Namibia”.
La variedad cultural de sus pueblos
A pesar de lo reducido de su población Namibia cuenta con muchos grupos étnicos diferentes. El más grande es el de los ovambo, que han controlado políticamente el país desde su independencia. Otros son los herero, los himba, san, nama y baster. Todos ellos conforman el 90 % de la población. La población blanca suma sólo un 6%. Pero entre tanta diversidad de grupos hay una buena convivencia y un muy escaso número de conflictos. En resumen, otro país africano
que merece la pena conocer.