Nada, solo dinero por Horst Kurnitzky

El Sudaméricano

Querido dinero: ¡Amor verdadero!pp.101-110 (en pdf)

Horst Kurnitzky en El Sudamericano

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Todo depende del dinero y todo se impulsa hacia él. Cosa evidente. ¿Pero cómo y por qué? La sabiduría popular únicamente ofrece verdades de perogrullo y, como cualquier otra sabiduría, se limita a vagas generalizaciones. Dice todo, y al mismo tiempo nada. Su sospechosa franqueza cubre el esclarecimiento con una niebla de aforismos. Todo gira alrededor del dinero. ¿Qué no está dicho y escrito sobre el dinero? Money makes the world go round! ¿Es el dinero solo un medio de circulación? Para unos es una prostituta que lo seduce todo, para otros es una moneda fraccionaria, un medio de canje, un intermediario entre las mercancías, los hombres y las ideas; pero también un remolino cuyas vueltas permanentes atraen todo hacia un enorme maëlstrom, que arrastra las cosas y las transforma. El dinero garantiza el mundo social y, por su poder, es transformado e invertido una y otra vez.

Así como el dinero revoluciona todo y hace posible lo imposible, así también puede conducir a la sociedad al Apocalipsis, a la autodisolución y, finalmente, al salvajismo. El dinero une a los hombres a través del intercambio, pero puede contribuir, en el mismo momento, a la autodestrucción de la sociedad. Es un medio de canje que no solamente une y transforma, sino que también evoca deseos y codicias que ningún orden ético puede restringir; que civiliza y destruye a la misma civilización. ¿Un simple medio de canje es capaz de todo eso? ¿O bien fue elegido por razones prácticas y se ofrece como instrumento por ser fácil de manejar y transportar, o sea, por razones de conveniencia pura? ¿Es un producto histórico que nació únicamente por la necesidad del intercambio o es mucho más? ¿Encarna el dinero una contradicción que ya no se puede resolver?

Como medio de infinitas acciones de intercambio, el dinero promueve el bienestar y la riqueza de los que intercambian –al menos eso dice la teoría económica– y, como encarnación de la riqueza absoluta, es, en el mismo momento, objeto de un indomable deseo pulsional, del deseo de tener algo. El conflicto entre la obligación al sacrificio y el deseo pulsional –oculto en el intercambio– despedaza a la sociedad y la conduce al engaño, a las luchas por el poder, al asesinato y al homicidio, cuando no está dominado y regulado por la sociedad misma.

En la historia encontramos que, como medios de canje, los precursores del dinero encarnaron relaciones de sacrificio. En general, fueron herramientas estilizadas o símbolos de la praxis del sacrificio: conchas y caracoles que simbolizaron el sexo femenino; cuchillos y hachas que sirvieron como instrumentos para la inmolación; representaciones de animales sacrificiales y sus productos y sacrificios estilizados o transformados en símbolos, como la cruz. Entonces, se podría decir que “en el principio fue el dinero”, porque el dinero encarna el fundamento sacrificial de la sociedad. Se entiende que toda clase de cosas pudieron haber servido como medio de intercambio; la condición solo fue que estuvieran relacionadas sustancialmente con el culto de sacrificio o, al menos, que lo hubieran estado alguna vez. La palabra moneda se debe a la acuñación del objeto en el templo de la diosa Juno Moneta. ¿El templo, un banco?, ¿los sacerdotes, banqueros?, ¿los dioses, capitalistas? El dinero procede del culto de sacrificio, lo encarna y simboliza, y lo remite también, como medio de canje, a los sacrificios que permanentemente debían llevar a cabo los hombres a favor de la cohesión de cualquier comunidad humana: sacrificios de miembros de la misma comunidad (doncellas, donceles) o extranjeros (guerreros capturados) y sacrificios de sus sustitutos (animales, plantas y todo lo que fue incorporado en la circulación de la reproducción de la sociedad). En los servicios y el trabajo, en la fábrica, la escuela, la administración, el ejército, y en muchas otras formas de relación social, fundadas en el intercambio, las relaciones sacrificiales fueron determinantes. Con base en ellas se construyó la sociedad, que es una asociación de propietarios que se encuentran entre sí en relaciones de intercambio. El intercambio está mediado por el dinero, así como el mismo dinero lo está por mercancías y servicios. En el fondo, todo dinero es ya un sustituto de sacrificios anteriores; de innumerables sustitutos de sacrificios que contribuyen a la riqueza de la sociedad.

Tal y como se ha dicho antes, primero fue el sacrificio y después el intercambio. Este último resultó del sacrificio. Si se entiende el sacrificio mismo como intercambio –yo sacrifico al dios lo que es del dios, para que él me dé bendición y riqueza–, el intercambio pierde su carácter de sacrificio y la dinámica del progreso, de un sustituto del sacrificio a otro, pierde su sentido.

El sacrificio, así como sus sustitutos y símbolos, encarnan una relación de reproducción sin la cual no se podría pensar siquiera en la supervivencia física de los miembros de la comunidad. La exclusión del sacrificio de la sociedad equivale a una sentencia de muerte. Esto fue así en simples sociedades tribales y esto es, hasta hoy en día, una razón para la miseria de los marginados. Sin trabajo no hay salario y sin salario no hay vida.

Hemos sostenido que el culto al sacrificio1 y el mito representan, en cierto modo, los precursores del contrato social, y que la obligación de participar en el culto de sacrificio induce a su valoración universal. Solo quien ofrece un sacrificio tiene derecho a una parte del producto social. Las ofrendas toman cuerpo en el dinero, lo simbolizan y son intercambiadas. Por ejemplo, los oboloi, que hace 2 mil 500 años los sacerdotes intercambiaban en los templos griegos por dones de sacrificio de la comunidad, son las agujas con las cuales se pinchaba y asaba la carne de los animales sacrificados. La brocheta conserva hasta la actualidad esa forma del ágape del sacrificio que en la Roma antigua fue practicado como trisacrificio de puerco, cordero y buey (carne que forma parte de los ingredientes de la brocheta). Una mano de estos oboloi se llama dracma, como hasta hace poco tiempo se llamaba la moneda griega. Ella recuerda el origen del dinero en el culto de sacrificio. La multitud de representaciones de actos de sacrificio y de herramientas de sacrificio en monedas de la antigüedad testifican la relación de la economía del dinero con el culto de sacrificio. El que el Banco de Inglaterra haga referencia, en una esquina de su edificio, a un templo redondo de Tívoli, consagrado a un dios grecorromano; el que edificios de bancos hagan referencia, una y otra vez, a la forma de los templos; el que el billete de 10 dólares muestre la imagen de un templo, por no hablar del dogma de fe que se le rinde al billete de un dólar, no es casualidad, tampoco decoración. In God we trust quiere decir que se está dispuesto a cualquier sacrificio. El dinero representa el sacrificio y es capaz, al mismo tiempo, de mediar cualquier sacrificio a través del intercambio. Quien tiene suficiente dinero está liberado del sacrificio; puede comprarlo todo. Un motivo para el egoísmo.

El filósofo de la moral y economista escocés Adam Smith percibió cómo la tendencia al intercambio está fundada en la naturaleza humana e hizo al egoísmo responsable del deseo de intercambio. Del egoísmo como motor de la convivencia social proviene el concepto liberal de la economía y la sociedad, hasta hoy vigente. El egoísmo estimula a los hombres al intercambio, porque cualquiera quiere tener lo que es propiedad de otro. El valor de uso surge del valor de cambio. Porque el uso de cualquier objeto siempre existió, mientras los valores solamente existen cuando hay contravalores.2 Hombres con capacidades diferentes producen bienes diferentes. Acumulan montones de mercancías y son estimulados, por su propio egoísmo, a intercambiar sus productos por bienes que han producido otros. Esa es la idea fundamental según la cual la sociedad y el intercambio deben funcionar. Este concepto de sociedad, que de esta forma resulta racionalmente calculable, fue indiscutible durante los siglos XVIII y XIX. Por eso, diversos teóricos liberales han presumido que los grandes industriales, si quieren movilizar la fuerza de trabajo, solo tienen que dirigirse al egoísmo, es decir, nunca deben hablar de necesidades, siempre de beneficios. Este es un principio de la propaganda comercial que vale hasta hoy. El egoísmo como motor del intercambio fue la directriz dominante del concepto liberal de la vida económica. Es el motivo para el intercambio, mientras el intercambio mismo convierte todas las relaciones sociales en relaciones comerciales.

Pero la relación es ambivalente. Aunque es motor del intercambio, el egoísmo amenaza al mismo tiempo la vida civil de la sociedad, porque el deseo de apropiarse de los bienes ajenos existe también en ausencia de las relaciones de intercambio. Por eso, las restricciones, los decretos y las prohibiciones han organizado la convivencia social: son un poder extraeconómico que se impone por obligación. El egoísmo es un deseo pulsional que busca su satisfacción a toda costa; pero la sociedad debe accionar sus dispositivos para aplacarlo.

Como sabemos, no solamente la reproducción material de la comunidad está determinada por la praxis del culto de sacrificio y las correspondientes racionalizaciones del mito y la religión: la organización de la sociedad misma está basada en una cadena de preceptos y regulaciones de los sacrificios. En el centro de cualquier formación comunitaria se ubica el tabú del incesto. Las reglas de parentesco establecen quién puede entrar en relaciones con quién, así como cuándo y bajo qué condiciones. Es un reglamento que determina la reproducción física, primero de las comunidades tribales, después de otro tipo de sociedades; hasta la actualidad, indica el fundamento del sacrificio de la sociedad por el todavía válido tabú del incesto. Son deseos pulsionales cuya satisfacción inmediata está prohibida y reemplazada por mediación y sustitución. El egoísmo, por ejemplo, es un sustituto de ese tipo, un derivado del deseo del incesto. Todo el proceso del desarrollo económico ha ido de sustituto en sustituto, al igual que los deseos prohibidos por sus descendientes han seguido un principio económico que domina la reproducción social y la convivencia en sociedad. La pulsión reprimida se rebela una y otra vez y busca la satisfacción a su manera. Se presenta transformada en formas eróticas de relación y se dirige, una y otra vez, a nuevos fines pulsionales: juegos prohibidos, asesinatos, guerras, o aparece simplemente como adicción patológica al enriquecimiento. A este proceso debemos la diversidad cultural y la muchas veces peligrosa riqueza de singulares individuos y grupos en la sociedad.

Cristóbal Colón comenta en su cuaderno de bitácora ese mecanismo que se activa automáticamente cuando los gobernantes no le pueden ofrecer al pueblo un sustituto de satisfacción en forma de “pan y circo. Después de meses de odisea en el Atlántico, las escasas raciones y el presunto paraíso, todavía no visible, agravaron la situación en las carabelas. En estas condiciones, solamente la adicción –la adicción a Dios o al oro– podían haber ayudado; o sea, prenderse de algo absoluto cuando los deseos simples ya no se podían satisfacer. “Siempre en busca de mujeres y oro”, escribió Cristóbal Colón. Esto fue lo que motivó a la tripulación. Fue un motor que no se pudo frenar en la finalmente alcanzada tierra firme. Una horda arrebató todo lo que brilló o al menos lo que tenía senos brillantes. Innumerables cuentos relatan los muchas veces mortales efectos de la codiciosa caza del oro. La riqueza absoluta promete el absoluto poder de la disposición absoluta. Ella no depende más de la mediación social ni de las ligaduras.

El mito del rey Midas alerta sobre las consecuencias de una riqueza socialmente no mediada. Relata que Dioniso concedió a Midas un deseo por haberle regresado a su maestro y compañero de borracheras, Silenus, a quien Midas había encontrado en su jardín de rosas. Midas pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Por efecto de ese tacto mágico, no solo las piedras, las flores y los muebles de su casa se convirtieron en oro, sino también los alimentos y bebidas, en cuanto se los llevó a la boca. Para no morirse de hambre y sed, Midas tuvo que pedir a Dioniso que lo liberara de ese fatal don. Para ello, tenía que bañarse en la fuente del río Páctolo, que desde entonces lleva oro.3 El mito no solamente funda y racionaliza la historia real, también conduce a ella. Ahora el oro, por medio del trabajo, podía ser lavado en el río; quizá con una piel de oveja –el bellocino de oro– cuya forma, moldeada en bronce, circuló como dinero en la Grecia antigua. Mediado social- mente y transformado en oro o en dinero, el trabajo es necesario para entrar en relaciones de intercambio. Cualquier inmediatez destruye la vida social pues esta depende de las mediaciones y de las relaciones de intercambio.

Si el dinero es un producto del culto de sacrificio, entonces encarna sacrificios materiales, trabajo, servicios y, en el mismo momento –como materialización simbólica del sacrificio, como medio de pago universal–, está en condiciones de mediar los demás productos del sacrificio. Fuerza a la pulsión reprimida, al apetito sexual, al deseo de tener todo, a transgredir la ley, a emplear la violencia, e intenta adquirir el dinero directamente. El valor absoluto subordina todos los otros valores por debajo de él mismo. En tanto los compromisos se mantienen y la satisfacción de los deseos físicos y psíquicos está garantizada y balanceada en la sociedad, las violaciones de las leyes no se salen de los límites. Cuando la sociedad desaparece como sujeto legislativo y de regulación, que restringe la ambición egoísta y los deseos parciales, los diques que detienen la adicción al enriquecimiento se rompen y las relaciones de violencia se desencadenan, destruyendo los últimos restos de las relaciones civiles. El salvajismo se instala en su lugar.

Las reglas del culto de sacrificio son para las sociedades tribales lo que las relaciones sociales y de trabajo reguladas, el contrato social y las garantías del Estado de bienestar para la sociedad moderna. Estos forman la base de la reproducción física y espiritual de la sociedad. Aunque nunca, o solo realizadas en parte, pertenecen al proyecto de una sociedad civil políticamente compuesta que reconoce los mismos derechos para todos sus miembros y comprende tanto los derechos humanos como los económicos. Es el tipo de sociedad que proviene de la Ilustración de los siglos XVII y XVIII, de la Revolución francesa y de los movimientos sociales de los siglos XIX y XX. Como sujeto político e histórico y por razones de su propia existencia, esta sociedad tiene que subordinar todos los intereses económicos particulares a las necesidades de sus integrantes, porque ella es el sujeto: es una sociedad de individuos que determina sus formas de vida y reproducción autónomamente, en procesos democráticos de decisión.

En el momento que la relación se invierte y la sociedad ya no es el sujeto, esta deja de ser la dueña de su propia casa; a la merced de los caprichos del capital, ya no puede colocar los intereses parciales en el lugar que les corresponde. Es liquidada como sujeto autónomo y avanza hacia la desintegración. Esta tendencia se impone actualmente en todo el mundo. Por cierto, se trata de una tendencia que está incluida en la propia dinámica del capitalismo. Derribar todas las barreras, reconocer el egoísmo como motor psíquico esencial y promover la acumulación del capital –la producción del dinero por el dinero, a fin de cuentas– fueron siempre las metas. Hasta ahora, formalmente, el capitalismo ha estado bajo la tutela de las representaciones del Estado –autocrático o democrático– y ha tenido que servir a la sociedad. En todo caso, así surgió el capitalismo. La economía tenía que ser recurso y no fin en sí misma. Mediante la abolición de todas las obligaciones sociales del mercado y la eliminación de las trabas que enfrentaba el libre desarrollo del capital, la doctrina neoliberal ha invertido totalmente la relación entre sociedad y economía. Cuando la sociedad no limita al mercado se convierte en su subarrendataria.

Ahora, la producción de dinero por medio de dinero determina todas las formas del movimiento de la sociedad –si se puede llamar sociedad a ese producto en descomposición. Lo que vale es el dinero rápido: vender, comprar, vender; de ser posible, sin concreción en ninguna mercancía material. Quizás especular o jugar en la bolsa, donde el acceso al dinero ya no está frenado por su desvío a la producción de bienes económicos. La progresiva descomposición de la sociedad y su sustitución por la sociedad anónima significa la liquidación de los fundamentos físicos y psíquicos de la vida de los individuos. Quien no puede participar en el juego es echado a la calle. Las cuadrillas de ladrones y las familias unidas en forma de bandas no pueden ser sustitutos porque no reconocen individuos ni contratos sociales, tampoco el primado de la sociedad. Este es el final de toda seguridad social. La adicción al dinero conoce, como cualquier adicción, solamente un objetivo: ceder a la atracción para llegar a la sustancia soñada. El tráfico de drogas y armas es solo un paso provisional, pues aún supone el desvío de un producto. Sea en la bolsa, en el casino, por corrupción, extorsión o soborno: nada, solo dinero. Cuando el dinero es lo único que mueve a la gente, la recaudación de fondos se convierte en el único fin y medio de vida de los individuos. En este momento, la sociedad ya no existe.

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NOTAS:

2. Véase Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of The Wealth of Nations (Londres, 1789), introducción de Max Lerner, Nueva York, The Modern Library (ca. 1937).

3. Véase Robert Graves, Los mitos griegos, tomo I (83 Midas), Alianza, Madrid, 1985, pp. 349-355.

NADA, SOLO DINERO por Horst Kurnitzky

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