Marílio Wane Africasacountry 21/03/25
A medida que Mozambique se acerca a los 50 años de independencia, su partido gobernante se aferra al poder en medio de la agitación política, elecciones disputadas y un creciente descontento público.
¿Será este el comienzo de una nueva lucha por la liberación?
En vísperas de celebrar el 50.º aniversario de su independencia el 25 de junio de 1975, Mozambique atraviesa una crisis política y de derechos humanos sin precedentes en su joven historia como nación.
El aniversario coincide con el de otras antiguas colonias portuguesas en África: Angola, Cabo Verde, Guinea-Bissau (que se independizó en 1973) y Santo Tomé y Príncipe (que se independizó en 1975), ya que los procesos históricos de liberación se produjeron de forma paralela y articulada, ante la lucha contra un enemigo común.
Esta sincronicidad da lugar a una serie de reflexiones sobre las experiencias de los países en las últimas cinco décadas. Objetivamente, la evaluación no es positiva, dado que estos países se encuentran entre las naciones más empobrecidas del mundo, como lo muestran diversos indicadores sociales y económicos.
Además, estos países padecen agudas crisis políticas marcadas por el cansancio de sus poblaciones ante las vicisitudes de los regímenes actuales, especialmente en Mozambique, cuyo caso es paradigmático de un problema aún mayor en el continente.
Tras las importantes transformaciones geopolíticas que tienen lugar en los principales centros de poder global, han surgido en el continente africano movimientos políticos que desafían a los regímenes instaurados tras la independencia. Muchos los caracterizan como luchas por una “segunda independencia”, en el sentido de que los movimientos de liberación del yugo colonial europeo, iniciados en las décadas de 1950, 1960 y 1970, se distorsionaron con el tiempo, degenerando en regímenes opresivos y autoritarios.
Esto ha provocado una crisis de representación basada en la percepción generalizada de que las élites políticas africanas han secuestrado sus respectivos aparatos estatales para satisfacer intereses privados y mantenerse en el poder.
Aún más agravante es la idea de que estas élites se han aliado con sus antiguos colonizadores europeos, así como con otros actores extranjeros, convirtiéndose en la contraparte local de una lógica de dominación neocolonial.
Como contrapartida de este fenómeno, surgen procesos como el caso de la Alianza de Estados del Sahel (AES), un pacto de defensa mutua fundado recientemente entre Malí, Níger y Burkina Faso.
Se trata de una acción coordinada con el objetivo manifiesto de eliminar la influencia francesa en la región, resultante del colonialismo y previamente instigada por las élites políticas locales, depuestas por golpes militares.
Para ello, los líderes del movimiento expulsaron las bases militares francesas (e incluso las embajadas, en algunos casos) y redirigieron los dividendos de la explotación de recursos minerales a las respectivas arcas públicas.
Aún más emblemática de los objetivos del movimiento fue su decisión unilateral de abandonar la CEDEAO, el bloque de cooperación regional, alegando que se trataba de una organización manipulada por Occidente bajo el liderazgo de Nigeria.
En todo el continente, movimientos emergentes desafían el statu quo, caracterizados por demandas de emancipación, participación y mayor inclusión social.
Cada uno a su manera, estos movimientos expresan nuevas correlaciones de fuerza resultantes de sus dinámicas sociales internas y regionales en interacción con transformaciones geopolíticas más amplias. Por lo tanto, su éxito o fracaso dependerá de factores como la solidez de las instituciones, el grado de organización de la sociedad civil y, sobre todo, la reacción de los regímenes en el poder ante un conjunto de situaciones relativamente inéditas en los países africanos desde su independencia.
Veamos cómo se enmarca la actual crisis política de Mozambique en este contexto.
De unas elecciones controvertidas a un “gobierno paralelo”, desde el anuncio de los resultados de las elecciones generales del 9 de octubre, una ola de manifestaciones y protestas civiles ha azotado Mozambique, denunciando lo que se percibe como un fraude electoral a favor del partido Frelimo, en el poder desde la independencia.
El 24 de octubre, los órganos electorales dieron la victoria a Daniel Chapo, el candidato oficialista, con el 70,61 % de los votos, frente al 20,37 % del segundo clasificado, Venâncio Mondlane, apoyado por el recién creado partido Podemos.
Sin embargo, el proceso electoral se vio empañado por numerosas denuncias de irregularidades, desde el proceso de registro hasta la propia votación.
De hecho, desde las primeras elecciones multipartidistas de 1994, las acusaciones de fraude han sido recurrentes y ampliamente documentadas, siendo el factor determinante el hecho de que Frelimo tiene un control casi absoluto sobre las instituciones estatales, incluidos los órganos electorales y judiciales. Sin embargo, esta vez, debido al gran volumen de acusaciones, el desafío no vino sólo de la oposición sino también de diversos sectores de la sociedad civil e incluso de la comunidad internacional (especialmente la Unión Europea).
Lo cierto es que, tras el anuncio oficial de los resultados, el principal candidato de la oposición convocó a la población a manifestarse en protesta y obtuvo un gran apoyo a su causa, sobre todo debido al descontento generalizado con el deterioro de las condiciones de vida en el país.
Los brutales asesinatos de Elvino Dias y Paulo Guambe, activistas del partido Podemos, ocurridos en circunstancias aún por esclarecer, agravaron aún más la indignación pública.
En este contexto, y tras ser reprimidas dura y desproporcionadamente por las autoridades, las manifestaciones escalaron de marchas callejeras a acciones más drásticas.
En los últimos tres meses, el país ha sido testigo de episodios de auténtica revuelta popular y desobediencia civil, como la interrupción de vías de acceso, actividades en puertos, aeropuertos y fronteras, y la destrucción de infraestructuras (especialmente comisarías y sedes del partido gobernante), dejando al país en un estado de anomia que roza la ingobernabilidad.
La tensión alcanzó su punto álgido en la última semana de 2024, tras la validación por parte del Consejo Constitucional de los resultados electorales, ampliamente cuestionados a diversos niveles.
Durante esta fase de las manifestaciones, aumentaron los actos de revuelta popular y se intensificó la represión policial, hasta el punto de que organizaciones de la sociedad civil presentaron acusaciones contra las autoridades de seguridad ante organismos internacionales por graves violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad.
Al comenzar 2025, con la esperada confirmación de la victoria del Frelimo, la ceremonia de investidura del nuevo presidente también estuvo marcada por fuertes protestas populares y una represión policial desproporcionada, que se saldó con arrestos e incluso muertes.
En la toma de posesión, la participación pública fue aislada y reprimida, supuestamente por razones de seguridad. Desde un punto de vista simbólico, la ceremonia reflejó la notoria desconexión entre el partido, otrora liberador, y la sociedad mozambiqueña.
En contraste, el regreso triunfal de Venâncio Mondlane al país la semana anterior fue recibido con aclamación popular en las calles de la capital.
Desde octubre, Mondlane se había autoexiliado, supuestamente por su propia seguridad.
Fue desde su exilio que el candidato oficialmente derrotado convocó y organizó las manifestaciones, que incluyeron paros laborales y, especialmente, el impago de las tarifas de transporte, entre otras acciones. Muchas manifestaciones derivaron en violencia y diversas tensiones, generando un clima de confusión generalizada del que se culpó a ambos partidos.
Más allá de las controversias, lo cierto es que las manifestaciones convocadas por la oposición obtuvieron un apoyo popular masivo, en visible contraste con la autoridad oficialmente establecida del régimen.
Aprovechando el vacío de popularidad del presidente juramentado, Mondlane se autoproclamó Presidente de la República a través de las redes sociales, desde donde realiza la mayor parte de su labor de movilización.
Esta estrategia de comunicación ha sido uno de los principales factores que han impulsado su apoyo popular, especialmente entre la numerosa población joven, azotada por el desempleo, la pobreza extrema, la violencia y las bajas expectativas de futuro.
De hecho, como han señalado diversos analistas sociales mozambiqueños, estas son las causas fundamentales del descontento popular, siendo la crisis electoral la punta del iceberg de problemas más profundos.
En este sentido, diversos sectores de la sociedad han solicitado una iniciativa para promover un diálogo inclusivo entre el nuevo gobierno y la oposición, lo cual no se ha concretado, posponiendo así la solución de la crisis.
Es precisamente a través de las redes sociales que Mondlane ha instituido una especie de “gobierno paralelo”, emitiendo “decretos presidenciales” basados en agendas que cuentan con el amplio apoyo de gran parte de la población y, por otro lado, contradicen las decisiones y políticas gubernamentales.
Esta situación de ambigüedad ha resultado en varios episodios de tensión social que se prevé que se agraven en los próximos años, sin perspectivas de reducción y con un alto riesgo de descontrolarse y tornarse violentos, como ya se ha observado.
Según datos publicados por la Plataforma Electoral Decide (organización de la sociedad civil que ha estado monitoreando los últimos procesos electorales), se han registrado 353 muertes desde que comenzaron las manifestaciones en octubre, la mayoría de las cuales, el 91 %, fueron disparos letales por parte de la policía.
Según la organización, si esta situación de “dos gobiernos” continúa, la tendencia es que el malestar social aumente, lo que provocará más muertes y enfrentamientos violentos.
Problemas y soluciones en el vecindario.
El ambiente de incertidumbre en Mozambique es paradigmático de un contexto más amplio en el continente: la disputa contra regímenes políticos consolidados décadas atrás, tras el alba de la independencia africana.
A nivel regional, el rápido apoyo brindado por los aliados históricos más cercanos de Frelimo, como el Congreso Nacional Africano (ANC) (Sudáfrica), el MPLA (Angola), la ZANU-PF (Zimbabue) y Chama Cha Mapinduzi (Tanzania), quienes reconocieron la victoria electoral de sus “camaradas” incluso antes de la validación oficial final, es bastante sintomático.
No es casualidad que algunos de estos países enfrenten problemas similares a nivel nacional: en las elecciones del año pasado, el histórico Congreso Nacional Africano (ANC) de Nelson Mandela se vio obligado a formar un gobierno de “unidad nacional” con la Alianza Democrática (AD), el partido que representa al segmento blanco de la población; Esta situación se debe a la creciente impopularidad del partido que luchó contra el apartheid y gobierna el país desde 1994.
En Angola, mientras tanto, existe una enorme preocupación por parte del régimen sobre el potencial efecto de contaminación que la situación en Mozambique podría generar a nivel local, dados los paralelismos entre las historias de ambos países.
Como contrapunto, Botsuana celebró elecciones que pusieron fin a 58 años de gobierno del partido BDP, que había estado en el poder desde su independencia en 1966. Este caso atrajo la atención precisamente por ser un punto de inflexión, en el que la transición se desarrolló sin contratiempos. Esto quizás refleje el hecho de que Botsuana es reconocido como uno de los países más prósperos de África, con tasas de crecimiento económico positivas y una buena posición en el IDH según los estándares del continente.
A pesar de ser un país de escasa relevancia estratégica en la región, el ejemplo de Botsuana ofrece importantes lecciones para sus vecinos, especialmente en términos de estabilidad política y desarrollo socioeconómico.
Finalmente, para Mozambique y sus homólogos de los PALOP (países africanos de habla portuguesa), el 50.º aniversario de la independencia podría servir como un momento de reflexión que ofrezca lecciones útiles para superar las difíciles condiciones de vida a las que se ven sometidas la gran mayoría de sus habitantes.
En los casos de Mozambique y Angola, los sistemas unipartidistas sobrevivieron al establecimiento de la democracia liberal, dando lugar a una especie de «multipartidismo sin democracia», en el que persiste un control casi absoluto sobre todas las instituciones y esferas de la vida pública. Como sugiere el caso mozambiqueño, la excesiva concentración de poder en los partidos y movimientos de liberación, cuya legitimidad se basa en luchas anticoloniales pasadas, puede convertirse en el principal factor de inestabilidad y un obstáculo para el desarrollo.
Como sugiere el caso de Mozambique, la excesiva concentración de poder por parte de los partidos y movimientos de liberación, cuya legitimidad se basa en luchas anticoloniales pasadas, puede convertirse en el principal factor de inestabilidad y un obstáculo para el desarrollo.
En consecuencia, los diversos movimientos de protesta en todo el continente apuntan a soluciones internas como el fortalecimiento de la sociedad civil y mecanismos para una mayor inclusión de diversos actores y sectores de la sociedad en los procesos de toma de decisiones. Solo así todos podrán participar plenamente en las celebraciones del 50.º aniversario de la independencia.
*Marílio Wane es Máster en Estudios Étnicos y Africanos por la Universidad Federal de Bahía (Brasil) y es investigador en el área del Patrimonio Cultural Inmaterial en Mozambique.