Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/mexico-las-etapas-de-la-huelga-plebeya-de-la-unam-a-20-anos Gilberto Enrique Ramírez Toledano 09/01/2020
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Publicamos la tercera parte del estudio de Gilberto Enrique Ramírez Toledano sobre la huelga general de 1999 de la UNAM, una institución central de la vida intelectual, académica y política de México, cuya primera parte puede consultarse aquí y la segund aquí.
No fue una huelga de unos cuantos, sino de masas, de grandes asambleas por escuela y plenarias del Consejo General de Huelga (CGH) de cientos y a veces miles de personas, con discusiones políticas en serio entre al menos tres grandes tendencias de pensamiento político (con una innumerable gama de posiciones entre unas y otras) Las marchas eran impresionantes por su gran convocatoria, su energía y el cierre de filas en favor de la huelga rebelde. Pero los universitarios no sólo salían a protestar, se la pasaban día tras día discutiendo y decidiendo: desde los grandes trazos de la táctica, hasta las pequeñas cosas de la cotidianidad en las guardias, las cocinas, las imprentas, las brigadas, etc.
No se trató de una huelga de líderes, aunque sí los había. Los universitarios que se convirtieron en referente político, en realidad eran los que mejor representaban las diferentes expresiones de la huelga. Como pocos procesos, las asambleas dirigían de verdad; representante que no reflejaba los acuerdos colectivos, era retirado. Había revocabilidad en todo momento, pero cada escuela decidía cada cuando rotaban sus representantes, había escuelas que priorizaban enviar universitarios diferentes a cada asamblea, a cada plenaria del CGH, a cada diálogo con las autoridades, en un afán “antilíderes” que rayaba en el error (a mi parecer) de hacer tómbolas para definir a los delegados a dichos diálogos, mientras que otras mantenían a sus representantes siempre y cuando se ciñeran a los acuerdos colectivos, y por lo tanto iban tomando experiencia y representando mejor el sentir del movimiento frente a la autoridad. Para ganar una carrera de caballos es importante entrenar a muchos, pero en las contiendas definitivas no puedes enviar a los recién llegados, menos experimentados, sino a los que tienen más tablas y generan mayor confianza.
Con diferentes visiones y correlación de fuerzas entre las tendencias, pero eran las asambleas abiertas las que daban dirección al movimiento. Dichas asambleas, es importante decirlo, no eran “de los huelguistas” sino de todos los universitarios, a pesar de que la “megaultra” (una fracción del movimiento que se decantó claramente hacia finales de la huelga) defendía asambleas más bien cerradas, de huelguistas, de “los que siempre estaban”. Naturalmente en las discusiones estaban los activistas, pero las asambleas abiertas establecidas como un principio en la enorme mayoría de las escuelas, eran espacios de discusión para cualquier alumno que no hubiera llegado antes, o que incluso estaba en contra del cierre de clases y en no pocas ocasiones se convencía de las demandas del movimiento después de participar en las discusiones con los “paristas”.
Si esta huelga se iba a ganar, sería sólo con el convencimiento de la base estudiantil, y no en su contra. Por tanto, no fue una huelga de puertas cerradas, bandera rojinegra en la entrada con un par de huelguistas de guardia. No fue una huelga de personas anónimas, alejadas de la base estudiantil. No fue una huelga de ideas echadas a andar al vapor. Aun cuando el movimiento no estuvo exento de errores en general las decisiones eran meditadas, debatidas y, por así decirlo, “afinadas” por incontable número de opiniones de estudiantes de todos los rincones de la Universidad; por lo demás, cualquier estudiante, profesor y trabajador podía entrar a las escuelas, hacer reuniones, organizar sus brigadas, discutir con los huelguistas, unirse a las actividades, hacer talleres… lo que quisieran siempre que se respetaran las reglas colectivas. También, por supuesto, había presencia cotidiana del pueblo, colectivos de otras universidades, colonos, campesinos, organizaciones sociales, profesores democráticos de otras instituciones, etc. La huelga no era una expresión cerrada e intolerante a la diferencia, su fuerza estaba en su diversidad, y a su vez en la férrea unidad en torno a los 6 puntos del pliego petitorio: 1) Abrogación del Reglamento General de Pagos, 2) Derogación de las Reformas de 1997, 3) Rompimiento de los vínculos de la UNAM con el CENEVAL, 4) Realización de un Congreso Democrático y Resolutivo, 5) Desmantelamiento del aparato de represión y espionaje en la UNAM, y 6) Recuperación del semestre.
Por supuesto hubo vaivenes, los primeros meses fueron mucho más masivos que los últimos. Y de las aproximadamente 40 asambleas representadas en el CGH, unas eran más participativas que otras. Pero globalmente se trató de una huelga plebeya, dirigida por los de abajo de la UNAM mediante sus asambleas por escuela y sus plenarias del CGH, en contra de un priísmo neoliberal recalcitrante que se mantenía desde hacía décadas en el poder a base de mentiras y represión.
Veamos, pues, a grandes rasgos cuáles fueron las etapas de este movimiento que marcó a toda una generación de jóvenes, y cuyo impacto no se deja de sentir en una universidad todavía hoy pública, gratuita y de masas gracias a los constantes “estudiantazos” de que ha gozado.
Primera etapa, del estallamiento de la huelga a la trampa de las “cuotas voluntarias”
El 20 de abril, a las cero horas, estalló la huelga. Se pusieron las banderas rojinegras en prácticamente todas las escuelas y facultades de la UNAM, salvo algunas excepciones que no tardaron en caer en manos de las mayorías estudiantiles en favor del movimiento.
El rector, Francisco Barnés de Castro, de inmediato declaró que “estaba preparado para una huelga larga”. Profesores e investigadores de derecha, con algunos alumnos a quienes pasaron lista en la explanada de las Islas, en Ciudad Universitaria, realizaron un acto en contra del cierre de instalaciones, unos conscientes de que se debía privatizar la UNAM, y otros (la mayoría en ese acto) bajo el sentimiento de “hay que pagar para valorar la educación”, “esto no es una privatización”, “no puede ser que gastes más en una torta o en un cigarro, que en tu educación”, etc. Los grandes medios de comunicación, en un contexto donde no existía el internet generalizado, ni la telefonía celular como hoy la conocemos, tenían un poder enorme, mucho más grande del que siguen teniendo hoy, y encabezados por el duopolio televisivo mexicano compuesto por Televisa y TV Azteca emprendieron una grotesca campaña de linchamiento mediático contra los estudiantes rebeldes, “son porros”, “pseudoestudiantes”, “no quieren estudiar”, “tienen secuestrada la Universidad”, todos estos argumentos serían meses más tarde coronados con el clásico de Ernesto Zedilllo: con la huelga “los estudiantes privatizaron temporalmente la UNAM, bajo sus muy particulares intereses”. O sea, para todos ellos, la derecha, la rectoría, el gobierno y sus grandes medios de comunicación, hacer huelga era privatizar la máxima casa de estudios, secuestrarla; en cambio fragmentarla, venderla, amarrar su investigación a los intereses de las grandes empresas, imponer cuotas por inscripción, trámites y servicios, querer hacerla una pequeña escuelita elitista y de paga, impedir la organización estudiantil con porros y golpeadores, era la “modernización” y “valorar la enseñanza”. Frente a todo ello, los estudiantes se levantaron, dieron un manotazo en la mesa y estallaron la huelga más larga y masiva en la historia de la UNAM.
La primera etapa mostró una fuerza impresionante. Las explanadas permanecían llenas, se montaron carpas con radios estudiantiles, comisiones de propaganda, comida, limpieza, rondines, enlace y un largo etcétera. Padres de familia, trabajadores administrativos y profesores, organizaban su solidaridad de muchas formas, haciendo “la vaca” (como le decimos los mexicanos a las cooperaciones voluntarias), llevando alimentos, sumándose a las movilizaciones, pagando algún cintillo en los diarios, y en no pocos casos se integraron a la huelga de lleno, aunque para hacer honor a la verdad, salvo honrosas excepciones la gran mayoría del sector académico de la UNAM permaneció un tanto distante.
La primera marcha, ya en huelga, salió a las 4 de la tarde de aquel martes 23 de abril de 1999, del Casco de Santo Tomás al Zócalo de la Ciudad de México. Ahí, el CGH mostró el gigante que se había conformado. Una marea estudiantil llenó el centro de la ciudad. La energía, los bailes, las consignas, los cantos, la batucada, los “ochos” (una consigna en la que los contingentes debían cantar, gritar, bailar y el final correr con el puño en alto), se entremezclaban y se acompañaba con las representaciones (CON LOS CONTINGENTES) de mucho pueblo solidario que se unió a la movilización. De hecho, quien haya estado ahí podrá recordar la piel de gallina que se sintió al entrar a la plancha del Zócalo, en medio de los aplausos y los “vivan los estudiantes” que miles de personas ofrecían a todos los contingentes que llenaron el primer cuadro de la ciudad.
Desafortunadamente, de regreso al Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH, uno de los sistemas de bachillerato universitario de la UNAM) Plantel Oriente, los alumnos de este colegio fueron atropellados por un chofer de transporte público que se veía alarmado por lo que se decía en los medios de comunicación de los estudiantes de la UNAM. ¿Quién asesinó a la joven Martha Alejandra Trigueros Luz, que quedó sin vida en el arrollo del Eje Central aquella tarde? ¿El chofer, o Televisa y TV Azteca? ¿El chofer, o el Estado y todo su aparato de mentiras que hacían pasar a los estudiantes universitarios como porros, ladrones y golpeadores? El chofer tuvo miedo, coraje, un prejuicio imbécil contra los jóvenes, y decidió acelerar y arrollar a decenas de ellos. Pasó algunos años en la cárcel, lo merecía, era un asesino, pero los verdaderos matones seguían dirigiendo su fábrica de mentiras desde sus oficinas.
Pronto aparecieron los actos domingueros en las plazas, las marchas zonales, las brigadas multidisciplinarias con estudiantes de psicología, medicina, odontología, teatro, artes plásticas y de muchas y diversas ciencias y humanidades, dando atención gratuita al pueblo. El mismo 30 de abril, día del niño en México, se organizó un gran acto en las Islas de Ciudad Universitaria, para todos los niños del pueblo, con actividades lúdicas, culturales y científicas… lo dicho, la huelga hacía muchos esfuerzos cotidianos para estar siempre con el pueblo.
Cuando era claro que los estudiantes no serían doblegados fácilmente, en junio de 1999 las autoridades y el gobierno echaron a andar su primer gran ofensiva (aparte de las muchas ofensivas cotidianas que se enfrentaban), se trató de hacer creer a todos que “las cuotas por inscripción se habían echado abajo” y que ahora sólo se pagarían “cuotas voluntarias”. Un engaño, una treta. En todos los periódicos, primera plana; en todos los noticieros, programas de radio y televisión, se dio la nota: “ya ganaron”, “liberen las instalaciones”. Pero ¿en qué consistían las cuotas voluntarias? Se trataba, en pocas palabras, de hacer voluntaria la entrada pero ya una vez dentro pagar por todo, por cualquier trámite, por imprimir tu historial, por todos los cursos extraordinarios, por usar las computadoras, por los laboratorios, por los espacios culturales y deportivos, y muchísimas cosas más.
Tras un fuerte debate con grupos del PRD-Universidad, con una base social proclive a las posiciones moderadas y con autoridades promoviendo el levantamiento de la huelga, siempre ayudados por el arsenal mediático desplegado a full, se dieron las discusiones y las votaciones. En la mayoría de las escuelas, se hicieron presentes profesores que convocaron a estudiantes a votar a favor de la propuesta de cuotas voluntarias y por el levantamiento de la huelga, fue la primera vez que fracasó esa táctica de intentar usar a los alumnos no paristas en contra de la huelga, y fracasó porque muchos de ellos, escuchando los argumentos de los huelguistas, decidieron sumarse al movimiento. Meses más tarde, las autoridades lo intentarían nuevamente.
Prácticamente en todas las asambleas se rechazó la propuesta, se reivindicó el primer punto del pliego petitorio, y se convocó a fortalecer la huelga ante los embates del Estado y la Rectoría. Se ganó el debate a ese sector que ya sentía que “la libraba”, y que con cuotas voluntarias podría permanecer y terminar sus estudios. Pero la enorme mayoría de los alumnos huelguistas no pertenecían a ese sector de una clase media acomodada, eran más bien jóvenes de abajo, los más golpeados económicamente hablando, que dieron la discusión, plantearon los argumentos y ganaron mantener la lucha. Fue una muestra fehaciente de que la huelga tenía claros rasgos plebeyos por lo que no podría tener un desenlace igual o similar al del CEU en 1986-87.
Finalmente el acuerdo explícito del CGH quedó así: “Ante la campaña del gobierno contra la huelga y la de los medios en el sentido de que ‘ya no hay motivo para que continúe la huelga’; la maniobra del ex rector Barnés de reunir a su Consejo Universitario (CU) y aprobar un nuevo Reglamento General de Pagos (RGP), igual o peor que el anterior, y convocando a romper la huelga con sus llamados a clases… 35 Asambleas se pronunciaron por no levantar la huelga hasta la solución satisfactoria de los 6 puntos del pliego petitorio”. Era falso que el movimiento había ganado, querían que los estudiantes terminaran pagando más en toda su vida escolar, aun cuando la inscripción fuera “voluntaria”. La demanda número 1 del pliego petitorio no daba lugar a dudas, se trataba de “abrogación del reglamento general de pagos”, es decir, su desaparición, no una reforma, no era cobros a medias, se trataba de garantizar la gratuidad y punto.
Fracasada su ofensiva, llegó la primera amenaza de intervención militar. El 7 de julio entrarían a romper la huelga. Lo decían de muchas formas, los huelguistas eran “ultras”, que “no entendían”, “no razonaban”, “ya habían ganado y no se daban cuenta”, y había que hacer algo, había que “intervenir”.
Por cierto, tanto usaron el mote de “ultra” en los medios que ya una base grande de huelguistas decía “sí somos ultras ¿y qué?”, como sinónimo de intransigentes en la defensa de la gratuidad de la educación. Pero no intransigencia irracional, sino al contrario, una muy racional siempre abierta al debate, con la verdad en la mano, los argumentos en la voz y convicción en el corazón. Hasta aquí, se identificaban claramente, entre el gran número de posiciones y de ideas, dos tendencias globales: la ultra y la moderada.
En el boletín de prensa del CGH, se decía claramente lo siguiente: “Para el CGH es inaceptable el ultimátum de las autoridades universitarias, para entregar las instalaciones (es decir levantar la huelga) antes del 7 de julio a cambio del establecimiento del supuesto carácter voluntario de las cuotas semestrales, acordado por el Consejo Universitario el 7 de junio”, dichos acuerdos del CU “no resuelven el problema de la gratuidad (que es sólo uno de los seis puntos del pliego), sino que por el contrario establecen que se cobrará por el uso de equipos, de materiales, trámites escolares y actividades extracurriculares, dejando el número de cobros y el monto de éstos al libre arbitrio de las autoridades, igual que los cobros al posgrado y al Sistema de Universidad Abierta”.
Así es, las autoridades habían dado un ultimátum, entrega de instalaciones el 7 de julio o intervención (que no decían qué tipo de intervención sería, pero todos sabían de qué se trataba) Además, anunciaron que todos los estudiantes que entregaran voluntariamente las instalaciones antes de la fecha establecida, no tendrían sanción alguna y “se les darán condiciones para que terminen su semestre escolar”.
Frente a la amenaza velada de la represión militar, el CGH decidió convocar a todos los universitarios a emprender la campaña del “millón de volantes”, se trataba de que, en una semana, fueran repartidos en todos los centros laborales, plazas, mercados, en todas las estaciones del metro, en otras universidades e incluso en los estados de la república que se pudiera, un millón de volantes, entregados mano a mano, y que argumentaran a los estudiantes y a la población la importancia de sostener la huelga hasta ganar la gratuidad, así como la necesidad de repudiar el plan de romper violentamente la huelga, finalizando con un llamado a todos a realizar una gran movilización en contra de la represión, nuevamente, con una marcha que llegaría al Zócalo capitalino. No había whatsapp ni redes sociales, el trabajo de brigadeo debía ser físico, a viva voz y siempre con materiales impresos. Las imprentas de la Facultad de Ciencias (el centro de propaganda de la Huelga) y de Química, imprimieron más de 950 mil volantes, que fueron repartidos y multiplicados con creces por otras asambleas y organizaciones solidarias dentro y fuera del entonces Distrito Federal. Y si sumamos los cientos de miles de carteles que también se imprimieron y pegaron (más de 300 mil por lo menos), la misión “del millón” fue más que cumplida.
“¡Todos alerta!”… señalamiento explícito sobre el gobierno, el PRI y su candidato a las elecciones presidenciales que se avecinaban… “Ellos son los que amenazan con reprimir la huelga” se leía en los carteles pegados por toda la ciudad… miles de brigadistas en las calles… marcha multitudinaria… con todo ello se logró echar abajo el primer plan en forma del gobierno para reprimir la huelga del CGH. No se atrevieron, no acumularon la fuerza necesaria, el costo político sería muy grande, debían comenzar a preparar un nuevo plan, pues este había fallado.
Segunda etapa, de las cuotas voluntarias a la propuesta de “los eméritos”
Tras la derrota, emprendieron una nueva táctica, usando a los profesores e investigadores “más reconocidos”, “más letrados”, los eméritos de la UNAM. No sería la única vez que las autoridades universitarias y el gobierno utilizara a los intelectuales, muchos de ellos “progresistas”, para golpear la huelga, pero lo de los eméritos fue icónico. En los medios se les señalaba como “la crema y nata” universitaria, “la razón hablando” en contra de “la sinrazón” de los estudiantes.
Se trató de una propuesta hecha pública el 27 de julio de 1999, y firmada por estos 8 profesores eméritos de la UNAM: Miguel León Portilla, Alfredo López Austin, Luis Villoro, Manuel Peimbert, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Esteva Maraboto, Héctor Fix Zamudio y Alejandro Rosi. Todos ellos importantes intelectuales y académicos, algunos con historial de izquierda pero que en plata propondrían “suspender” el cobro de cuotas y los reglamentos en disputa, para ser dirimidos en «espacios de discusión”. Veamos algunas partes de la propuesta:
“Hemos recogido la opinión generalizada (sic) entre los Universitarios tanto de la necesidad de abrir espacios de reflexión sobre los problemas de la institución como de la urgencia del levantamiento de la huelga”. Proponemos, dice el texto, “establecer espacios de discusión y análisis sobre los problemas fundamentales de la Universidad”. “En el momento en que el Consejo General de Huelga manifieste su intención de levantar la huelga a condición del establecimiento de dichos espacios, el Consejo Universitario decretará la apertura de los mismos”. Muy bien, muy democrático: levantar la huelga a condición de que la autoridad abriera espacios de discusión, pero ¿qué haría la autoridad con los acuerdos de dichos “espacios”? La propuesta de los eméritos también lo decía: “El Consejo Universitario prestará atención preferente a las conclusiones obtenidas en dichos espacios”. ¿”Atención preferente”? ¿Con eso querían que se levantara la huelga? No se trataba de foros resolutivos y vinculantes para la UNAM y su Consejo Universitario, no eran espacios democráticos donde estudiantes, profesores y trabajadores decidieran sobre los puntos medulares del conflicto, como era la idea del tercer punto del pliego petitorio que exigía un Congreso Democrático y Resolutivo, para nada. Era una trampa, sencilla pero con grandes tótems académicos detrás: romper la huelga, discutir en foros deliberativos, para que una vez que el movimiento estudiantil no tuviera posesión de las instalaciones, el Consejo Universitario, es decir, el mismo que generó el conflicto, “resolviera”. ¿Qué iba a resolver este órgano de poder en la Universidad? ¿La gratuidad? Claro que no, esos sueños guajiros de una parte de la intelectualidad mexicana estaban lejos de la realidad, en los pocos casos en donde operara una ingenuidad, y no una militante ofensiva contra la huelga. El Consejo Universitario nunca, repito, NUNCA, ha votado algo en contra del rector en turno, sobre todo en temas medulares como este; es un aparato al servicio del poder, una pantomima de representación sectorial de la UNAM.
¿Qué hizo el CGH? Discutir asamblea por asamblea, rechazar por amplia mayoría la propuesta de los eméritos y continuar la huelga, convocando a un intenso e interesante debate el 10 de agosto en el auditorio Che Guevara, con un lleno total (más de 2 mil asistentes entre los que pudieron entrar y los que escucharon desde afuera) donde los galardonados intelectuales argumentaron que el movimiento “no se podía empecinar”, debía “ser flexible”, “ser inteligente”, “pasar a otra etapa”. Manuel Peimbert hizo énfasis en que a su propuesta «se han adherido ya más de 25 colegios de profesores y académicos y más de 2000 profesores e investigadores”. Los representantes del CGH argumentaron el porqué la propuesta no satisfacía las demandas del movimiento, igual que algunos académicos como Luis Javier Garrido (a quien recordamos con respeto y cariño), que tuvo una valiosa participación en dicho debate, como en muchos otros espacios, asambleas de académicos, artículos periodísticos, etc., haciendo una férrea defensa de la huelga cegehachera.
En aclaración del CGH a una nota del periódico La Jornada, se lee: “La voluntad mayoritaria de las asambleas ha sido rechazar la propuesta de los profesores eméritos porque no satisface las demandas del movimiento… toda propuesta que intente ser una solución real al conflicto debe exigir la satisfacción de los 6 puntos del pliego petitorio”.
La jugada no le salió al gobierno, pero el daño estaba hecho, fue uno de los golpes políticos más preparados en contra de la huelga, y debilitó al movimiento en la medida en que una parte del sector moderado aplicó un “hasta aquí” con la huelga, y se retiró del movimiento. Por supuesto, no se trató de todo ese sector, sino acaso el más comprometido con las cúpulas del PRD y estos intelectuales “de izquierda”.
Tercera etapa, de la “propuesta de los eméritos” a la renuncia de Barnés de Castro
Después de la propuesta de los eméritos, el debate fue cada vez más ríspido al interior del CGH, algunas escuelas decidieron impulsar una “flexibilización” del pliego petitorio.
Tras el desgaste de varios meses de huelga a cuesta, con un impresionante despliegue de medios atacando al movimiento día y noche, con un aparato de represión afinado y listo para el ataque desde hacía varias semanas, y todavía la sombra de los eméritos a cuestas, una parte importante del CGH se veía tentado a realizar esta flexibilización. No se trataba sólo del ala moderada, se incluía aquí una parte de huelguistas cansados, o que sinceramente consideraban que era “momento de negociar” y “ganar lo que más se pudiera”. Se dieron los debates en todas las escuelas, se tomaron los resolutivos, y se llevaron a una histórica plenaria del CGH, que duraría más de 48 horas en dos sedes, comenzó en el 4 de septiembre en el auditorio Che Guevara, pero debido a la gran afluencia de estudiantes, se tuvo que trasladar al auditorio de Medicina para terminar el 5 de septiembre la asamblea. Hubo riñas, empujones, debate acalorado… se trataba de un momento crucial del movimiento. Para unos “había que flexibilizar”, para otros flexibilizar era mostrar debilidad, pero sobre todo era posponer todo otra vez, patear el balón para adelante, permitir que las autoridades y el gobierno tomaran aire y encontraran un mejor momento para dar el zarpazo, era cometer el mismo error del CEU.
En la votación, 21 escuelas se manifestaron por un replanteamiento del pliego petitorio y 17 por sostener sus seis puntos. En un comunicado del CGH del 6 de septiembre de 1999 se lee: “El Consejo General de Huelga, flexibilizó su postura, al plantear que, con la solución a cuatro puntos de nuestro pliego petitorio, estamos dispuestos a dejar de exigir la DEROGACIÓN de las reformas de 1997 (a los reglamentos de ingreso y permanencia y exámenes) y la DESVINCULACIÓN con el CENEVAL, y en su lugar aceptar una SUSPENSIÓN de las reformas de 1997 y de los vínculos con el CENEVAL hasta que la comunidad universitaria resuelva sobre esos puntos en el Congreso Universitario”. Pero la comisión de rectoría no aceptó dicha flexibilización, rechazó realizar un encuentro con el CGH para discutirlo, y en cambio presionó para que el CGH aceptara la propuesta de los eméritos. “Las autoridades saben perfectamente que el Consejo General de Huelga rechazó la propuesta de los profesores eméritos, desde hace más de 20 días, por considerar que no satisface ni una sola demanda del movimiento… ¿A qué viene que nos pidan aceptar la propuesta de los eméritos cuando saben que ya ha sido reiteradamente rechazada por el CGH? La única respuesta que podemos encontrar, es que no tienen un interés real en avanzar a la solución del conflicto”, respondieron los estudiantes huelguistas.
Frente a la cerrazón de las autoridades al no aceptar la flexibilización del pliego petitorio, el movimiento decidió poner sobre la mesa un ultimátum: “Emplazar a las autoridades a sentarse ya a dialogar pública y abiertamente, o de lo contrario el CGH regresa a su planteamiento original de los 6 puntos del Pliego Petitorio”.
Tanta saliva, tanto esfuerzo, tanto desvelo y riña, no sirvió más que para desgastar al ala moderada que encabezó la propuesta de la flexibilización, pues las autoridades no aceptaron la propuesta y tras el plazo impuesto por el ultimátum, el CGH volvió a su pliego petitorio del 20 de abril. Ya esta ala del movimiento estaba muy golpeada, debilitada y desprestigiada, desde el intento de las “cuotas voluntarias”, luego la jugada de “la propuesta de los eméritos” y ahora con esta “flexibilización del pliego petitorio”, nada les salió, tenían una fuerza considerable pero la fueron agotando mientras el movimiento se decantaba claramente hacia el cumplimiento a plenitud del pliego petitorio. Además, el fantasma de la traición de este sector moderado, cercano al partido del sol amarillo, estaba presente en el movimiento estudiantil desde la huelga de 1986-87, la memoria estaba viva en una masa muy grande de huelguistas. La huelga del CGH estaba cobrando las facturas.
La huelga llegó al sexto mes y no se veía una salida cercana. La masividad y tenacidad del CGH, aun con el alargamiento del paro y los golpeteos constantes, se mantenía a un muy buen nivel, las brigadas continuaban, las enormes marchas también, así como el respaldo de un sector grande de la población. Una muestra contundente de ello fue la grandiosa movilización del 2 de octubre, llamada “marcha de la resistencia”, que partió de Ciudad Universitaria a Tlatelolco, con más de 8 horas de recorrido y una contundente muestra de la vitalidad del movimiento.
Así, el gobierno tiró una nueva carta: la renuncia del rector Barnés de Castro. Ya no le servía al Estado, era un estorbo, no engañaba ni agrupaba a nadie, su autoritarismo y cerrazón estaban probados. Había que operar un cambio, así fue como llegó Juan Ramón De la Fuente a la rectoría, directamente traído del gabinete del presidente Zedillo.
El 19 de octubre de 1999 se realizó una marcha de TV Azteca a Televisa, que encabezaban la guerra mediática contra los estudiantes, al finalizar hubo una provocación, el bloqueo de Periférico por parte de algunos estudiantes de la “megaultra” que actuaron sin acuerdo de asamblea ni del CGH. Los granaderos llegaron y generaron una de las represiones más grandes antes de la entrada de la policía militar a la UNAM, cientos de estudiantes fueron brutalmente golpeados, gaseados con lacrimógenos y perseguidos por muchas calles cercanas. Las cámaras registraron a una estudiante de Prepa 5 tirada en el piso, ensangrentada, protegida por su hermano también huelguista y rodeados por policías.
En respuesta, el CGH acordó repetir la dosis, marchar por Periférico, pero con una convocatoria redoblada y temeraria, frente a las amenazas del gobierno de Rosario Robles, antes del PRD, luego funcionaria peñanietista y hoy detenida por corrupción, quien aseveró que esta marcha “no sería permitida”. El día llegó, era 5 de noviembre, pero algo diferente ocurrió: los grandes medios hablaban bien de la marcha, la transmitieron en vivo por más de 4 horas, decían que eran “estudiantes universitarios que se manifestaban”, ya no los “pseudo estudiantes que tienen secuestrada la universidad” que estuvieron repitiendo por meses. ¿Qué ocurría? Estaban echando a andar su nueva jugada: el cambio de rector, para avanzar en el intento de aislamiento del CGH y el allanamiento del camino hacia la represión.
Hay que decir que esta marcha del 5 de noviembre, sin lugar a dudas, fue la movilización más vigilada, custodiada y cercada por cuerpos policiacos que tuvo el movimiento. Decenas de miles de policías bancarios, de tránsito, granaderos, la policía montada, los perros de ataque y demás cuerpos de seguridad estaban presentes. Eran kilómetros de cuerpos represivos dispuestos a enfrentar… ¡a una marcha del CGH! Tanto miedo tenían. En tan momento crucial se encontraba la huelga. No querían que los estudiantes marcharan por los carriles centrales, para “no afectar a los automovilistas”, pero terminaron bloqueando ellos, mientras el CGH marchaba por los carriles laterales, en medio de una enorme lluvia de solidaridad del pueblo. La gente salió de sus casas, echaba confeti, sacaban sus carteles de apoyo por las ventanas, se aglomeraban en los puentes peatonales gritando consignas de apoyo. Por primera vez los medios no ocultaron, sino que usaron esta fenomenal muestra de fortaleza del movimiento, para dar el siguiente paso.
Cuarta y última etapa, de la llegada de De la Fuente a la toma militar de la UNAM
Necesariamente, por su importancia para la historia del movimiento, esta etapa deberá ser tratada en un artículo aparte, pero a grandes rasgos:
El 11 de noviembre del 99, 6 días después de aquella marcha emblemática de la huelga, Barnés anunció su renuncia, tras lo cual, la cuasimedieval Junta de Gobierno de la UNAM anunció que el secretario de salud de Zedillo sería el nuevo rector, quien llegaría junto con el subsecretario de salud, el viejo miembro de los grupos de poder universitario José Narro Robles. El CGH tardó un poco en adaptarse, evidentemente, De la Fuente era un tipo diferente. Se estaba acostumbrado al típico rector déspota, bruto e intransigente del periodo neoliberal en la UNAM, como era Francisco Barnés de Castro, pero el nuevo rector llegó haciendo política. De la Fuente, de inmediato, citó al CGH a un diálogo público, que había sido demanda del movimiento desde hacía meses.
Esta última etapa de la huelga (que no del movimiento del CGH), se caracterizó por un debate cada vez más encarnizado entre dos tendencias que se fueron abriendo, la ultra y la megaultra. Los debates estaban en torno al diálogo público que unos defendían y otros rechazaban e intentaban boicotear, en torno a cómo enfrentar a De la Fuente, sobre acciones contundentes o acciones que agruparan a la mayor cantidad de masa estudiantil, en un “diciembre negro” donde las asambleas vieron sensiblemente reducida la participación y convocatoria. Fueron semanas duras, difíciles, frías, con guardias pequeñas a comparación de todos los meses anteriores, con movilizaciones de miles, pero no de decenas de miles como se estaba acostumbrado. Y en medio de la debilidad y el alargamiento de la huelga, gobernación, la presidencia y la rectoría, echaron a andar su carta final: el allanamiento del asalto militar de la UNAM, comenzando con una difamación para dividir al CGH.
Para ordenar esta parte, habría que decir que el plan consistía en lo siguiente: 1) renuncia de Barnés y llegada de un De la Fuente con rostro conciliador y hábil políticamente, 2) sembrar la desconfianza dentro del CGH, difamando a un grupo de huelguistas del ala ultra, de estar “negociando en lo oscurito” con José Narro, 3) Generada la división, encumbrar a un ala más “radical”, la llamada “megaultra”, en la dirección de la huelga, 4) usar el diálogo para mostrar al CGH como irracional y “que no se da cuenta que ya ganó” sobre la base de un ofrecimiento de la autoridad, y 5) preparar la entrada de la policía para romper la huelga, después de un plebiscito que legitimara dicha acción. La Secretaría de Gobernación y la Presidencia de la República, junto con el nuevo rector De la Fuente, trabajaron pieza por pieza esta última fase de la huelga, pero no contemplaron que la firmeza, la dignidad y entrega de la base estudiantil de la huelga, tenía aun mucho por dar. Pero de esta última etapa, hablaremos más adelante.
Gilberto Enrique Ramírez Toledano
Profesor de historia económica en la UNAM.