Fuente: Portal Libertario OACA 19 Sep 2021 12:50 PM PDT
MANIFIESTO LITERARIO para Clásicos Libertarios y Compañía
Parafraseando a Wordsworth “Sólo abrigamos simpatía por lo que se difunde mediante el placer”
Recorriendo los escaparates y mesas de libros del pensamiento libertario, desde tiempo atrás observo con sincera pena la abrumadora escasez, o ausencia quizás, de otros libros que no sean historia, ensayos filosóficos y políticos, crónicas, biografías y autobiografías. Leo lo que encuentro, con avidez porque indago sin pausa en la vida y obra de nuestro movimiento, sus trazas de libertad siempre unidas a la redención humana. Pero a la vez me pregunto ¿Y la poesía? ¿Y la novela? ¿Y los cuentos o las obras de teatro? ¿Y los relatos de vida?
¿Es posible que las ediciones de los libertarios y compañeros de afinidad se hayan cerrado a ese mundo inmensurable de la narrativa, el diálogo teatral y los versos?
¿Cómo referirse a la sensibilidad que es lo primero que la humanidad tuvo a mano registrar en la memoria que exponen mitos y leyendas?
¿Se puede vivir sin estar conectado a la música, las canciones, la pintura, sin los sueños representados, acaso?
En efecto, en la literatura de nuestra lengua, como en la del mundo, los pasos de las transformaciones sociales se han registrado también de maneras muy diversas a la forma que trazan los ensayos. Al punto que pareciera a veces que aquellos pasos que se vuelven relato, teatro canción, cuento, son los que mejor perduran en la memoria de los pueblos.
Por otra parte, ríos de tinta y tiránicas disciplinas han gastado los Estados para infundir una historia oficial y formal en sus ciudadanos… Los resultados están a la vista, sesgadas y pobres nociones, torcidas y falaces, sobre el camino andado. Y la gente recuerda espontáneamente anécdotas, aquel material que prefieren recoger los novelistas y los poetas.
Íntimas historias narradas en Los Girasoles Ciegos de Méndez han tenido decenas de miles de lectores. La Trilogía (La Busca, Mala Hierba y Aurora Roja) del primer Pío Baroja; la rueda iniciática de novelas sobre las dictaduras que echó a andar Valle Inclán con su Tirano Banderas; ese gigantesco “desfacedor de mitos nacionales” que es Tiempo de Silencio de Martín Santos; o la cotidianidad tragicómica de un vecindario que desarrollaba Historia de una escalera de Buero Vallejo… fungen avalados por incontables lectores en todo el mundo. En tiempos más cercanos me atrevería a citar sin reparos los poemas de García Calvo, de José Agustín Goytisolo, como los de Chicho Sánchez Ferlosio, de Atahualpa Yupanqui, de Zitarroza…convertidos en canción, por mencionar algunos hitos.
En cuestión de gustos literarios la gente con los años suele ser implacable: perdura aquello que le dice algo, aquello que vale por encima de voluntarismos empresariales, tribales o ideológicos.
Bien es sabido que ni las balas, ni el ostracismo, ni el silencio oficial pudieron con la poesía de Lorca, Hernández, Machado, León Felipe, Vallejo…
En el ámbito internacional han enriquecido nuestro acervo de patrimonio intangible como se estila decir, la poesía de Rimbaud, de Porchia, el teatro de Darío Fo y el de Becket, la obra de Camus, en el ámbito de las ideas contestatarias y liberadoras. Podemos desear encontrarnos con la Muerte accidental de un anarquista, Voces, o El Verano. Obras de Maiakovski, Kafka, Chimamanda, Symborska, Drummond de Andrade, Whitman… tantos para llamar a nuestra búsqueda en los escaparates.
El laborioso trabajo con la sensibilidad y la emoción, la inmersión en el territorio de las almas abiertas a la intemperie, los tratos con la belleza que empeñan los artistas, pueblan de imágenes nuestra curiosidad y afanes. Nos encaminan a explorar por distintos medios mundos subterráneos, solapados o desconocidos. Cuestiones que requieren de un lenguaje difícilmente intercambiable en otros registros.
No muchos, quizás, hayan desentrañado a fondo el papel doméstico de los fascistas italianos en ciertas casas de la clase media española durante la llamada Guerra Civil, ni el descrédito de ésta a posteriori, planteada por el personaje de Cinco horas con Mario (Delibes). O la descomunal falacia del consumismo denunciada por el mismo personaje en su vida concreta de ciudadano de a pie y en bicicleta, en la ciudad de Valladolid. Incontables espectadores y lectores del mundo se hicieron con las reveladoras críticas que palpitan en ese libro. Y ¿quién argüiría que al menos como mensaje subliminal no conecta desasosiegos, inquietudes, preguntas aún, en lectores distraídos?
Tengo la certeza de que en los tiempos de oro del anarquismo en España mucho se sabía de aquello, del extraordinario efecto de editar obras que fueran directas a la sensibilidad de la gente, que se metieran en sus mundos cotidianos y acompañaran la transformación interior de sus lectoras y lectores. Series de novelas y relatos, de poemas y de cómics, de obras teatrales que podían leer, además de la magnífica asistencia a las representaciones en los tablaos. Obras escritas por intelectuales militantes, o militantes no intelectuales que eran apasionados autodidactas pues la “educación pública” no llegaba a todos. Empeñados en escuelas racionalistas y ateneos se abrieron ávidos a las maravillas de la palabra con la que hilvanaron textos moralizantes o no, con destinatarios seguros en la gente que allí se sentía expresada… ¿Qué fue de aquello? me pregunto, no con melancolía sino con inquietud sobre la enseñanza y repercusión que decenas de publicaciones realizadas con escasos medios, en tiradas y colecciones, nos arrojaron a ese porvenir que hoy somos nosotros.
Nos permitimos las preguntas antedichas, ávidos de pensar con vosotros sus contestaciones.
¡Salud!
Rafael Flores Montenegro y Compañía