Manifiesto al proletariado (1851) — Auguste Blanqui

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 Barricadas en la rue Saint-Maur, 25 de junio de 1848

Marx consideraba a Louis Auguste Blanqui (1805-1881) «la cabeza y el corazón del partido proletario en Francia». Y a tenor de este manifiesto parece que no le faltaba razón. La biografía de este revolucionario habla por sí sola. En 1824 se adhiere a la sociedad secreta de los carbonarios, participa con las armas en la revolución de julio de 1830, y tras la decepción que supone la llegada de la «monarquía burguesa» de Luis Felipe de Orleans, se suma a la Sociedad de Amigos del Pueblo, donde recibirá la influencia de Buonarroti. A partir de entonces sus largas estancias en prisión le valdrán el apodo de «El Encerrado». Tras el asalto al ayuntamiento de París en 1839 junto a 500 compañeros, Blanqui es condenado a muerte, pena que el rey conmutará por cadena perpetua gracias a la presión de la opinión pública. Liberado tras la revolución de febrero de 1848, le vuelven a detener en mayo y es condenado a 10 años de prisión, lo que le impide participar en la insurrección del proletariado parisino en junio [1].

Es desde la cárcel de Belle-Île-en-Mer que Blanqui redactó y envió este manifiesto al Comité Socialdemócrata de Londres en febrero de 1851. Este Comité había invitado al revolucionario francés a que redactara un toast (brindis) para el banquete en el que se iba a celebrar el aniversario de la revolución de febrero, pero al recibir este manifiesto decidieron no publicarlo. Serían Marx y Engels los encargados de traducirlo y difundirlo.

Aunque la concepción putchista y conspirativa de la revolución que tenía Blanqui (que dio lugar al blanquismo) atraía más a los intelectuales y estudiantes que a los obreros y le alejaba de las teorías de Marx, en este manifiesto podemos hallar puntos de contacto entre ambos, cuando habla por ejemplo del «único factor práctico de la victoria: la fuerza».

Y a pesar de que hoy en día las perspectivas revolucionarias se presentan lejanas, cuando los demagogos empiezan a subir en las encuestas y amenazan con llegar al gobierno en nombre de los trabajadores, bien podemos parafrasear a Blanqui diciendo: ¿Qué roca es la que amenaza la lucha proletaria? La misma contra la que se ha estrellado siempre: la deplorable popularidad de los burgueses disfrazados de tribunos del pueblo.

«¡Que la maldición y la venganza caigan sobre sus cabezas si se atreven a volver a levantarlas! ¡Y que caiga también la vergüenza y el desprecio sobre la muchedumbre que vuelva a escucharlos!»

MANIFIESTO AL PROLETARIADO

¡QUIEN TIENE EL HIERRO TIENE EL PAN!

¿Qué roca es la que amenaza la próxima revolución? La misma contra la que se ha estrellado la revolución anterior: la deplorable popularidad de los burgueses disfrazados de tribunos del pueblo.

Los Ledru-Rollin, los Louis Blanc, los Lamartine, los Crémieux, los Elocon, los Marie, los Garnier-Pages, los Albert Dupont, los Arago, los Marrast.

¡Lista fúnebre! ¡Nombres siniestros! ¡Nombres todos que están escritos con letras de sangre en todos los pavimentos de la Europa democrática!

El gobierno provisional ha estrangulado la revolución. Es sobre su cabeza que debe caer la responsabilidad íntegra de todos los desastres, de todos los actos funestos, la sangre de tantas miles de víctimas.

Cuando la reacción liquida a la democracia no hace más que cumplir con su oficio. Los criminales son los traidores a los que el pueblo confiado había entregado la dirección, y que han entregado al pueblo engañado y maniatado a la reacción.

¡MISERABLE GOBIERNO!

Que pese a todas las advertencias, que pese a todas las súplicas, implanta el impuesto de los 45 céntimos que levanta contra él a las masas campesinas presas de la desesperación… ¡TRAIDORES!

Que mantiene en vigor al alto mando militar de la monarquía, que mantiene los tribunales monárquicos y las leyes monárquicas… ¡TRAIDORES!

Que persigue a los obreros de París el 6 de abril, que el 26 mete en prisión a los de Limoges, que el 27 ametralla a los de Rouen. Que lanza contra ellos a todos los verdugos, que los acosa y difama, que calumnia a los verdaderos republicanos… ¡TRAIDORES! ¡TRAIDORES!

Ellos, y sólo ellos, son los únicos culpables, entre todos los culpables los más culpables, ellos en los que el pueblo engañado veía su espada y su escudo, aquellos a los que en su entusiasmo entregó su destino, ellos, y sólo ellos, son los responsables de toda esta catástrofe que ha determinado la caída de la república.

¡Ay de nosotros si el día de nuestro próximo triunfo la indulgencia olvidadiza de las masas dejara subir al poder a esos hombres que no han hecho más que traicionar el mandato que les concediera la revolución! Otra vez la revolución volvería a estrellarse.

Que los trabajadores no pierdan jamás de vista ésta lista de nombres malditos. Y si alguno de ellos, uno sólo, vuelve a aparecer en un gobierno surgido de la insurrección, que griten todos a la vez: ¡TRAICIÓN! ¡TRAICIÓN!

Los discursos, las promesas, los programas, serían otra vez trampas, mentiras, falsedades. Los mismos tramposos volverían para ejecutar las mismas maniobras. Volverían a ser el primer anillo de una nueva cadena de reacción aún más furibunda. ¡Que la maldición y la venganza caigan sobre sus cabezas si se atreven a volver a levantarlas! ¡Y que caiga también la vergüenza y el desprecio sobre la muchedumbre que vuelva a escucharlos!

No basta con rechazar para siempre a los estafadores de Febrero es necesario prevenirse contra los nuevos traidores.

Traidores serían todos los gobiernos que, levantados sobre los hombros del proletariado, no procedan de manera inmediata a implantar las siguientes medidas:

1. El desarme de las guardias burguesas.

2. El armamento y la organización de milicias nacionales, formadas por todos los obreros.

Está claro que éstas no son las únicas medidas a tomar, pero sí son indispensables como primera garantía y salvaguardia de seguridad para el pueblo.

No debe quedar ni un solo fusil en manos de la burguesía. Sin esto no hay salvación.

Las doctrinas que hoy pugnan por conquistar el favor del pueblo sólo podrán mejorar su bienestar, que proponen y prometen, si no dejan que se pierda lo conquistado por una quimera. Esas doctrinas desaparecerán si el pueblo olvida el único factor práctico de la victoria: la fuerza.

Las armas y la organización son el elemento decisivo del progreso, el único medio serio de terminar con la miseria.

Quien tiene el hierro tiene el pan.

El poder se arrodilla frente a las bayonetas, las masas desarmadas son barridas. Francia erizada de trabajadores armados es el socialismo. Frente al proletariado armado, todos los obstáculos, todas las dificultades, todas las resistencias, se reducen a nada.

Pero si los proletarios no saben más que divertirse en manifestaciones callejeras, plantando «arboles de la libertad», escuchando discursos de abogados, ya se sabe la suerte que les espera: primero, el agua bendita, después los insultos, y por último, la metralla.

La miseria siempre.

¡Que el pueblo elija!

Auguste Blanqui, febrero 1851.

NOTA

[1] Lo mismo le sucederá en 1871, cuando se proclama la Comuna de París.

Fuente: El Salariado

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