Lumumba, el crimen antes del saqueo

Fuente: Umoya num. 83 – 2º trimestre 2016                                              Rosa Martínez

El asesinato aun impune del primer jefe de gobierno elegido
democráticamente en el Congo, organizado por Bélgica y la CIA,
simboliza la respuesta de Occidente al desafío africano por la
independencia y la libertad.

Patrice Lumumba, líder revolucionario congolés asesinado por la ...

El pasado enero  (2015) se cumplieron 55 años del asesinato del primer ministro congoleño, Patrice Lumumba, vencedor de las primeras elecciones legislativas de su país tras 80 años de dominio belga. El crimen que acabó con su vida, llevado a cabo por Estados Unidos y Bélgica, con la colaboración de los Cascos Azules de la ONU y de los separatistas de Katanga, no representó solo el fin de la esperanza para su pueblo de convertirse en una nación plenamente independiente, sino que fue también uno de los ejemplos más claros de la respuesta sin vacilaciones ni complejos con la que Occidente y las potencias coloniales respondían a la amenaza a sus intereses, al desafío africano que pretendía dignidad, independencia y libertad.


El Estado Libre del Congo, que fue bautizado así en la conferencia de Berlín de 1885 jamás fue ni libre, ni estado. Fue primero propiedad
privada de Leopoldo II y después cedido a Bélgica. Ya entonces, como ocurre ahora, la riqueza del Congo fue su tragedia: entre cinco y diez millones de congoleños murieron para permitir la explotación de los recursos naturales del país a base de esclavitud, crueldad y asesinatos masivos.
En las elecciones de mayo de 1960 el Movimiento Nacional  congoleño de Patrice Lumumba obtuvo la victoria y asumió el cargo de primer ministro, pero ni Bélgica, ni las compañías agrícolas, mineras y financieras establecidas en el Congo, pretendían ceder el
poder real.
El 30 de junio de 1960, en el Palacio de la Nación, donde se  celebraba oficialmente la Independencia del Congo, Lumumba, ante el rey Balduino, la élite y los oficiales belgas, la diplomacia y la prensa internacionales, pronunció un sorprendente y valiente discurso cuyas palabras dejaban bien claros sus principios y sus objetivos al tiempo que denunciaban todas las barbaries de la época colonial:
“Hemos conocido los sarcasmos, insultos y golpes, que debíamos  soportar mañana, tarde y noche, porque éramos negros. ¿Quién olvidará los fusilamientos en los que perecieron tantos hermanos nuestros, los calabozos a los que fueron arrojados brutalmente
quienes rechazaban un régimen de injusticia, opresión y explotación?
Juntos, hermanos y hermanas, vamos a comenzar una nueva lucha que llevará a nuestro país la paz y la prosperidad. Juntos vamos a
establecer la justicia social y a asegurar que cada uno reciba la justa remuneración por sutrabajo. Vamos a mostrar al mundo lo que el
hombre negro es capaz de hacer cuando trabaja en libertad”.
Pero la ex-metrópolis, que había aceptado de mala gana el proceso de descolonización, no estaba dispuesta a perder su capacidad de intervención. Tampoco los Estados Unidos, que no iban a dejar en las manos de un africano el país del que obtenían recursos tan fundamentales como el uranio. Ese verano la CIA ya preparaba el asesinato de Lumumba.
Después del 30 de junio los acontecimientos se sucedieron rápidamente: a los pocos días las tropas congoleñas del ejército se rebelaron contra los oficiales belgas y la tensión y los disturbios se extendieron por todo el país, mientras la población blanca huía. Aprovechando el clima de desestabilización  y apoyado por militares y mercenarios belgas, la rica provincia de Katanga declaró la secesión el 11 de julio. Lumumba rechazó la intervención del ejército
belga para pacificar el país y pidió ayuda primero a la ONU y después a Estados Unidos, pero el presidente Eisenhower, no quiso siquiera encontrarse con él. Lumumba se dirigió entonces a la URSS para pedirle los medios de transporte que precisaba para controlar el país. Esa fue otra de las excusas de Estados Unidos, cuyo presidente no dudó en calificar el envío de 100 camiones y 15 aviones de transporte como “invasión soviética”.
El 26 de agosto el delegado de la CIA en el Congo, Lawrence Devlin, recibió un telegrama del director de la Agencia, el poderoso Allen Dulles, confirmándole que la eliminación del primer ministro africano era una “prioridad y un objetivo urgente”.
Diez días más tarde, Lumumba fue destituido de su cargo por el presidente Kasavubu, y el 29 de septiembre su puesto fue ocupado, con un golpe de estado, por Joseph Desiré Mobutu. El 2 de diciembre los soldados de Mobutu lo secuestraron y lo entregaron a los militares belgas que combatían en Katanga al lado del presidente secesionista, Moise Tshombe. A las diez de la noche del 17 de enero, después de ser torturado salvajemente, fue asesinado, junto a dos de sus compañeros, por un pelotón al mando de un oficial belga. Sus restos fueron hechos desaparecer con ácido a la mañana siguiente.
Después de unos meses de guerra civil, en la que combatió Che Guevara, el gobierno del país fue entregado a Mobutu quien, protegido por Estados Unidos y con apoyo del Fondo Monetario Internacional inauguró 32 años de dictadura, cleptocracia y corrupción enormes que llevaron al país a una situación de pobreza y fragilidad extremas de las que no se ha recuperado. Lo que vendría después lo conocemos ya: guerra, millones de muertes, un país desestructurado y una desatención internacional que parece encaminada a permitir sin molestias el expolio de las riquezas del país, entre ellas el coltán, indispensable para los teléfonos móviles
Días antes de morir Patrice Lumumba escribió una carta a su mujer cuyas palabras reflejan su idealismo pero también la esperanza truncada que supuso su asesinato: “Lo que queríamos para nuestro país, su derecho a una vida respetable, a una dignidad sin mancha, a una independencia sin restricciones, el colonialismo belga y sus aliados occidentales jamás lo han querido. Sin dignidad no hay libertad, sin justicia no hay dignidad y sin independencia no hay
hombres libres”.

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