Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2021/12/23/el-estado-absolutista-por-perry-anderson/ DICIEMBRE 23, 2021
EL ESTADO ABSOLUTISTA por Perry Anderson
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Prólogo
PRIMERA PARTE
EUROPA OCCIDENTAL
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- El Estado absolutista en Occidente
- Clase y Estado: problemas de periodización
- España
- Francia
- Inglaterra
- Italia
- Suecia
SEGUNDA PARTE
EUROPA ORIENTAL
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- El absolutismo en el Este
- Nobleza y monarquía: la variante oriental
- Prusia
- Polonia
- Austria
- Rusia
- La Casa del Islam
CONCLUSIONES DOS NOTAS
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- El feudalismo japonés
- El «modo de producción asiático»
Indice de nombres
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PROLOGO
El objeto de esta obra es intentar un análisis comparado de la naturaleza y desarrollo del Estado absolutista en Europa. Sus límites y su carácter general como meditación acerca del pasado se explican en el prólogo del estudio que le precede.1 Ahora sólo es preciso añadir algunas consideraciones específicas sobre la relación de la investigación emprendida en este volumen con el materialismo histórico. Este libro, concebido como un estudio marxista del absolutismo, se sitúa deliberadamente entre dos planos diferentes del discurso marxista que, con frecuencia, permanecen a considerable distancia el uno del otro. Ha sido un fenómeno general de las últimas décadas que los historiadores marxistas, autores de lo que es ya un impresionante corpus de investigación, no siempre se hayan interesado por las cuestiones teóricas planteadas por los resultados de sus trabajos. Al mismo tiempo, los filósofos marxistas que han intentado clarificar o resolver los problemas teóricos básicos del materialismo histórico se han situado con frecuencia muy lejos de los temas empíricos concretos formulados por los historiadores. Aquí se ha realizado un esfuerzo por explorar un nivel intermedio entre esos dos. Es posible que tal intento sólo sirva como ejemplo de lo que no debe hacerse. Pero, en cualquier caso, la finalidad de este estudio es examinar el absolutismo europeo simultáneamente «en general» y «en particular»; es decir, tanto las estructuras «puras» del Estado absoluto, que lo constituyen como una categoría histórica fundamental, como las variantes «impuras» que presentan las específicas y diversas monarquías de la Europa posmedieval. En buena parte de los escritos marxistas de hoy, estos dos órdenes de realidad están normalmente separados por una gran línea divisoria. Por una parte, se construyen, o presuponen, modelos generales «abstractos», no sólo del Estado absolutista, sino también de la revolución burguesa o del Estado capitalista, sin ninguna preocupación por sus variantes efectivas. Por otra, se exploran casos locales «concretos», sin referencia a sus implicaciones e interconexiones recíprocas. Indudablemente, la dicotomía convencional entre estos procedimientos se deriva de la extendida creencia de que la necesidad inteligible sólo radica en las tendencias más amplias y generales de la historia, que operan, por decirlo así, por «encima» de las múltiples circunstancias empíricas de las instituciones y hechos específicos, cuyo curso o forma real es en buena medida y por comparación, resultado de la casualidad. Las leyes científicas –en el caso en que tal concepto se acepte–, se mantienen sólo para obtener categorías universales: los objetos singulares se consideran como pertenecientes al ámbito de lo fortuito. La consecuencia práctica de esta división es que los conceptos generales –tales como Estado absolutista, revolución burguesa o Estado capitalista– se convierten frecuentemente en algo tan lejano de la realidad histórica que dejan de tener toda fuerza explicativa, mientras que los estudios particulares –confinados a períodos o áreas delimitados– no pueden desarrollar o clarificar ninguna teoría global. La premisa de este trabajo es que no existe en la explicación histórica ninguna línea divisoria entre lo necesario y lo contingente que separe entre sí dos tipos de investigación: la «larga duración» frente a la «corta duración» o lo «abstracto» frente a lo «concreto». La división se da tan sólo entre lo que se conoce –verificado por la investigación histórica– y lo que se desconoce, pudiendo abarcar esto último tanto los mecanismos de los hechos singulares como las leyes de funcionamiento de estructuras completas. En principio, ambos son igualmente susceptibles de un adecuado conocimiento de su causalidad. (En la práctica, los testimonios históricos que han llegado hasta nosotros pueden ser tan insuficientes o contradictorios que no permitan formular juicios definitivos; pero ésta es otra cuestión: de documentación y no de inteligibilidad.) Uno de los principales propósitos del estudio aquí emprendido es, por tanto, intentar mantener simultáneamente en tensión dos planos de reflexión que, de forma injustificable, han estado divorciados en los escritos marxistas, debilitando su capacidad para formular una teoría racional y controlable en el campo de la historia.
El verdadero alcance del estudio que sigue se manifiesta en tres anomalías o discrepancias respecto a los tratamientos ortodoxos del tema. La primera de ellas es que aquí se concede mucha más antigüedad al absolutismo, como ya estaba implícito en la naturaleza del estudio que ha servido de prólogo a éste. En segundo lugar, y dentro de los límites del continente explorado en estas páginas –Europa–, se ha realizado un sistemático esfuerzo para dar un trato equivalente y complementario a sus zonas occidentales y orientales, tal como se hacía también en la precedente discusión sobre el feudalismo. Esto es algo que no puede darse sin más por supuesto, ya que, si bien la división entre Europa occidental y oriental es un lugar común intelectual, rara vez ha sido objeto de una directa y sostenida reflexión histórica. La producción más reciente de trabajos serios sobre historia europea ha corregido hasta cierto punto el tradicional desequilibrio geopolítico de la historiografía occidental, con su característico olvido de la mitad oriental del continente. Pero todavía queda un largo camino hasta alcanzar un razonable equilibrio de interés. Con todo, lo urgente no es tanto una mera paridad en la cobertura de ambas regiones cuanto una explicación comparada de su división, un análisis de sus diferencias y una estimación de la dinámica de sus interconexiones. La historia de Europa oriental no es una mera y más pobre copia de la de Europa occidental, que podría yuxtaponerse al lado de ésta sin afectar a su estudio; el desarrollo de las regiones más «atrasadas» del continente arroja una insólita luz sobre las regiones más «avanzadas», y con frecuencia saca a la superficie nuevos problemas que permanecían ocultos dentro de ella por las limitaciones de una introspección puramente occidental. Así pues, y al contrario de la práctica normal, la división vertical del continente entre Occidente y Oriente se toma a lo largo de todo el libro como un principio central que organiza los materiales de la discusión. Dentro de cada zona han existido siempre, por supuesto, grandes diferencias sociales y políticas que aquí se contrastan e investigan en su específica entidad. La finalidad de este procedimiento es sugerir una tipología regional que pueda ayudar a clarificar las divergentes trayectorias de los más importantes estados absolutistas de Europa oriental y occidental. Tal tipología podría servir precisamente para indicar, aunque sea sólo en forma de esbozo ese tipo plano conceptual intermedio que se pierde tantas veces, y no sólo en los estudios sobre el absolutismo, sino también en otros muchos temas, entre las genéricas construcciones teóricas y los particulares casos históricos.
En tercer lugar, y por último, la selección del objeto de este estudio –el Estado absolutista– ha determinado una articulación temporal diferente a la de los géneros ortodoxos de historiografía. Los marcos tradicionales de la producción historia son países singulares o períodos cerrados. La gran mayoría de la investigación cualificada se lleva a cabo dentro de los confines nacionales; y cuando un trabajo los sobrepasa para alcanzar una perspectiva internacional, normalmente toma como frontera; una época delimitada. En ambos casos, el tiempo histórico no parece presentar normalmente ningún problema: tanto en los «anticuados» estudios narrativos como en los «modernos» estudios sociológicos, los hechos y las instituciones aparecen bañados en una temporalidad más o menos continua y homogénea. Aunque todos los historiadores son naturalmente conscientes de que el ritmo de cambio es distinto según los diversos niveles o sectores de la sociedad, la conveniencia y la costumbre dictan frecuentemente que la forma de un trabajo implica o conlleva un monismo cronológico. Es decir, sus materiales se tratan como si compartieran un común punto de partida y una conclusión común enlazados por un simple tramo de tiempo. En este estudio no hay tal medio temporal uniforme, precisamente porque los tiempos de los principales absolutismos de Europa –oriental y occidental– fueron enormemente diversos, y esa misma diversidad es constitutiva de sus respectivas naturalezas como sistemas de Estado. El absolutismo español sufrió su primera gran derrota a finales del siglo XVI en los Países Bajos; el absolutismo inglés fue derribado a mediados del siglo XVII; el absolutismo francés duró hasta el final del siglo XVIII; el absolutismo prusiano sobrevivió hasta finales del siglo XIX; el absolutismo ruso sólo fue derrocado en el siglo XX. Las amplias diferencias en la cronología de estas grandes estructuras correspondieron inevitablemente a una profunda diversidad en su composición y evolución. Y como el objeto específico de este estudio es todo el espectro del absolutismo europeo, ninguna temporalidad singular puede cubrirlo. La historia del absolutismo tiene muchos y yuxtapuestos comienzos, y finales escalonados y dispares. Su unidad fundamental es real y profunda, pero no es la de un continuo lineal. La duración compleja del absolutismo europeo, con sus múltiples rupturas y desplazamientos de una región a otra, condiciona la presentación del material histórico de este estudio. Por tanto, aquí se omite el ciclo completo de los procesos y sucesos que aseguraron el triunfo del modo de producción capitalista en Europa tras los comienzos de la época moderna. Cronológicamente, las primeras revoluciones burguesas acaecieron mucho antes de las últimas metamorfosis del absolutismo; sin embargo, para los propósitos de este libro, son categorialmente posteriores, y se considerarán en un estudio subsiguiente. Así pues, aquí no se discuten ni exploran fenómenos fundamentales como la acumulación originaria de capital, el comienzo de la reforma religiosa, la formación de las naciones, la expansión del imperialismo ultramarino o el advenimiento de la industrialización, aunque todos ellos se incluyen en el ámbito formal de los «períodos» aquí considerados, como contemporáneos de las diversas fases del absolutismo en Europa. Sus fechas son las mismas; sus tiempos están separados. La desconocida y desconcertante historia de las sucesivas revoluciones burguesas no nos atañe ahora; el presente ensayo se limita a la naturaleza y desarrollo de los estados absolutistas que fueron sus antecedentes y sus adversarios políticos. Dos estudios posteriores tratarán específica y sucesivamente de la cadena de las grandes revoluciones burguesas –desde la rebelión de los Países Bajos hasta la unificación de Alemania– y de la estructura de los estados capitalistas contemporáneos que finalmente, tras un largo proceso de evolución ulterior, emergieron de ellas. Algunas de las implicaciones teóricas y políticas de los argumentos adelantados en el presente volumen aparecerán con toda claridad en esos estudios.
Quizá sea precisa una última palabra sobre la elección del Estado como tema central de reflexión. En la actualidad, cuando la «historia desde abajo» se ha convertido en una consigna tanto en los círculos marxistas como en los no marxistas, y ha producido considerables avances en nuestra comprensión del pasado, es necesario recordar, sin embargo, uno de los axiomas básicos del materialismo histórico: la lucha secular entre las clases se resuelve en último término en el nivel político de la sociedad, y no en el económico o cultural. En otras palabras, mientras las clases subsistan, la construcción y destrucción de los Estados es lo que cierra los cambios básicos en las relaciones de producción. Una «historia desde arriba» –una historia de la intrincada maquinaria de la dominación de clase– es, por tanto, no menos esencial que una «historia desde abajo». En efecto, sin aquella ésta acabaría teniendo una sola cara, aunque fuera la mejor cara. Marx escribió en su madurez:
«La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella, y las formas de Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la “libertad” del Estado.»
Cien años después, la abolición del Estado continúa siendo uno de los objetivos del socialismo revolucionario. Pero el supremo significado que se concede a su desaparición final testimonia todo el peso de su previa presencia en la historia. El absolutismo, primer sistema estatal internacional en el mundo moderno, todavía no ha agotado en modo alguno sus secretos o sus lecciones para nosotros. El objeto de este trabajo es contribuir a una discusión de algunos de ellos. Sus errores, equivocaciones, carencias, solecismos e ilusiones pueden dejarse con toda tranquilidad a la crítica de un debate colectivo.
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NOTA
1 Passages from Antiquity to feudalism, Londres, 1974, pp. 7-9. [Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, Siglo XXI, 1979, pp. 1-3.]