Fuente: https://sinpermiso.info/textos/la-vana-esperanza-verde
Àngel Ferrero
26/09/2021
Si no hay sorpresas, es probable que la CDU y su partido hermano bávaro, la Unión Social Cristiana (CSU), consigan no sólo mantener, sino ampliar la distancia con respecto al SPD. Quizá los socialdemócratas logren adelantar a una CDU cuyo candidato no ha conseguido encontrar todavía un perfil propio. Pero lo más probable es que el próximo gobierno de coalición en Alemania incluya a Los Verdes en cualquiera de sus combinaciones: bien en alianza con la CDU (‘coalición negriverde’), bien con la CDU y los liberales del FDP (‘coalición Jamaica’), con el SPD y el FDP (‘coalición semáforo’), o incluso con el SPD y La Izquierda en un tripartito roji-rojiverde (‘coalición R2G’), una opción esta última que, de llegar a ser matemáticamente posible, seguramente no tarde en ser desestimada por socialdemócratas y sobre todo verdes y por la que ahora mismo sólo apuesta La Izquierda, y ello con importantes tensiones internas por las cesiones programáticas que comportaría entrar en un gobierno de estas características. Sea como fuere, parece bastante seguro afirmar que Los Verdes serán clave en la formación del futuro gobierno alemán.
Llegado ese momento, los medios de comunicación publicarán a buen seguro retratos del partido en la línea de lo que hemos visto en las semanas y meses anteriores, cuando Los Verdes despegaban en los sondeos. A estas alturas de poco sirve volver a recordar, por sabidos, los orígenes antisistema del partido y su evolución, que los grandes medios de comunicación destacan, una vez y otra, para celebrar su giro “pragmático” y “realista”. Lo cierto es que ya son muchos los años de ese giro “pragmático” y “realista”: durante la coalición federal rojiverde (1998-2005) –en la que se autorizó la primera intervención militar del Bundeswehr con el bombardeo de Yugusolavia en 1999 y se aprobó una criticada reforma del mercado laboral y las prestaciones de desempleo–, Los Verdes alcanzaron acuerdos con la CDU para gobernar en las ciudades de Saarbrücken (2011), Kiel (2003), Colonia (2003), Kassel (2003), Essen (2003) y Duisburgo (2004). En los años siguientes se sumaron otras ciudades –la más importante de ellas Frankfurt am Main (2006)–, lo que sentó las bases para coaliciones de gobierno a nivel de Land (Estado federado) en Hamburgo (2008-2010), Hessen (desde 2014) y Baden-Württemberg (desde 2016). Tras las elecciones federales de 2017, la CDU, Los Verdes y el FDP negociaron la formación de una ‘coalición Jamaica’, que después de cuatro semanas los liberales dieron por fracasadas. Enfrentados a la posibilidad de una convocatoria de nuevas elecciones que podía suponer un impulso a Alternativa para Alemania (AfD), convertida en tercera fuerza del Bundestag, la CDU y el SPD alcanzaron un compromiso para reeditar por tercera vez con Angela Merkel una Gran Coalición. Al sur de Alemania, el Partido Popular Austríaco (ÖVP) y Los Verdes alcanzaban un acuerdo de gobierno el 1 de enero de 2020. El entonces presidente saliente del Partido Popular Europeo (PPE), el bávaro Manfred Weber, describió en el congreso de la formación celebrado en Zagreb en noviembre de 2019 este tipo de coalición como un “modelo de futuro”. Las negociaciones fueron seguidas con interés por el nuevo presidente del PPE, Donald Tusk, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y, por supuesto, la canciller de Alemania, Angela Merkel. La fórmula “electriza a los cristiano-demócratas”, aseguraba el diario austríaco Die Presse.
La capacidad de Merkel para retener el centro político, la debilidad sin precedentes de la socialdemocracia, los problemas internos de La Izquierda y los liberales… A ojos de la dirección de Los Verdes, todo parecía apuntar a la idoneidad de una coalición con los conservadores. No se trataba sólo de una cuestión de Zeitgeist o de oportunidad política, sino del resultado de los cambios estructurales en su propia base social ocurridos en las últimas décadas: de acuerdo con el politólogo Wolfgang Merkel, Los Verdes son “el partido de las clases medias altas urbanas, si no residentes en metrópolis, con formación universitaria y muy presentes entre la población joven”, una generación que ha crecido y se ha formado políticamente entre los dos gobiernos de Schröder (1998-2002 y 2002-2005) y los cuatro de Merkel (2005-2009, 2009-2013, 2013-2017 y 2017-2021). En consecuencia, su ideología se ajusta bastante bien a lo que Nancy Fraser ha descrito como “neoliberalismo progresista”: “una amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización”. Con la ya a todas luces irrelevante ala izquierda de la formación convertida en un eco lejano del pasado –a veces un pesado fardo que sus dirigentes preferirían enviar para siempre al baúl de los recuerdos, a veces un viejo y descolorido vestido que puede sacarse de ese mismo baúl a conveniencia–, Los Verdes aprobaron un programa encaminado a una coalición con los conservadores y, posiblemente, el FDP, en el que se rechazaron las enmiendas al programa planteadas por las juventudes del partido para expropiar a las grandes inmobiliarias y reducir los precios de los alquileres, aprobar un impuesto a las rentas más elevadas o aumentar el salario mínimo, pero también para elevar el precio por las emisiones de CO2 o acelerar la transición para poner fecha de caducidad al motor de combustión. La co-presidenta del partido, Annalena Baerbock, fue elegida candidata a la cancillería en ese mismo congreso.
La fortuna parecía sonreír a Los Verdes, que a finales de abril lideraban las encuestas (28%), siete puntos por delante de la CDU/CSU, pero la ventaja se redujo a un punto en mayo, con un 25% y un 24% respectivamente, y antes de que terminase el mes los conservadores volvieron a ponerse en cabeza, una situación que no se ha modificado desde el mes de junio. Antes del verano Los Verdes habían desplegado las velas con el ánimo de recoger los vientos que soplaban en el país: la aparición de una nueva generación en el movimiento ecologista movilizada en torno a Juventud por el Clima – Fridays For Future, la importancia misma del ecologismo en el debate público al calor de los estudios más recientes sobre la evidencia del cambio climático, y el cambio de liderazgo en la CDU, una transición menos suave de la que hubieran deseado para sí los propios dirigentes democristianos y a la que vinieron a sumarse las críticas al nuevo presidente de la formación, Armin Laschet, por su gestión de las inundaciones de julio en el Land que gobierna, Renania del Norte-Westfalia, así como las propias inundaciones, relacionadas con el cambio climático. Baerbock había sido elegida como un reemplazo de Merkel, capaz de hacer suya “la alianza hegemónica entre las grandes corporaciones multinacionales (en oposición a los pequeños negocios familiares, más pequeños y conservadores), los conservadores moderados y los liberales urbanos”, como bien ha resumido Thomas Meany en las páginas de New Left Review. No por nada en una entrevista con el periódico Süddeutsche Zeitung el antiguo CEO de Siemens Joe Kaeser elogió la capacidad de la candidata verde para llegar a entenderse con las empresas. “En cuanto a comprensión de las cosas e intereses me recuerda mucho a nuestra canciller actual”, afirmó Kaeser.
Pero como quedó dicho más arriba, Los Verdes no tardaron en comprobar que el suyo era, una vez más, el vuelo de Ícaro. Los tabloides desempolvaron los argumentos tantas veces empleados para atemorizar a los votantes –“el partido de las prohibiciones”, “la implantación gradual de una ecodictadura”– junto con otros nuevos, de corte populista –“un partido que no piensa en el ciudadano de a pie”–, cuyo efecto ha sido, sin duda, mucho menor no sólo por los cambios ocurridos en Los Verdes, sino en la misma sociedad alemana. Sin embargo, una serie de errores de Baerbock, y su gestión a cargo del partido, insuflaron oxígeno a la mortecina campaña de los tabloides y restaron credibilidad a la candidata: en mayo hubo de reconocer que no había declarado al Bundestag que había percibido unos ingresos del partido, en junio admitió que había abultado su currículo y en julio tuvo que hacer frente a las críticas de plagio de su libro, Jetzt. Wie wir unser Land erneuern [Ahora: cómo renovamos nuestro país] (Ullstein, 2021). También en junio Baerbock planteó subir el precio del combustible 16 céntimos, una medida que recordaba a la que provocó en Francia la chispa de la protesta de los ‘chalecos amarillos’ y a la que inmediatamente se opusieron el SPD –su candidato, Olaf Scholz, la tachó de “contraproducente”– y La Izquierda. La copresidenta del SPD, Saskia Esken, pinchó nervio al declarar que este tipo de “maniobras pueden llevar a que los ciudadanos le den la espalda a un compromiso común por el clima.” En julio los medios se hicieron repercusión de voces del partido que reclamaban que el co-presidente del partido, Robert Habeck, sustituyese a Baerbock como candidatoa la cancillería. Habeck declinó y Baerbock tiene ahora por delante la tarea de que su partido remonte en campaña todo lo que ha perdido en estos últimos meses.
Social-liberalismo, con fachada verde
¿Qué cabe esperar de un gobierno si no encabezado, sí al menos con la participación de Los Verdes? Andreas Malm pronosticaba en una entrevista reciente “una desilusión”, como ha ocurrido en Suecia. Pero huelga decir que para desilusionarse con algo primero hay que ilusionarse con ese algo y aquí es donde deberían analizarse tanto la composición social de la base electoral de Los Verdes y de la sociedad alemana en su conjunto como sus campañas electorales, y ello a lo largo de varias décadas, pues hablamos de casi 40 años participando en gobiernos a todos los niveles –municipal, regional y federal– con todos los partidos representados en el arco parlamentario a excepción de AfD. Jutta Ditfurth dio probablemente en la diana en 2011 en una entrevista con el semanario Der Spiegel al decir que “los votantes de Los Verdes quieren ser engañados y ellos mismos se engañan: Los Verdes son el partido de las clases medias altas y también de las brutales”. “Un hombre o mujer de mediana edad con una posición bien remunerada, dos hijos, casa propia, patrimonio, acciones y viajes en avión regulares que vota a Los Verdes porque son chic no se dejará convencer por mi de que Los Verdes no son un partido social porque eso no le interesa para nada”, apostillaba. En su personal ajuste de cuentas con el partido que ayudó a fundar, Krieg, Atom, Armut. Was Sie reden, was sie tun. Die Grünen [Guerra, energía nuclear, pobreza: lo que dicen y lo que hacen Los Verdes] (Rotbuch, 2011), Ditfurth atribuía su consolidación en el sistema de partidos alemán a que “cuanto menos claras son las propuestas, mayor es la superficie de proyección, incluso para propuestas diferentes y hasta opuestas”. Junto con una cuidada estética, Los Verdes consiguen de este modo transmitir la ilusión de ser un partido “medio de izquierdas, ecologista y de algún modo todavía social”, que mantiene, con ese mismo fin, a una pequeña corriente de izquierdas en su seno “mientras no molesten en las decisiones de gobierno”. Y lo mismo se aplicaba, de acuerdo con Ditfurth, a los movimientos sociales, que Los Verdes acostumbran a tener en cuenta tanto “como necesitan para llegar al Gobierno”.
Con todo y con eso, han pasado diez años desde la crítica de Ditfurth, en los que la genética camaleónica Los Verdes ha sufrido algunos daños. El partido ha experimentado por ejemplo fricciones con Juventud por el Clima– Fridays For Future, que considera como poco ambiciosas sus propuestas medioambientales, o con los activistas que ocuparon el bosque de Dannenröder en octubre de 2019 en protesta por la ampliación de la autovía A69, autorizada por el gobierno de coalición entre la CDU y Los Verdes en Hessen y para la cual se talarán al menos 27 hectáreas de bosque. También en Hessen Los Verdes han votado en contra de publicar íntegramente los resultados de la investigación sobre la organización terrorista neonazi Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU)por contener información comprometedora sobre los errores de gestión de los conservadores en el gobierno de ese Land así como sobre el turbio papel de algunos agentes de los servicios secretos del interior, cuya agencia ostenta el burocrático nombre de Oficina Federal para la Protección de la Constitución (Bundesamt für Verfassungsschutz, BfV). El presidente de Baden-Württemberg, Winfried Kretschmann, se ha opuesto sistemáticamente a su propio partido en todas las propuestas para acelerar la puesta fuera de circulación de los vehículos con motor de combustión. Kretschmann ha sido criticado por propios y ajenos por su proximidad con el sector automovilístico, clave del Land que gobierna y uno de los pilares de la economía industrial de Alemania y contra el que, como es notorio, chocará cualquier programa de transformación ecológica que se precie de ese nombre. Según el portal de transparencia del Bundestag –que sólo contabiliza las donaciones superiores a 50.000 euros– Los Verdes han recibido desde 2017 cuantiosas donaciones de organizaciones de empresas del sector metalúrgico e industrial del Sur de Alemania como la Verband der Bayerischen Metall- und Elektroindustrie e.V. o la Südwestmetall Verband der Metall- und Elektroindustrie Baden-Württemberg e. V. En el año 2018 hubo cierta polémica al conocerse que Daimler-Benz donó 40.000 euros a Los Verdes.
Por todo ello, Peter Nowak describió meses atrás en el digital Telepolis a Los Verdes como “el partido de la nueva fase de acumulación del capitalismo”. La argumentación de Nowak merece ser repetida aquí en su integridad. De acuerdo con este autor, “la relación del capitalismo post-fordista con el movimiento ecologista es de naturaleza táctica”, ya que “cuando se trata de la industria fósil”, éste “adopta los argumentos del movimiento ecologista”, pero “cuando se trata del equilibrio ecológico, la cosa cambia”. “Es sabido desde hace décadas que la valorización que el capitalismo hace del medio ambiente tiene consecuencias problemáticas”, por lo que, continúa Nowak, “la urgencia que ha adquirido la cuestión” ha de enmarcarse a la fuerza en una nueva fase de acumulación por desposesión: “De este modo puede desentenderse del movimiento obrero surgido del capitalismo fósil, y con él, de sus éxitos duramente conseguidos”. Como ejemplo, este autor citaba la buena acogida entre Los Verdes del anuncio de Tesla de construir una factoría en Brandeburgo, una localización geográfica que permite a la empresa de Elon Musk aprovechar tanto la elevada concentración industrial de Alemania como la disponibilidad de mano de obra cualificada y con bajos salarios en Europa oriental (en particular Polonia), manteniendo en el proceso la prestigiosa etiqueta de Made in Germany (para la construcción de la gigafactoría de Tesla también se precisa talar cientos de árboles). Una decisión que contrastaba con la conocida oposición de Tesla a los sindicatos en su empresa y con su prolongación del modelo de transporte individual –cuestionado por el ecologismo desde hace décadas– en unos vehículos, por lo demás, reservados por su precio de salida al mercado a compradores con ingresos muy elevados. Refiriéndose a la estrategia comunicativa del gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos (UP), David Rodríguez ha observado hace poco que “hay algo de paradójico en esta renovación del modelo productivo” que impulsan los gobiernos europeos. En opinión de Rodríguez, en estos discursos “aumentan las similitudes con el positivismo modernizador del pasado” y “el paño verde aparece como el argumento definitivo que expulsa al margen de lo ahistórico toda resistencia a la tecnocracia de la clorofila”. “Los dos enemigos ancestrales, el positivismo y el ambientalismo, se funden en uno y devalúan la vida de los seres humanos concretos que viven y sufren en lugares marcados como modernizables”, comentaba.
En política exterior Los Verdes no son mucho mejores: el partido sigue siendo punta de lanza parlamentaria de las llamadas “intervenciones humanitarias” y el que reclama más dureza hacia Rusia y China a la CDU/CSU y el SPD, más acostumbradas a contemporizar por motivos económicos con ambos países. Significativamente, la opositora bielorrusa Svetlana Tijanóvskaya participó en el último congreso de Los Verdes en la jornada sobre cooperación internacional ante la aprobadora mirada de Baerbock y Habeck. No sólo se hace difícil saber cómo pueden hacerse frente a los grandes retos mundiales del siglo XXI, entre ellos claro está el ecológico, sin la participación de China –una de las mayores economías industriales del mundo– ni Rusia –uno de los países con mayores reservas naturales del mundo– y hasta con su oposición buscando en todo momento la confrontación y no la cooperación, sino que esta política pretendidamente guiada por la moral choca, como acostumbra a ocurrir con este partido, con una práctica muy alejada a la realidad. En una entrevista con Deutschlandfunk Habeck se pronunció a favor de suministrar armas “defensivas” a Ucrania, una medida a la que se oponen La Izquierda, el FDP e incluso un sector de su propio partido y que va en contra de las directivas de exportación de armas del gobierno alemán aprobadas por el gobierno rojiverde, que prohíben la exportación de equipos de defensa a zonas en conflicto o amenazadas por el estallido de uno. Lo hizo después de una visita al frente en Donbás que levantó no menos polvareda tras la publicación de una fotografía en la que el co-presidente de Los Verdes aparecía posando con chaleco antibalas y casco en el frente. También Habeck ha sido una de las voces más críticas con la construcción del gasoducto ruso Nord Stream 2. El problema es que el mismo Habeck fue ministro de Medio Ambiente del gobierno de coalición de Schleswig-Holstein con conservadores y liberales que autorizó la construcción de la terminal de gas licuado natural (LNG) en Brünsbuttel, la primera en Alemania. El objetivo de esta terminal –y de una segunda en Wilhelmshaven– es importar el gas natural obtenido por el método de fracturación hidráulica (fracking) en EEUUy transportado por vía marítima cruzando el Atlántico, un proceso que supone una huella de carbono mucho mayor que Nord Stream 2. El gobierno de Schleswig-Holstein con participación de Los Verdes subvencionará con 50 millones de euros la construcción de las terminales LNG en Brünsbuttel y Wilhelmshaven.
La caída de Los Verdes en las encuestas estos últimos meses quizá no sea vista por sus dirigentes con el mismo dramatismo que sus simpatizantes: al fin y al cabo su objetivo era ser socios menores en una coalición con la CDU/CSU y sellar, en palabras del periodista del taz Ulrich Schulte, “un pacto entre la vieja y la nueva burguesía” que facilite la transición a esa nueva fase de acumulación por desposesión de la que hablaba Peter Nowak y que sería gestionada por los “tecnócratas de la clorofila” que mencionaba David Rodríguez. Por repetirlo una vez más, una política con la que no solamente persistirán y se agravarán las crisis medioambiental, social y política de Alemania y del continente, sino que proporcionará abundante munición a la derecha populista que presenta la batería de medidas urgentes planteada por los ecologistas como un mero capricho de las clases medias y altas a costa de las clases trabajadoras. Nada tan poco prometedor de cambios como el título del programa de Los Verdes para estas elecciones: “Alemania: todo está dentro” (Deutschland. Alles ist drin.).