Fuente: https://kaleidoskopiodegabalaui.com/2020/04/26/la-sociedad-que-cura/
El otro día leí un titular –me dio pereza leer el artículo- afirmando que, según un estudio, uno de cada cinco niños y niñas chinas tenían depresión o ansiedad después de finalizar el confinamiento provocado por la pandemia del COVID-19. Este tipo de afirmaciones son habituales entre los profesionales de la psicología y de la psiquiatría que auguran una llegada masiva de personas y familias a los recursos psicológicos y de salud mental. Es probable que así sea.
No soy adivino. Pero la mayor parte de estos profesionales se refieren al confinamiento y a la pandemia como causa de los efectos psicológicos. Es evidente que es una variable que influye pero no creo que sea el motivo principal por el que las personas puedan sentirse tristes, lo cual entra dentro de la normalidad, o nerviosas, que también entra dentro de la normalidad. Acudir a los profesionales de la salud mental por efectos naturales, como la tristeza o los nervios, originados por situaciones vividas, sea una pandemia o el fallecimiento de un ser querido, es una anormalidad normalizada.
Podríamos diferenciar entre sociedades que enferman y sociedades que curan. Las sociedades que curan podrían acoger a la persona nerviosa o triste, y cuidarla. Las sociedades que enferman les derivan a los servicios de salud mental, en los cuales el concepto de iatrogenia es subestimado, rechazado o ignorado. La tristeza, de repente, se convierte en depresión y los nervios en ansiedad. Al igual que a los niños y niñas movidas y molestas se les diagnostica con el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Las sociedades que enferman son aquellas que construyen un escenario conveniente para el desarrollo de estas dificultades y crea instituciones, expertos, técnicas e industria para abordarlas, en un bucle interminable que para muchas personas implica pasar el resto de su vida condicionadas. Personas que se convierten en pacientes. Pacientes que se convierten en trastornadas. Trastornadas que cuando se quieren dar cuenta se encuentran excluidas de la sociedad.
Esta situación la asumimos como natural. Creemos que hay personas que están locas porque algo se ha escacharrado en su interior y ni siquiera valoramos el papel que desempeña una sociedad que expulsa a las personas de sus casas, que las condena a la inactividad y al desempleo o las obliga a aceptar condiciones abusivas para llevar un salario a casa. Esto mantenido en el tiempo. Y después queremos que se porten bien, que no armen alboroto y que respeten las normas. Ahora, familias confinadas en sus minúsculas casas, durmiendo unas encima de otras, sin trabajo, despedidas o erterizadas y sin vínculos y recursos sociales. ¿Podemos decir que esto es causa del confinamiento? Irán a los Servicios Sociales de su comunidad y les derivarán a un recurso terapéutico para que les ayuden en su desesperación, que les insuflen un poco de ánimo para seguir viviendo y que normalicen el caos vital en el que se encuentran. Desgraciadamente no les podrán dar una casa en condiciones, un trabajo con un salario digno o una red social de apoyo mutuo. Igual se vuelven con un diagnóstico o una condena a perpetuidad a una relación crónica con los recursos.
La sociedad que enferma es una sociedad de la desconexión. Nos separa del resto de personas y crea relaciones virtuales. Se establecen relaciones más intensas con personas desconocidas más allá de las pantallas que con las vecinas de la misma escalera. Cuando salimos a la calle estamos solas, rodeadas de gente, y cuando nos conectamos a las redes sociales, sentimos que estamos acompañadas. Las redes forman parte de nuestro mundo interior, que se entrevera con personalidades construidas en base a un ideal y que ponemos en juego con otras personalidades igual de ficticias. Las redes nos obligan a depositar nuestra mirada en nosotras mismas y descarta a las personas que están alrededor nuestro. Se llaman sociales pero en realidad son estancias cerradas que nos mantienen recluidas. Alejadas de la vida que nos rodea, hablando de cosas insustanciales o inmersas en una rabia que volcamos en la abstracción de la red. El capitalismo es la historia de cómo nos han ido recluyendo en nosotras mismas, de tal forma que todo lo que nos pasa está en relación con nosotras y no con el tipo de sociedades capitalistas en la que crecemos. Esta es la trampa en la que hemos caído todas.
La sociedad que cura es la que nos pone en relación. El psiquiatra anarquista Piero Cipriano (1) lo llama intercambiar las identidades, vivir la plaza, intercambiar palabras con otras. Con otras personas que están a nuestro lado y con las que podemos colaborar, escuchar, divertirnos y sentirnos parte. Otras personas con las que podemos crear redes, que no se esconden detrás de las pantallas sino que podemos percibir con cada uno de nuestros sentidos. Tenemos que entrenar la mirada para empezar a mirar hacia fuera, y reconocer a quiénes están a nuestro lado. Esto sí es un ejercicio revolucionario. La sociedad que cura es aquella que nos cuida, que nos proporciona un techo bajo el que podamos residir en condiciones dignas. Es aquella en la que podemos trabajar sin servidumbre ni obediencias ciegas. Aquella en la que prevalezca la idea de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. Una sociedad en la que los miedos, los nervios o la tristeza no estén provocados por la carencia de un hogar, la falta de trabajo o la soledad.
(1) El trabajo de Piero Cipriano es una extensión del realizado por Franco Basaglia, el cual favoreció la aprobación en 1980 en Italia de la Ley 180 que cerró los manicomios. Algunos libros de Piero Cipriano: El manicomio químico y La metamorfosis de la psiquiatría, ambos editados por la Editorial Enclave de Libros.