La máquina es incapaz de cuidar. Sus aceitados engranajes, por la materialidad con la que fueron construidos, están hechos para oprimir hasta la última partícula de nuestros cuerpos. La utopía, el no lugar, se hace presente cuando pensamos que puede hacer otra cosa que reproducir Capital, tomar deuda, encarcelar gente, abandonar personas, desalojar comunidades, asesinar trabajadores. Para eso fue creada desde su genocidio constituyente y para eso se la mantiene con todas las innovaciones de las nuevas razones instrumentales del siglo XXI.

La especialidad de los sofistas de la autoridad política, incrementada en este contexto pandémico, es inundar pantallas y papeles con sentencias como “capitalismo con rostro humano”, “cara más humana del FMI”, “capitalismo verde”, “el Estado somos todos”,  “Estado materno”, “policía del cuidado”, las cuales solo sirven para sus fines publicitarios, entre otros, mantener el sentimiento religioso de la dependencia que nos obliga a la obediencia. De esta manera, la vida, los territorios, los cuerpos y los vínculos entre nosotrxs y el planeta se convierten en medibles, cuantificables y controlables, cosas externas a nosotrxs, ajenidades y propiedades.

Frente a la dicotomía del Estado ausente/presente tan difundida por los nuevos sacerdotes de la patria, tres hechos recientes, el asesinato de Ramona Medina, la represión en el Lafken Winkul Mapu y el asesinato de Luis Armando Espinoza (por mencionar solo tres que han sido discutidos por la opinión pública), nos han mostrado, por millonésima vez, que tendríamos que dejar de hablar de ausencias, sino de una planificación de la miseria de un Estado presente que no dejará de robarnos la vida hasta que dejemos de creer en él y en su hermano inseparable, el Capital, y empecemos a creer en nosotrxs.

¡Todos los gobiernos torturan, matan y desaparecen en democracia!

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