La irrenunciable presencia catalana

Fuente: La Jornada                                                                    José M. Murià                                                                       03.07.21

En los últimos años del siglo XX y, más aún, en estas primeras décadas del XXI, la afluencia de catalanes hacia México ha sido de naturaleza muy diferente a la de antaño.

Por fortuna no tiene ya el aire de tristeza que envolvía a quienes vinieron a quitarse el hambre, de tragedia a los miles de refugiados políticos que salvaron aquí sus vidas y el miedo de quienes escapaban de la opresión y las garras del franquismo que oprimió a España y a Cataluña.

Con el paso del tiempo fueron cada vez más estudiantes que venían a aprender, maestros que venían a enseñar, intelectuales y artistas en busca de nuevas ideas y experiencias, empresarios que habrían de invertir y una buena cantidad de altos empleados de los negocios que se establecieron aquí.

También cabe señalar la importación en calidad de cónyuges y de parejas, con todo y sus ideas y manera de ser, que traen al regresar no pocos estudiantes mexicanos que concurren a estudiar posgrados en prestigiadas universidades e institutos de Cataluña.

Hubo también otro cambio fundamental: la mayoría de los que ahora vendrían lo hacían con la idea, generalmente correcta, de que su traslado no era para siempre o de que era muy improbable que lo fuera… Asimismo, influiría mucho en su estado de ánimo el hecho de que, además de la fácil comunicación electrónica, hoy resulta relativamente sencillo y barato y, residir en México, no implica la obligación de romper con su origen. Todo lo contrario: ahora lo mexicano forma parte del caudal de experiencias que los catalanes llevan consigo en sus frecuentes visitas a familiares y amigos en el solar nativo.

La posibilidad de tomar un avión cualquier día en el aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México y aterrizar tan sólo 10 horas después en el Prat del Llobregat, genera una sensación de cercanía que era imposible imaginar siquiera cuando prevalecía la angustia del alejamiento que padecieron los migrantes de buena parte del siglo pasado.

La irrenunciable presencia catalana tiene ahora, pues, una riqueza diferente y una vitalidad mucho mayor que la del inmigrado de antaño.

Los estudios que se hagan en el futuro de este conglomerado habrán de tener, pues, perspectivas diferentes acordes con las nuevas y mucho mejores circunstancias.

Agréguesele el hecho de que, desde 2018, se haya establecido en México una representación oficial del Gobierno Autónomo de Cataluña, precisamente para fomentar y sistematizar, en pos de un mejor aprovechamiento, las relaciones entre ambos países.

Por el momento es muy pequeñita, pero si saben hacer las cosas bien y le echan ganas, podemos tener la certeza de que con el tiempo habrá de crecer y ampliar su radio de acción, que ahora es excesivamente constreñido.

Es el deseo de muchos mexicanos y, sobre todo, de la mayoría de los catalanes que viven en este país nuestro, que pronto se convierta en una verdadera sede diplomática que fomente aún más las relaciones entre dos pueblos que han sabido avanzar y quererse dándose las manos.

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