Fuente: http://loquesomos.org/la-ilusion-marina-de-antonio-machado/ Arturo del Villar
Arturo del Villar*. LQS. Abril 2020
Su descubrimiento del mar se realizó cuando aún no había cumplido ocho años, en 1883: la familia se trasladaba a Madrid, y el padre quiso que sus hijos mayores contemplasen el mar antes de emprender el viaje, por entender que desde la capital del reino tardarían probablemente mucho tiempo en acercarse a sus orillas
Aunque la relación física de Antonio Machado con el mar fue muy escasa, aparece evocado con frecuencia en sus poemas, hasta el punto de poder afirmarse que es uno de sus temas recurrentes. No podía describir el mar físico, debido a que la mayor parte de su vida permaneció muy lejos de él. Cualquier lector al que se preguntase por el tema fundamental machadiano respondería que es la tierra castellana, con sus caminos polvorientos sus ariscos pedregales o sus árboles secos. Y, sin embargo, el mar constituye una referencia repetida, no en su aspecto físico, sino como una imagen mental muy estimada por su frecuenta.
Sabido esto hemos de aceptar que presenta un valor simbólico relacionado con su concepto de la lírica. Pocas veces pudo verlo, debido a las circunstancias en las que se desenvolvió su vida, casi siempre lejos de una costa que motivara su inspiración, sin ver más agua que la de los ríos, también presentes en sus versos, en este caso con motivo.
Nació en Sevilla, junto al gran rey de Andalucía, como describió Góngora al río Guadalquivir vida, y después residió en Madrid, París, Soria, Baeza y Segovia, antes de que su fidelidad al Gobierno constitucional de la República le llevase durante la guerra a Valencia y Barcelona, y por fin a morir a la orilla del mar en el breve exilio de Colliure. De modo que su interés por asociar el mar con su poesía se debe a motivos intelectuales únicamente, al tomarlo como una imagen totalizadora de algunas aspiraciones convertidas en necesarias para él.
Su descubrimiento del mar se realizó cuando aún no había cumplido ocho años, en 1883: la familia se trasladaba a Madrid, y el padre quiso que sus hijos mayores contemplasen el mar antes de emprender el viaje, por entender que desde la capital del reino tardarían probablemente mucho tiempo en acercarse a sus orillas. Estuvieron en Huelva, Palos y Moguer, de manera que además de encontrarse con el mar conocieron los lugares colombinos, en aquella región cargada de historia que se supone habitaron los tartesios unos trece siglos antes de nuestra era. Demasiada historia para unos niños, que de momento se contentarían con observar los vaivenes de las olas.
Fue una visión fugaz, que ignoramos de qué manera pudo impactar en la mente del niño. Sin embargo, el hombre situó allí años después un importante poema extenso, que contiene la premonición de una escena sucedida en vísperas de su muerte. Debido a uno de esos misterios posibilitados por la poesía, la observación pasajera del mar en la infancia se impondría como una realidad en los días finales de su vida. Esta en otro lugar, en otro país, en otras circunstancias, y ante otro mar con distinto nombre, pero las denominaciones clasificatorias impuestas por los geógrafos no pueden ocultar que todos los océanos y todos los mares son uno solo y único mar en este planeta que llamamos Tierra.
El poema aludido es una de las “Parábolas” incorporadas a Campos de Castilla. Es interesante el calificativo de parábolas para este grupo de ocho poemas escritos por una “Cabeza meditadora”. En ellos se plantean cuestiones como la realidad frente al sueño y la creación de Dios por el ser humano, al contrario de lo explicado por las teorías religiosas. La definición de parábola en el Diccionario de la lengua española elaborado por la Academia explica que es un suceso fingido del que se deduce una enseñanza moral. El lector debe estar atento para meditar sobre ella y sacar deducciones. Los argumentos están imaginados por el poeta, con el fin de incitar al lector a encontrar en ellos una justificación para movilizar sus propias dotes fantasiosas.
Dos actitudes a la orilla del mar
Aparecieron las tres primeras parábolas en el número XVI de la excelente revista madrileña La Lectura, en agosto de 1916. Ahora vamos a analizar la segunda, compuesta por veinte versos en los que Machado describe la actitud de dos hombres sentados a la orilla del mar en Huelva, “en el tartesio llano”, el mismo lugar en donde él lo había descubierto 33 años antes. Está escrita en serventesios alejandrinos, excepto un heptasílabo, con ocho versos rimados en “ar”, seis de los cuales son verbos, y los otros dos mencionan el mar. Desde un punto de vista estrictamente sujeto a la preceptiva literaria no es una composición que pueda ponerse como modelo de escritura, a consecuencia de la facilidad impuesta por las rimas verbales, algo censurado en todas las poéticas. No obstante, conmueve al lector, como sucede con todos los escritos machadianos, y además relata una situación premonitoria que acaecería 23 años después, por lo que bien merece un comentario detenido:
Sobre la limpia arena, en el tartesio llano
por donde acaba España y sigue el mar,
hay dos hombres que apoyan la cabeza en la mano;
uno duerme, y el otro parece meditar.
El uno, en la mañana de tibia primavera,
junto a la mar tranquila,
ha puesto entre sus ojos y el mar que reverbera,
los párpados, que borran el mar en la pupila.
Y se ha dormido, y sueña con el pastor Proteo,
que sabe los rebaños del marino guardar;
y sueña que le llaman las hijas de Nereo,
y ha oído a los caballos de Poseidón hablar.
El otro mira el agua. Su pensamiento flota;
hijo del mar, navega –o se pone a volar.
Su pensamiento tiene un vuelo de gaviota,
que ha visto un pez de plata en el agua saltar.
Y piensa: “Es esta vida una ilusión marina
de un pescador que un día ya no puede pescar.”
El soñador ha visto que el mar se le ilumina,
y sueña que es la muerte una ilusión del mar.
Un hermoso paisaje marítimo con dos figuras sentadas en la orilla. Señala el poeta que la escena sucede en una mañana primaveral, dato accesorio para lo que desea comunicar al lector. En versos paralelos completa el cuadro marcando “la mar tranquila”, que es además “el mar que reverbera”, en femenino y en masculino, cosa que tampoco afecta a la intencionalidad del poema. Con deleite de pintor se recrea en la descripción del apacible ambiente observado, en el que va a incrustar una de sus ideas metafísicas para unir a la vida y la muerte, como de hecho lo están.
Todo es una ilusión
Reunimos así una viñeta descriptiva de dos actitudes diferentes y posibles ante el mar. A ciertos lectores les molestarán esas referencias mitológicas que demuestran la cultura clásica del soñador, sin duda un apasionado de Homero, pero que resultan superfluas, y si no la poseen ellos también no las entenderán, e incluso pensarán que es una errata el que los caballos de Poseidón hablen. También puede extrañar que el poeta utilizase el artículo masculino al mencionar el mar, excepto en el sexto verso, en donde cita “la mar tranquila”, como lo permite la ambivalencia del término en castellano, aunque al oído del lector disuenen las alternancias. Pequeños detalles que no afectan a la intensidad comunicativa de la emoción contagiada por los versos, pero que deben ser tenidos en cuenta.
Aunque los versos dividan las dos actitudes narradas en los versos para distinguir a dos personajes diferentes, pueden darse en una misma persona en dos circunstancias, como lo demuestra el hecho de que ambos se refieran a la fugacidad de la vida. Para el pensador “Es esta vida una ilusión marina”, y para el soñador “es la muerte una ilusión del mar”, de modo que tanto la vida como la muerte son una ilusión. Es inevitable recordar unos muy conocidos versos de Calderón de la Barca, quien dejó aclarado que la vida es “una ilusión, una sombra, una ficción”. Al grupo de escritores llamado del 98, en el que se enmarca a Machado, le entusiasmaba la filosofía de La vida es sueño, aunque Unamuno abominase del verso calderoniano por su pesadez machacona.
A los dos personajes, que muy bien pueden fundirse en la personalidad de Machado, les preocupa el sentido de la vida humana, tendente a la finitud. En su caso es comprensible, porque en 1912 había visto morir a su esposa a los tres años de la boda. Si vida y muerte son ilusorias, todo es irreal para el ser humano. Lo cierto es el mar, imagen del cambio permanente, puesto que sus olas se hallan en constante movimiento para deshacerse y seguir, siempre las mismas y siempre diferentes.
Otro día ante otro mar
Al margen del estricto valor literario de este poema, publicado en 1916 y seguramente escrito por entonces, resulta sorprendente porque predijo o anunció una escena verdadera, representada en los últimos días de febrero de 1939. Sucedió a orillas del mar, aunque no era el tartesio, y tampoco “en la mañana tibia de primavera”, sino en una mañana desapacible de finales del invierno. Lo mismo que tantas familias republicanas deseosas de evitar el genocidio nazifascista, implantado en las localidades conquistadas por los militares monárquicos sublevados y sus colaboradores alemanes, italianos y marroquíes, Antonio Machado, su madre y hermanos cruzaron la frontera francesa en las perores condiciones imaginables.
Llegaron el 28 de enero al puerto pesquero de Colliure, a orillas del Mediterráneo, en la comarca francesa del Rosellón, sin apenas equipaje. Se hospedaron en un modesto hotel, gracias a la generosidad de su propietaria, convertido desde entonces en un monumento histórico, porque en una de sus habitaciones murió uno de los más grandes poetas del siglo XX.
Muy cerca está Argelès-sur-Mer, en donde la República Francesa instaló un campo de concentración para encerrar a los republicanos españoles fugitivos del terror nazifascista. Cercado con alambre de espino y custodiado por soldados senegaleses salvajes, allí se mantuvo a cien mil exiliados, que debieron construirse unos barracones para refugiarse del frío. Muchos de ellos murieron a causa del hambre, la disentería o el tifus. Ahora existe una placa colocada en su homenaje, testimonio de cargo contra la República Francesa, que se negó a colaborar con la Española durante la guerra, impidiendo el paso por su territorio del material bélico enviado generosamente por la Unión Soviética, y tras la derrota demostró la mayor insensibilidad para los fugitivos, en lo que constituye una de las páginas más siniestras de la historia de Francia. No la olvidemos.
Por suerte, Antonio Machado no sufrió esa situación inhumana, porque se murió enseguida de llegar a la tierra enemiga francesa. De no haber sido por ese fallecimiento prematuro, es muy probable que el Gobierno de la Republica Francesa hubiera ordenado su internamiento en ese campo, y después su entrega a los vencedores, como hizo con otras tantas víctimas a su cargo.
Absorto y silencioso ante el mar
La reproducción exacta en 1939 de aquella escena imaginada en 1916, la conocemos gracias al documento escrito por José Machado, el hermano pintor del poeta. Después de haberlo retratado varias veces y de ilustrar su último libro, La guerra, impreso en 1937, quiso trazar también un retrato escrito de sus últimos días compartidos, en el testimonio que tituló Últimas soledades del poeta Antonio Machado, impreso por su cuenta en Soria en 1971. Ahí leemos lo que parece una representación de la parábola comentada, al presentar a dos hombres, un poeta y un pintor, sentados silenciosamente en una playa contemplando el mar:
Ésta fue su primera y última salida. Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena. […]
Hacía mucho viento, pero él se quitó el sombrero que sujetó con una mano en la rodilla, mientras que la otra mano reposaba, en una actitud suya, sobre la cayada de su bastón. Así permaneció absorto, silencioso, ante el constante ir y venir de las olas que, incansables, se agitaban como bajo una maldición que no las dejara nunca reposar. Al cabo de un largo rato de contemplación me dijo señalando a una de las humildes casitas de los pescadores: “Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación.” Después se levantó con gran esfuerzo y andando trabajosamente sobre la movediza arena, en la que se hundían casi por completo los pies, emprendimos el regreso en el más profundo silencio.
En la realidad del desastre, consciente de su terrible situación, los dos hermanos contemplaron el mar en silencio, seguramente con pensamientos diferentes, como aquellos dos hombres imaginados premonitoriamente 23 años antes. El pintor miraba las formas cambiantes de las olas y soñaría tal vez con reproducirlas. Por algo Colliure ha sido lugar de atracción para los pintores, que se asentaron en el pueblo precisamente por la originalidad de sus paisajes, desde Matisse a Picasso. La verdad es que las postales editadas por la oficina de turismo parecen, mejor que fotografías, reproducciones de pinturas, con un espléndido cielo azul y una amplia gama de colores en las calles. En Francia el paisaje siempre es preferible al paisanaje. Es comprensible que la belleza del lugar impresionara al artista, incluso en una mañana desapacible, y le hiciese olvidar por un momento su lamentable situación de exiliado sin recursos en un país enemigo y traidor, y pensara que “Es esta vida una ilusión marina”.
Por su parte el poeta soñaría quizá con lo que pudo ser aquella feliz experiencia republicana, que dio la libertad a su patria después de tantos siglos de tiranía, cortada por unos militares patrocinados por los regímenes nazifascistas europeos. Entrevería a las nereidas, y entre ellas especialmente a Galatea, de la que se enamoró Polifemo, pero ella amaba a Acis. Su trágica historia tuvo un excepcional cantor en Góngora, quien describió la transformación de Acis en un río que llega hasta el mar “lamiendo flores y argentando arenas”. El soñador aceptaría la fábula, pensando “que es la muerte una ilusión del mar”. Ya uno de los poetas favoritos de Machado, al que tenía puesto un altar, Jorge Manrique, metaforizó la vida humana en un río que corre hasta anegarse en el mar, “que es el morir”.
Un pescador en tierra
Sabía que estaba al final de la aventura. Allí iba a terminar todo su afán. Ante ese mar latino cumplió su vida Antonio Machado, después de haberlo contemplado en silencio durante “un largo rato”. Y expresó un deseo irrealizable en sus circunstancias: vivir en una de “las humildes casitas de los pescadores”, esos trabajadores que pasan más tiempo en el mar que en la tierra. De ese modo lo tendría a todas horas en su horizonte, dentro o fuera de casa. Ni siquiera manifestaba un sueño, que sería tan irreal como todos los sueños, sino que declaraba un deseo, aunque al saber que era irrealizable se convirtió en un lamento por una imposibilidad de materializarlo.
Tal vez entonces pensaría que su vida hubiera resultado más feliz, de haber sido un humilde pescador anónimo, en vez de un poeta famoso. El pensador del poema se refería también a “un pescador que un día ya no puede pescar”, para significar la fugacidad del vivir humano en espera del destino inexorable. El pescador trabaja en el mar, pero depende de él, no consigue dominarlo nunca por completo. Así transcurre toda su existencia como “una ilusión marina”. El mar es amistoso para contemplarlo, pero terrible como lugar de trabajo. Y cuando el pescador ya no puede realizar su trabajo cotidiano, es señal de muerte, al concluir su “ilusión marina”.
Aquella escena imaginada se hizo realidad. Allí, sentado en la playa, pensaría el poeta que nadie es capaz de elegir su vida. Las secuencias vitales se suceden como las olas en el mar, sin que el protagonista de esa historia tenga dominio sobre ella para cambiarla. La vida de Machado fue triste, dolorosa, pobre. Dedicó buena parte de ella a meditar sobre su fugacidad, y sobre los efectos del paso del tiempo, y entonces se le materializaba en un momento. Aquella mañana, ante el mar interpretado como una imagen de la muerte, sabía que su tiempo estaba consumido. Quizá entonces pensó que había malgastado su vida con tanto soñar. Sólo la muerte siempre es real.
Una lectura
Era el 22 de febrero de 1939 cuando murió Antonio Machado en el hostil exilio francés. Al día siguiente seis milicianos españoles llevaron su féretro, cubierto con la bandera republicana, hasta el cementerio marino de la localidad, en donde continúa esperando la liberación de su patria. No consiguió residir en una de las casitas de pescadores, su deseo era una entelequia, porque su vida carecía de sentido tras la derrota de la República con la que se había identificado. Derrota y muerte son sinónimos.
Es un poema enigmático. Lo que nos llama la atención en él es comprobar que la imagen poetizada en 1916 se cumplió con personas reales, y el poeta y su hermano como coprotagonistas en 1939. Los seres humanos llamamos destino a la realización de nuestra existencia, como si dependiera de nosotros ponerlo en ejecución a nuestro gusto. El futuro no es previsible. No es creíble que Machado adivinara que un día iba a sentarse junto con su hermano pintor frente al mar, y que los dos lo contemplarían en silencio. No lo adivinó, pero lo anticipó en su parábola lírica.
El Diccionario de la lengua española editado por la Academia, da dos definiciones en su última edición para la palabra vate: la primera es poeta, con la advertencia de que se trata de un cultismo y la segunda es adivino. Nadie puede poner en duda que Antonio Machado es uno de los grandes vates de la literatura castellana. Describió lo que veía y lo que sentía, y quizá lo que adivinaba. Como se recomendó a sí mismo uno de sus “Proverbios y cantares” de las Nuevas canciones, el número LXXI:
Da doble luz a tu verso,
para leído de frente
y al sesgo.
Hemos leído de frente el poema acerca de los dos hombres sentados ante el mar tartesio. ¿Qué ocurre si lo leemos al sesgo? Cada lector opinará a su manera, según su entendimiento de la literatura, que le permitirá verlo a una luz concreta. Es uno de los valores esenciales de la poesía.
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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