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Information Clearing House – 23/03/2021
Traducción del inglés: Arrezafe
El liderazgo de EEUU ha debido establecer un nuevo tipo de récord en lo que se refiere a insultar a los líderes de las otras dos grandes potencias mundiales, con 48 horas de diferencia entre sí, en estos primeros días de política exterior de la administración Biden. Casi como si fueran graduados de «La Encantadora Escuela de Donald Trump».
Es simplemente sorprendente que, al inicio de una nueva etapa de relaciones con Rusia, el presidente Biden tilde de «asesino» y «carente de alma» a Vladimir Putin.
Es igualmente asombroso que se haya elegido un momento de apertura importante en nuestra delicada relación con China para emplear un lenguaje despectivo. ¿Creía Blinken que hacer alarde de testosterona en la primera reunión de alto nivel con los líderes de política exterior de Beijing ayudaría a lograr los objetivos diplomáticos que Washington persigue? Uno se pregunta a quién intentaba impresionar el secretario de Estado: ¿A Pekín, o un determinado público estadounidense?
Sin duda, Estados Unidos tiene sus propias demandas hacia China, y viceversa. Pero este lenguaje insultante y acusador es inmaduro y contraproducente de cara a las futuras relaciones entre Estados Unidos y China y, en consecuencia, con China y Rusia.
¿Y qué mensaje envía este comportamiento a otros líderes mundiales? Plantea serias dudas sobre el profesionalismo y la visión de liderazgo de la nueva administración respecto a si Washington es realmente responsable o está capacitado para ejercer el “liderazgo global” que se atribuye incesantemente.
Que tanto el presidente de los Estados Unidos como su secretario de Estado hayan elegido tan pésimos enfoques respecto a Rusia y China, hará que muchos otros países se muestren ciertamente reacios a adherirse al estadounidense concepto y estilo de liderazgo global.
El grado de hipocresía acerca del «matar» o de las «injerencias extranjeras» es igualmente perturbador, si no miope. Las políticas estadounidenses durante los últimos 20 años o más, han demostrado una manifiesta disposición a matar, en grandes cantidades, en un esfuerzo fallido por lograr objetivos políticos que han fracasado estrepitosamente en casi todos los casos.
Considérense los cientos de miles de civiles iraquíes, sirios, somalíes, libios, iraníes, afganos y paquistaníes que son considerados como poco más que «daños colaterales» en las constantes intervenciones militares estadounidenses. Sin mencionar los asesinatos de funcionarios extranjeros de alto nivel, como el general iraní Qassem Soleimani, el funcionario público más estimado de Irán.
Sin vergüenza alguna ni rubor, Antony Blinken manifiesta que Estados Unidos defiende «el imperio global de la ley», en el autoengaño o la creencia de que tal es el caso. De hecho, Washington siempre ha esperado el apoyo de otros países al estado de derecho internacional, aunque eximiendo a buenos amigos como Israel y Arabia Saudita. Estados Unidos defiende invariablemente su propio «excepcionalismo» al no firmar, deliberadamente, el derecho internacional cuando conviene a sus intereses. Eso incluye asesinatos en el extranjero y el inicio de varias guerras sin autorización a nivel internacional, provocando “revoluciones de color” y negándose a ratificar las Convenciones de la ONU sobre el Derecho Marítimo, los Derechos del Niño o acatar las sentencias adversas de la Corte Internacional de Justicia. Por ello, es difícil entender cómo Blinken puede sentirse cómodo al sermonear a China sobre sus faltas internas, en un momento en el que la democracia y la política social de Estados Unidos nunca se mostraron tan dañadas ante el mundo.
Tal fariseísmo por parte de la administración estadounidense muestra una notable falta de seriedad y honestidad sobre la historia y conducta de Estados Unidos. O, lo que es más inquietante, sugiere que Washington carece por completo de la capacidad de reflexión y autocrítica.
Al final, este inicial encuentro diplomático de alto nivel es quizás lo más angustioso, dadas las grandes esperanzas que muchos estadounidenses tenían de que muchos de sus problemas desaparecerían con la partida de Donald Trump, en lugar de emprender un examen en profundidad, necesariamente doloroso, de los defectos inherentes asentados dentro del sistema estadounidense.
Quizás me equivoque al hacer estas duras observaciones. Tal vez, mostrarse fiero, con todas las armas cargadas, al estilo de los vaqueros de Hollywood en estos primeros enfrentamientos públicos, hará que Moscú y Pekín se lo piensen e incluso retrocedan un poco. Pero lo dudo. Me temo que estos dos eventos vinculados simplemente clavan algunos clavos más en el ataúd de las preciadas aspiraciones estadounidenses de liderazgo y dominio global. En ese caso, podemos ser nuestro enemigo más peligroso si seguimos mirando con nostalgia la ex-hegemonía estadounidense. Para bien o para mal, ese dominio global es, cada vez más, cosa del pasado. Representa un fracaso el no reconocer las peculiares circunstancias por las cuales Estados Unidos jugó un papel global importante inmediatamente después de la terrible experiencia de la Segunda Guerra Mundial, tras el colapso de Europa, Japón y China. Naturalmente, esas condiciones no volverán, lo que significa que Estados Unidos se enfrentará a una realidad futura muy incómoda, para la cual parece estar psicológicamente mal preparado.
Este país tiene, en efecto, algunos motivos para enorgullecerse de su propio e imperfecto orden democrático. Ningún orden democrático es perfecto. Sin embargo, ¿cuánto habremos de reflexionar para reconocer lo que el Partido Comunista Chino ha logrado en los últimos treinta años? ¿Qué es más digno, sacar a 500 millones de personas de la pobreza y llevarlas a una vida digna en una sola generación, o es más digno mantener intacto un sistema electoral estadounidense en el que líderes mediocres o funestos ascienden con más facilidad que los valiosos? Tratar de definir qué constituye un buen gobierno en China o en Estados Unidos no es fácil de responder, depende de los propios valores.
En última instancia, es menos probable que las formas chinas de gobernanza evolucionen a mejor, tal como lo han hecho durante más de treinta años, cuando se hacen comparaciones y exigencias insultantes del comportamiento de un competidor, especialmente las referidas en tantos casos a la política interna china, al tiempo que se otorga carta blanca a nuestros amigos duramente autocráticos.
Estados Unidos es un país que posee extraordinarios dones de creatividad y energía. En este punto, sin embargo, su orden político, socioeconómico y psicológico parece estar languideciendo en la cruz de una búsqueda cuestionable y costosa del dominio militar global total.
Con suerte, se extraerán algunas lecciones aprendidas de esta temprana incursión, singularmente amateur y emocional, de la administración Biden en la diplomacia de alto nivel de Rusia y China.