Fuente: La Jornada/Marcos Roitman Rosenmann 04/06/2020
La derecha madrileña vive en su mundo. Ellos no dan palmas. ¿Por qué deben salir a sus balcones a mostrar su respeto a los trabajadores de los servicios esenciales que han mantenido en pie el abastecimiento de la ciudad? ¿A los del trasporte público, supermercados, farmacias o gasolineras? No hay motivo. Eso sería tanto como proteger el bien común. Su razonamiento es otro. Se les ha privado de la libertad de movimientos. Se consideran rehenes de un Estado totalitario. Y las analogías no faltan. Sus ideólogos no pierden el tiempo para movilizar al idiota social. Vargas Llosa, Aznar, Casado, Rivera, acompañados de las autoridades locales emprenden una nueva cruzada. En Madrid su alcalde, Díaz Almeida, y la presidenta, Díaz Ayuso, se han trasformado en adalides del idiota social. Ellos los consideran un referente. Solicitan que se manifiesten y rompan el sistema carcelario, dirán, impuesto por un gobierno que busca acabar con la economía de mercado.
Promovidas por la derecha, violando las normas mínimas de salud impuestas en cuarentena, sushuestes buscan notoriedad. En sus afiebrados actos, como idiotas sociales, no respetan la distancia de seguridad, ni son capaces de entender que su comportamiento pone en riesgo la vida de los demás. Van a lo suyo. Hacen ruido, mucho ruido, golpean cacerolas, a la par que gritan consignas pidiendo la dimisión del gobierno, dan vítores a las fuerzas armadas y sus equipos de música emiten marchas militares, acompañadas del himno nacional. Ondean banderas, y se cubren el cuerpo con ellas. Portan cristos, celebran misas y rezan pidiendo a Dios les conceda sus peticiones. Reclaman acabar con el confinamiento. Quieren ir de compras, comer en los restaurantes estrellas Michelin, pasear por la Milla de Oro, consumir y sobre todo explotar a sus trabajadores, con el pretexto de retomar la actividad productiva y empresarial. Se consideran los únicos damnificados. No tienen conciencia social ni sentido del bien común, les mueve el egoísmo, el odio y la codicia. Aprovechan cualquier situación para expresar su descontento e inundar las redes de noticias falsas. Todo es válido si el objetivo, hacer caer el gobierno, se consigue. No les preocupan los miles de víctimas del Covid-19, consecuencia de un sistema sanitario debilitado por lasprivatizaciones y residencias de la tercera edad, donde la finalidad ha sido siempre ganar dinero. Los mayores son un buen negocio. Hay que explotarlo. La democracia es cuestión de pobres. Son los muertos de hambre, los sin techo, sin trabajo, los jubilados, los trabajadores a tiempo parcial, con contratos basura quienes exigen cambios y políticas públicas de calidad. Ellos, por el contrario, son gente de bien, empresarios, emprendedores. Sus barrios cuentan con zonas verdes, centros comerciales, cines, teatros, restaurantes de lujo, colegios y clínicas de uso exclusivo. Gozan de un servicio de recolectores de basuras ad-hoc, sus calles están iluminadas y una policía complaciente les rinde pleitesía. Ahora demandan recuperar lo que han dejado de ganar. Ellos no solicitan las migajas del pastel, se sienten dueños del pastel. Por eso se manifiestan. Así, las derechas del mundo movilizan al idiota social, cuya característica esencial es no poseer un ápice de inteligencia. Fácilmente manipulable hace lo que se le ordena. Incapaz de ejercer el juicio crítico y la reflexión, simplemente actúa como parte de un rebaño. En conclusión, respetar el bien común, preocuparse por sus conciudadanos, es cosa de necios. Así, un ejército de idiotas sociales recorre el mundo como expresión de una derecha que ha perdido los papeles y sólo le interesa la política de cuanto peor, mejor. Ellos salvarán a la patria.