La cuarentena, la higiene y los relatos del miedo

Fuente: https://kaleidoskopiodegabalaui.com/2020/08/23/la-cuarentena-la-higiene-y-los-relatos-del-miedo/   Foto de @gabalaui.

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Cuando el SARS golpeó Asia en el año 2003, las medidas que se aplicaron y que consiguieron contener los contagios fueron la cuarentena y la higiene. Las mismas que en la gripe de 1918 o en la peste negra de 1346. No han variado excesivamente las precauciones ante una epidemia. Tampoco las reacciones ante un suceso atemorizante, incierto e invisible. En el siglo 14 algunas personas pensaron que la peste fue enviada por un castigo divino o una conjunción astral. Otras que fueron los judíos, los extranjeros o los peregrinos. En el siglo 20 algunas pensaron que beber alcohol o fumar eran remedios eficaces ante la gripe. En el siglo 21, beber clorito de sodio. Nada de esto servía para explicar el origen de las epidemias ni como medidas de prevención pero sí son [y fueron] asumidas por un sector de las sociedades afectadas. Todo evento intimidante, que nos conecta con la posibilidad de la muerte, junto con la incertidumbre y la información confusa y contradictoria, genera la construcción de relatos alternativos que permitan explicar lo que está ocurriendo, de tal manera que se consiga control mediante la reducción del miedo y la incertidumbre.

La amenaza, la incertidumbre y la falta de información son elementos que suelen acompañar la construcción de narrativas alternativas [fantasiosas y extravagantes, y, en muchos casos, peligrosas]. La política es un área donde proliferan. Pero también en el área de la salud donde existe una corriente muy extendida de personas que defienden la medicina alternativa y denuestan la oficial. Josep Pamiés es uno de los profetas más conocidos en el estado español, con un grupo de seguidores muy fieles y fanatizados. En estos casos habría que distinguir entre los profetas y los seguidores. Los profetas son profesionales del engaño, con una gran capacidad de comunicación, que consiguen con un discurso pseudocientífico convencer a un grupo de personas, algunas proclives a comprar relatos alternativos, fuera de la corriente mayoritaria, y otras vulnerables por padecer una enfermedad, dispuestas a hacer lo que sea por dejar de sufrir. Muchas de ellas encuentran respuestas a preguntas que la ciencia no ha podido o sabido responder o que siendo respondidas, estas personas no han querido escuchar. Aunque estas respuestas sean incorrectas, el efecto que reciben es el alivio, reducen aunque sea temporalmente el miedo y les ofrece una oportunidad, un horizonte más esperanzador que les permita eliminar el dolor y superar la enfermedad.

La pandemia del COVID-19 nos ha colocado cara a cara con la muerte. Además ha trastocado nuestras rutinas, ha puesto en peligro nuestros trabajos y nos presenta un horizonte lleno de incertidumbre. En realidad no es diferente a lo que ya vivíamos. Solo ha aumentado de grado pero nos ha hecho más conscientes del peligro. Una circunstancia perfecta para la proliferación de relatos alternativos, fantasiosos, extravagantes y peligrosos. No se han inventado ahora sino que se han adaptado a la situación. Son relatos conocidos y marginales que tienen que ver con las redes 5G y sus perjuicios sobre la salud, el control social a través de microchips, las posiciones antivacunas, las maquinaciones letales de las empresas farmacéuticas o la conspiración gubernamental que quiere reducir el tamaño de las poblaciones o experimentar con las mismas. Creer en este tipo de narrativas no tiene que ver con el cociente intelectual sino con la capacidad de reducir una emoción básica tan poderosa como el miedo. Y vivimos una realidad en la que el miedo [la incertidumbre, la inseguridad, el sufrimiento, la muerte] prevalece sobre cualquier otra emoción. Se diría que en una situación como esta nos agarramos a un clavo ardiendo.

Una de las implicaciones que tiene este tipo de relatos es que nos alejan de la realidad, lo cual en una situación amenazante como la que vivimos nos pone aún más en riesgo. La consecuencia práctica es poner en cuestión las medidas de prevención, como la cuarentena y la higiene, que han sido eficaces anteriormente en otras epidemias. El uso de las mascarillas es un ejemplo de esto. Es verdad que ha estado acompañada de informaciones contradictorias sobre la necesidad de su uso por parte de las instituciones sanitarias y el gobierno español. Esta información poco clara ha ayudado a que la idea de que no son necesarias pueda calar en sectores escépticos. La realidad es que el uso de las mascarillas es un remedio utilizado en los países más acostumbrados a sufrir este tipo de epidemias desde hace décadas y ayuda a reducir el riesgo de contagio. Han venido para quedarse como en Hong Kong o en Beijing. Al menos hasta que no se diseñen otros métodos más efectivos. En una situación de alarma sanitaria lo más sensato es cumplir las medidas de prevención porque son las que nos van a ayudar a reducir el riesgo y a dejar atrás esta pandemia.

Otra de las implicaciones es que mientras miramos al cielo buscando los más de 20.000 satélites que emiten radiación para darnos la cobertura 5G, obviamos lo que realmente nos afecta. Los indicadores de exclusión social y pobreza, la discriminación y el racismo, el deterioro del medio ambiente, la erosión de los servicios públicos, la servidumbre laboral y el desempleo y los privilegios económicos y sociales de las élites dominantes. No hay que imaginar escenarios apocalípticos en los que nos van a introducir microchips a través de las vacunas para controlarnos. Ya nos controlan. Lo curioso es que esta realidad no es suficiente para movilizar a los escépticos fantasiosos. Miles de personas se movilizan en la plaza de Colón de Madrid para cantar al sol y al amor mientras la Comunidad de Madrid de Isabel Díaz Ayuso dispensará 50 millones de euros a 14 empresas para construir un hospital. Los relatos alternativos no son nuevos pero tampoco lo son las prácticas de los gobiernos que disponen del dinero público a su antojo. Los creyentes de estos relatos hacen, sin saberlo, el juego a un sistema, encantado de hacer negocios mientras aquellos se dan abrazos y lanzan alabanzas al amor a los pies de la gigantesca bandera rojigualda de Colón. No pudieron elegir mejor escenario.

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