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LA ACTUALIDAD DEL DISCURSO CRÍTICO. Conferencia de Bolívar Echeverría (2006)
Conferencia de Bolívar Echeverría en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UAM) en septiembre de 2006. Publicado en revista “Contrahistorias”, p. 77-86
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Antes que nada, quisiera agradecer a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México por invitarme a participar en este Coloquio sobre la Crítica de la Economía Política. Me gustaría enfocarme, muy brevemente, en abordar una suerte de definición de lo que habría que entender por “Crítica de la Economía Política”. Como ustedes saben, Crítica de la Economía Política es el subtítulo de la obra principal de Karl Marx, El Capital. Con este subtítulo, su autor intenta delimitar el tipo de ciencia que el lector va a encontrar en su obra, y lo está caracterizando justamente con este término: el término de crítica. Él no nos ofrece –como nos lo indica– un tratado más de economía, de ciencia económica o de economía política, escrito desde la perspectiva de la clase obrera, sino que nos ofrece un discurso diferente al discurso de la economía política.
Es decir que Marx no continúa la línea de los grandes científicos de la economía, sino que rompe con esa línea, y esa ruptura es justamente la que él quiere subrayar al decir El Capital, una obra de Crítica de la Economía Política. De este modo, está inaugurando un tipo de discurso que vendrá a ser reconocido apenas en el siglo XX, por teóricos como los de la Escuela de Frankfurt, y a finales de ese mismo siglo, por una serie de corrientes que han reconocido la importancia que tiene el desarrollar un discurso específicamente crítico de la modernidad que caracteriza a nuestro mundo, de esa modernidad que, tal como estamos viviéndola en estos días, parece conducirnos directamente hacia una catástrofe.
Para aproximarnos a la idea de la crítica de la economía política, creo que es un tanto necesario hacer referencia a una frase que Karl Marx escribe en el manuscrito que redactó, junto con Engels, sobre La ideología alemana. Es un manuscrito que corresponde a la época juvenil de Marx, y se trata de una frase muy conocida que dice que “las ideas dominantes en una época, son las ideas de la clase dominante”. Es una frase hasta cierto punto muy sencilla, y muy convincente de entrada.
En un primer acercamiento, parece lo más obvio del mundo que las ideas que dominen sean justo las ideas de las clases que tienen el poder, de las clases dominantes. Pero esto es así sólo a primera vista, en tanto que esta frase de Marx parece describir una situación en la que los diferentes puntos de vista sobre la realidad, correspondientes a las distintas clases sociales, se encontraran compitiendo por predominar en el escenario de la opinión pública. Una situación en la que tal predominio proviniera de la mayor capacidad de una de las clases para disponer de los medios de comunicación masiva, y así difundir su punto de vista, acallando la expresión de las otras clases.
Y efectivamente, si la clase dominante tiene este poder es obvio que va a poder difundir de mucho mejor manera sus ideas, y no sólo eso, sino que va a estar en capacidad incluso de acallar a las otras clases e imponerse sobre sus puntos de vista. Esta es, a primera vista, la descripción que se desprende de la frase de Marx sobre cómo las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante. Este sentido de la frase de Marx es sin duda muy atinado, y una prueba de ello la tuvimos en la pasada contienda electoral en México, en la que el control monopólico privado y la manipulación sin escrúpulos de los medios de comunicación por los partidos del continuismo y por el gobierno, llegó a secuestrar el escenario de la opinión pública.1
Acabamos de vivir un periodo en el cual el espacio de la opinión pública, que se supone que es el fundamento de toda existencia republicana, y por lo tanto también de la democracia republicana, este lugar en donde los ciudadanos pueden confrontar sus distintos puntos de vista, simplemente estuvo secuestrado, es decir que los ciudadanos no pudieron hacerse presentes ahí, no pudieron exponer sus ideas ni tampoco discutirlas.
El escenario de la opinión pública estuvo totalmente manipulado, totalmente copado por los partidos del continuismo, por el gobierno, y la opinión pública nunca se generó. En verdad lo que hubo fue una opinión pública completamente sustituida, dado justamente el predominio de la clase dominante sobre los medios de comunicación masiva. Podríamos entonces quedarnos hasta ahí, satisfechos con una explicación de qué quiere decir la frase citada, del por qué el dominio de las ideas de la clase dominante en una determinada época. Sin embargo, creo que conviene tener en cuenta un sentido mucho más radical que Marx le da a esta frase, y que es lo que da pie a la peculiar ruptura epistemológica que le lleva a pasar del cultivo de la ciencia de la economía política, a la crítica de la economía política propiamente dicha.
La frase de Marx puede ser entendida de una manera más radical, la que planteada en términos un tanto abstrusos, podría decir que el dominio ideológico de la clase dominante proviene de una subcodificación del código lingüístico, acorde con lo que Marx llama la subsunción real de la tecnología o de la estructura técnica del campo instrumental moderno, al peculiar modo capitalista de reproducción de la riqueza social.
Esta lectura un tanto compleja, puede comprenderse más fácilmente si la enfocamos de la siguiente manera: el dominio de la clase dominante proviene de las cosas mismas, puesto que las cosas mismas “hablan” podríamos decir así, entre comillas, a favor de la modernidad capitalista, desde la configuración misma del sistema de necesidades de consumo y del sistema de capacidades de producción de la sociedad. Así planteada, la frase de Marx es una frase mucho más radical y bastante más desoladora, puesto que lo que dice es que el código lingüístico con el que hablamos, y con el que por tanto construimos nuestras ideas, nuestros argumentos, no es un código libre, y que la lengua no está allí limpia, pura, desinteresada, al servicio de las necesidades que tenemos de exponer o de expresar nuestras ideas, sino que ella misma está ya subcodificada. Es decir, que el código de la lengua tiene un dispositivo que la hace funcionar en un sentido apologético de las ideas propias de la clase dominante.
¿Y por qué ocurre esto? Porque, como Marx señala, existe una subordinación técnica del proceso de vida de la sociedad, del proceso de producción, distribución y consumo de los bienes, al proceso de valorización del capital. Marx le llama la “subsunción real o técnica” de la reproducción social bajo el modo de producción capitalista. Es decir, la sociedad no sólo tiene unos medios de producción que están produciendo de manera capitalista, y que también sería posible que produjeran de otra manera que no fuera la capitalista, sino que el modo de producción se ha implantado y ha impregnado de tal manera el proceso de producción y consumo de los bienes, que ha afectado a su propia estructura técnica.
Por consiguiente, la tecnología del proceso de producción y consumo no es una tecnología indiferente, que pueda ser empleada en un sentido o en otro, sino que es una tecnología estructuralmente capitalista, es decir que el cómo producimos y consumimos, o cuál es el conjunto o repertorio de los bienes que estamos produciendo y consumiendo, está siendo determinado por las necesidades de acumulación del capital. Y estas necesidades de la acumulación se plasman, por ejemplo, en la estructura citadina misma, en la estructura urbana. Porque la ciudad está ahora hecha para funcionar en el sentido del capital, y aunque toda ella está sirviendo a los habitantes, lo hace sólo siempre y cuando estos habitantes estén produciendo, moviéndose, transportándose, en suma existiendo, para la acumulación del capital. Se trata, por lo tanto, de la subsunción real, como Marx le llama, de la tecnología, de la estructura técnica de todo el campo instrumental, al modo de reproducción social capitalista.
Y en este sentido, nos dice Marx, las loas a la estructura capitalista de la sociedad, la apología del sistema capitalista, la están cantando las cosas mismas, las fábricas, el conjunto de bienes que se nos ofrecen como los únicos bienes que son propios de los seres humanos, dejando de lado una infinidad de otros bienes que uno podría imaginar como factibles de producir y consumir, todo ese repertorio nos está recitando las loas al capital.
Así, hablar dentro del marco de la opinión pública de la modernidad capitalista, es un acto que conlleva una tendencia apologética del modo de producción capitalista. A tal punto llega esta aseveración de Marx, que podríamos decir que, en el estado normal de la vida cotidiana moderna y capitalista, no son los seres humanos los que usan al habla o lengua para comunicar sus ideas, sino que son las significaciones generadas espontáneamente por el aparato productivo capitalista, por el Estado capitalista y por sus instituciones nacionales, las que usan como vehículo a la comunicación entre los seres humanos, las que se infiltran en esta comunicación y le imprimen una sobredeterminación, o una connotación procapitalista a todo el proceso comunicativo, y a todas las ideas que se producen, y transmiten, y consumen en él.
Este es el panorama desolado que nos está mostrando Marx. No es solamente el hecho de que hay un campo de la opinión pública, en el que las clases están enfrentando sus puntos de vista, y una de ellas, porque es más poderosa, se impone sobre las otras. No es sólo esto. Marx nos está diciendo que el proceso mismo de producción de significaciones, y por lo tanto de significaciones lingüísticas, está marcado por el hecho de que lo capitalista se ha impregnado ya en la propia estructura técnica de los medios de producción. En este sentido, parecería que estamos ante una situación en la que los seres humanos, por más que quieran otra cosa, siempre que hablen estarán haciendo loas a la modernidad capitalista. Sin embargo, hay que subrayar también que en el estado normal de la vida moderna sucede esto, efectivamente, pero que la vida moderna no vive hoy una normalidad. En realidad los momentos de normalidad, si bien son los más poderosos, los que se imponen sobre los otros momentos de la vida social, son momentos que ahora son cada vez más estrechos.
Porque la sociedad capitalista es una sociedad que actualmente se encuentra en crisis. De modo que por todos lados vemos cómo la modernidad capitalista hace agua. Y en este sentido, los seres humanos no están funcionando normalmente dentro del sistema capitalista, sino que están funcionando disfuncionalmente. La disfunción que le gustaba subrayar a Marx era la de la clase proletaria, ya que no obstante que ella está dentro de la sociedad burguesa, funciona de una manera disfuncional, está con un pie fuera de la sociedad capitalista moderna. Y por ello, desde una perspectiva “anormal”, la clase proletaria puede mirar a distancia y criticar a la modernidad capitalista.
Pero esto que Marx veía en el caso de la clase proletaria es algo que se ha generalizado, es decir que ya no es necesario pertenecer a la clase del proletariado para vivir esta anormalidad, y para poder tener esta perspectiva crítica respecto de la sociedad y de la modernidad capitalistas, sino que esta anormalidad aparece por todas partes, en todos los niveles de la vida social y sobre todo, por supuesto, en las clases dominadas.
Por lo tanto, para Marx, hablar críticamente de la sociedad capitalista, lo que en su época era hablar desde la perspectiva del proletariado, implica toda una estrategia. No es cosa de ponerse nada más a gritar en contra de lo que vemos como modernidad capitalista, sino de saber exactamente de qué manera formular las aseveraciones, para que éstas afecten en verdad a lo que está siendo dicho por el aparato ideológico de la sociedad moderna capitalista. Y es esta consideración la que fundamenta la determinación de Marx de ser no un científico de la economía política, un científico económico más, sino más bien un crítico de la economía política. Lo que hace Marx en su libro es, como él mismo lo dice, reconstruir paso a paso todas las categorías de esta ciencia económica, incluso en ciertos momentos perfeccionarlas, para que la ciencia de la economía política brille en toda su plenitud. Pero hace esto de una manera tal que esa ciencia caiga por su propio peso y se desmorone, en tanto que es una ciencia ideológica, en tanto que es una ciencia que canta loas al modo de producción capitalista.
Su libro de El Capital, por lo tanto, es un libro sumamente complejo, o por lo menos sumamente capcioso, puesto que sus exposiciones científicas están siempre acompañadas de una estrategia argumentativa que destruye desde adentro a las categorías propias de la ciencia económica moderna. Su obra tiene entonces esta increíble valía, la de inaugurar un tipo de discurso, una estrategia discursiva científico-crítica, que hace posible reconocer la realidad de lo que es la producción, la circulación y el consumo de la riqueza social, pero venciendo los obstáculos que a esta descripción de la verdad le opone el hecho de que se hace con un aparato lingüístico que está sobredeterminado por la presencia de una subcodificación capitalista.
Este es entonces el sentido de la crítica de la economía política. Por eso el de Marx no es un libro como el de Proudhon, un famoso y muy brillante libro como es la Filosofía de la Miseria. No se trata de un libro en el que, como hace Proudhon, por ejemplo, se examinan todas y cada una de las categorías de la economía política, insistiendo en un punto de vista revolucionario y proletario, y echándole al mismo tiempo en cara a la ciencia de la economía política el hecho de que está al servicio de la clase dominante. No es ese tipo de crítica lo que hace Marx en El Capital. Aquí Marx más bien deconstruye la ciencia de la economía política, mostrando de dónde surgen sus categorías, cómo surgen y cómo, por lo tanto, pueden caer por su propio peso.
El Capital es un libro sumamente complejo, cuya estructura se mueve en tres pasos de argumentación muy bien preparados por Marx, tres pasos que él consideraba que constituyen toda una obra de arte. El primero es un paso sumamente importante, el de la descripción de lo que es la riqueza social capitalista, tal y como ésta se presenta espontáneamente, es decir, dentro del discurso apologético de la riqueza moderna capitalista. Se trata de la fórmula general del capital (D-M-D’). Dentro de la descripción de ésta, Marx encuentra un punto problemático, que consiste justamente en su decir que:
“en la sociedad moderna todo el proceso de producción tiene lugar por el hecho de que hay alguien que tiene dinero, y con ese dinero compra una mercancía que es milagrosa, cuyo milagro consiste en producir más valor, así que vende esa misma mercancía a un precio incrementado y se queda con grandes ganancias”.
¿Cuál es esa mercancía milagrosa, se pregunta Marx, que el capitalista, el dueño del dinero, encuentra en el mercado? Esa mercancía milagrosa no es otra que la capacidad o la fuerza de trabajo de los trabajadores. Los trabajadores son poseedores de una fuerza de trabajo cuyo valor de uso consiste, para los capitalistas, en la producción de valor, de plusvalor, y por ello entonces es que funciona la fórmula general del capital, y es por eso que todo parece funcionar perfectamente en esta sociedad. ¿Por qué? Porque el capitalista cumple con absolutamente todas las leyes de la equivalencia, al momento de comprarle a un propietario privado, igual a él en derechos, al proletario o trabajador, al comprarle una mercancía y luego revender esa mercancía a otra persona que la compra a un precio incrementado. De modo que el milagro consiste en que esa mercancía que él ha comprado tiene la capacidad por sí sola de generar valor.
A partir de esta primera observación crítica de Marx en El Capital, se abre un segundo momento argumental, muy amplio, el más complejo, el más rico de su obra de Crítica de la Economía Política, que es el del examen o el descubrimiento de las leyes fundamentales del proceso de producción, circulación y consumo de la riqueza capitalista, y que ocupa el resto de todo el primer libro y también todo el segundo libro de El Capital. Y es apenas en el tercer libro, que Marx entra en una tercera etapa, en la que, con los conocimientos elaborados en la segunda, desmitifica esa fórmula que a primera vista es una fórmula incuestionable, la fórmula general del capital (D-M-D’), y nos muestra en el tercer libro cuál es la realidad de la riqueza social capitalista. Esta es la estrategia que Marx desarrolla en tres grandes libros, que no logró ni siquiera concluir. Tenemos el proyecto, tenemos los manuscritos, pero la redacción final de estos tres libros no la tenemos. El Capital de Marx es una obra fabulosa, pero es una obra fabulosa incompleta. Lo que tenemos es esta estrategia discursiva que les he indicado.
Ahora bien, insisto en que esta construcción teórica de Marx se vuelve necesaria, por el hecho de que sólo así es posible romper esa barrera de que las ideas dominantes en una época son las ideas de la clase dominante. Sólo así es posible deconstruir ese discurso monótono, repetitivo y apologético que está surgiendo a cada instante del proceso de trabajo, del proceso de circulación, de las calles, de las casas, de las fábricas, de los hogares, de todas partes. Ese discurso que dice: “Sí, así como es, así debe ser. No hay otro mundo posible. O la riqueza es capitalista o no es riqueza…”. Esta es la letanía que repite una y otra vez todo el aparato de producción de ideas, y por lo tanto todo el aparato de la opinión pública.
Me gustaría, después de indicar esta brevísima observación acerca de en qué consiste la Crítica de la Economía Política, hacer una última observación.
La Crítica de la Economía Política no es la crítica inspirada en una impugnación al tipo liberal de gestión de la vida económica moderna, en tanto que podría ser conducida por un tipo de gestión diferente, más eficiente y más justa, por ejemplo el tipo de gestión socialista. La Crítica de la Economía Política no está inspirada en esta impugnación, sino en una actitud mucho más radical y mucho más profunda que es la de la afirmación de que esta vida económica, en tanto que vida económica capitalista, bien podría ser sustituida por una vida económica de un orden totalmente diferente y superior, un orden postcapitalista o comunista. Esta es la conexión de la Crítica de la Economía Política con los movimientos de la clase obrera y con la historia crítica en general. Ya que esa Crítica de la Economía Política pertenece en verdad al discurso comunista.
E insisto en que el discurso comunista no es el discurso que se inspira en la necesidad de impugnar sólo el tipo de gestión liberal de la economía y de propugnar otro tipo de gestión de esa misma economía, sino que parte de la idea de que es necesario impugnar la vida económica misma en tanto que es vida económica capitalista, planteando a la vez que ella sí puede ser sustituida por una vida económica postcapitalista o comunista. Es decir, es un discurso que va contra el dogma absoluto que ha regido durante todo el siglo pasado, y que comienza a regir en éste, de que la producción de la riqueza sólo es posible si es capitalista, de que puede ser más o menos favorable a las necesidades de los trabajadores, pero que siempre es y será capitalista.
El discurso crítico de Marx es un discurso que no se aviene con esto, un discurso que afirma que sí es posible otro tipo de vida económica, una vida no capitalista, una vida comunista. Se trata como ustedes ven, de una posición que hoy es minoritaria dentro de la izquierda, la posición comunista, cuya ciencia es la crítica de la economía política. Y es una posición minoritaria, puesto que dentro de la izquierda predomina la creencia, hay que reconocerlo, en el continuo irrompible de la vida económica moderna como vida capitalista. Y predomina, pese a todo, la idea de que la modernidad capitalista es un destino ineluctable.
Se trata sin duda de una posición difícil, esta que es asumida por la Crítica de la Economía Política, pues es la posición del comunismo, la que tal vez no tenga [aún] una actualidad inmediata en nuestros días, pero que es una posición digna de tenerse en cuenta por todos los que son de izquierda, porque muestra el horizonte que se delinea desde esta meta de una sociedad diferente, de una sociedad superior. Delimita un horizonte, en referencia a la meta de esa modernidad postcapitalista, de esa modernidad que ha dicho no a la forma capitalista que parecería ser connatural a ella, y por lo tanto, eterna. Dice no a esta forma de economía que, como les decía anteriormente, nos está llevando paso a paso a la catástrofe.
Muchas gracias.2
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Preguntas del público
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Sobre el planteamiento que habíamos hecho antes, acerca de en qué consiste propiamente lo que se llama el dominio ideológico. Como decíamos, no es solamente el que las clases dominantes puedan disponer de los medios de comunicación masiva, sino que la ideología habla desde las cosas mismas, es decir, que está inmiscuyéndose en los procesos mismos de producción de significaciones que desarrollamos cotidianamente. Es decir que muchas veces hablamos en pro del capitalismo, incluso cuando estamos hablando en contra de él. Esa es un poco la idea.
Usted observa, muy atinadamente, que el triunfo de esto que Adorno llamaba “la industria cultural”, es algo apabullante, y en muchos sentidos creo que usted tiene toda la razón. Basta mirar esto que decíamos, la idea del dogma de que la producción o es capitalista o no es, es un dogma prácticamente incuestionado. Al final decía que esta posición de la crítica de la economía política es muy difícil y minoritaria, porque incluso entre las fuerzas de la izquierda socialista no se encuentra esta impugnación del dogma. El dogma está ahí, vigente, y es un dogma que está permeando todos y cada uno de los actos de la vida cotidiana, y en ese sentido uno podría decir que estamos en verdad ante el triunfo total y absoluto de la industria cultural, y por lo tanto del sometimiento de todas las personas a esta forma moderna capitalista de la existencia social.
Sin embargo, creo que estos temas no deben plantearse en términos de una guerra entre dos ejércitos o algo así, en el sentido de que se van ganando o perdiendo posiciones, sino que es un proceso en el que todo está en juego en todo momento, es decir que el predominio total que parecería eterno o definitivo, muy bien puede sumirse y colapsar en cosa de horas o de semanas, e igual algo que uno cree tener ya ganado, como las posiciones de clase proletarias que supuestamente ya se tenían ganadas, pueden perderse también inmediatamente. Creo que es interesante tener en cuenta que este proceso de subordinación ideológica es un proceso que está aconteciendo día a día, segundo a segundo, y en cada uno de los procesos vitales de todos nosotros. Y en este sentido, creo que la sujeción o la rebeldía frente al modo de producción capitalista y a esto que estamos viendo, es algo que está siempre en juego.
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[En este momento de la conferencia volvemos a repasar el atribuido ¿hedonismo? epicúreo]
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En ese sentido, creo que la resistencia a la modernidad capitalista está permanentemente apareciendo por todas partes, aunque su modo de manifestarse sea a veces bajo la forma de que esa resistencia, inmediatamente, es sometida y destruida, o anulada, o integrada, o lo que se quiera. Lo que yo veo es un proceso de gestación de resistencias permanente, que está surgiendo todo el tiempo en los individuos y en las comunidades. El problema está en que esa resistencia es inmediatamente absorbida y dominada por todos estos aparatos.
En este sentido, creo que por un lado puede verse d asunto como una crisis total de la resistencia, pero por otro lado, puede verse también como una crisis total del sistema en cuanto tal, puesto que esta resistencia está gestándose todo el tiempo. A veces logra manifestarse, cohesionarse, proponer o decir algo, y otras veces no. Acabamos de ver hace unas semanas cómo hubo la posibilidad de decir no, de resistir abierta, coordinada y solidariamente, aunque ésta es una posibilidad que bien pudo no haberse dado. Así que no hay cómo hacer cálculos respecto de si estamos ganando o perdiendo, si la crisis es global o no lo es, sino que todo esto es algo que está en pleno movimiento, en un completo proceso de metamorfosis, en un proceso muy proteico, en el que es difícil establecer con frialdad sociológica cómo vamos, cómo gana la reacción o cómo se consolida la resistencia.
Aunque creo que igual puede hablarse, como usted dice, de que hay un triunfo absoluto de la imposición ideológica, y la prueba estaría justamente en la creencia en ese dogma de que o seguimos viviendo así o no podemos vivir, de que la modernidad o es capitalista o no es. Dogma terrible que, sin embargo, está siendo respetado a pie juntillas por los sectores dominantes, pero curiosamente también por los que están luchando en contra de esos grupos dominantes. Porque en una gran parte de la izquierda, la idea de que sea posible organizar la vida social de una manera no capitalista, sin dejar sin embargo de ser modernos, es algo que les resulta verdaderamente imposible siquiera de imaginar. Pero no obstante, creo que esa es la perspectiva que debería afirmarse.
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Quisiera decir lo siguiente. Creo que estos hechos que estamos observando, y que seguramente vamos a observar cómo se agudizan en los próximos decenios, los del ecocidio y el genocidio, son procesos que tienen que ver con cambios muy radicales en la configuración del capital y de la acumulación del capital. Creo que todo esto está vinculado con un proceso de larga duración, en el que el capital, que como nos dice Rosdolski sólo existe bajo la figura de los muchos capitales, necesita adquirir concreción para poder funcionar, y necesita manejar o manipular a seres concretos, lo que lo ha llevado a concretarse a través de los Estados nacionales, es decir de esas empresas de acumulación de capital asentadas sobre el monopolio de ciertos medios de producción no producidos pero especialmente productivos como el territorio, y de ciertas poblaciones de características étnicas o antropológicas en general, igualmente aprovechables para la acumulación del capital. Y es esta consolidación o reproducción del capital bajo esta forma de los Estados nacionales, la que ha entrado recientemente en crisis. Porque el capital ya no necesita concretizarse a través de los Estados nacionales, y está adquiriendo ahora otros tipos o dimensiones de concretización, mucho más sutiles y mucho más complejos.
En este sentido, la historia del capitalismo que se realiza a través de Estados nacionales capitalistas y de naciones, ha pasado hasta cierto punto a un segundo lugar. Vivimos ya la época en la que tenemos que pensar la función de las naciones postnacionales, por ejemplo. Y creo que todo esto tiene que ver con el hecho de que al dejar de necesitar a esas empresas estatales capitalistas, el capital ha pasado a conectarse de manera directa con las poblaciones y con los territorios. Así, el hecho o la necesidad de circunscribir territorios nacionalmente ya no es importante, ni tampoco lo es el asentarse sobre un conglomerado humano muy específico, que tenga que ser manipulado monopólicamente por un Estado, ya que todo esto se ha superado y liberado. Pues ya la fuerza de trabajo no tiene que estar acumulada en un territorio, y este último no tiene ya que ser defendido en términos nacionalistas para que funcione la acumulación del capital.
Por lo tanto, lo que se llamaba la renta de la tierra ha pasado a un segundo plano, y junto con la renta de la tierra el valor de esa misma tierra. La destrucción de la naturaleza acompaña al hecho de que la renta de la tierra ya no es tan importante para el capital, como lo es ahora la renta de la tecnología. La renta de la tecnología es hoy lo principal, y la renta de la tierra y los recursos naturales han pasado a un segundo plano. En esa medida, toda la tierra y toda la naturaleza se ha devaluado radicalmente, y por lo tanto pueden ser aniquiladas con la mano en la cintura. Y lo mismo acontece con las poblaciones, pues ya no es necesario proteger a esas poblaciones nacionales, ni mantenerlas dentro de un territorio nacional, ni favorecerlas o protegerlas de alguna manera. Todo esto es ahora tan sólo parte del pasado.
Todos estos son cambios muy radicales en el comportamiento de la acumulación del capital, así que no debemos seguir pensándolos con las categorías que corresponden a la época en la que el capital sí necesitaba de estos Estados nacionales, y asegurarse la renta de la tierra, y esa renta sutil que le daban las características antropológicas de una determinada población. Todo eso ha pasado ya y ahora lo que es necesario averiguar es cuáles son las figuras, las formas o las estrategias que actualmente tiene la acumulación del capital para lograr su concreción y proseguir su marcha en la historia. En este sentido, también la democracia y el conjunto de instituciones que tienen que ver con el funcionamiento de las repúblicas estatales, han pasado a un segundo lugar. Porque el capital ya no necesita todo ese juego verbal de la construcción de una opinión pública a través de ideologías y de plataformas políticas, y es así que llega también la clara decadencia de la política que hoy vivimos.
Pues ya desde 1968 se observa cómo en verdad el uso del verbo, como lugar en donde el sujeto social decide o discute qué camino seguir, todo eso ha pasado igualmente a un segundo plano, porque las palabras ya no importan, ni las ideologías, y por eso los partidos políticos ya no necesitan plataformas, pues todo es absolutamente intercambiable, y todos en definitiva caminan hacia un solo y monótono discurso de apología del capital, de una manera o de otra. Ahora las palabras no significan absolutamente nada. Porque antes se podía discutir todavía sobre la plataforma A o B del Partido Socialista, y era importantísimo enfrentar esas dos posiciones, o comparar las diversas posiciones de los socialcristianos, pero ahora todo eso ya no tiene la menor importancia, porque el verbo ha dejado de ser el lugar en donde se deciden las cosas. Hoy el capital decide, como siempre lo ha hecho, los destinos de la sociedad, aunque ahora lo hace mudamente.
Sé que este puede parecer un panorama sumamente desolador, pero creo que al mismo tiempo es necesario reconocerlo así, de frente, para poder investigar cuáles son las nuevas y diferentes maneras actuales de comportamiento del capital, y desde ahí las nuevas y distintas maneras de la resistencia que se le puede ofrecer.
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Quisiera abundar en la pregunta sobre el marxismo. Creo que es sumamente interesante y es que no se trata de desempolvar el marxismo, de recordar que teníamos ahí una obra fabulosa en la que estaba todo explicado y que alguna vez fue la ‘Biblia del movimiento obrero’, como dijo Engels. No es así. Si el discurso de Marx es importante ahora, es porque es un discurso totalmente nuevo, es un discurso que nunca tuvo vigencia en la historia del socialismo. El marxismo que se conoció, del que tanto se hablaba, y que culminó en la obra de Louis Althusser y de sus ‘aparatos’ peculiares que él mismo se inventó, ese marxismo es el que de entrada fue condenado por el propio Marx, el marxismo de unos ‘marxistas’ con los cuales Marx no quería identificarse.
Entonces al Marx al que estamos haciendo referencia, es completamente nuevo, y es el que no fue leído nunca, o el que cuando fue leído, esa lectura suya fue abiertamente reprimida. Estamos hablando del Marx que leyó György Lukács, por ejemplo, o el que impregnó con mucha cautela a la Escuela de Frankfurt, un Marx que tiene que ver con la teoría de la enajenación, la que para Louis Althusser era una teoría que no era científica y que había que echar a la basura.
Por el contrario, creo que este modo de argumentar al que hacía referencia, y que es la clave de la Crítica de la Economía Política, fue un modo que nunca fue reconocido por ese marxismo positivista que fue el marxismo soviético. Pero creo que ese marxismo se hundió junto con el ‘socialismo real’, y me parece a mí que es algo muy positivo ese hundimiento. Y no se trata de recuperar ni de desempolvar a ese marxismo positivista, sino de ir a la obra de Marx, y de leer directamente en sus textos esas frases y ese tipo de argumentaciones que nunca fueron rescatadas, pero que están allí listas para mostrar su enorme potencia argumentativa en nuestros días.
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