La abeja anarquista o sobre qué hace forma de vida

Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2021/11/26/la-abeja-anarquista-o-sobre-que-hace-forma-de-vida/                      

De las tantísimas maneras de hablar de lo que somos y el mundo que deseamos, de las pilas de nociones complejísimas del pensamiento político, tal vez una de las más amables para la vida es, precisamente, la de “forma de vida”. No seamos tan posmos para creer que la vida carece de formas. Por qué no mejor celebrar ese fenómeno extraordinario e inexplicable cuando dos o más cuerpos llegan a sentir que, al menos por un momento, es una sola vida la que ocupa muchos cuerpos. Varios cuerpos y una sola y misma vida podría ser el nombre de la amistad. Tal vez una forma de vida sea eso que se inventa en el espacio de la amistad, un lugar al que volver aun si otros cuerpos no están ya presentes.

Imagino las cosas que hacen o no hacen forma de vida como procesos químicos en tubos de ensayo. Se echa tal o cual líquido dentro de otro, revolvemos y ya veremos si se mezclan o no. Es una prueba, es algo totalmente práctico: las cosas hacen forma de vida o no lo hacen, como decimos que llueve o no llueve. Nadie llueve, es simplemente algo que a veces sucede. Un gesto, unas palabras, un mural, un punto de encuentro, pueden hacer forma de vida. Es algo que va más allá de la cosa que hacemos. Podemos o no pintar las calles, discutir, reciclar, dejar de comer carne, repartir fanzines sobre shibari o leer a Hermann Hesse, poco importa: a veces hacemos algo que, lo sentimos, a su vez hace forma de vida. Cosas que descubrimos que nos dicen algo al oído, prácticas que podríamos hacer mil veces más, que empiezan a transformar también los modos en que hacemos otras cosas, que cambia lo que vivimos, sentimos y deseamos.

¿Hay ensaladas anarquistas?, ¿bicicletería vegana?, ¿besos ecológicos? Tal vez, no sabemos hasta donde algo logra hacer forma de vida. Lo único que sabemos es que es algo sentido. Sentimos que a veces no solo escuchamos a alguien, sino que escuchamos a unx amigx. A veces sentimos que algo que hacemos lo cambia todo, que lo que hay es una forma de vida que empieza a respirarPor eso piden tanto cuidado las formas de vida, por eso a veces exigen compromisos descomunales, porque no tenemos ni idea de sus límites. Y por eso también lo contrario a una forma de vida se llama policía. Ser policía es militar la vida desnuda: el deseo de que se acaben todas sus formas, de que la vida no sea capaz de nada. Vigilar los ilegalismos, andar mirando que no se crucen límites, que nada se mezcle, dar órdenes, decir cómo la vida debería vivirse. Y lo que pasa es que las formas de vida no se diseñan, se descubren. No siempre coinciden con todas las cosas que pensamos, no reflejan todos los aspectos de la vida. No son los DNI de la existencia. No entender de qué va una forma de vida y ponerse a perseguir con lupa lo que desentona, su parte que no se adecuaría al programa mundialísimo de la revolución mundial, también es cosa de policías. Se pierde de vista algo precioso y mucho más extraño: algo ahí hace forma de vida, y eso no pasa siempre.

El uruguayo Raúl Zibechi decía –y tantas más personas, pero para qué ir tan lejos del río– con la posesión de los medios de producción no se resuelven todos los problemas, pero sin ella quizás no se resuelva ninguno. Que no se resuelvan todos quiere decir –nos dice– que no alcanza con ocupar una fábrica para que la cosa marche, además hay que inventar una forma de vida. ¿Cómo se articula esa nueva posibilidad material con las maneras en que trabajamos, deseamos, nos cuidamos, nos alimentamos?, ¿cómo vivir a partir de ahora? Hay un enorme espacio político que depende de este suceso algo misterioso que es la aparición de nuevas formas de vida y del cuidado de las que ya conocemos. Todo el mundo cuenta con que eso sucederá, pero nadie se pregunta mucho cómo, dónde. Y hay que decirlo, quizás el nombre de la más potente brújula que siente venir eso que hace forma de vida es, desde hace ya tiempo, anarquismo. Esa inmensa sensibilidad para el cuidado de la afinidad, ese deseo de probar y ver qué pasa, esas náuseas por el más microscópico gesto policial.

En este sentido, tal vez, el anarquismo sea como las abejas. Esos bichos curiosos y enigmáticos, organizados y desorganizados, pero en cualquier caso hermosos. Las abejas, cuando están muy cerca, incomodan. Cuando hay muchas, a veces asustan. Se las observa como animales a la vez salvajes y amorosos. Se las dibuja y admira, se copian sus colores. Pero también se diseñan trajes y técnicas para reducirlas a su versión menos hostil y así extraerles invenciones y recursos. Por más minúsculo que pueda parecer a simple vista, del rol que las abejas cumplen dependen inmensas porciones de la ecología. Sin abejas se viene el mundo abajo. En países donde comienzan a escasear se diseñan bichitos robotizados que realizan tareas de polinización. Nadie quiere un mundo sin abejas, mismo si pasan años sin verlas. Y bien, esa tarea tan preciada y artesanal, eso que incita el extractivismo masivo, tal vez sea la exploración de aquello que hace forma de vida. Tal vez sea esa la pequeña y fundamental tarea que la abeja anarquista realiza en la ecología política, a su modo, con sus tiempos y sus reglas. No hace falta recordar la catarata de invenciones anarquistas que, con el tiempo, se han tomado como reivindicaciones de los más diversos partidos políticos. Pero alguien tiene que inventar las formas de vivir, o si no se acaba la fiesta.

La existencia de las abejas sabe de sus límites, no aspiran a la inexistencia de insectos o animales, tampoco a ser el modelo de todo lazo con una flor, el paradigma de las picaduras, la bandera de las alergias. Es difícil pensar la imaginación y el deseo radical del anarquismo sin teñirlo de una aspiración global. El sentido común no cesa de insistir en esta confusión. Constantemente se dialoga con el anarquismo con esa trampa: a una perspectiva del mundo se la hace responder en los términos de la otra. “Y bien, si esto no va, ¿cómo es ese mundo que sueñan?”. La abeja mira sin entender, no quiere gobernar. Sigue su curso en la ecología política: investiga, inventa, prueba, construye forma de vida. Hace mundo. No todas las vidas saben inventar formas, las más de las veces se vaga como crustáceos de un caparazón a otro, en los que se encuentran por ahí, los que se puede. Realmente hay que tener muy muy poca idea de lo que es una forma de vida, nunca haber sentido nada parecido, para creer que, además de cuidarla y alentarla, alguien puede tener tiempo y ganas de intentar imponerla sobre otrxs que no la sienten como propia. Fantasías paranoicas de quienes desean el poder, cosa de humanos.

En fin, quizás a ellos les sirva un mensajito. No sé si sabían, pero las sustituciones artificiales de las abejas están fallando. Hace poco se publicó un artículo que, alarmado, anunciaba que muchos de esos intentos fracasan. Tengan cuidado cuando creen que no necesitan de abejas en el mundo, no sea cosa que terminen llorando por su imaginación de patas cortas.

Elsa Payito


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