Fuente: Iniciativa Debate/ Jaime Richart
En unos países más y en otros menos pero en todo caso en España, el poder, los poderes, sea el político, el económico, el policial, el religioso, el judicial o el militar, como potencia social permanente organizadora de la sociedad pero también vigilante y opresora, ni habla con la ciudadanía, ni discute, ni siquiera la escucha. El poder, la potencia en acción, observa y actúa. Y actúa en silencio, imponiendo su fuerza constrictora unas veces material y otras moral, porque sabe que la ciudadanía no va a llevar la sangre al río, como vulgarmente se dice.
El pueblo, no pasa de reproches y de quejas, ni del ruido, ni de la pancarta, ni de las demandas; en definitiva, de la palabra. A lo sumo aúlla como una manada de perros en el desierto. El poder sabe que si la muchedumbre pasa a mayores sus pretensiones, tiene en su mano el remedio fácil de sus policías y de su ejército si se ve muy apurado. La ciudadanía podrá encararse con el poder político, tanto por lo que hace como por lo que no hace, y también por lo que hacen o no hacen los demás poderes, pero el poder nunca responde, ni jamás toma en consideración las condiciones de vida en semiservidumbre o semiesclavitud en que vive una gran parte de la población que deciden los mercados. Pero tampoco el gobernante puede pasarse nunca de la raya. Por eso calla frente a la indignación, a la frustración y al desengaño de ciudadanos de una república inexistente. Siendo así que una sociedad es tanto más feliz cuanto menos siente sobre sí el peso coercitivo del poder y que el poder no habla, se ríe de nosotros. Si no fuese así, hace mucho tiempo que hubiese adoptado tomado drásticas medidas fiscales contra la desigualdad que, lejos de disminuir, se acrecienta cada día más…
En otros países aún con cuentagotas el poder suele responder. Pero la incomunicación del poder español con la ciudadanía es absoluta… Si no estás conforme con lo que digo, tú, lector, dime qué dice la Banca, qué dicen los de las puertas giratorias, qué dicen los del Ibex35, qué dicen los magistrados, qué dicen los obispos y arzobispos, qué dicen los mandos del ejército salvo amenazarnos con llevar la fuerza a donde conviene a todos los anteriores: nada. Y si dicen algo es para provocar, para agravar las cosas, para recordarnos sus ultrajantes prebendas a nuestra costa, para exhortar a los viejos a que nos muramos, para hablar de sus leyes enrevesadas para mejor esconder tanta y tan ominosa desigualdad, para echarnos en cara sus méritos irrisorios con los que pretenden justificar sus privilegios; para amenazarnos, para amedrentarnos, para expulsarnos de nuestra vivienda por leyes injustas o encarcelarnos por leyes arbitrarias o interpretadas mediando prevaricación…
El poder lo protagonizan todos los que forman parte de él y al mismo tiempo ninguno. Para ejercer su dominio apabullante, aparte de esa estrategia del silencio, el poder se vale de otros tres recursos que en esa medida nadie posee: simulación, mimetismo y metamorfosis. Finge que nos tutela, a todos y no sólo a una parte de la sociedad que es lo que hace; se vale de la mímesis en lo que puede, para no mostrarse tal como es y como actúa o se “olvida” de sus compromisos; y recurre l la metamorfosis de drásticas que figuran como responsables que no son, para encubrir a los verdaderos artífices del estado general de cosas de la economía, la piedra angular de la desigualdad. Gracias a esas tres cualidades el poder se reproduce indefinidamente desde la noche de los tiempos, sin que la reproducción se haga visible para el mundo. De ahí las inútiles intentonas de quienes intenten reformarlo a fondo y la imposibilidad metafísica de destruirlo, pues es indestructible. Todo intento de acabar con él y por cambiar el mundo sin esperar el paso del tiempo y el momento oportuno acaba empeorando al mundo… Sólo el paso del tiempo erosiona la cáscara y las formas proteicas que adopta. Podrá ser abatido, pero nunca deja un vacío. Siempre dará paso a otro poder. Pero en esencia siempre es el mismo.