Fuente: Portal Libertario OACA 12 Sep 2021 06:35 PM PDT
Este escrito es una respuesta crítica a los artículos de Vicarious Shamishen y de Nautilia Hyosung, publicados en este portal, titulados “La ciencia como cierre categorial de origen burgués. Incapacidad artística de la burguesía” (26 de agosto) y “El anarquismo no es anticiencia. Respuesta a Vicarious Shamishen” (7 de septiembre).
Voy a intentar reaccionar a las propuestas de Vicarious Shamishen y de Nautilia Hyosung sobre las compatibilidades entre anarquismo y ciencia, sin tomar una posición anticientífica ni una posición defensora de la racionalidad cientificista. Tampoco puedo ser tibio, por supuesto, si queremos darle sentido a una idea de relacionarnos que nos permita conocer nuestro entorno de maneras antiautoritarias. Creo que la radicalidad que necesita esta idea es más profunda que la metademocracia que sugiere Shamishen, ya que las fuerzas teórico-prácticas que buscamos son más bien anticivilizatorias que superadoras, y es empirista, no un antipositivismo racionalista como el que defiende Hyosung, pues la distribución de conocimiento debería ocurrir en función de la empatía hacia la diversidad de experiencias y no principalmente en función de la normatividad racional.
Es cierto, pensando en lo que plantea Hyosung, que al proponer ideas anarquistas y al compararlas con otras formas actuales y posibles de organización social, necesitamos claridad conceptual y argumentativa, cierta racionalidad comunicativa que no es la impuesta, sino la que surge de nuestras formas de vivir como animales, basándonos en la memoria, en los afectos y en la voluntad de aprender de nuestras acciones y de buscar elegir las buenas. Más de algún concepto de razón, cuidadosamente comprendido, es aún válido. Pero desde el racionalismo cartesiano, si no antes, una idea general de razón ha avanzado en reemplazo paulatino de los fantasmas teológicos, llegando a ser la ciencia moderna una institución tan jerárquica y autoritaria como cualquier religión.
Es que quizás la razón nunca ha estado completamente separada de la fe y la fe nunca ha estado separada de la imposición de la fuerza y del control material del entorno. La cuestión fundamental no radica en cómo debemos definir la actividad científica o cómo superar la idea de ciencia moderna, sino más que nada en rastrear los orígenes históricos y arqueológicos de la sagrada trinidad formada entre conocimiento, fuerza y norma escrita. No debemos olvidar, pensando en los primeros asentamientos agrícolas y en las primeras revoluciones urbanas, que los supuestos poseedores de saber eran sacerdotes, reyes y militares, que las primeras escrituras codificadas cumplían la función de establecer raciones calculadas, junto con castigos, y que todo esto ocurría dividiendo la tierra, dividiendo a las personas en clases. Así surge el estado, así surge la economía y así surge una idea de conocimiento fuertemente ligada al código escrito, al misticismo instrumental y a las jerarquías autoritarias. Creo que la cercanía que hay entre estas nociones no se diluirá cambiando la idea de conocimiento por sí sola, tal como nuestros ideales antiautoritarios no podrán realizarse simplemente reformando las religiones, la economía o las estructuras estatales por separado.
No necesitamos ni reivindicar las artes, como dice Hyosung, ni integrar las ciencias en lo humano, como dice Shamishen. Necesitamos que el conocimiento del entorno, considerándolo ciencia o no, sea como el arte, es decir, que esté basado en la experiencia, en la observación y en la interacción armoniosa. La técnica debería estar definida por esta armonía en lugar de ser guiada por la innovación liberal y por el uso caprichoso de materiales, que no cuida cómo éstos son producidos ni adónde van a parar sus residuos. Necesitamos descartar lo humano más que integrarlo, rechazar el progreso de una civilización de milenios que no ha dejado de abrise paso sobre la base de tortura y esclavitud, de escritura elitista, normativa, y de simbologías binarias, dicotómicas.
Pero para esto no podemos oponernos a toda perspectiva positivista, entendiendo el positivismo como quienes lo han planteado desde una manera contextualista (no relativista liberal), crítica, analítica y concentrada en cómo experimentamos nuestro entorno (no en cómo hacemos experimentos con él). La ideología a la que se opone Hyosung es la versión reduccionista del positivismo, la perspectiva que postula que todo conocimiento debe ser definido últimamente en términos físicos, donde la física consiste en el estudio de la conservación y el cambio de cantidades. Pero ésta no es una ideología irracional y anticientífica. Al contrario, es el punto de vista desde el cual renombrados personajes de nuestros días buscan defender académicamente sus nociones neutrales de progreso científico y racional. ¿Y nos dicen a la vez que este progreso es liberador? Claro. El positivismo reduccionista nos ha dictado cuáles son las entidades observables, nos ha obligado a observar únicamente agentes hiperracionales y energías conservadas en sistemas cerrados. Es posible darle un término a esto sin dejar la búsqueda positivista por lo observable, entendiéndolo desde nuestras más variadas capacidades de vivir experiencias y de interactuar con nuestros entornos. Así, una perspectiva antiautoritaria es compatible con redefiniciones sobre lo que es observable y sobre cómo el conocimiento puede estar basado en sistemas abiertos de comunicación y auto-organización, en lugar de la selección jerárquica de habilidades y de códigos.
¿Tendremos que perfeccionar nuestros criterios de demarcación para definir en nuestra utopía qué deberá ser considerado como pseudociencia y qué no? No, la construcción y creación ácrata de saberes no podrá ir por acá tampoco. Y en esto me alejo de cierto aspecto de la propuesta de Shamishen. Al contrario, las distintas formas de esclavitud basadas en supuestos privilegios epistémicos—como los de algunos mitos de la psiquiatría, de la antipsiquiatría, de la ecología instrumental o de las ciencas naturales aplicadas—habrán caído por causas degenerativas, no por causas teóricas, es decir, habrán desaparecido por causas estructurales propias de comunidades que simplemente no estarán basadas en la administración de recursos ni verán a las mentes como recursos, por lo cual tampoco buscarán la administración de mentes. Y con esto no sólo es la cara positivista del derecho (también reduccionista) la única que veremos en la ruina. Es que el derecho, desde el origen de los estados modernos y tal vez antes, en su primera realización práctica coercitiva, desde las primeras piedras grabadas con códigos normativos, no ha sido más que el método de administrar mentes por medio de construcciones abstractas de amenazas: sus ordenamientos.
Considerando estas cuestiones, es cierto, las formas de conocimiento antiautoritarias deben buscar acabar con las clausuras categoriales, con el espíritu reduccionista de las élites y, así, con la academia que desde sus inicios hasta ahora no ha dejado de ser esclavista. Pero no por esto debemos renunciar a nuestras formas creativas de comunicarnos, guiadas por la búsqueda de razones y de buenas acciones, evitando a la vez terminar en una adoración a la razón. Tampoco tenemos que renunciar a guiar nuestro conocimiento desde nuestras capacidades empíricas, capacidades de observar armoniosamente, interactuando con el entorno de maneras diversas y empáticas. De esto dependen fuertemente el cuidado mutuo, el cuidado de la tierra y la vida auto-organizada, libre de autoritarismos y de normas reguladoras de saberes.
Esteban Céspedes