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Las jornaleras de Huelva piden a Díaz inspecciones “desde que empiece la temporada hasta que termine”
Dos jornaleras explican como dejaron de llamarlas para trabajar “tras alzar la voz y hablar defendiendo nuestros derechos»
Tras un año de inspecciones laborales y tras ignorar las presiones de los grandes patronos del campo, Yolanda Díaz ha quintuplicado las inspecciones de trabajo en el campo en lo que va de 2021 con relación a los siete primeros meses de 2020: 9.155 visitas.
Una de cada tres visitas de la Inspección termina en multa. Concretamente, de enero a mayo de 2021 hubo 2.862 infracciones. Con estas sanciones a finales de diciembre se habían recaudado 7,2 millones por infracciones debido al fraude laboral. Ahora la cuantía asciende a 17,1 millones de euros, más del doble.
También se ha confirmado la semiesclavitud a la que apuntaba Yolanda Díaz hace un año. En febrero un empresario fue detenido en Murcia por tener a jornaleros 13 horas al día por 15 euros y sin contrato. En Valladolid, un matrimonio fue detenido en marzo por tener a extranjeros sin papeles 18 horas diarias bajo un techo de uralita sin agua ni luz y en Albacete, una organización dedicada a la trata de seres humanos para su explotación laboral en granjas fue desarticulada.
Ana Pinto y Najat Bassit son dos mujeres que coincidieron por primera vez como empleadas para la recogida de la fresa y años después, junto con otras compañeras, crearon la asociación Jornaleras de Huelva en Lucha para defender los derechos de trabajadoras como ellas bajo el lema: «Abramos las cancelas».
Pinto, natural de Huelva, comenzó a trabajar en el campo con 16 años y Bassit, marroquí con permiso de residencia, con 23. Coincidieron varios años en la misma empresa hasta llegar a ser, respectivamente, manijera y listera. Fueron forjando una amistad que se consolidó en 2018, un año en el que todo cambió para ellas, tal y como recoge elDiario.es.
Abusos laborales y sexuales
Algunas compañeras marroquíes comenzaron a denunciar que estaban sufriendo abusos laborales y sexuales. Ana Pinto y Najat Bassit se reunían con compañeras marroquíes en los bosques y tomaban nota de lo que les contaban y también de lo que ellas mismas sufrían o veían en el trabajo. Sin darse cuenta estaban practicando sindicalismo.
Junto con otras integrantes de la asociación han presentado denuncias e incluso gestionando la cobertura médica de algunas compañeras que enfermaron en estos años. Pero su precio a pagar fue que no volvieran a llamarlas de la empresa en la que trabajaban.
elDiario.es se cita con Pinto y Bassit en un bosque situado a varios kilómetros de Lepe, cerca de un campo en el que trabajan. Al cabo de unos minutos llegan Nur, Sayda y Fatima, que llevan varios años seguidos viniendo a España para cubrir la campaña de recogida de frutos rojos, con el compromiso de regresar después a su país. Nur, Sayda y Fatima comparten vivienda con otras siete trabajadoras y se reparten cinco por habitación. Corre de su cuenta la luz, la manutención y el viaje de regreso a Marruecos.
«Cuando llegamos este año nos hicieron firmar varios papeles en español, no entendíamos qué ponía porque no hablamos español y tampoco nos dieron copia de esos documentos», explican.
Según explica Pinto al citado diario, las jornaleras si no trabajan no cobran, sin embargo, permanecen en un régimen «casi de encierro», en fincas situadas a kilómetros de pueblos, a los que solo pueden llegar atravesando bosques o caminando por carreteras secundarias. Por ello, han pedido, sin éxito, un servicio de autobús y deben seguir estando expuestas a situaciones de vulnerabilidad.
Nur, de unos 40 años de edad, con tres hijos en Marruecos, cuenta que lleva varios días con un dolor en una muela. El encargado le ha pedido por llevarla al médico cincuenta euros, un tipo de abuso habitual. Sayda y Fatima no saben por qué cada mes les restan una cantidad diferente en su salario, que puede llegar a 200 euros al mes, bajo un término denominado Seguro, un seguro que no saben para qué sirve, ya que cuando están enfermas ellas mismas se tiene que pagar los medicamentos.
«Cuando hemos ido al banco para suspenderlo descubrimos que se trata de un seguro que la empresa contrata con el banco y que así está estipulado en el contrato que ellas firman», explica Najat.
Además, Pinto señala que «se trabaja con un GPS incorporado, por decirlo así, un bolígrafo electrónico que va apuntando cuántas cajas llenas, cuántas trasladas. Después, hacen la media y han llegado a enviar por WhatsApp a las trabajadoras el listado con los resultados. Las más productivas, en la primera mitad de la lista. Y un mensaje de advertencia: quienes estén por debajo de la mitad se arriesgan a no trabajar al día siguiente. Es una amenaza, y a veces la cumplen. Hay mujeres que se quedan un día, dos o tres sin trabajar tras ello y, por tanto, sin cobrar, algo sancionable desde un punto de vista jurídico».
Además, añade que hay normas estrictas sobre lo que se puede y no se puede hacer en horario de trabajo. Algunas empresas les imponen una vestimenta determinada, no les permiten escuchar música con cascos, ir al baño o beber agua fuera de la hora del agua. En algunas fincas tampoco se les permite hablar de temas que no estén relacionados con el trabajo y deben aguantar fumigaciones sin protección, por lo que a veces han tenido mal el estómago, fuertes dolores de cabeza o la garganta afectada.
Jornaleras de Huelva en Lucha piden inspecciones desde que empiece la temporada hasta que termine
Aunque el Ministerio de Trabajo ha multiplicado por cinco el número de inspecciones en el campo, desde Jornaleras de Huelva en Lucha consideran se necesita una inspección de trabajo constante, desde que empieza la campaña de recogida hasta que termina.
Cuando terminan los meses de campaña de recogida, muchas jornaleras españolas se dedican al cuidado de ancianos, niños y limpieza de casas. Pinto denuncia que «hay mujeres de sesenta años de edad en el campo. Cuando tú tienes sesenta y tu cuadrilla es de gente de veinte o treinta años, pues dime tú todo el día compitiendo lo que eso supone. De eso se habla poco. De las mujeres mayores de los pueblos españoles que, debido a la miseria y la precariedad, no tienen más remedio que seguir. Y si tienes suerte de conseguir la peonada y de poder pagar los 130 euros de sello agrícola todos los meses, puedes cobrar paro durante seis meses, 430 euros. Pero con eso no se vive. Malamente». «Si la gente que hace las leyes tuviera que estar con esa edad en el campo seguro que se les pasaría por la cabeza cambiar la ley», añade.
Pinto también señala que cuando una jornalera marroquí tiene un accidente puede seguir viviendo en la finca, pero la manutención corre de su cuenta y viven de lo que aportan sus compañeras para que puedan comer. Además, recuerda la muerte de algunas compañeras sin recibir atención, algo que podría evitarse si alguien informase a las trabajadoras de sus derechos.
Los abusos están a la orden del día, a veces las jornaleras deben lavar el coche del jefe, poner dinero para que los jefes monten una fiesta o irles a comprar tabaco. Ellas lo hacen sin rechistar por miedo a represalias, porque si protestan no vuelven y lo saben.
Nur lamenta que cuando llegan solo las dan unas sábanas, sin embargo, cuando regresan a Marruecos les piden cincuenta euros para reponer platos, vasos y sábanas. Al año siguiente siguen siendo los mismos y por eso deciden traer ellas todas las cosas. En su finca trabajan de siete de la mañana a dos de la tarde, de lunes a sábado, y los domingos les hacen limpiar todo con la excusa de que va a venir un control, que luego nunca viene.
Desde que han hecho públicas sus denuncias las integrantes de Jornaleras en Lucha han recibido presiones y amenazas a través de redes sociales. «Hay días que temes represalias y que estás quemada. Yo a veces me pregunto cuánto tiempo resistiré. Pero por otro lado queda mucho por hacer, hay que estar con la gente, ayudando», dice Ana Pinto. Su inseparable Najat refuerza esa idea: «Es una tarea necesaria. A día de hoy Ana es mi compañera de trabajo, de lucha y mi amiga».