Fuente: http://www.juantorreslopez.com/europa-a-punto-de-tropezar-de-nuevo-en-la-misma-piedra/ Lina Gálvez Muñoz 11 de marzo de 2020
En colaboración con Lina Gálvez Muñoz publicado en ctxt.es el 5 de marzo de 2020
Como es sabido, el Consejo Europeo no ha alcanzado ningún acuerdo sobre el Marco Financiero Plurianual de la Unión Europea, su presupuesto para los próximos siete años. Una situación que siempre es problemática, por lo que tiene de estancamiento, pero que ahora creemos que lo es mucho más, no tanto por el desacuerdo en sí que es normal cuando tienen que ponerse de acuerdo tantos actores con intereses no siempre coincidentes, como por lo que hay detrás de él.
Las «tribus presupuestarias» europeas y lo que se esconde detrás
Un conocido digital especializado en asuntos europeos, Político, señalaba hace unos días las cinco «tribus presupuestarias» que luchan para sacar adelante sus intereses y a las que hay que poner de acuerdo para que el Marco Financiero pueda salir adelante.
La primera y más poderosa sería la «alianza hanseática del 1%». Un grupo de cinco países (Austria, Dinamarca, Alemania, los Países Bajos y Suecia) que piden que los presupuestos no pasen en ningún caso de ese porcentaje sobre el PIB Europeo y que se lleven a cabo recortes en cohesión y agricultura para potenciar el gasto en innovación. Estos países concentran un alto porcentaje de la innovación europea y, por tanto, serían los principales beneficiados de que haya más gasto destinado a ese concepto. Sus empresas ganarían en competitividad y poder de mercado.
La segunda tribu sería la de «amigos de la cohesión» y estaría formada por Bulgaria, Croacia, República Checa, Chipre, Estonia, Grecia, Hungría, Italia, Letonia, Lituania, Polonia, Portugal, Malta, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia y España. Su objetivo principal sería mantener los fondos para desarrollo regional en el nivel más alto posible.
Una tercera la componen algunos países de la anterior (Croacia, Italia, Lituania, Malta, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia y España) que, además, defienden que el presupuesto llegue al 1,11 del PIB que en su día propuso la Comisión. Otros países del grupo de la cohesión reclaman un porcentaje aún mayor: Estonia y Hungría el 1,16% y Portugal entre el 1,11 y el 1,3 por ciento.
La cuarta tribu, muy numerosa, la formarían 19 países «amigos de los granjeros» (Austria, Bulgaria, Chipre, República Checa, Croacia, Estonia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Polonia, Portugal, Rumania, Eslovaquia, España y Malta). Básicamente buscan que no se lleve a cabo la reducción de gasto para la Política Agraria Común del 35% del presupuesto al 28% que había propuesto la Comisión.
Finalmente, habría que tener en cuenta también a otra tribu de seis países “amigos de la democracia” (Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Países Bajos y Suecia) que no estarían dispuestos a cerrar un acuerdo presupuestario que no implique compromiso de respeto a los derechos humanos.
Todas estas «tribus» (que, además, tienen intereses diferentes en su seno) representan de por sí un considerable maremágnum que dificulta llegar a acuerdos, pero es importante evitar que los árboles nos impidan ver el bosque. Detrás de esa mezcla de intereses hay una posición transversal que se está generalizando y que, a nuestro juicio, es la que representa el mayor peligro para Europa, con carácter inmediato, pero también a medio y largo.
No referimos a la reactivación del discurso de la austeridad que tanto daño hizo a Europa a partir de 2011, ahora con un término algo más edulcorado (frugalidad) pero igual de falso y dañino para la inmensa mayoría de la población y de las empresas.
Un amplio grupo de «países frugales», la tribu presupuestaria del 1% estricto más Bélgica, Chipre, Finlandia, Irlanda y República Checa, proponen un recorte de gasto de unos 164.000 millones de euros en el presupuesto europeo para los próximos siete años. Mucho más de los 51.000 millones que había planteado recortar la Comisión en su propuesta de 2018 y que ya suponía reducir considerablemente los fondos de cohesión y de política agraria común.
A nuestro juicio, si la propuesta de la Comisión era mala, la que se ha puesto después sobre la mesa es sencillamente desastrosa, al menos, por las siguientes razones.
Los recortes procíclicos deterioran la economía
En primer lugar, nos parece un completo desatino que se reduzca el impulso presupuestario cuando todos los indicadores señalan que nos encontramos en una ralentización de la economía que lo más posible es que vaya a más en los próximos meses, y con más seguridad aún por los efectos del coronavirus que van a ser muy considerables en términos económicos. Con un recorte de fondos tan grande se reforzará la tendencia negativa del ciclo, cuando las evidencias científicas indican que lo mejor que puede hacerse en estos momentos es justamente lo contrario.
Las políticas de gasto público quizá se pueden frenar en etapas de expansión, pero nunca conviene hacerlo en las de receso económico, por la sencilla razón de que así sólo se consigue que los motores que mueven la actividad económica tengan menos fuerza todavía.
Con una política semejante, de recorte procíclico, se provocó que las economías europeas sufrieran una segunda recesión a partir de 2011. Y ahora ya no pueden servir las excusas que entonces se utilizaron para justificar los recortes de gasto: que eran imprescindibles para frenar la deuda y que, en todo caso, no tendrían un gran impacto sobre la renta.
Después de lo que ocurrió cuando se aplicaron los recortes en medio de la recesión, ya sabemos que la austeridad de aquel periodo no redujo, sino que aumentó la deuda de toda la Unión Europea: dos billones de euros en los siete años siguientes.
Y también sabemos que no es cierto que los recortes de gasto tengan un escaso efecto final sobre la renta. Los economistas del Fondo Monetario Internacional Olivier Blanchard y Daniel Leigh -entre otros- demostraron que ese efecto es mucho mayor que el que se quiso hacer creer. Según sus cálculos, un recorte de un euro en el presupuesto europeo puede provocar una caída final en la renta incluso de 1,7 euros, según los casos. Muchísimo.
En fin, lo que acabamos de decir no es sólo aplicable a la coyuntura actual de ralentización. En realidad, nos encontramos en una fase relativamente larga de estancamiento que durará un tiempo, precisamente provocada por el predominio de este tipo de políticas.
La zona euro necesita más presupuesto, no menos
En segundo lugar, un recorte presupuestario tan enorme como el que se propone sería un nuevo misil contra la línea de flotación del euro. Si hay algo que por definición le falta a nuestra unión monetaria es precisamente una potente política presupuestaria común. Compárese lo que representa el presupuesto federal en una unión monetaria que funciona, como la de Estados Unidos (21%), con el poco más del 1% de la nuestra y que encima se pretende recortar. Se entenderá así perfectamente por qué la zona euro no toma vuelo ni deja de generar asimetrías y desequilibrios que lastran la actividad económica y un malestar social que produce en la población un peligroso y creciente desafecto que capitaliza la extrema derecha.
No se propone frugalidad sino más ventajas para los más ricos
En tercer lugar, resulta que la propuesta de estos países que se autoproclaman frugales, austeros, equilibrados… es de todo menos eso. Como ya ocurrió en 2011 se recurre a palabras y acciones con las que nadie puede estar en desacuerdo (austeridad, ahorro, frugalidad…) para encubrir otros propósitos.
Los países «frugales» proponen recortar en gastos «no sustituibles» de la Unión Europea, es decir, en los que no pueden ser sustituidos por otros que realicen los respectivos gobiernos, como los agrarios. Por tanto, lo que de esa manera se consigue es destruir sectores enteros que para no desaparecer, y con ellos la vida en muchas regiones y comarcas de la periferia, necesitan ese gasto adicional. Lo que se lograría, entonces, no es la frugalidad sino modificar los mercados en dos posibles vías. Una, la de ampliar el de los productores de los países ricos. Y otra, la de permitir la entrada de productos de terceros países con los que hay acuerdos comerciales que buscan aumentar las exportaciones de los productos manufacturados que producen principalmente las empresas de estos países «frugales». Dicho de otra manera, al destruir la oferta de la periferia se abre el mercado europeo a la de terceros países y ese es el favor o moneda de cambio que los «frugales» europeos les ofrecen para que les abran las puertas a sus exportaciones.
Por otra parte, conviene saber que -aunque sea bajo formas muy sutiles- los grupos de presión de las grandes potencias europeas (véase, por ejemplo, el Manifiesto franco-alemán por una política industrial europea adecuada para el siglo XXI) están buscando relajar las reglas de competencia. Tratan de abrir vías que permitan conceder ayudas a sus empresas y sectores con sus propios recursos gubernamentales, algo que podría estar más justificado si se producen recortes en el gasto. Y, aunque podría decirse que eso afecta a todos los países por igual, es evidente que no todos tienen la misma capacidad para compensar con ayudas propias el menor apoyo recibido con recursos de la Unión.
Ni habrá frugalidad tras de esos recortes, porque simplemente se producirá una destrucción neta de actividad, de empleo y de riqueza -como en ocasiones anteriores-, ni mayor competencia, puesto que en realidad es justo lo contrario lo que se va a conseguir dando más mercado o más recursos a los grandes productores de los países más ricos.
Mayores y más peligerosos desequilibrios comerciales
Por otro lado, el gran recorte presupuestarios que se propone en aras de la frugalidad y el equilibrio no contempla, sin embargo, una bomba de efecto cada vez menos retardado sobre la que se está asentando de nuevo la economía europea. Como consecuencia de haberse diseñado el euro en beneficio principal de Alemania y de otras economías centroeuropeas, se están acumulando gigantescos superávits comerciales justamente en los países que lideran la propuesta de recortes. Y este es un desequilibrio tan grave o más que el de la deuda en una unión monetaria que quiera mantener su estabilidad sin someterse a burbujas y crisis financieras, como las que ya hemos vivido por esa causa.
Limitar los recursos que reciben los países deficitarios en beneficio de los que acumulan saldos favorables va a agudizar el problema.
El futuro de Europa en el alero.
Además de esos efectos, los recortes que se están proponiendo en aras de una falsa frugalidad suponen un peligro terrible para el futuro europeo. Sin lugar a duda, van a significar que no se pongan en marcha o que se desarrollen con recursos insuficientes estrategias ya aprobados o diseñados y que son fundamentales para el futuro europeo, como los que acompañan al pacto verde, la digitalización, la seguridad, o la investigación e innovación.
Dejar estos proyectos en el aire es un riesgo tremendo. Si un modelo social y democrático como el que puede representar Europa no lidera globalmente los cambios que se avecinan (y para ello son necesarios los recursos que se están negando), el liderazgo vendrá de potencias cuyos modelos sociopolíticos dan a las corporaciones un poder excesivo o, lo que es peor, que no respetan los valores democráticos.
La imposible gobernanza de una Europa que no termina de serlo
Somos conscientes de que cerrar un acuerdo presupuestario en las condiciones actuales es muy difícil. Los intereses nacionales juegan en contra de la puesta en marcha de una estrategia común y el gran número de países involucrados y su enorme diversidad lo complica todo. Es normal que se estén dando paradojas o incluso contradicciones entre ellos. A España, por ejemplo, le interesa que no se produzcan recortes para salvar sectores esenciales, como el primario, o para no perder la comba definitivamente en investigación, innovación o desarrollo. Pero, al mismo tiempo, resulta que cualquier aumento presupuestario nos va a ser cada vez más gravoso porque nos encontramos entre los países más ricos, y mucho más tras la salida del Reino Unido. Ya vimos más arriba que bastantes países están en «tribus» distintas y que hay otros, como Francia, Luxemburgo o Polonia, que no se pronuncian -al menos todavía- sobre la magnitud pero que juegan con todas las barajas.
La primera conclusión que podríamos sacar, por lo tanto, es que las soluciones no puedan ser lineales. No consiste sólo en plantear si debe haber más o menos dinero en el presupuesto.
Se necesitan más recursos, desde luego, pero decidir qué reglas de juego se establecen es casi más importante que recibir más dinero. Se trata, por tanto, de hacer política, de establecer democráticamente las prioridades, de elegir qué Europa queremos, o incluso si realmente seguimos deseando que exista como tal.
Hay que conjugar intereses transversales pero definiendo, ante todo, objetivos estratégicos sinceros, transparentes y que respondan a la voluntad mayoritaria de la ciudadanía europea. De la necesidad de garantizar esto último (el respeto a la voluntad ciudadana) se podría deducir, en segundo lugar, que es más necesario que nunca que el Parlamento Europeo se haga oír y que actúe con protagonismo.
Y, en tercer lugar, que también es imprescindible debatir con total transparencia, abrir Europa en canal ante su ciudadanía para que ésta pueda y sepa apreciar todo lo que de verdad nos estamos jugando. Los problemas de la gobernanza como los que tiene la Unión Europea no pueden resolverse con cesarismo ni con vueltas atrás a un pasado a todas luces más tormentoso, sino con más democracia. Europa tiene dificultades para resolver democráticamente sus problemas de gobierno porque no ha terminado de convertirse en un sujeto auténtica y sustantivamente democrático, en algo más que la suma de casi una treintena de intereses nacionales egoístas. Y ese es el reto. Un reto que no puede superarse sin avanzar realmente en unidad política y en la creación de una ciudadanía europea.
Lo que muestra el atasco en el que nos encontramos es que sólo con instituciones europeas más democráticas, plena y poderosamente representativas, se pueden conocer la verdadera naturaleza de las demandas que hace cada país y los efectos de las políticas que se lleven a cabo.
En Europa (en realidad, como en todo el mundo en esta época de fakes y populismos) es imprescindible que se pueda poner de evidencia lo que hay detrás de los discursos, quiénes van a ganar y perder con las políticas que se proponen.
Es una tremenda y lamentable paradoja, por ejemplo, que los países que sabemos a ciencia cierta que se han beneficiado en mayor medida del mercado único (bien es verdad que no todos por igual en su seno) vayan de perdedores, como están haciendo ahora quienes lideran los recortes y las políticas de «frugalidad». Y es el colmo del cinismo presentar como un anhelo de eficacia, de equilibrio y moderación lo que se ha podido comprobar históricamente que ha producido más deuda, menos empleo, una recuperación mucho más lenta y retardada de la crisis, mucho malestar social y una peligrosa expansión de los extremismos.
En Europa hay recursos de sobra para poder financiar un Marco Financiero mucho más cuantioso. Se necesitan inversiones a largo plazo que absorberían sin ningún tipo de peligro inflacionista un aumento de masa monetaria por parte del Banco Central Europeo; hay nichos de evasión fiscal de donde podrían surgir miles de millones de euros adicionales; nuevas vías de ingresos fiscales para generar recursos propios que no se están explorando con la intensidad que se merece en el campo medioambiental, digital o financiero; y también un déficit de solidaridad efectiva muy grande (a pesar de las grandes cosas que se han hecho en este campo). No hay carencia de recursos sino voluntad política insuficiente para ponerlos en uso. Seguramente, porque no hemos avanzado en lo principal, en darle a Europa y, sobre todo, al euro el diseño que necesitan los proyectos sociales para que puedan ser atractivos para la ciudadanía, para generar su complicidad, para convertirse en horizontes que las personas corrientes aspiren a alcanzar.