Fuente: Portal Libertario OACA/ https://lapeste.org 29 May 2020 02:10 PM PD
El emporio Color Local es un proyecto colaborativo de producción local que trabaja desde el 2015 con una red de familias campesinas de San Fabián de Alico, Cabrero, Boca Sur, Altos del Bío-bío, entre otros territorios rurales cercanos a la ciudad de Concepción, en el Valle de la Mocha. Soberanía alimentaria y economía solidaria son algunos de los principios que sustentan este proyecto que hoy nos recuerda la relevancia de la autogestión y la producción local de alimentos en tiempos de crisis y pandemia global.
La siguiente es una entrevista, para Lapeste.org, realizada por el Grupo Solenopsis a Macarena Zambrano, una de las gestoras del Emporio Color Local (Bío-bío), en donde la compañera nos comparte su visión respecto a la soberanía alimentaria, el rol de la mujer en las luchas por la vida, la importancia de los huertos comunitarios y la urgencia de proteger las semillas ancestrales libres de transgénicos.
GS: ¿Podrías contarnos qué es para ti la soberanía alimentaria y cuál es su importancia en el contexto de la pandemia global y crisis del capitalismo?La soberanía alimentaria es un derecho esencial para todas las personas. Representa el cuidado de la cadena de alimentación de una población, desde quien cultiva el alimento hasta quien lo recibe, poniendo en consideración que la tierra, el agua, las semillas y los recursos naturales son nuestro real tesoro a proteger y respetar para asegurar la vida de un territorio y de las personas.
Cada crisis capitalista pareciera que nos recuerda lo frágil que es un sistema basado en la importación de lo que necesitamos desde otros lugares del mundo, y la exportación de nuestra producción local. Siendo un sistema ineficiente en el uso de los recursos, también genera incertidumbre en la población depender de la economía de otros países, aumentando el miedo y el estrés, y de paso acciones inmunodepresoras. Habría que también deconstruir la idea de que la comida que venden en los supermercados es lo que necesitamos para sobrevivir. Las comidas envasadas que pueden durar años parecieran representar el espíritu de triunfo y resistencia en varias crisis de la historia, como en las guerras. Hay estudios que hablan sobre lo que más está consumiendo la población durante esta pandemia y son los alimentos procesados y congelados los que lideran estas listas. Este tipo de alimentos son los principales responsables de las enfermedades que también son una pandemia que mata a millones de personas en el mundo, como la hipertensión, la diabetes tipo 2, el cáncer, enfermedades cardiovasculares y la obesidad, condiciones que, se ha demostrado, aumentan la posibilidad de muerte ante el contagio del covid-19. La soberanía alimentaria nos habla de poder producir aquello que necesitamos en un mismo lugar, podemos decidir qué queremos comer y la forma en la que vamos a gestionar la agricultura y el abastecimiento del lugar en donde vivimos. Debemos tomar esta crisis como la mentalidad de cambio en donde mantenernos fuertes y saludables es la mejor protección ante cualquier enfermedad. Es por eso que proteger y asegurar el alimento fresco y de calidad es fundamental.
GS: Nancy Fraser, una filósofa feminista estadounidense, ha escrito recientemente sobre la “crisis de los cuidados” que ha generado el capitalismo tardío, problematizando las tareas de cuidado que históricamente han estado asociadas a las mujeres, y que pese a ser la base de la economía capitalista, son tareas no remuneradas o muy precarizadas. ¿Qué relación ves tú entre la soberanía alimentaria y esta ética del cuidado? En tu experiencia, ¿qué rol están teniendo las mujeres en estas luchas por la vida?
El trabajo que hacen las mujeres ha permitido crear a la humanidad, eso lo dice claramente Nancy y estoy totalmente de acuerdo. Las mujeres son las principales impulsoras de la soberanía alimentaria en latinoamérica, el movimiento de mujeres campesinas sigue siendo el ejemplo claro de un trabajo importantísimo para la supervivencia de nuestra especie y el más precarizado y poco valorado que podemos encontrar. Las campesinas, las curadoras de semillas, las temporeras, son trabajos fundamentales para la cadena de alimentación y sin embargo el capitalismo/sociedad las invisibiliza y las maltrata. Somos las mujeres las que estamos actualmente peleando para que se respeten los derechos en el campo, para que la soberanía alimentaria pueda ser un derecho fundamental y se puedan proteger los recursos naturales. No podemos decir que no hay hombres en la lucha, pero somos las mujeres quienes hemos mantenido a través de nuestro trabajo “gratis” a este sistema en pie y moviéndose. Sin nosotras no habría hij-s bien criad-s que salen al mundo para seguir aportando a la sociedad.
GS: Sabemos que una parte importante de la explotación en el sistema capitalista se sustenta en la mercantilización de prácticamente todo lo que existe por medio del dinero y de la deuda. Al respecto, ¿qué nos puedes decir sobre las experiencias con la utilización de una moneda social y qué desafíos ves para su implementación en este territorio?
El problema del sistema económico actual, es que el dinero está siendo un bien de acumulación que genera desigualdad y a su vez esta acumulación hace que quien tenga más dinero esté un “eslabón” más arriba de poder, en la toma de decisiones, en la sociedad, en sus derechos. El dinero que hoy en día movemos, no posee un respaldo real, es decir, es prácticamente inventado e impreso por bancos para generar préstamos que generan el endeudamiento de la población. El dinero que te presta un banco se imprime para entregártelo, y una vez está devuelto se elimina, quedando sólo el dinero que pagaste de interés. Esta es una ilusión capitalista que hace creer que hay mucho dinero para prestar, pero en realidad se alimentan de tu deuda.
La moneda social entonces viene a cumplir el verdadero rol del dinero: un sistema de intercambio justo, que pretende reflejar el valor de un producto a través de aspectos como el tiempo y el trabajo dedicado en la producción de un bien o de un servicio. Las monedas sociales, como por ejemplo los bancos de tiempo, están diseñadas para ser distribuidas e intercambiadas en comunidades, colectivos e individualidades, y poseen una oxidación (muerte) al no ser utilizadas. De esta forma ayudan a mejorar el intercambio de un grupo de personas de un mismo territorio y a formar relaciones de comercio justo y beneficiosas para quienes participan. Las monedas sociales hacen que la riqueza de un territorio se quede en su mismo lugar de origen, fomentando las economías locales y la formación de culturas y comunidades.
Pienso que el principal desafío para implementarla en un territorio es primero dejar de pensar que la economía es un área de gente experta, sino más bien un sistema de intercambio que se construye con y para las personas con una base en el cuidado de los recursos finitos de este planeta. Luego, necesitamos aprender a generar redes de confianza, una economía basada en una moneda social invita a crear lazos de confianza entre las personas que participen de ella. Necesitamos volver a creer en la gente que vive a nuestro alrededor y con ello volver a las relaciones más humanas. El cambio de paradigma radica sólo en lo queremos creer, y esta crisis nos está invitando a replantearnos nuestra forma de cómo vemos todo. No podemos seguir creyendo en un sistema que con cada quiebre nos da la espalda y nos deja a la deriva. Necesitamos empoderarnos sobre cómo queremos seguir moviéndonos en esta sociedad. Si podemos entender que la realidad la creamos entre un “tu+yo” y que en conjunto somos una unión poderosa, estamos a un paso a cambiarlo todo.
GS: ¿Cómo surge Color Local y cuáles son los principios o valores que hay detrás de este proyecto?
El proyecto Color Local nace para fomentar el abastecimiento de los alimentos producidos en nuestro territorio y sean parte de una agricultura regenerativa como es la agroecología, es decir, alimentos limpios, sin agrotóxicos que dañen la salud de las personas o de la tierra. La tienda nace como un espacio constante de distribución de alimentos campesinos en la región del Bío-bío, aportando a la economía de familias campesinas que no tienen la opción de comercializar sus cosechas y apoyándolas para que no abandonen sus campos y sigan produciendo nuestra comida. Nuestros valores representan nuestros ideales de vida, una economía basada en lo que se produce en el territorio, promoviendo los tratos justos de precios tanto para las personas que adquieren como para las personas que producen. Valoramos infinitamente el trabajo de las familias campesinas que resisten en sus campos cultivando el alimento que genera vida para la vida y salud de las personas. Creemos en que los cambios comienzan por nuestro espacio más inmediato. Sabemos que no podemos salvar al mundo entero, pero si logramos cambiar nuestro territorio más cercano, nos sentiremos felices de haber aportado a cuidar.
GS: ¿Has conocido experiencias exitosas de huertos comunitarios en ciudades? ¿Hay alguna que quisieras destacar?
Las huertas comunitarias urbanas actualmente en el mundo están siendo, paradójicamente, una forma de proteger las semillas. El uso de transgénicos en los campos en varios países, contaminando a las semillas ancestrales, han hecho que personas curadoras de semillas quieran trasladar pequeñas huertas a la ciudad, para reproducción y cuidado de estos patrimonios vivos como parte de la biodiversidad de cada territorio. Las huertas en las ciudades están siendo más frecuentes, tanto para generar el alimento como para proteger las semillas. Por acá hay varias, y es esperanzador ver a mucha gente interesada y creando pequeñas huertas como forma de resistencia, una opción para cuidar su salud, formar comunidad, además de proteger y reproducir las semillas.
Las huertas comunitarias son también una forma de poder generar relaciones humanas de confianza en las otras personas. Parece que todo estuviera empujándonos a eso. Y son importantísimas para auto-educarnos y tomar conciencia acerca del trabajo y tiempo que toma producir nuestra comida. Esto nos permite cada vez más valorizar el trabajo de la agricultura campesina.
Las huertas comunitarias representan entonces parte fundamental para lograr la soberanía alimentaria de los pueblos, pues también nos enseñan la importancia de mantener el agua, la semilla y la tierra libres y accesibles para todas las personas.
En lo personal creo que experiencias exitosas son todas las que han logrado levantar una huerta en medio de una jungla de cemento que no le da espacio a las raíces para crecer. He conocido experiencias en recuperaciones de terrenos en poblaciones, en centros de salud, en colegios y en patios de casas, todas con base en la solidaridad, resistencia y amor por el alimento. No tengo una en especial, porque todas actualmente construyen una red de protección de las semillas, en donde todas son igual de protagonistas e importantes.
GS: ¿Qué recomendarías a las personas que buscan levantar un huerto comunitario o un emporio de producción local?
Que lo creen ya, que no lo sueñen tanto, que lo pongan en ejercicio. No hay nada imposible si la meta final es una idea beneficiosa para la comunidad. Soñar es importante pero más importante es poder materializarlo. A veces las cosas no van a funcionar como las tenemos en nuestra mente pero haciendo se aprende. Prueba y error, prueba y error…
Me gustaría aprovechar el espacio para hacer un llamado a siempre estar alerta a la situación del alimento en nuestro país, que sin ese recurso no hacemos nada.
En estos días el SAG lanzó una consulta pública sobre la reproducción y uso libre de semillas genéticamente modificadas en el país. Esto se traduce a la introducción de semillas transgénicas en los campos de libre utilización, que pone en peligro la biodiversidad de nuestras semillas ancestrales. El llamado es sumarse a campañas y hacer ruido para exponerle al SAG que no queremos transgénicos en nuestros campos. El alimento lo es todo, lo necesitamos todos los días, hay que protegerlo.
Si pueden: escriban en twitter, en instagram en facebook, sobre esta posible amenaza y etiqueten al @sag para que pueda leer que no estamos de acuerdo con su nueva forma de importar semillas con OGM.
También me gustaría agregar que la principal arma de combate es la autogestión y la organización en comunidades. Si pueden, organícense en sus barrios para empezar a producir su propia comida. Y cuando vayan a preferir comprar un alimento por sobre otro, asegúrense de tomar esa decisión informad-s: lugar de origen, quién lo cultivó/produjo, ¿está bien pagado? La información es poder y priorizar la producción local es un acto cotidiano de cambio.
Otoño, 2020
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