Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2021/12/08/el-ultimo-combate-de-lenin-por-daniel-guerin/
EL ÚLTIMO COMBATE DE LENIN por Daniel Guerin
Moshé Lewin en su libro El último combate de Lenin1 y en su comentario del “Diario de las secretarias de Lenin”,1 siguió paso a paso la enfermedad de Lenin desde diciembre de 1922 a marzo de 1923, es decir durante el período en que Vladimir Ilich, (golpeado ya por el mal que habría de llevarlo el 21 de enero de 1924) pudo dictar las notas conocidas con el nombre de “Testamento” y sus últimos escritos: cinco artículos redactados en enero y febrero de 1923, el más notable de los cuáles, “Más vale menos, pero mejor” fue publicado en el Pravda del 4 de marzo de 1923 con un retraso intencional por parte del Buró político.
El autor nos recuerda en su introducción que, a decir verdad, el tema no es totalmente nuevo. Ya nos eran conocidas las revelaciones y las cartas publicadas por Trotsky en la Revolución traicionada,2 testimonio que considera redactado “con la mayor honestidad y la mayor exactitud”.3 Pero publicaciones recientes han permitido que el tema se renueve: éstas son, por una parte, la aparición de la quinta edición de las “Obras Completas” de Lenin, más “completas” que las precedentes (o menos censuradas, podría haber agregado, y provistas de un importante aparato explicativo (que hubiese sido impensable en el período staIinista); y por otra parte, el “Diario de las secretarias de Lenin” que decidieron publicar en Moscú en febrero de 1963 4 y que nos fue revelado en francés con un retraso de más de cuatro años.5
El libro de Moshe Lewin y el “Diario” tienen ante todo el valor de ser un patético documento humano. Nos hacen ver a un hombre, colocado por la Revolución de Octubre a la cabeza de un régimen que cubre la sexta parte del globo, impotente y físicamente (mas no intelectualmente) disminuido por la enfermedad. Está además prisionero de un Comité Central en el cual Stalin ya se impone; es este último quien, el 18 de diciembre de 1922, se “preocupa” por el cuidado de su salud: con el pretexto de evitarle toda fatiga, el futuro dictador trata de impedirle la comunicación con el exterior, y especialmente con Trotsky. Lenin es víctima de su propia policía.
El 22 de diciembre el cuidador de Ilich, recién en funciones, se entera a través de sus informantes que en la víspera Krupskaia ha tomado en dictado unas breves palabras de felicitación dirigidas a Trotsky por haber triunfado en una sesión del Comité Central “sin disparar un tiro”; el debate estaba dedicado al monopolio del comercio exterior (en el cual los dos artesanos de la Revolución de Octubre, a pesar de la N.E.P., estaban de acuerdo contra Stalin y otros en no hacer derogaciones). Stalin llama entonces a Krupskaia por teléfono y se permite “un griterío de los más groseros” contra ella, la cubre de “injurias indignas y de amenazas”, habla de enviar a la compañera de Lenin ante la comisión de fiscalización, de tal modo que ésta escribe a Kamenev para quejarse:
“Sé mejor que todos los médicos de qué se puede y de qué no se le puede hablar a Ilich, puesto que sé lo que lo perturba o no, y en todo caso, lo sé mejor que Stalin”.6
Lewin subraya que la intervención de Stalin no estaba justificada ni siquiera desde el punto de vista médico, puesto que Krupskaia había recibido autorización del médico que lo trataba para tomar en dictado esta carta. Lenin no pudo ser puesto al tanto de este grave e insólito incidente, pues casi enseguida, el 23 de diciembre, fue sorprendido por un serio ataque de parálisis. Pero lo supo apenas su estado de salud se hubo mejorado temporariamente.
Y quizás bajo el golpe de esta revelación, el 4 de enero de enero de 1923, Ilich dictaba la nota donde proponía desplazar de su puesto al ya todopoderoso secretario general:
“Stalin es demasiado brutal y este defecto… se torna intolerable en las funciones de secretario general.”
No obstante esto, los editores de la 5a edición de las “Obras Completas” sostienen que Krupskaia no habría referido el hecho a Ilich sino a principios de marzo.
De todas maneras, el 6 de marzo de 1923, Lenin dictaba este mensaje demoledor dirigido a Stalin, que el régimen post-stalinista consistió en introducir en el tomo 54:
“Se ha permitido la grosería de llamar por teléfono a mi mujer e injuriarla. No tengo intenciones de olvidar lo que se ha hecho en mi contra, y es de por sí evidente que, del mismo modo, considero como hecho contra mí, lo que se ha hecho contra mi mujer. Por esta causa le pido considere si está dispuesto a retirar lo dicho y a presentar sus excusas, o bien, si prefiere, romper las relaciones entre nosotros.”
Esta carta habría de ser el último acto político de Lenin. Ni siquiera pudo tomar conocimiento de las excusas de Stalin, exigidas y obtenidas, puesto que cuatro días más tarde era víctima de un ataque de parálisis más grave que los precedentes con pérdida del uso de la palabra, que iba a conducirlo a la tumba once meses después.
Entre enero y marzo de 1923, alrededor de la misma época, el “Diario” abunda en detalles. Es así como el 1° de febrero Lenin es informado que, ante el retroceso de su mal, el Buró político ha consentido en permitirle recibir ciertos documentos para estudiarlos. Le confía entonces a una de sus secretarias, L. A. Fotieva: “¡Ah si estuviese en libertad!” El 12 de febrero la misma secretaria anota:
“Visiblemente… Vladimir Ilich tuvo la impresión que no eran los médicos los que daban las instrucciones al Comité Central, sino el Comité Central quien las daba a los médicos.”
Sin embargo Lewin no se contenta con relatar, también juzga. Sus apreciaciones, siempre interesantes, algunas veces parecen contradictorias y otras, en cambio, coherentes.
El problema de la autogestión obrera no es abordado sino incidental-mente. El autor menciona la supresión de los consejos de fábrica, supresión que señaló el comienzo del proceso de burocratización de la Revolución soviética, pero lo hace superficialmente.
Ante todo, omite que la autogestión obrera había sido preconizada con mucha convicción y ardor, por los mismos bolcheviques. No se necesita más prueba que los extraordinarios artículos de Lenin aparecidos en Francia hace tiempo, en una recopilación titulada: Por el camino de la insurrección, así como los informes del Comité Central del Partido Comunista Ruso publicados por François Maspero.
Omitiendo este punto de partida, Lewin sostiene bastante severamente, que los consejos de fábrica habían sido el fruto de “un brote libertario de inspiración sindicalista” y afirma, condenándolos en bloque, que “sólo trajeron desórdenes”. Sería por esta causa que Lenin se habría visto obligado a favorecer la burocracia administrativa “contra las tendencias anarco-sindicalistas de los obreros”.
Ni una palabra por supuesto del testimonio dado por Volin en “La Revolución desconocida”.7 Este anarquista, estrechamente vinculado con la época de los consejos de fábrica, ha demostrado que la autogestión durante el corto período en que había podido ser experimentada, había suministrado, por el contrario, la prueba de la madurez de la clase obrera rusa y de su notable capacidad de iniciativa creadora, rápidamente frenada.
Moshe Lewin no explica claramente por qué esta gestión desde abajo tuvo que desaparecer tan rápidamente ante la tutela burocrática. O si lo hace, es en términos injustos para con el proletariado. Si damos crédito a sus palabras, los obreros habrían sido “demasiado incultos” para poder participar efectivamente en la gestión de las empresas; era necesario que fuesen reemplazados por burócratas.
Sin embargo el autor refuta, sin parecer percibirlo, su propia tesis cuando agrega: “Al decir eso, nos referimos a los obreros como grupos, pues individualmente llegaban a los más altos puestos del Partido”. ¿No es singular que los obreros hayan sido colectivamente incapaces pero que, una vez absorbidos por el Partido, hayan demostrado súbitamente sus capacidades? Hubiera sido muy útil que se nos intentase explicar esta extraña metamorfosis.
Lewin observa por otra parte, que las fábricas fueron privadas de su élite proletaria, reclutada para reforzar el aparato administrativo: he aquí el núcleo del problema. ¿Es preciso sacrificar la autogestión obrera en provecho de la construcción de un aparato de Estado invasor y pletórico y de una casta de burócratas impacientes por mandar y hacerse obedecer?
Lenin ha convenido en que “las fuerzas del proletariado fueron agotadas sobre todo por la creación del aparato”. Es bien evidente que esta extracción unida a la dispersión en el campo de un gran número de obreros, a causa del hambre y de la falta de materias primas, no facilitó la consolidación de la autogestión. Pero aún así el proletariado no había sido borrado del mapa y a veces se tiene la impresión que se invoca su “agotamiento” como una falsa excusa.
Lewin admite que la maquinaria del Partido sustituyó demasiado rápida-mente al proletariado organizado; empero cree que este proceso habría sido considerado al principio como un “fenómeno transitorio a la espera del reagrupamiento de los obreros de las grandes fábricas y el refuerzo de la industria por las realizaciones futuras”.
Hubieran sido deseables pruebas y citas incontrovertibles en apoyo de esta afirmación; sin embargo, parece que no estamos en condición de producirlas. Y constatamos melancólicamente que, en realidad, el reinado de los burócratas, comenzaba en las fábricas (reinado cuya extinción sólo hoy se comienza a prever y todavía a largo plazo, medio siglo después de la gloriosa Revolución de Octubre).
Igual incertidumbre existe en el pensamiento de Lewin en lo que concierne a las partes objetivas y subjetivas respectivamente, en el proceso de burocratización. Son solamente las terribles condiciones objetivas de las vísperas de la Revolución, ¿es la guerra civil la que ha moldeado el régimen dictatorial? ¿O son más bien “las doctrinas del Partido”, o mejor aún “la doctrina sobre el Partido” forjada por Lenin? No sólo duda Lewin, sino que se siente remiso de adoptar la opinión de ciertos historiadores que ven en esta doctrina preestablecida el “pecado original” de Lenin. Sostiene que “el lugar central acordado al Partido en la estrategia leninista no debe conducir sin embargo a imputarle, como algunos lo hacen, todas las responsabilidades” de una evolución que desembocará finalmente en la autocracia. Cree saber que “la dictadura del Partido sobre el proletariado no entraba en los designios de Lenin», pero que constituía “el corolario totalmente imprevisto de una serie de circunstancias imprevistas”. No obstante admite que, si “Lenin pudo acomodarse a esta nueva situación” tan fácilmente, fue porque estuvo ayudado en ello por las ideas sostenidas antiguamente en Que hacer, es decir por:
“la importancia del papel atribuido a la toma de conciencia, que no es espontánea, y por una cierta concepción del Partido al que atribuye la tarea de despertar esta conciencia”.
En otra parte el autor reconoce que el régimen bolchevique ya bajo Lenin, no estaba “muy alejado de la realización de la situación que Trotsky había previsto en 1903-1904”, a saber:
“La organización del Partido tomará el lugar del Partido mismo, el Comité tomará el lugar de la organización, finalmente el dictador tomará el lugar del Comité Central.”
Como si quisiese hacerse perdonar este instante de audacia, Lewin agrega:
“A pesar de la fina intuición de Trotsky sería falso creer que la concentración del poder que llegó a su paroxismo con el régimen stalinista, era el resultado de las escisiones de 1903-1904.”
En consecuencia un punto crucial como el mecanismo de la degeneración de la primera revolución proletaria de la historia, es apenas abordado, e imperfectamente esclarecido.
Sin embargo, el producto de este mecanismo, tal como ya aparecía en vida de Lenin, es diagnosticado por el autor sin rodeos: “el Partido sustituye a la clase” y se está en presencia de una “dictadura del proletariado casi sin proletariado, acaparado por un partido en cuyo seno aquél era minoritario”.
Lewin no se muestra tampoco muy seguro de sí cuando aborda la cuestión de la prohibición de las fracciones decidida en marzo de 1921 por el X Congreso del Partido comunista soviético. Se pregunta si esta desgraciada decisión fue simplemente temporaria y, como lo sostuvo Trotsky en “La Revolución traicionada8”, una “medida excepcional llamada a caer en desuso con la primera mejoría de la situación”, o si por el contrario fue “el fruto de un error de cálculo y de la falta de clarividencia”. Si nos remitimos –lo que no hace el autor– al informe del X Congreso9 se constata, efectivamente, que Lenin, en sus relaciones, presenta la prohibición de las fracciones como una necesidad del momento. Sin embargo, en el texto mismo de la resolución que emite la prohibición,10 su carácter “temporario” no figura.
Moshe Lewin no ha llegado a conocer un texto de Trotsky donde el mismo estima que:
“esta prohibición fue uno de los puntos de partida de la degeneración del partido”, [para concluir]: “Es así como se formó el régimen totalitario que mató al bolchevismo.” 11
Lewin tiene el mérito de denunciar la monstruosa máquina estatal en que muy rápidamente se transformó el régimen soviético aún antes de la muerte de Lenin.
“El Estado dictatorial tiende a fijarse en un organismo con leyes e intereses propios, se arriesga a sufrir asombrosas distorsiones en relación con los objetivos iniciales, se arriesga a escaparse de las manos de sus fundadores […] El instrumento se torna entonces un fin en sí […], una máquina de opresión”.
¿”Degeneración imprevista”, imprevisible? ¿No hubiera sido oportuno recordar que la previsión de la misma había sido hecha largo tiempo antes por Bakunin, y su análisis desarrollado por Volin en el curso y dentro mismo de la Revolución Rusa?
Lewin subraya que Lenin al fin de su vida, “no ahorró las críticas más amargas”, a esta “formidable máquina administrativa”. Pero nos parece que las raras citas que rescata dan un reflejo demasiado pálido de la angustia experimentada por el fundador del primer Estado socialista ante su propia creación. El autor, a nuestro parecer, no ha utilizado suficiente-mente los escritos revelados hace poco al lector francés, por los últimos tomos de la 5a edición de las Obras completas. Así, por ejemplo, en un anexo, Lewin reproduce en extenso el último artículo de Lenin “Más vale menos, pero mejor”, sin embargo en el meollo de su libro no cita los pasajes más salientes:
“Las cosas van mal con nuestro aparato estatal, por no decir que son detestables.” “La burocracia existe entre nosotros”, etc.
El autor tiende a subestimar la relativa clarividencia de Lenin a propósito de la burocracia:
“El tumor burocrático inquietaba ciertamente a Lenin hasta el más alto grado pero, a su parecer, no provenía de allí la amenaza más grave. […] Lenin no distinguió toda la magnitud del peligro representado por el abuso de poder que la cumbre de la jerarquía podía ejercer. […] Los fenómenos de los que hablaba en su testamento no eran todavía para él perfectamente claros. [… ] Lenin combatía ferozmente el burocratismo pero no lo analizaba con suficiente profundidad.”
Pasando de un extremo al otro nos parece que el autor sobrestima, las reformas de las estructuras gubernamentales, que encaraba el enfermo en los últimos tiempos de su vida. Estos proyectos, y Moshe Lewin conviene en ello, tenían el inconveniente de ser concebidos desde arriba. Era solamente “la cabeza del Partido” la que Ilich hubiera querido reorganizar; se preocupaba más de mejorar “la calidad de las capas superiores” que de recrear “la fuerza y la conciencia de la clase obrera”. Sus designios se limitaban a querer dotar al Partido de una eficaz comisión de control central que hubiera reemplazado la poco provechosa inspección obrera y campesina. ¿Por qué habría de triunfar una, donde la otra había fracasado? Lewin enumera a justo título los riesgos que hubiese acarreado tal experiencia: todo dependía de la elección de los veedores y esta selección no podía ser fructífera sino durante el tiempo que Lenin viviese para operarla por sí mismo; en los proyectos de Lenin, por otro lado, la comisión de control central debía estar ligada al congreso del Partido; pues bien, dicho Partido se había quedado sin su aliento vital después de la prohibición de las fracciones.
Sin embargo, a nuestro parecer, Lewin exagera cuando asegura que el proyecto de Lenin era un verdadero “golpe de Estado” y que hubiera sido el punto de partida de una “nueva orientación”. También deja de ver que las reformas de Lenin debían tomar, según la intención y la confesión de aquél, “muchos, pero muchos, muchos años”.12 Se deja engañar además y singularmente desconoce la auténtica concepción marxista de la “dictadura del proletariado” cuando, pasando del relato histórico a la divagación teórica, cree en la posibilidad de “crear una máquina dictatorial capaz de controlarse” y más cuando traza el esquema utópico –digamos babeuviano– de “un régimen dictatorial racional con jefes íntegros a la cabeza, que trabajen conscientemente para supera el subdesarrollo y la dictadura”; para terminar proclamando con un optimismo gratuito, invalidado por todo el curso posterior de la Revolución Rusa:
“Nada nos permite deducir que este tipo de dictadura está destinada a degenerar obligatoriamente en una dictadura personal, despótica e irracional.”
Finalmente Moshe Lewin se expone a críticas aún más rotundas cuando se atreve a especular lo que Lenin hubiese hecho de seguir vivo. Trasponiendo, sin decirlo francamente, el esquema de la revolución cultural china a la revolución rusa, confundiendo a Lenin con Mao, nos revela, con la seguridad de un privilegiado que hubiese recibido de Lenin confidencias de ultratumba:
“Se hubiera visto obligado constantemente a movilizar aliados dentro y fuera del Partido; hubiese tenido que hacer un llamado a las fuerzas vivas del país: la juventud obrera y estudiantil, los intelectuales, los mejores del campesinado […], algunos elementos de los otros partidos socialistas.”
Aquí el lector desearía precisiones indispensables: ¿al auxilio de quién hubiera recurrido Lenin “fuera del Partido”, habiéndole conferido al mismo un monopolio exclusivo? ¿Qué elementos de “otros partidos socialistas”, suprimidos hace largo tiempo (del mismo modo que las fracciones dentro del propio Partido)? ¿Cuáles intelectuales? ¿Qué elementos del campesinado?
Es más agradable a nuestra imaginación la hipótesis de una coalición entre Lenin y Trotsky dirigida contra Stalin, hacia la cual había esbozado un primer paso durante su enfermedad.
Pero en contra de esta suposición Lewin reprocha a Lenin su “elitismo estrecho” que le hacía “adormecer su vigilancia” sobre las tendencias “peligrosas de la cumbre del poder”. Y paralelamente reprocha a Trostky por haber “sucumbido al fetichismo del partido”.
¿Acaso hubiera bastado la asociación de los dos grandes revolucionarios (si hubiese podido ser llevada a cabo) para detener la degeneración de la Revolución de Octubre? Es lícito dudarlo.
1967
*
NOTAS:
* M. Lewin, El último combate de Lenin.Libro n.º 136 en esta colección [N. ed.]
1 Cuadernos del mundo ruso y soviético, vol. VII (y no VIII como se indica por error en el libro de Lewin), abril-junio de 1967, traducción de Jean-Jacques Marie.
2 Lewin habla de las “revelaciones de Trotsky de los años 20”. ¿Por qué esta formulación imprecisa? La Revolución traicionada apareció por primera vez en Francia en 1929.
3 El homenaje así rendido, que extraemos del comentario del Diario, nota 1 de pág. 153 (p. 297), es más vibrante que el otorgado en el libro (p. 100).
4 En esta fecha apareció en ruso, en la revista Cuestiones de Historia y al mismo tiempo en las Obras completas, 5a edición, p. 43.
5 Los trabajos de Moshe Lewin contienen algunas faltas tipográficas que pueden inducir al error al lector. De esta forma la carta de Krupskaia, en la pág. 150 del libro, (edición francesa) lleva la fecha del 23 de diciembre de 1923, mientras que es del 23 de diciembre de 1922, y, en la pág. 316 del Diario se lee: “5 de enero de 1924”, mientras que hay que leer: “5 de enero de 1923.”
6 Después de la era stalinista, la carta fue finalmente publicada en el t. 54 de la 5a edición, pero aun así con recortes .
8 Véase: L. Trotsky, ¿Y AHORA? Carta al VI congreso de la Internacional Comunista. Crítica del Programa de la Internacional Comunista (1928) Incluida en: Karl Marx. León Trotsky y el guevarismo argentino, el libro n.º 49 en esta colección
9 Lenin, Obras completas, t. 32.
10 El texto se encuentra en las notas que siguen a la Oposición obrera de Kollontai, en el n° 35 de la revista Socialismo o Barbarie.
11 Carta de Trotsky al Partido Socialista Obrero y Campesino del 25 de julio de 1939. Pierre Broué no creyó necesario insertar esta larga e importante carta en su reciente trabajo: El movimiento comunista en Francia, 1967. Pierre Frank tampoco hace mención de ella en una nota al pie de página, en la pág. 264 del tomo I de la reedición de La Internacional comunista después de Lenin, 1969. El texto fue publicado, sin embargo, con el título «El troskismo y el P.S.O.P.» en el n° 42 de Bajo la Bandera del Socialismo, noviembre-diciembre de 1967.
12Lenin. «Más vale menos, pero mejor», op. cit.