Fuente: Iniciativa Debate/Jaime Richart
Quien me lea con cierta asiduidad verá que me repito mucho en esta materia de la política doméstica. Y le cansará. Y a mí también me cansa. Pero yo soy de esos a quienes, más allá de los efectos (efectos que se producen a diario de una manera turbulenta y casi siempre atropellada, tal como me llegan desde los medios de comunicación), me interesan las causas. Y especialmente las causas profundas de los efectos. Pues está presente en mi discurrir que lo que viene después, siempre hunde sus raíces en la causa de la causa. Así es que si los comienzos de este régimen político de más de cuatro décadas estuvieron viciados de consentimiento para al menos la mitad de la población española, y lo está, todo lo que a partir de entonces viene ocurriendo en España en la política y en la justicia, está infectado necesariamente de lo que originó el régimen español a partir de 1978. Por eso no puedo ni quiero olvidarlo. Lo explicaré…
Si soy jacobino, y lo soy, es por esto que acabo de decir. Un radical de izquierdas que, durante décadas viene esperando transformaciones hondas en este país y nunca acaban de cuajar. Ser jacobino, aún privado de libertad política en tiempos de la dictadura, significa que desde que mi carácter como persona se forjó, me mantuve erguido siempre frente al poder del tirano desparramado por todos los estamentos, en una España que vivió tras la guerra primero una paz a punta de pistola y a renglón seguido otra paz de cementerio. Pues a nadie se le oculta que millones de españoles nacidos en la dictadura, unos desde el principio y otros sucesivamente pero dentro del redil, vivíamos rebelados contra el poder militar, el policial, el administrativo y el eclesial (éste como la punta de lanza ideológica del franquismo) con los únicos recursos a nuestro alcance sin comprometer nuestra integridad o nuestra vida: la altivez frente a los cómplices más o menos voluntarios de la dictadura y el ejemplo personal de rectitud allá donde estuviésemos…
Pero, claro está, quienes llevábamos en la frente el sello de la rebeldía frente a los represores y a los abusos de quienes vivían y trabajaban en nombre del represor de turno, no todos les hacíamos frente, cuando era posible hacerlo, del mismo modo. Algunos vivieron su rebelión directamente con movilizaciones en la calle o conspirando contra el Régimen franquista,y dentro de ellos unos pocos en comparación con los 30 millones de población de entonces, lo pagaron muy caro con su vida. En todo caso, es evidente que no hubo héroes suficientes para derrocar al dictador.
De modo que, tras la guerra civil había tres clases de españoles: los ganadores que vivían opíparamente y dominaban todos los cotarros; los perdedores y represaliados que habían sobrevivido; y los perdedores que, por razones varias, no sufrieron especiales represalias. La mayoría de la clase de estos dos últimos grupos, cuando llegamos a la adolescencia y a la juventud vivíamos la rebelión sólo internamente aunque sólo fuese por instinto de conservación. Es decir, constantemente forzados a transigir, a condescender y a soportar los abusos, para seguir tirando. Lo mismo que tantos y tantas, sin morir, nada pudieron hacer salvo soportar las condiciones del campo de concentración en que simplemente existían…
El caso es que si unos nacieron y crecieron triunfantes, muchos perdedores acabaron adaptados, más bien domesticados, otros muchos nacimos neutros y crecimos con instinto de independencia y conciencia social profunda que caracteriza el ser de izquierdas. Pero eso sí, todos, sin excepción, teníamos atrofiada esa inclinación del humano (al parecer natural según el decir aristotélico), al ser también zoon politikon, animal político, precisamente por falta absoluta de oportunidad de ejercer la política. Eso es lo que configuró el perfil bajo habitual de españoles y españolas, la mutilación para las dotes del arte o la habilidad políticos. Eso es lo que se notó sobremanera desde un principio, y nota cada vez más. Incluso la alta judicatura española carece de los mimbres indispensables para codearse con la Justicia europea, como se está comprobando en el conflicto catalán.
Pues aquellas españolas y españoles se encontraron casi de la noche a la mañana en un régimen de libertades formales sumadas a la libertad interior que goza todo humano aún en presidio, teniendo que improvisarse a sí mismos e improvisar sus decisiones: ni unas ni otros estaban en condiciones de administrar con prudencia la libertad a secas. Y así, quienes desde el poder que conservaban tras la muerte del dictador, organizaron el marco político en 1978. Mucho más parecido al claustro en que habían vivido (aunque ellos con bula y privilegios) que al espacio propio de campo abierto que convencionalmente es la democracia. Así fue cómo articularon el Estado español. Así es cómo lo hicieron objeto de una falsa democracia. Desde su arranque, en la Constitución todo fue manipulado y viciado. Pues no basta una Constitución para hacer de una nación una democracia. La democracia no lo es por decreto. Sólo lo es en función de la sinergia entre todos. Y por supuesto todos los partidos son los que la hacen y la trabajan con el combustible de la voluntad. Del mismo modo que el motor de un coche sólo funciona con combustible. Si le falta, no funciona. Dicho y reiterado mil veces por mí: la Constitución de 1978 diseñada por franquistas, fue la composición de un modelo que no tenía parangón: ley electoral para favorecer el bipartidismo; un Senado sólo útil cuando “ellos” tienen mayoría absoluta, siempre; Diputaciones fiscalizadoras de los recursos de la Autonomía; Audiencia Nacional para delitos “artificiales”; nepotismo en la selección de jueces y elección de miembros del del CGPJ, del Tribunal Supremo o del propio Tribunal Constitucional; jueces y magistrados con un sentido de la justicia tallado por el cincel del dictador, etc.
Pues bien, si aceptamos todo lo enumerado como cierto y lo unimos a la “lógica” dictatorial de la inflexibilidad y de la incapacidad para la transacción y para conceder al adversario político una cuota de razón, viendo en él más al enemigo que al “noble opositor” que siguen padeciendo los herederos del franquismo, convengamos en que sólo la voluntad firme de los tres poderes institucionales, especialmente el judicial, pueden lograr el milagro de la transformación de lo que fue una cierta dictadura, a una aceptable democracia. Pues nunca ha existido esa voluntad, sofocada por los creadores del artificio y por todos los que les secundaron. Y eso es lo que sigue sucediendo…
Por eso, los efectos de la causa de la causa de que hablaba es este formidable nicho de politiquería, este conglomerado de disparates judiciales y ese ridículo y al tiempo exasperante compendio de situaciones e interpretaciones de la ley desquiciado que está pidiendo a gritos el internamiento de la mayoría de sus protagonistas en un Centro de Salud Mental. En un manicomio a cuyo frente están “doctores”, tanto en el Parlamento Europeo político como en los Tribunales de Justicia Europeos, que se las ven y se las desean para hacer entrar en razón y sanar con altas dosis de democracia, la mente de políticos y de magistrados españoles que, deformados irremisiblemente, siguen tan obstinados en interpretar la Constitución y demás leyes con la misma precisa rigidez de los tiempos de la oprobiosa dictadura; individuos constreñidos a interpretar la ley penal y las relacionadas con la unidad territorial, con la mismísima exégesis marcada por el jefe…
Sabemos que en Medicina más difícil que la sanación es el diagnóstico. Por eso, si este gobierno de coalición ha hecho un diagnóstico adecuado, que comprende una visión no sólo de la táctica política sino también de la táctica sociológica a que me refiero aquí, tendría conseguida la estrategia más eficaz. Quiero decir que si saben cuál es la materia prima de esta tela de araña y hacen sus previsiones para hacer frente a las dos murallas (políticos y magistrados) impregnadas de mentalidad ultraconservadora o involucionista, quizá pueda ganar la partida y aguantar la legislatura. Si saben también, y lo saben, que iniciativas legislativas, proyectos y proposiciones de ley importantes están destinados a la magistratura y van a empantanarse en el marco judicial, dada la anunciada intención de estos bronquistas sin pudor de recurrir constantemente a los tribunales en quienes confían ciegamente por ser de “los suyos”, deberán buscar el antídoto para el veneno de la serpiente. Y el antídoto está en la Unión Europea. Eso, mientras no peligre su salida de ella de España. Un peligro que no creo que llegue a concretarse, pues, entre otras razones, a España se le despojó desde el principio de infraestructuras de todo tipo y es excesivamente dependiente. Y ese despojo le haría ahora insoportable la autarquía que vertebró la dictadura, pues pronto llevaría directamente a este país casi a otro clima de posguerra.