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El oscuro mercado de las materias primas: «No es que operen por encima de la ley, es que simplemente no hay ley»
Elisenda Pallarés. Las empresas que controlan el flujo de los recursos naturales del mundo siguen apostando por el negocio de los combustibles fósiles y se enfrentan a una escasa regulación de su actividad. El libro ‘El mundo está en venta’, de Javier Blas y Jack Farchy, ahonda en este tema.
Elisenda Pallarés. Publicado originalmente en La Marea
Los nombres de algunos millonarios como Elon Musk, dueño de Tesla, o Amancio Ortega, fundador de Zara, aparecen a diario en los medios de comunicación. En cambio, hay otros empresarios que amasan grandes ganancias y ejercen un gran poder en la geopolítica mundial mientras pasan desapercibidos para la mayoría de la ciudadanía. «La décima persona más rica de España se llama Daniel Maté [propietario de aproximadamente el 3% de Glencore] y nadie lo conoce», ejemplifica el periodista Javier Blas. Son personas y corporaciones cuyo negocio es la compraventa de materias primas como el petróleo o los cereales.
Glencore, situada en Suiza, es el mayor comerciante de metales y trigo del mundo. Trafigura, con base en Singapur, asume su segundo puesto como comercializadora de petróleo y metales. Vitol fue fundada en Róterdam pero su sede central se encuentra en Suiza actualmente y es líder en el mercado del petróleo. La estadounidense Cargill es la mayor comercializadora de cereales del mundo. Los negocios de todas ellas se desgranan en El mundo está en venta, un extenso trabajo de investigación del columnista Javier Blas y el reportero Jack Farchy, ambos en Bloomberg, y que Península acaba de publicar en España.
Cuanto mayor es el anonimato de quienes controlan el flujo de los recursos naturales, más fácil les resulta sortear la regulación. «La industria trata de mantenerse en la sombra para que los gobiernos no hagan nada sobre ella», asegura Blas. El periodista explica vía Zoom[programa de videollamadas] que una comercializadora puede comprar un cargamento de petróleo en alta mar en las costas de Nigeria, mandarlo alrededor del mundo hasta una refinería en China, comprar la gasolina que se produzca allí, ponerla en otro petrolero y venderla en India. Y todo ese proceso no tendría ningún tipo de regulación.
El coste medioambiental de la extracción y transporte de esos materiales les es indiferente a los comerciantes. Compran allí donde los recursos son más baratos y lo venden allí donde puede sacarle más dinero aunque lo tengan que trasladar a miles de kilómetros. «Hemos visto gas natural del extremo este de Rusia ir a Kuwait aunque tienen a Catar al lado», indica el autor. Blas destaca que la demanda de combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural o el carbón es imparable. «El consumo de carbón es quizás la mayor incongruencia en un mundo que está en alerta por la emergencia climática; este año marcará un máximo histórico de consumo», añade. En el libro se recoge la anécdota de cuando Ivan Glasenberg, ex director ejecutivo de Glencore, se jactó de tan lucrativo negocio exclamando que «todo el mundo se ponía cachondo con el carbón».
Los comerciantes de materias primas realizan las interacciones comerciales en aguas internacionales para sortear la legislación de los países. Son empresas privadas que a veces no están en bolsa y no se ven obligadas a hacer un ejercicio de transparencia frente a sus accionistas, y que muy a menudo esquivan el control fiscal. Gracias a sus sedes en paraísos fiscales pagan escasos impuestos, a pesar que la compraventa de materias primas mueve 17 billones de dólares al año. O lo que es lo mismo: un tercio de la economía global. La comercializadora Vitol, por ejemplo, ha pagado solo el 13% de impuestos sobre sus ganancias de 25.000 millones de dólares en las últimas dos décadas.
Además, son una especie de sector bancario en la sombra, dispuesto a pagar a los productores de petróleo por adelantado por su crudo o suministrar materias a crédito a algunos fabricantes. Así balancean el poder en el mundo. En Libia, Vitol apoyó a los rebeldes que luchaban contra Gadafi y les suministró cargamentos de gasolina, diésel y gas licuado llegando a cuenta de 1.000 millones de dólares. En Irak, ayudaron a Sadam Huseín a vender su petróleo eludiendo las sanciones de la ONU. En Cuba, suministraron petróleo a cambio de azúcar a Fidel Castro. Sus operaciones pueden ser arriesgadas pero siempre suelen ganar. En 2008, mientras millones de personas pasaban hambre en plena crisis financiera, fue el período más rentable para los comerciantes de materias primas.
El mercadeo de las materias primas rusas
A pesar de las sanciones impuestas a Rusia, en este momento es legal transportar materias primas rusas siempre que no se entreguen en determinados países como Estados Unidos o Reino Unido. «Todavía se pueden entregar en la Unión Europea, que no ha puesto un embargo al petróleo o los metales rusos», recuerda Blas. El navarro es taxativo: «La Unión Europea está financiando la guerra de Putin porque cada día compramos entre 500 y 1.000 millones de euros de materias primas rusas».
En el caso de que se acaben imponiendo sanciones que prohíban a los comerciantes de materias primas operar en Rusia, otros coparán el mercado. «En lugares donde ha habido sanciones por parte de Estados Unidos y la Unión Europea, como en Irán por su programa nuclear, rápidamente vemos que si se marchan las comercializadoras occidentales llegan otras anónimas operando desde China o Oriente Medio», sostiene el periodista de Bloomberg.
En la industria de las materias primas, el mercado es el rey. «Algunas de estas empresas no es que operen por encima de la ley, es que simplemente no hay ley», señala Blas. Sin embargo, el creciente debate público sobre los combustibles fósiles representa una amenaza para la filosofía de negocio de los comerciantes de materias primas. «Cada vez es menos viable que los ejecutivos del sector hagan negocios al borde de lo legal o aceptable, que trabajen con materias primas contaminantes», opinan los autores. Independientemente de la oferta de combustibles fósiles que siguen aportando los mayores comerciantes, Blas apunta que está en manos de los dirigentes públicos reducir su consumo: «Son ellos quienes pueden tomar decisiones políticas para reducir su demanda»