Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/El-legado-de-Billie-Holiday-transformar-la-tristeza#:~:text=%C2%A00,TEMAS Simona Del Lubo Sábado 17 de julio
El legado de Billie Holiday: transformar la tristeza
Foto: Billie Holiday: «No pienso que estoy cantando. Me siento como tocando una trompeta, un saxo.»
«De los árboles del sur cuelga una fruta extraña / sangre en la hoja y sangre en la raíz / cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña». Este verso es parte del poema sobre los linchamientos a los negros en el sur de EEUU: “Strange fruit” (Fruta extraña).
Marcó un antes y un después en la música popular norteamericana luego de pasar por la garganta de Billie en 1938, cuando con veintitrés años lo cantó por primera vez y bajó corriendo del escenario a vomitar porque la letra la tocaba hasta los intestinos. “Nunca he oído nada más hermoso” le dijo una mujer del público que se la encontró en el baño justo en ese instante; la joven artista lloraba angustiada, y aún no lo sabía pero había logrado algo inédito: que una canción de protesta negra, escrita por un profesor comunista (paradójicamente blanco) saliera de los círculos militantes para alcanzar a partir de entonces una masividad rotunda en el mundo del espectáculo.
Extraña fruta
En la prematura carrera artística de “Lady Day” (como la apodó su amigo el saxofonista Lester Young), que comenzó profesionalmente a los dieciocho años, pueden encontrarse dos elementos distintivos a los de otras cantantes: la durísima vida en los barrios pobres de Baltimore en plena depresión y la nula formación musical que la dotaron de una poderosa intuición rítmica y melódica empalmando con los giros del jazz, género al que puso patas arriba cuando en su fraseo irrumpió cantando un tiempo por detrás de la melodía instrumental.
Cantaba así porque era la única forma en que podía hacerlo: con una octava y media de registro, limitada, se montaba sobre una melodía como buscando un lugar en el mundo con el que no había nacido. Enorme poder de improvisación y particular timbre ronco y quebrado, sonaba así porque desde chica sólo había conocido el ruido de las miserias humanas (y aún habría de conocer otras). En tres minutos de blues o de jazz, incluso a veces con palabras base como “baby”, “man” o “love”, podía estremecer al público y sin ningún alarde vocal.
Algunos críticos de jazz han afirmado que tenía más de profundidad emocional que de virtuosismo. En cuanto a técnica es indiscutible, pero en tanto artista, productora de cultura (como la define Angela Davis en una entrevista), no ha habido otra igual hasta ahora.
Puerta de escape
En su autobiografía “Lady sings the blues”, la misma Eleonora Fagan (su nombre real) cuenta cómo fue su vida desde la infancia: pobreza, abandono de sus padres siendo niña, una violación a los doce años, prostitución, reformatorios, racismo, etc. Sin embargo, como en un golpe de suerte, una puerta de escape se abrió a sus quince años al entrar en un bar ofreciéndose como bailarina y fracasar desastrosamente en la prueba.
Fue entonces que a instancias del pianista comenzó a cantar “Trav’lin all alone” (Viajando sola) y dejó a todos mudos. Eran los años de la gran Depresión económica, y de la resaca del jazz que había brillado en los años 20.
Por ese entonces buena parte de los bares donde tocaban o asistían negros eran clandestinos. Sin micrófonos ni altavoces que llamaran la atención fuera del bar, Billie se encontraba obligada a caminar el salón cantando de mesa en mesa, y como cada una tenía su particular resonancia, aprendió la habilidad de adaptarse y de cantar de mil maneras distintas una misma canción, modificando su timbre y dicción.
Tres años más tarde en 1933, John Hammond que era productor musical, se entera de esta joven y viaja hasta el profundo sur de los negros para escucharla.
Tras oírla se siente obligado a hacer los arreglos para que el 27 de noviembre de ese mismo año, nada menos que el músico Benny Goodman le abriera para siempre las puertas de un estudio de grabación. Así comienza y despega su increíble carrera a la joven edad de dieciocho años. Desde entonces compartirá escenarios, vida y profesión con otras leyendas del jazz, entre otros, Duke Ellington, Louis Armstrong y esencialmente, con Lester Young, que para contar algo sobre la relación de amistad y artística que los atravesó se necesitaría un artículo aparte.
Grabó más de un centenar de canciones entre finales de la década del 30 y del 40. Fue una carrera corta y sinuosa que marcaría para siempre a los géneros que interpretó, y es desde entonces una de las cantantes más influyentes en todo el mundo hasta las generaciones actuales.
La inmortalidad
Pensar en la vida de “Lady Day” alejándose de la tristeza es tarea difícil. Sus primeros años de éxitos nunca dejaron de estar aplastados por el racismo brutal al que aun siendo ya una estrella era sometida cada vez que no estaba sobre el escenario. La penurias que enfrentó en su vida desde primeras horas, con padres que eran niños (su mamá tenía 13 años y su papá 15, que finalmente las abandonó unos años después), los maltratos y vejámenes por ser mujer, negra y pobre, forjaron en ella un duro carácter que le valió, entre sus allegados, la fama de “arisca” y “mal-llevada”. En su voz tremendamente emotiva aparece el corazón frágil de la niña abandonada que se hizo a sí misma en la calle e intentó endurecerse para que jamás ningún hombre o persona le hiciera daño. En eso, ella misma cuenta en una entrevista, fracasó, se enamoraba de maltratadores.
Paso por la prisión varias veces por tomar, por drogarse, por disturbios en la calle, terminó sus días a la corta edad de 44 años producto de una cirrosis, cuatro meses después de que falleciera su histórico amigo Lester.
Como cuenta la activista Angela Davis en “Blues Legacies and black feminism”: “su genialidad fue dar una forma estética a sus experiencias vitales que las convertía en ventanas a través de las que otras mujeres podían examinar críticamente sus propias vidas. Ofreció a otras mujeres la posibilidad de comprender las contradicciones sociales que encarnaban y representaban en sus vidas”. Una comprensión que ella nunca logró en la propia, e igual generó.