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José Ignacio Martínez Rodríguez
Este ingeniero vino al mundo en un pequeño pueblo del norte del país, aunque se mudó temprano a Gaborone, la capital, para cursar el instituto. Cuando lo terminó, sus notas escolares no le permitieron acceder a los estudios universitarios de ingeniería con los que él soñaba, por lo que se enroló en las fuerzas armadas de Botsuana. Era 2010. “Con mi sueldo del ejército pude costearme la carrera de Ingeniería Electrónica en una universidad privada. También me interesé por cuestiones empresariales y de emprendimiento. Registré mi compañía en 2017, y en 2019 ya tuve que contratar a gente porque yo solo no podía llevarlo todo. Entonces, la mochila solar era únicamente un prototipo, pero ya despertaba interés”, recuerda. Su aventura militar duró 10 años. En 2020, decidió dejarla a un lado y dedicarse en cuerpo y alma a su pasión. Fue el empujón que las mochilas solares necesitaban.
Botsuana, una nación que sobrepasa por poco los 2,6 millones de personas, ha conseguido uno de los estándares de vida más altos de todo el continente. Con una economía impulsada principalmente por las minas de diamantes, aunque también por el sector turístico, en menos de 60 años de independencia ha pasado de ser uno de los países más pobres del mundo a convertirse en uno de ingresos medios. Es una democracia que funciona y cuyos servicios públicos de salud o de educación llegan a la inmensa mayoría de la población. Sin embargo, muchas áreas rurales del país presentan problemas parecidos a los del resto de naciones del África subsahariana. Por ejemplo, la tasa de electrificación en estos lugares apenas llega al 30%. Miles de botsuanos siguen dependiendo del carbón, de la leña o del petróleo para satisfacer necesidades básicas como calentarse cuando hace frío o cocinar.
Botsuana carece de ríos perennes o grandes represas, lo que limita su capacidad para generar energía hidroeléctrica. No obstante, con la solar sucede justo lo contrario. El país dispone de una irradiación directa que se encuentra entre las más altas del mundo. Por ello, la creación de Kedumetse Liphi se erige como una gran solución a algunos de estos problemas. “Nuestra mochila podría eliminar el uso de querosenos y de lumbres en las casas, algo que sería muy beneficioso, no solo para el medioambiente, también para los propios ciudadanos”, dice el ingeniero.
Esa posibilidad es extensible a todo el continente: África concentra el 40% del potencial de generar energía solar en el mundo, pero tan solo tiene un 1% de capacidad instalada. En Botsuana, por ejemplo, sólo el 0,46% de la energía proviene de las renovables.
Precisamente por esta capacidad de luchar contra el cambio climático y por hacerlo usando una energía limpia, las mochilas solares de Kedumetse Liphi han obtenido varios premios, tanto internacionales como nacionales. El último, y uno de los que el ingeniero recuerda con más orgullo, lo recibió durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climática (COP28), celebrada en Dubai en noviembre de 2023, por adaptar la tecnología para contribuir con ella a la mitigación del cambio climático.
También ha sido finalista recientemente de los Premios WIPO, que reconocen proyectos de innovación en salud, tecnología avanzada y tecnología climática en todo el mundo. En este certamen, compitió con más de 650 proyectos presentados por candidatos de 107 países entre los que se encontraban China, Corea del Sur o Suiza, entro otros. “Nos enorgullece que reconozcan nuestro trabajo. Es la prueba de que vamos en buena dirección”, afirma Liphi.
Las mochilas de Liphi ya han traspasado las fronteras botsuanas. Han buscado socios en Sudáfrica, Kenia y Ruanda y próximamente las presentarán en Nigeria. Además, ha participado recientemente en el Programa de Innovación Global a través de la Ciencia y la Tecnología (GIST Net, por sus siglas en inglés), invitado por el gobierno de Estados Unidos. “Ahora queremos seguir buscando organizaciones que estén interesadas en la mochila. Su precio, de unos 63 dólares, todavía es algo caro para comprarla individualmente, pero se abarata cuando los pedidos son más grandes”, dice.
Por el momento, ya han vendido unas 5.000 unidades desde que las comercializan, y miran el futuro con optimismo: “Queremos tener nuestra propia fábrica, con sastres locales contratados, y exportar las mochilas a diferentes lugares. Creemos que este tipo de inventos no sólo tienen que ser de África para África, sino de este continente para el mundo”, concluye.
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