Fuente: Iniciativa Debate/ Domingo Sanz
La Monarquía española ha fracasado, pero una especie de cobardía esencial se adueña de los cerebros de todos los que tocan poder en España hasta conseguir que presumidos republicanos de alma y corazón proclamen idioteces como si fueran sabidurías.
La Monarquía española ha fracasado porque ahora que se hunden todas las bolsas mundiales al mismo tiempo por un coronavirus chino, nadie quiere recordar la última vez que la nuestra, el Ibex 35, naufragaba ella sola, que es lo que marca la diferencia. Ocurrió el 4 de octubre de 2017 y la noche anterior, cuando los mercados no podían reaccionar hasta el día siguiente, Felipe VI apareció por televisión amenazando a la Catalunya que no puede soportar.
Fueron dignas de escuchar las alabanzas al discurso coronado de los políticos defensores del mercado, como Sánchez, por ejemplo, mientras ese mismo mercado dictaba sentencia en sentido contrario. Pero decía que la Monarquía española ha fracasado o, de lo contrario, que levante la mano quien afirme que Catalunya es hoy más España que aquel día, porque se le caerán los dedos al suelo.
La Monarquía española ha fracasado porque, también cuatro décadas después, ni siquiera Portugal se encuentra en una situación de inestabilidad tal que nadie puede saber como se escribirán el nombre y los apellidos de España dentro de diez años, o quizás menos.
Es muy probable que el fracaso de la Monarquía española esté escrito en sus genes porque, en cambio, la Constitución de la República Portuguesa de 1976 comienza así:
“El 25 de abril de 1974, el Movimiento de las Fuerzas Armadas, coronando la larga resistencia del pueblo portugués e interpretando sus sentimientos profundos, derribó el régimen fascista”.
Es decir, los portugueses cuentan lo que ocurrió para que nadie lo olvide.
En cambio, ésta orgullosa Monarquía española está cobardemente blindada ante la Justicia por una Constitución cuyos “padres” solo se atrevieron a expresar un deseo:
“La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de…”.
Los redactores de la Constitución española nada tenían que contar, y menos aún presumir. Y hoy, tanto tiempo después, desde el rey hasta el último de los suyos, todo el día repitiendo que “La Constitución garantiza…”.
La Monarquía española ha fracasado porque “quien tiene, retiene” y, de su origen, siempre lo peor. Volvió a la vida manchada por el asesino Franco y permaneció tras el cambio gracias a la trampa aquella de Adolfo Suárez que nos contó Victoria Prego. Ese presidente hacía encuestas con nuestro dinero, pero no nos informaba de los resultados, y como supo que en un referéndum sobre la forma de Estado ganaría “República”, encajó al Borbón en aquel “o lo tomas o lo dejas” del referéndum constitucional.
No se podía imaginar lo cara que a él mismo le saldría la maldad, quizás también cobardía.
La Monarquía española ha fracasado, por mucho que Aznar y González, que no pueden negar la evidencia del desastre, intenten convencernos esta misma semana de que hay que regresar al bipartidismo corrupto en el que tan seguros se sentían ellos. Nos lo contaba Voz Populi la semana pasada.
La Monarquía española ha fracasado por mucho que aplaudan el discurso del rey los ministros de Unidas Podemos con la excusa de que un SMI bien vale una vergüenza. Mentira podrida. Un gesto absolutamente innecesario que envenena para siempre a quienes lo firman, pues corrompe la escala de valores con que practican la democracia.
¿O acaso pretenden Garzón, Iglesias, Montero y los demás que nos creamos que sin aplausos no se habría firmado el acuerdo con patronales y sindicatos?
Hablando de Catalunya, la diferencia, Artur Más es casi todo menos un lunático, aunque esté en fase de cuarto creciente tras cumplir el castigo impuesto por el “ejército” españolista al encontrarlo culpable de organizar una consulta popular con urnas de cartón el 9 de noviembre de 2014. Durante este tiempo de descanso se ha dedicado a pensar, lo primero, y a escribir y hablar, lo segundo.
Tras madurarlo, pues, ha presentado su libro para manifestar que, en la mesa de diálogo en ciernes, para que se dialogue de verdad y de todo, debe concluir con la convocatoria de un referéndum a celebrar en Catalunya y que presente dos opciones: Una, la independencia de Catalunya. La otra, lo que el Gobierno de España quiera ofrecer a los catalanes.
De esta forma, don Artur ha resuelto el debate del mediador, asumiendo el mismo tal función y comenzando por redactar el acta de la última reunión sin que se haya celebrado la primera. Eso sí que es ir al grano y eficacia.
Más no lo ha dicho, pero sabe que, si el Gobierno de España no acepta el referéndum y lo que ofrece a los catalanes, sea lo que sea, implica seguir bajo la Monarquía, la independencia triunfará. Antes o después, pero triunfará.
Y Más tampoco lo ha dicho, pero sabe que Felipe VI, antes de contemplar como se acerca el derecho de los rebeldes catalanes a decidir su futuro, se convertirá en golpista entre bambalinas y, tal como su padre hizo con Suárez cuando éste se creyó que podía ser presidente de verdad solo por haber ganado dos elecciones generales, comenzará a intrigar con los “nobles” del siglo XXI y les terminará concediendo el Derecho de Pernada que aún rige en España: el de violar con amenazas, o más, las libertades y la democracia, que para eso tienen nombre de mujer.
Sánchez e Iglesias, desde el gobierno de España, no aceptarán que los catalanes decidan su futuro en unas condiciones tan favorables como las que se ha inventado Más.
Tampoco, por lo de la cobardía cerebral, se atreverán a pedirle públicamente al rey que abdique ante la evidencia de que, o Tercera República o Monarquía sin Catalunya.
Entonces, ante esta situación sin salida, pero con la Constitución en la mano y el actual reparto de fuerzas en el Congreso, a quien ambos deberán pedir ayuda es a la sociedad a la que se deben.
Si Sánchez e Iglesias pronuncian “Constitución” sorprenderán a la derecha. Pues bien, solo tienen que pararse a leer el artículo 23 y comprobar que dice lo siguiente: “Los ciudadanos tienen derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes…”.
Nada ni nadie les puede impedir que convoquen a los españoles a que “participen directamente” decidiendo si el Congreso debe iniciar las tareas para reformar una Constitución que en 40 años solo se ha actualizado de verdad una vez y obligados por la deuda.
Si quieren referencias del pasado sobre una iniciativa, similar y ganadora, en nuestra propia historia, solo tienen que revisar lo que convocó Suárez el 15 de diciembre de 1976.
Y si quieren pedir consejo a alguien que esté actuando con inteligencia, y también valentía, para salir del atasco que también tiene en el mismo presente que España, pueden llamar al presidente Piñera, de Chile, y preguntarle lo que tiene previsto para el próximo 26 de abril.
No es fácil que se repita una correlación de fuerzas con casi 200 escaños que podrían estar a favor de mejorar la democracia. Coyuntura favorable a la que hay que añadir una derecha que atrapada en su inmovilismo de raíz franquista tras jurar que se opondría a cambiar ni una coma, terminará aún más dividida de lo que lo está si Sánchez e Iglesias se atreven a no ser tan cobardes.
Hoy, 25 de febrero de 2020, el mismo Tribunal Constitucional que tanto se ha metido en política sin haber pasado jamás por las urnas, ha sido derrotado por César Strawberry. Buena señal de debilidad.