Clara WeissA primera hora de la mañana del martes, las fuerzas ucranianas lanzaron lo que parece ser la mayor incursión en territorio ruso hasta la fecha en la región fronteriza de Kursk. Según las autoridades militares rusas, en el ataque participó una unidad de las fuerzas armadas ucranianas con 1.000 hombres y 50 vehículos blindados, incluidos siete tanques. De momento, Kiev no ha asumido oficialmente la autoría del ataque.
El miércoles, el presidente ruso, Vladimir Putin, calificó el ataque de ‘gran provocación’ y afirmó que las tropas ucranianas habían efectuado ‘disparos indiscriminados con diversos tipos de armas, incluidos misiles, contra edificios civiles, residenciales y ambulancias’. Imágenes fechadas el 6 de agosto y analizadas por el Instituto para el Estudio de la Guerra indican que se produjeron enfrentamientos entre tropas rusas y ucranianas hasta 7 kilómetros al norte de la frontera.
Informes no confirmados de blogueros rusos sugerían que las tropas ucranianas tenían como objetivo una estación de medición de gas en la ciudad de Sudzha, a través de la cual fluye el gas ruso que se suministra a Europa.
El gobierno ruso declaró el miércoles por la noche que el ataque había sido repelido. Sin embargo, en la región de Kursk sigue vigente el estado de excepción. En la noche del miércoles al jueves, la defensa antiaérea rusa derribó al menos siete misiles de las fuerzas armadas ucranianas dirigidos contra la región.
Al cierre de esta edición, las autoridades rusas habían confirmado que 31 civiles, entre ellos seis niños, habían resultado heridos. No se ha hecho pública ninguna cifra oficial de muertos, pero los medios de comunicación rusos informaron de que varios paramédicos habían perdido la vida. Se ha hecho un llamamiento a la población de toda la región para que done sangre, lo que sugiere que el número real de heridos podría ser mayor. Muchos residentes se han quejado de problemas para evacuar, mientras que otros han informado de que tuvieron que esconderse en iglesias para escapar de los bombardeos.
La magnitud de la incursión y el hecho de que en ella haya participado el ejército ucraniano, que ha sido armado y entrenado por la OTAN, marcan una escalada significativa del conflicto. Ucrania ya ha lanzado anteriormente ataques con drones contra ciudades e infraestructuras rusas e incursiones en territorio ruso. Sin embargo, las incursiones anteriores fueron llevadas a cabo por unidades paramilitares neonazis bajo la dirección de la inteligencia militar de Ucrania, no del ejército.
Como era de esperar, la Casa Blanca ha defendido la incursión ucraniana como un acto legítimo de autodefensa. El Asesor de Comunicaciones de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby Washington, declaró que el ataque no había violado la política estadounidense y que Estados Unidos seguiría permitiendo a Ucrania el uso de armas suministradas por Estados Unidos ‘para atacar amenazas inminentes al otro lado de la frontera’.
Ucrania lanzó su mayor incursión en territorio ruso hasta la fecha mientras la situación en el frente parece cada vez más desesperada para el ejército ucraniano. Sigue perdiendo territorio a manos de las fuerzas rusas tras dos años y medio de guerra, que ya se han cobrado la vida de aproximadamente medio millón de hombres. El 16 de julio entró en vigor una nueva ley que obliga a millones de ucranianos de entre 18 y 60 años —incluidos los que huyeron del país— a actualizar sus datos de registro para poder alistarse en el ejército.
La nueva ley ha aumentado drásticamente las tensiones sociales y políticas en el país. Incluso antes de que entrara en vigor, los periodistas ucranianos han transmitido al WSWS que los civiles se resisten cada vez más a los esfuerzos de las patrullas de reclutamiento por secuestrar violentamente a hombres en las calles. Según estos periodistas, se han producido varios incidentes recientes de soldados desesperados que han vuelto sus armas contra sus comandantes, al tiempo que aumentan las deserciones de soldados del frente.
El ataque se produce también días después de un canje de prisioneros entre Estados Unidos y Rusia, en el que participaron Evan Gershkovich, del Wall Street Journal, y el ex marine estadounidense Paul Whelan. El régimen de Putin, en un claro intento de garantizar a Washington y a los sectores de la oligarquía abiertamente favorables a la OTAN su disposición a llegar a un compromiso, liberó también a varios de los líderes más destacados de la oposición de la oligarquía rusa respaldada por la OTAN. Entre ellos se encontraba Vladimir Kara-Murza, que tiene amplios vínculos en Washington, y varios miembros del equipo del fallecido opositor Alexei Navalny, durante mucho tiempo el representante más conocido de la facción respaldada por Estados Unidos y Alemania en la oligarquía y el aparato estatal rusos. Rusia también liberó a Andrei Pivovarov, antiguo jefe de la organización Rusia Abierta, fundada por el destacado ex oligarca anti-Putin Mikhail Jodorkovski. A cambio, Estados Unidos liberó a varios criminales y espías.
Aunque los medios de comunicación burgueses estadounidenses presentaron el canje de prisioneros como una vuelta a la diplomacia, los ataques en la región de Kursk subrayan, una vez más, que la creciente debacle del esfuerzo bélico de la OTAN en Ucrania y los acercamientos del Kremlin a la potencia imperialista, en todo caso, sólo aumentan la agresividad de las potencias imperialistas y sus apoderados en Kiev. Sobre todo, las derrotas militares en el frente han llevado a la OTAN y a Ucrania a intensificar sus esfuerzos para abrir un ‘segundo frente’ en la guerra, dentro de la propia Rusia.
Tras múltiples asesinatos políticos, ataques con drones, incluso contra el Kremlin, e incursiones de tropas paramilitares fascistas en 2022-2023, este año estos esfuerzos han incluido sobre todo los atentados terroristas de marzo contra el ayuntamiento moscovita de Crocus, que se han cobrado más de 140 vidas. Estos atentados están en consonancia con el objetivo fundamental de las potencias imperialistas en esta guerra: llevar a cabo la escisión de toda la región para que sus vastos recursos de materias primas puedan ser puestos bajo el control directo del imperialismo. Como parte de esta estrategia, incursiones como la de la región de Kursk están diseñadas no sólo para desviar recursos militares del frente. También pretenden desestabilizar la situación política en Rusia y alimentar las encarnizadas luchas intestinas entre los distintos sectores de la oligarquía rusa y el aparato estatal, con el fin de crear las condiciones para una operación de cambio de régimen en Moscú.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de agosto de 2024)