Fuente: https://www.lamarea.com/2021/07/28/dugin-nexo-putin-extrema-derecha-europea/
El pensador y analista Aleksandr Dugin, con conexiones con la extrema derecha global, está considerado como un importante asesor del presidente de Rusia Vladimir Putin
Aleksandr Dugin durante la 6ª conferencia internacional International New Horizons. FARS NEWS AGENCY / Licencia CC BY 4.0
El Rasputín de Putin”. Así han llamado muchos al pensador y analista Aleksandr Dugin (Moscú, 1962), para algunos uno de los principales asesores del presidente de Rusia Vladimir Putin. De aspecto desaliñado, Dugin parece haber acaparado parte del aura mística de Rasputín, quien ejerció una gran influencia sobre la dinastía Romanov durante sus últimos días. Sin embargo, no es un personaje muy conocido fuera de Rusia; no para el gran público.
Hijo de un alto cargo de la inteligencia militar soviética, siempre mostró un gran interés por el orientalismo, el ocultismo, el hermetismo, la teología… Aunque finalmente sus pensadores de cabecera fueron el belga René Guénon y el italiano Julius Évola, considerados como los padres del neofascismo cultural místico durante la segunda mitad del siglo XX, centrales en la Nouvelle Droite, es decir, la tercera revolución que vivió la extrema derecha después de 1945.
El también llamado “cerebro de Putin” apuesta por una alianza entre los países europeos, ya que considera que “son demasiado débiles para defender su soberanía por sí solos”, apostando por un populismo total que acabe con el liberalismo y que se aleje del nacionalismo xenófobo y racista. Un discurso que ha calado entre la extrema derecha europea, por lo que su influencia también se ha materializado en otros países, donde han acogido de buen grado su Cuarta Teoría Política publicada en 2009.
Tal y como se explica en Patriotas indignados (Alianza Editorial, 2019), las relaciones de este ideólogo han sido fructíferas con el neofascismo húngaro del Jobbik o con Nikos Michaloliakos, el que fuera líder de los neonazis de Amanecer Dorado, en Grecia. Los lazos del Kremlin también se han hecho patentes en Italia, con Silvio Berlusconi, cuya buena relación con Vladímir Putin permitió grandes negocios de compañías italianas con la rusa Gazprom; o con la extrema derecha austriaca del FPÖ, los flamencos de Vlaams Belang y o con el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia. La líder de la extrema derecha francesa, según El Confidencial, logró en 2014 un préstamo de una entidad financiera ligada al Kremlin en un momento crítico desde el punto de vista económico para el su partido,
El día que Donald Trump ganó las elecciones, Dugin afirmó que se trataba de algo “increíblemente bonito” y “uno de los mejores momentos” de su vida: “Consideramos a Trump como el Putin americano”. Asimismo, también ha mostrado sus simpatías por la Lega de Matteo Salvini y su admiración por el pensamiento de Constanzo Preve y Diego Fusaro.
El forjado de una ideología
Dugin realizó en la década de 1990 dos viajes por diferentes países de Europa como Francia, Italia o España para reunirse con determinados círculos de extrema derecha, por lo que los autores de Patriotas indignados –Francisco Veiga, Carlos González-Villa, Steven Forti, Alfredo Sasso, Jelena Prokopljevic y Ramón Moles– le han denominado “el Ulises de la ultraderecha rusa”. Según se explica en este trabajo, durante su recorrido conoció a Jean Thiriart, político belga de ideología fascista, y al también belga León Degrelle, fundador del Partido Reixista y oficial de las Waffen SS, que logró escaparse a España tras la derrota alemana en la II Guerra Mundial. En España, tuvo contactos con el Club de Español de Amigos de Europa (CEDADE), un grupo neonazi fundado en 1996, y con el periodista José Javier Esparza, que junto a Jorge Verstrynge promovió las ideas de la Nouvelle Droite en el país.
Tal y como se explica en el informe De los neocon a los neonazis, de la Fundación Rosa Luxemburg, el editor ultraderechista Juan Antonio Llopart ha mantenido durante años “una estrecha relación de amistad” con Dugin, traduciendo algunas de sus obras al castellano. Pero fue la publicación de la Cuarta Teoría Política del filósofo ruso lo que hizo que una parte de la derecha tradicional española se acercara a sus postulados y, por tanto, a Rusia. “Algunos sectores muy minoritarios en Vox y su órbita flirtean con esta aproximación”, explica Pep Ginesta, quien firma el capítulo del mencionado informe dedicado a la conexión de la extrema derecha española con el Este de Europa.
Todos estos viajes moldearon el discurso de Aleksandr Dugin, definido como “un camaleónico monstruo de Frankenstein”, construido a base de retazos que procedían de un lado y de otro, y que componían la chispa de la nueva ultraderecha rusa. A partir de ese momento, el nuevo Rasputín se convertiría en un personaje de renombre para el ultranacionalismo en Rusia –con la resurrección del eurasianismo, que defiende una supuesta legítima expansión de Rusia a los antiguos territorios de la URSS para ganar la guerra cultural a Occidente y ser el contrapunto del atlantismo. Dugin, según el trabajo editado por Alianza Editorial, ha llegado a ser “una de las personalidades de mayor influencia en el Kremlin como inspirador de la nueva política exterior rusa”, convirtiendo sus obras en libros de texto para la Academia de Estado Mayor de Rusia. Sus polémicas –en 2014 aseguró que los rusos debían “matar, matar y matar a los responsables de las atrocidades» en Ucrania– le han valido para ser apartado del Departamento de Sociología de la Universidad Estatal de Moscú o para que el Kremlin nunca haya presumido de forma ostensible de él.
¿Una internacional (pos)fascista?
La apuesta por una supuesta internacional posfascista virulentamente antiglobalista ha sido acogida de buen grado por Marion Maréchal Le Pen, sobrina de Marine Le Pen. Para ello ha fundado el Institut des Sciences Sociales, Économiques et Politiques (ISSEP), que tiene el objetivo de luchar contra la “hegemonía cultural” que, según ella, está dominada por la izquierda. Maréchal Le Pen se ha imaginado “una nueva alianza latina que podría caminar junto con los países de Visegrado”, compuesto por Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa, países donde el ultranacionalismo gana fuerza.
En España, el ISSEP ha sido impulsado por varias personas vinculadas a Vox, como Kiko Méndez Monasterio o Gabriel Ariza, hijo de Julio Ariza, presidente y fundador del Grupo Intereconomía, en cuya televisión –El Toro TV– ejerce como presentador estrella José Javier Esparza, actual profesor del ISSEP y uno de los contactos de Dugin en España durante los 90 según Patriotas indignados.
Vox bebe de los postulados de Dugin principalmente en lo que respecta a su presunta lucha contra las “élites globalistas”. Unas élites que sido representadas en un solo personaje: el multimillonario húngaro George Soros, una especie de ojo-que-todo-lo-ve, un ente corpóreo que lo maneja todo, desde los medios de comunicación hasta las pateras en las que miles de inmigrantes se lanzan al agua. Como bien decía Héctor G. Barnés, “usted puede estar trabajando para George Soros. El charcutero que le vende el fiambre, el médico que le cura o el barrendero que limpia las calles de su ciudad, también”. Para la extrema derecha, todo es Soros y todo se mueve porque Soros quiere que se mueva, principalmente a través de su organización filantrópica, a Open Society Foundations. El húngaro –y judío– es el centro de la conspiranoia de la ultraderecha y de él, Dugin ha asegurado que prohibiría su fundación “por su acción totalitaria”.
Ginesta, si bien considera que la Cuarta Teoría Política de Dugin es compatible con el espacio que ocupan movimientos tradicionalistas de los cuales se nutre Vox, remarca que “es demasiado pronto para aventurarse a afirmar que existe un plan para situar a Vox en la órbita de la TCP”.
Sin embargo, la internacional fascista o posfascista no ha llegado nunca a cuajar como un proyecto global o transnacional. El nacionalismo de las extremas derechas hace difícil un entendimiento entre formaciones de diferentes Estados. Conocidas son las broncas entre algunos de ellos en los últimos años, como cuando en 2007 el grupo Identidad, Tradición y Soberanía, que aglutinaba a diferentes partidos de ultraderecha en el Parlamento Europeo, estuvo a punto de desaparecer. ¿El motivo? Unas declaraciones de la eurodiputada Alessandra Mussolini, nieta del dictador italiano, en las que aseguraba que todos los rumanos eran gitanos y por ello “no son bienvenidos en el país”. Ante esto, los cinco eurodiputados del Partido de la Gran Rumanía decidieron abandonar el grupo, por lo que tuvo que disolverse al no alcanzar los 20 parlamentarios. Más recientes han sido las desavenencias entre Abascal y Salvini a cuenta del apoyo de este último al independentismo catalán.
Como defiende Robert O. Paxton en su Anatomía del fascismo (Capitán Swing, 2019), “el fascismo, a diferencia de los otros “ismos”, no es para la exportación: cada movimiento guarda celosamente su propia receta para el resurgir nacional y los dirigentes fascistas parecen sentir poco parentesco, o ninguno, con sus primos extranjeros”. Estas peculiaridades nacionales, unidas a la xenofobia, ha hecho imposible “conseguir que funcionase una “internacional” fascista”.