En el prólogo, la política y activista Rita Bosaho relata que el objetivo del ensayo es “transformar la sociedad para que los que vengan detrás lo tengan un poco más fácil”. ¿Da vértigo tener un fin tan transcendente?
Puede resultar ambicioso, pero en realidad, como madre es lo que quiero para mis hijas: una sociedad que sea más amable con ellas de lo que es conmigo o lo que fue con mi padre, que llegó a España a principios de los años 60. Creo mucho en el activismo de kilómetro cero o proximidad, y por ello estoy a favor del pensamiento de que muchas personas pequeñas trabajando en diferentes lugares ocasionan grandes cambios. Porque si no tenemos esa ambición, ¿Qué hacemos? Al final, las personas que militamos o formamos parte de movimientos en favor de la justicia social somos muy codiciosas en este sentido, queremos lograr cambios. Aunque sea consciente de que probablemente en mi vida no veré variaciones significativas, sé que estoy sembrando.
Respecto a esto, los libros son algo que permanece y da la posibilidad de que alcance a mucha gente. Hace unos meses escuchaba a Rubén H. Bermúdez decir que un libro es algo que sobrevive. Partiendo de esa premisa, por más ambicioso que sea, aspiro a que Minorías forme parte de una transformación social en favor de los grupos vulnerables.
En la introducción de la obra, también argumentas que “tal vez sea hora de redefinir los marcos conceptuales, volver las tornas y considerar minorías a quienes siempre han creído que no lo son”. Siendo el racismo una cuestión estructural en España, como tú misma has defendido, ¿qué debe hacer la sociedad para comenzar con esta transformación?
De entrada, entender justamente que el racismo es estructural. Hay una negación permanente, sobre todo en España, de este hecho. Existe una voluntad de pasar por alto la participación del reino español en la trata de personas esclavizadas, la negativa a aceptar que aquí existían mercados donde se vendían a estos esclavos, el interés y el afán por ocultar las relaciones entre España y África, la permanente voluntad de invisibilizar el legado de las personas africanas y afrodescendientes en el país a lo largo de la historia… Son muchas cosas y de una profundidad bastante importante. Pero creo que el punto de partida es entender que la sociedad en la que vivimos es consecuencia de que el Imperio español, con su afán colonizador, decidiera empezar a molestar a gente que vivía tranquilamente en sus territorios. En definitiva, llegar allí a evangelizar, violentar e invadir estas comunidades. Obviamente es un trabajo muy profundo y a muy largo plazo el que debemos hacer, pero si hay que comenzar por algún sitio es por revisar la historia y ver la otra cara de la moneda, observando cuáles han sido las contribuciones de todas estas personas que se intentan invisibilizar.
“La sociedad, tal y como está construida hoy en día, no es un espacio amable para ninguna de las mujeres que protagonizan Minorías”
Empezaste en el activismo estético en 2011. ¿Cuál fue el punto de inflexión en el que te diste cuenta de la importancia de realizar este tipo de militancia?
Fui descubriéndolo conforme iba teniendo un mayor feedback de mujeres negras que me leían. Cuando empecé el blog apenas tenía relación con ellas, solo tenía unas pocas amigas negras, por lo que al subir las publicaciones y vídeos sentía que todo aquello caía en saco roto. Pero de repente mi contenido empezó a llegar a mujeres negras que no conocía y encontraban las publicaciones en la red. En líneas generales, sus comentarios tendían a, no tanto si habían probado este producto o aquel peinado, sino a decirme cómo había cambiado su percepción sobre sí mismas desde que, gracias a mi contenido, estaban reconectando con su cabello y se lo habían dejado de alisar. Además, me contaban que esto las hacía sentirse mucho más seguras de sí mismas. Ahí fue cuando me di cuenta de que la cosa iba más allá de ser una blogger de belleza, que es la etiqueta que yo me puse en aquel momento, y que mis recursos estaban creando algo más profundo para esas mujeres.
Dentro de la lucha antirracista actual, ¿se obvian cuestiones que, a priori, pueden parecer menos importantes como el activismo estético?
A mí me lo han dicho muchas veces y hay mucha gente que considera que no es importante, pero yo no lo desmerecería. Por un lado, no ocultaría la fuerza que puede tener el activismo estético porque en un momento dado, yo misma me di cuenta de que es la puerta de entrada de muchas mujeres hacia un trabajo mucho más profundo, más allá de la estética. A partir de ahí empezaban a interesarse por tener más referencias, descubrir a más autores o aprender sobre su propia historia.
Por otro lado, yo me he desvinculado y poco y ya no estoy realizando tanto este tipo de contenidos, pero sé lo que es y por ello no debemos desprestigiar a las compañeras que ponen todo su esfuerzo y su conocimiento en hacer este trabajo para ayudar a otras compañeras. No podemos desmerecer eso. Y si hay un momento en el que una persona tiene una determinada conciencia, necesitando elevar la conversación y que se hablen de otras cosas, muy bien. Pero siempre va a haber gente nueva incorporándose. Siempre, siempre. Y si esta es su vía de entrada, ¿por qué le vamos a restar importancia?
En una entrevista para Wiriko, declaraste que “todo era menos hostil cuando solo hablabas de estética”. ¿Te has arrepentido alguna vez de derivar tus acciones hacia un activismo también político?
No, no soy de arrepentirme de las cosas. Hay un aforismo que dice que “los remordimientos son lo mismo que la mordedura de un perro en una piedra”, o sea, una tontería. Lo he vivido todo de una forma muy orgánica que se ha ido dando: he ido creciendo, avanzando, reorientando mis intereses hacia otras cuestiones… Pero nunca me arrepentiría.
“Me he dicho a mí misma: «Este es el libro que quería escribir»”
Canal de YouTube, columna en Público, aportaciones en diversos medios de comunicación y dos libros. Evidentemente, no eres de las que se quedan de brazos cruzados en la lucha antirracista. ¿Qué grado de presión suponen las expectativas de otros o de ti misma sobre tu trabajo?
¡Uy! Un grado de presión superlativo (risas). Con Minorías he sufrido esto. Tenía mucho miedo a morir de éxito. Cuando te das cuenta de que tu primer libro ha sido un “bombazo” por la respuesta que recibes de la gente, plantearte escribir uno nuevo… Tenía un listón, mi propio listón, muy alto. Sin embargo, esto es algo que trabajo mucho en terapia −porque una también tiene que hacer su trabajito con su terapeuta para aprender a gestionar algunas cosas−. Constantemente me empleo en recordarme que no tengo ningún poder sobre las expectativas ajenas. Si alguien tiene una idea equis sobre mí, es cosa suya, porque la genera con base a lo que ella ha construido en su imaginario sobre mí. A día de hoy, existen unas relaciones parasociales que hacen que la gente crea que te conoce porque te ve mucho en redes, pero en realidad no es así. Y, a partir de ahí, se generan unas esperanzas que yo no alcanzo a controlar, por lo que si alguien se siente decepcionado cuando lea Minorías, no puedo hacer nada con eso.
Después de lo que me ha costado escribir este libro, porque el contexto y mi salud mental en momentos no acompañaba, me he trabado mis propias expectativas. Con lo que me quedo es con que cuando lo he leído, lo he tenido en las manos y he visto lo bonito que es, me he dicho a mí misma: “Este es el libro que quería escribir”. Junto a esto, el hecho de que las protagonistas de las historias sientan que he tratado sus vivencias con cariño y respeto hacen que no pueda pedir más.
En un artículo para Vogue, comentaste que el hecho de “dar voz es paternalista”. ¿Qué es, entonces, lo que deben hacer los medios de comunicación para contribuir a la lucha de las mujeres pertenecientes a colectivos discriminados?
Siempre pienso que el lenguaje construye realidades, por lo que en función de cómo nos expresamos, la realidad se percibe de una forma o de otra. Las mujeres pertenecientes a grupos minorizados no necesitamos que nos den voz, porque ya la tenemos. Tenemos agenda y discurso político, lo que necesitamos son espacios en los que difundir nuestros propios argumentos. Esto en realidad es una cosa muy sutil, pero si decimos que “damos voz”, ¿quiénes la estamos dando?
Nosotros.
Exacto. Ahí está el problema. “Yo soy buena persona porque yo doy voz”. Yo, yo, yo. A lo mejor hay que apartarse y permitir que otras personas, ya no solo las mujeres negras, sino cualquier colectivo minorizado, pueda recuperar espacios que nos pertenecen a todos. Y que tengamos la oportunidad de expresar y reivindicar desde nuestros propios discursos, con nuestras propias palabras, como nosotras queramos y no como nos digan.
En base a tu experiencia personal y a otras que has conocido durante estos años de activismo, ¿es España un mal lugar para una mujer que pertenece a alguna de estas minorías?
Si solo fuera España… La sociedad, tal y como está construida hoy en día, no es un espacio amable para ninguna de las mujeres que protagonizan Minorías, ni para mí, ni para ti. España no es un lugar amable porque queda mucho por cambiar en cuanto a políticas sociales, consecución de derechos civiles y garantización de los derechos humanos más fundamentales. Queda mucho por reconstruir… Pero en España, en Francia, en Andorra y en cualquier otro país.
Nerea de Ara |