extrema derecha 2.0lo que a veces a la ligera se denomina
fascismoo
neofascismo. En el ámbito ideológico hay claridad de que estamos hablando de grupos que aprovechan las grietas del descontento ciudadano, el apoyo de las viejas derechas y las carencias de las izquierdas.
En Venezuela, más de mil invitados internacionales de 95 países se dieron cita esta semana en el primer Congreso Mundial contra el Fascismo, el Neofascismo y expresiones similares. Escuchamos intervenciones brillantes que definieron el marco conceptual donde se producen y reproducen estos grupos políticos y se hizo énfasis en elementos cruciales y novedosos de la nueva época. Pero el apellido 2.0 no es secundario. Pesan las nuevas tecnologías –en particular las llamadas redes sociales– que estas formaciones políticas han sabido usar antes y mejor que los demás, con la ayuda de los algoritmos que favorecen por diseño la polarización, los extremismos y la exacerbación de sentimientos de irritabilidad y compulsión a la violencia en el afán de disputar la atención.
Las conexiones, cada vez más trasatlánticas, han permitido a estos grupos convertirse en una gran familia global. Todos los políticos de la extrema derecha tienen relaciones personales. Se conocen, hablan a menudo entre ellos, se felicitan en las redes sociales, se reúnen, participan en encuentros organizados por sus partidos y financian a sus influencers y troles, que se hacen notar cada vez que sus socios, vivan en Miami, Caracas o Buenos Aires, estén en zafarrancho de combate contra gobiernos y partidos de izquierda.
Algunos mencionaron las agrupaciones trasnacionales más conocidas, como la Conferencia de Acción Política Conservadora, ligada al Partido Republicano, que tiene tentáculos en México, Australia, Japón, Brasil y Hungría. Atlas Network, coordinado desde Washington, DC, proporciona recursos y asesoramiento a más de 500 think tanks y organizaciones asociadas en más de 90 países –algunos de los más conocidos incluyen The Cato Institute (EU), Fundación Libertad (Argentina) y Libertad y Desarrollo (Chile).
Vox, en España, ha lanzado la Carta de Madrid, un manifiesto programático que oficializa el concepto de Iberosfera, que ha permitido crear el Foro Madrid. Esta asociación, que se presenta como el contrapeso del Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, ha venido organizando encuentros en España y América Latina; el más reciente, la semana pasada en Buenos Aires con la estrella de la ultraderecha latinoamericana, Javier Milei.
La extrema derecha 2.0
existe porque se ha instaurado a nivel global el colonialismo 2.0
sostenido por multinacionales desterritorializadas que reciben ganancias exorbitantes a través de la explotación de la fuerza de trabajo de los países del Sur. En California, en los almacenes de Amazon y en las centrales de Apple, Microsoft o cualquier megacorporación, trabajan paquistaníes, indios, africanos, latinoamericanos, europeos de países pobres. Para las multinacionales, que sean blancos, negros, asiáticos, heterosexuales u homosexuales no es problema. El colonialismo 2.0 se ha mostrado capaz de asimilar todo pelaje religioso, de género o racial, mientras el litio fluya y sigamos siendo exportadores de datos. Lo que importa en la nueva realidad colonial, aunque esté separada por décadas o incluso siglos de las prácticas coloniales conocidas, es el espíritu extractivista. Es decir, la voluntad de aprovechar los recursos en un país para generar una riqueza que los habitantes de ese territorio no disfrutarán.
Las izquierdas llevan demasiado tiempo a remolque y mirando consternadas cómo parte de las clases populares se irritan cuando constatan que tampoco sus políticas les reconocen la consideración que merecen. Se hacen, eso sí, magníficos diagnósticos. Pero no basta.
¿Dónde está la gran familia del Sur para enfrentar a la velocidad de un clic a la extrema derecha 2.0 que se moviliza por las redes y teje sus foros trasnacionales ante nuestros ojos? ¿Cuáles son los espacios y las herramientas para frenar el colonialismo 2.0, ecosistema natural de la derecha?
A inicios de la década pasada América Latina contó con herramientas regionales como la Unión de Naciones Suramericanas y foros de Celac que empezaron a responder esas preguntas y a dinamizar el mercado común de las tecnologías, soñar con un cable de fibra óptica de los países de Latinoamérica que asegurara la soberanía del tráfico de datos, e intentaron repatriar los contenidos de nuestros países, alojados mayoritariamente en las plataformas estadunidenses.
Se comprendió entonces que ningún país por sí solo puede disputar el poder de la extrema derecha en red, ni a las plataformas trasnacionales, que son los organismos regionales y multilaterales desde donde se podría avanzar en la construcción de un medioambiente digital, es decir, la posibilidad de que se conjugue el conocimiento, se integren las universidades, se busque financiamiento para el desarrollo de tecnologías propias, se creen espacios de reflexión para el diseño de políticas comunes.
Pero eso no existe hoy, se reconoció en Caracas, cuando urge recuperar esos espacios para que la gran familia del Sur global logre poner cara al fascismo, el neofascismo, la extrema derecha o como se quiera denominar estas desgracias que padecemos.
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