Fuente: https://kaleidoskopiodegabalaui.com/2021/06/20/demoler-la-barbarie/
“No hay más que ver el trato que le han dado. Quiero decirle que a mí me ha abochornado que tengan que tratar a su grupo político y a su grupo parlamentario de esta manera, porque tengo que recordar que si esos escaños están ahí es porque los ciudadanos de Madrid les han dado sus votos en las urnas“. Este es el apoyo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso, al discurso racista de la extrema derecha madrileña ante las críticas de una parte de los grupos políticos en la Asamblea de Madrid. Este discurso no fue espontáneo sino pensado, preparado y leído. Un discurso que debe contextualizarse junto con dos hechos que se producen unos días antes. Un exmilitar español asesina a tiros a una persona marroquí al grito de ¡muerte a los moros! y una mujer española apuñala a una mujer ecuatoriana al grito de ¡los inmigrantes nos quitan la comida!.
Las palabras no son inocentes. Son capaces de manipular la realidad, deformar el pensamiento y empujar a cometer atentados terroristas contra las que son señaladas como enemigas. Estas palabras viajan por toda Europa sin grandes obstáculos amparadas en una interesada interpretación de la libertad de expresión. Ni siquiera es una novedad. Este fantasma recorre Europa como si fuera su casa desde tiempos inmemoriales.
La historia colonial de los reinos y países europeos forma parte del ADN de los europeos. No ha habido ninguna declaración condenatoria de la deriva colonialista ni actos de reparación. Se aplicó la doctrina del descubrimiento y desde esta perspectiva se analiza lo sucedido. Así el derecho internacional transformó el pillaje, la usurpación de tierras, la expulsión, maltrato, violación y asesinato de indígenas y la devastación de su cultura en civilización y cristianismo. Este cuento de terror se ha repetido en tantas ocasiones que la mayor parte de los europeos se lo han creído. Europa es la cuna de la civilización frente a la barbarie de los otros. La asunción de esta narrativa conduce a ver al otro como inferior, enemigo o producto subhumano. Al igual que en el siglo XVI, existen voces que critican y cuestionan esta narrativa pero son solo eso. Voces. En pleno siglo XXI, las fronteras marítimas europeas son un cementerio de personas que emigraban para mejorar sus vidas, se apoyan políticas coloniales como la de Israel o se apoyan guerras contra otros países bajo la bandera de la doctrina del descubrimiento. Ahora ya no llevan la civilización sino la democracia. En este magma propenso al racismo es relativamente sencillo introducir los discursos de odio hacia el diferente. Llámese gitano, judío, negro, árabe, musulmán, asiático o sudamericano.
La Europa que condena el genocidio también mira hacia otro lado cuando se producen. El genocidio en los Balcanes o el de Ruanda son dos ejemplos. Hasta un exministro español como Javier Solana pone en cuestión la existencia del genocidio armenio ante el que los países europeos hicieron mutis por el foro. Se venden armas a países como Arabia Saudí, que arrasó a Yemen, o ha permitido vuelos de aviones del ejército estadounidense que trasladaban a prisioneros para ser torturados en la prisión de Guantánamo. El expresidente español José María Aznar, al que se debería juzgar como criminal de guerra, y su gobierno ocultaron la donación de 17.000 toneladas de armamento al ejército nacional afgano controlado por George W. Bush. A las claras o por la espalda. Este doble mensaje esquizofrénico, que a través de la palabra pretende embellecer hechos criminales, enferma a la sociedad europea y le hace vulnerable a los discurso de odio. Por eso lo que está sucediendo en el estado español no se limita exclusivamente a la existencia de la extrema derecha y de los que les bailan el agua. El problema radica en la manipulación de la historia, la ausencia de un debate público sobre los crímenes contra la humanidad, la falta de reparación y perdón y la incoherencia entre las palabras y los hechos. Lo duro es darse cuenta de que se está al lado de la barbarie.
La extrema derecha debería estar fuera de cualquier Parlamento por su discurso de odio. Al igual que se debería reprobar a todos los partidos y políticos que apoyen o justifiquen sus agresiones verbales, como Díaz-Ayuso. Se les debería retirar la financiación pública y condenar al ostracismo publico y mediático. Frente al racismo, tolerancia cero y expulsión inmediata de las instituciones públicas. Criminalizar a personas inmigrantes y racializadas o discriminar por el origen étnico no es libertad de expresión. Es un atentado contra los derechos fundamentales de las personas. Situarlo en el debate de dónde están los límites de la libertad de expresión es una trampa dialéctica que solo favorece a los violentos. No hay nada que discutir. No importan los millones de personas que los hayan votado porque por encima de las mayorías están los derechos fundamentales. El hecho es que lo escrito en el último párrafo es de muy difícil aplicación en el contexto español, en el que los significados de las ideas y principios están dados la vuelta de tanto mal usarlos. En una sociedad enferma nacen los Le Pen, los Orban, los Abascal o los Ayuso y los miles de esclavos intelectuales que les apoyan. El tratamiento implica una mezcla de palabra y de acción. Una palabra que devuelva el sentido a la democracia y a las libertades. Una acción que demuela a la barbarie.