De virus, conspiranoias y otras patologías. Reflexiones biolocas acerca de algunos argumentarios conspiranoicos

Fuente: Portal Libertario OACA/                                                    09 Oct 2020 11:29 AM PDT

De virus, conspiranoias y otras patologías. Reflexiones biolocas acerca de algunos argumentarios conspiranoicos

La avalancha de textos y vídeos de teorías conspiranoicas acerca del virus que circulan por las redes, en especial entre gente afín al entorno libertario, nos han motivado a unes cuantes compañeres del ámbito de la biología a desmentir algunos de los aspectos que afirman y, que por lo absurdo, son fácilmente refutables. De otras cuestiones, por la novedad del asunto, todavía no hay evidencia ni pueden sacarse conclusiones, contrariamente a lo que hacen algunas personas de manera imprudente.

No sabemos bien cuáles son las intenciones de esos personajes con bata que salen por las redes explicando sus extrañas teorías, que no hacen más que ponerlo todo en duda, dar argumentos retorcidos y no plantear soluciones más allá de tratamientos milagrosos. Desde luego, utilizando documentos aparentemente científicos donde el rigor y la cordura brillan por su ausencia, han podido sembrar la duda en personas que no son del ámbito de la ciencia, y pueden carecer de las herramientas para analizarlos con sentido crítico. Lo que viene a continuación es un intento de aclarar algunos argumentos que recorren las redes, a partir de nuestros conocimientos, lecturas y por supuesto nuestra opinión personal.

Correlación no implica causalidad

En estadística, las gráficas de regresión lineal se utilizan para realizar aproximaciones de correlación entre dos variables diferentes. Cuanto más se ajusta la línea, mayor es la relación que presentan, por lo que puede haber una causa efecto. Últimamente vemos por las redes cómo algunos personajes utilizan gráficas de regresión para «demostrar estadísticamente» la relación causa efecto entre dos variables, sacando conclusiones supuestamente científicas, como por ejemplo, entre el 5G y la incidencia de la Covid-19 o entre la vacunación de gripe y la muerte por Covid-19. Para entendernos, se podrían hacer multitud de gráficas que muestran relación estadística entre dos factores cualesquiera, como por ejemplo, que el índice de divorcios está directamente relacionado con el consumo de margarina por la pareja. Pero correlación no quiere decir que exista causalidad. A estas gráficas se le deben añadir más cálculos estadísticos para determinar cómo de fuerte es esa correlación y si es fruto o no del azar. Además harían falta más estudios que tuviesen en cuenta las otras muchas variables que pueden intervenir en un escenario como es el de una pandemia mundial.

Pongamos un ejemplo que circula por las redes: “Donde se ha ejercido un confinamiento más estricto, ha habido una mayor mortalidad”. Desde el inicio del confinamiento, muchas han sido las voces que han criticado las medidas para contener la expansión del virus. Por supuesto, hay aspectos criticables acerca de la severidad de las medidas que han sido impuestas en el Estado español, como por ejemplo el encierro brutal al que han estado sometidas las niñas y niños durante esos tres meses, el aislamiento total que siguen padeciendo a día de hoy muchas personas ancianas en las residencias, o el desconfinamiento exprés cuando se trata de atraer al turismo. Pero hay afirmaciones que, a la vista de los resultados, no pueden realizarse. Afirmar que la mortalidad por Covid-19 está directamente relacionada con la severidad del confinamiento es absurdo. ¿No serían la edad de la población, los hábitos de vida, la convivencia intergeneracional, los medios sanitarios, el tipo de urbanismo, el momento en que empiezan a tomarse medidas, etc. factores que pudieron determinar el número de muertes en cada país? Más bien el confinamiento ha evitado que hubiese miles de contagios y muertes que se hubieran dado de forma exponencial, aunque se pueda criticar el cómo, cuándo y dónde lo implementaron.

Otro ejemplo que viene ahora a cuento en vísperas a otoño es el que correlaciona la alta tasa de vacunación de la gripe en mayores de 65 años con una mayor mortalidad por Covid-19. Por un lado, decir que ese tipo de gráficas están «cocinadas», son pura ideología y no tienen nada de científicas. Parten de una idea preconcebida: «a más vacunas, más muertes». Para respaldar sus hipótesis, seleccionan los datos a su interés, dando relevancia a los países que guardan esa relación y omitiendo los datos de otros, para que los resultados se ajusten a su planteamiento ideológico inicial.  Esta forma de argumentar es contraria al método científico y tiene más que ver con las técnicas de manipulación de masas que con la ciencia.

De nuevo quedan fuera una serie de variables sociales que influyen en la salud y la vida de las personas vacunadas: régimen alimenticio, hacinamiento, pensiones ruinosas, vivienda, pobreza material y energética, factores genéticos no controlados, factores relacionados con la accesibilidad al sistema sanitario, etc. En general, la mortalidad por gripe, Covid-19 o por cualquier otro tipo de enfermedad infectocontagiosa, va a ser mayor en los países o regiones más densamente poblados, con población inmunodeprimida, infraalimentada o afectada por enfermedades asociadas a la pobreza. Así como en lugares con población envejecida, con un sistema sanitario público inexistente, afectado por la austeridad o los recortes impuestos tras las sucesivas crisis. Es preocupante que haya tanto interés entre el movimiento negacionista en culpabilizar a las vacunas de la mortalidad en personas mayores, al tiempo que obvian los efectos de la miseria generada por las relaciones sociales capitalistas y su perpetuación por parte del Estado: pobreza en ancianos, falta de asistencia médica en barrios periféricos y zonas rurales, lesiones y enfermedades contraídas por los años y las condiciones de trabajo, abandono y soledad en viviendas, la privatización de las residencias, etc.

Las PCRs no funcionan

Existen tres formas de detección de la infección por coronavirus: (1) el test de PCR, que detecta material genético del virus y se extrae con un palito por la nariz; (2) el test serológico, que detecta los anticuerpos que la persona ha generado contra el virus una vez infectado, a partir de una extracción de sangre; y (3) el test rápido que detecta una proteína del virus, y se extrae con un palito por la nariz. De todas estas, la más fiable hoy por hoy es la PCR.

La PCR («reacción en cadena de la polimerasa», en sus siglas en inglés) es una técnica conocida por su alta especificidad. Sólo detecta el material genético del organismo para la cual ha sido diseñada, y lo detecta en bajas cantidades. Consiste en tomar una muestra donde se sospecha que haya el virus y que sea accesible, generalmente mucosas nasales, y, con una especie de sonda específica, ampliar el material genético de interés en cantidades suficientes para percibirlo. La ampliación se hace mediante una reacción en cadena, con una enzima que se llama polimerasa, porque polimeriza o replica el ADN.

Por todo ello, la PCR es una técnica altamente fiable. Existe, sin embargo, un posible margen de error. Por un lado, un muy reducido número de falsos positivos (menos del 1% según los datos actuales) provocados por tests defectuosos, detección de fragmentos incompletos del virus una vez pasada la infección o debido a contaminación de las muestras por quien las toma. No olvidemos que si el test de PCR de detección del virus da positivo no significa que haya síntomas o enfermedad. Por otro, existe un mucho mayor número de falsos negativos (10-20%) consecuencia de toma de muestras inadecuadas. Por ejemplo, porque el virus se encuentra en localizaciones más profundas del organismo (pulmones u otros órganos) o que sea una fase temprana de la infección y no haya suficiente cantidad de virus. Esto es conocido y por eso el protocolo de tests recomienda hacer la prueba unos días (normalmente 4) después del contacto con la persona sospechosa de haber transmitido el virus.

Además, es imposible que una PCR diseñada para el coronavirus SARS-CoV-2 detecte algo que no sea ese virus, al contrario de algunas afirmaciones que circulan por ahí. La sonda utilizada es específica de ese virus y no detecta ni al SARS-CoV-1, ni a los virus de la gripe, ni a proteínas de nuestras células, ni a otras cosas diferentes, tan solo SARS-CoV-2.

Estamos hablando de un virus nuevo y de efectos muy variables, donde aún se están recopilando datos e información sobre síntomas, transmisión y biología del virus. No obstante, una crítica clara es lo tardío e insuficiente en la realización de tests de los gobiernos, la opacidad de la estrategia de tests (anuncios de tests masivos que nunca llegaban, protocolos inciertos, datos incompletos), por no hablar de que hayan impuesto PCRs a las personas migrantes, mientras a los turistas se les ha recibido por la puerta grande sin ningún tipo de test. De hecho, aún hoy los datos de contagios (positivos) se presentan sin el porcentaje de tests realizados por número de habitantes, sin saber si la estrategia seguida son tests al azar o de personas sintomáticas o en contacto con estas. Así, cuando se exponen datos comparativos entre países son engañosos e insuficientes. Una cosa clara es que cuantos más tests e información tengamos de este nuevo virus, mejor lo combatiremos y nos protegeremos.

Los asintomáticos no contagian

Empezaremos aquí por aclarar algunas definiciones que circulan por ahí de manera tendenciosa. Una persona asintomática es una persona que está infectada pero no presenta síntomas de la infección. Es decir, en este caso ha contraído la infección vírica pero no manifiesta ningún síntoma aparente.

En un principio no estaba claro, ahora ya hay datos y evidencias que demuestran que los asintomáticos pueden contagiar. El virus infecta las células, se reproduce en ellas y por tanto la persona es contagiosa mientras los anticuerpos que genere el sistema inmunitario no eliminen completamente al virus, aunque no muestre sintomatología. Dan positivo en los test de presencia de virus (PCR y antígenos) y en el de anticuerpos. Todavía se está estudiando por qué alguna gente es asintomática y por qué algunas personas son más contagiosas que otras. Parece que podría depender de la condición del sistema inmunitario de la persona, la carga vírica con la que se ha contagiado y otros factores genéticos que predispondrían a desarrollar los síntomas.

Los presintomáticos también contagian. Durante los cinco o seis días anteriores a la aparición de los síntomas, el virus campa por las células del cuerpo —en especial de las vías respiratorias altas— reproduciéndose, por lo que puede ser transmitido a otras personas a través de los conocidos aerosoles, como en el caso anterior. De hecho, existen ya estudios que han determinado que la carga vírica de asintomáticos y presintomáticos es similar.

Esto es importante y nos parece muy irresponsable afirmar que los asintomáticos no contagian porque da pie a que personas infectadas vayan por ahí contagiando pensando que no lo hacen. Este carácter del virus ha hecho que la epidemia sea explosiva y difícil de controlar, puesto que provoca una transmisión silenciosa entre la población. De hecho, se puede afirmar que, junto con la elevada tasa de contagio (Ro) y la diversidad de sus síntomas, el hecho de que personas infectadas pero asintomáticas contagien, es una de las estrategias que determinan la elevada eficiencia de este virus, puesto que es muy difícil identificarlas y aislarlas.

Las mascarillas no nos protegen y nos intoxican

Últimamente el símbolo de la resistencia de los negacionistas ha pasado del rechazo al confinamiento al rechazo al uso de la mascarilla. Se ha escuchado de todo, que no reduce el contagio, que intoxica, incluso que puede provocar cáncer!

Que las mascarillas protegen está ampliamente probado.  Existen diferentes tipos de mascarillas que confieren distintos grados de protección. Las filtrantes, que son de elevada protección, pueden ser con o sin válvula. Las filtrantes con válvula protegen tan solo a quien las lleva, por lo que están recomendadas para población vulnerable y personas expuestas al virus (sanitarios…), siempre que no estén contagiadas. Las filtrantes sin válvula protegen a quien las lleva y también hacia fuera. Las higiénicas y las quirúrgicas no nos protegen, sino que protegen al resto de las personas de los aerosoles que expulsamos al hablar, toser, estornudar… (actúan de barrera física).

La protección de las mascarillas no es del 100%. Sin embargo, existen numerosos estudios científicos que evidencian la disminución de la propagación de los aerosoles y, por tanto, de la transmisión del virus. Por citar un dato, las mascarillas filtrantes FPP2 filtran hasta un 94% de los aerosoles. Nos parece increíble que a estas alturas todavía se dude de esto.

En cuanto a la toxicidad, no hay evidencia de que la mascarilla provoque bloqueo del intercambio de oxígeno y dióxido de carbono en la respiración. Las mascarillas están diseñadas para bloquear partículas pero no gases, pudiendo entrar oxígeno a través del tejido. Además, tampoco son estancas, el aire se renueva por los orificios superiores y laterales.

Para que exista transmisión aérea debe haber cierta cercanía entre personas y tiempo de exposición, así como suficiente carga vírica. Existe controversia acerca del uso de la mascarilla en espacios abiertos y cuando se cumpla con la distancia de seguridad recomendada (1,5m). En estas condiciones es muy improbable que se produzca transmisión, siempre que se sigan las recomendaciones de distancia física. Además existen algunos problemas asociados al uso generalizado de la mascarilla: como el impacto ambiental que generan sus desechos, o el mal uso de la mascarilla por el agobio que supone llevarla mucho tiempo, o por falta de recambio regular.

Está totalmente desaconsejada en casos de esfuerzo físico, y les trabajadores con actividades físicas deberían rechazar su uso y reemplazarla por otras medidas de seguridad (distancia, paneles, trabajo en exterior, etc.).

Es también una herramienta estatal de infantilización de la población, ya que no deja al criterio del individuo la elección de cuando debe o no usarse, dejándolo a manos de las fuerzas de seguridad. Sin embargo, y siendo conscientes del carácter punitivo que le ha dado el Estado, la mascarilla es un método sencillo y barato de protegernos las de abajo, las que tienen que coger todos los días el transporte público para ir a currar, las que tienen que convivir tres generaciones bajo el mismo techo porque a nadie le da para emanciparse o las que tienen que estar a cargo de los cuidados de personas vulnerables. Utilizar mascarilla, si se hace de forma correcta, reduce el riesgo de que pueda haber transmisión, como sucede con los preservativos que también son molestos de usar, pero nos protegen de determinadas ETS. Pero ante todo apelamos sencillamente al sentido común aplicando la información técnica y científica.

La inmunidad de rebaño y su relación con el darwinismo social

La inmunidad de grupo o rebaño se consigue cuando una amplia masa de población (60-70%) queda protegida frente a una determinada infección bacteriana o vírica. Esa población actuaría como colchón o cortafuegos frente al resto de gente que no ha sido infectada todavía. Este tipo de inmunidad se puede adquirir mediante vacunación, pero en el caso del SARS-CoV-2, al no disponer de vacunas, el planteamiento teórico es que cuando, con el paso del tiempo, una amplia masa de población haya superado la infección y por tanto desarrollado anticuerpos, el virus ya no encontrará con facilidad personas susceptibles de ser infectadas. En este supuesto, la propagación vírica se ralentiza o detiene, se corta la transmisión.

Esta estrategia, defendida en un principio por el servicio Nacional de Salud del Reino Unido, algunas personas médicas y biólogas, así como por diferentes medios de extrema derecha, consistiría en:

– Fase 1: Aislar a las personas infectadas, buscar los posibles contactos de las mismas y mantenerlos en cuarentena.

– Fase 2: Intentar proteger a la población vulnerable (ancianos y personas con patologías) y permitir que el coronavirus se propague entre el resto de la población, hasta llegar a la inmunidad de rebaño.

La inmunidad de rebaño es un concepto de la epidemiología que suele estar basado en modelos matemáticos, modelos fríos, que en la mayoría de los casos desprecian la vida de la gente. Esta estrategia científica, tal y como ha sido sugerida en esta pandemia, oculta un planteamiento de darwinismo social preocupante.

¿ Cuáles son sus aspectos negativos?

– Levantamiento de medidas preventivas (distancia, mascarillas, etc.) y aumento espectacular de personas que podrían desarrollar una enfermedad grave, así como incremento de la tasa de mortalidad. No se tiene en cuenta la situación de las personas inmunodeprimidas, infraalimentadas, con problemas respiratorios, etc.

– La población proletaria, empobrecida, anciana, migrante, es más susceptible de desarrollar síntomas graves y de morir.

– ¿Por cuánto tiempo se pretende proteger o confinar a los vulnerables? ¿Se trataría de mantener a miles de ancianos sin salir de residencias ni recibir visitas durante meses o años? Esta estrategia no delimita cuánto tiempo va a durar el proceso de infección entre la población.

– No se sabe cuál es el grado de inmunidad que la gente adquiere tras la infección, o si esta inmunidad es o no permanente.

– Es bastante arriesgado apostar por la inmunidad de grupo cuando todavía no se conocen bien las secuelas que puede dejar el paso del virus en personas no vulnerables a priori.

– Además, si toda la población enferma en un mismo periodo de tiempo, para conseguir la inmunidad de rebaño se necesitará que al menos un 60% quede infectada, lo que significa que al menos un 20% de la población necesitará ingresar en el Sistema de Salud (según la SEI, Sociedad Española de Inmunología) ¿Está preparado el sistema sanitario de un país para absorber a los enfermos? En caso negativo ¿cómo y quién decide quien vive y quien muere ante el estrés o el colapso del sistema sanitario?

La estrategia de inmunidad de rebaño oculta un fuerte sesgo de clase.  Los «daños colaterales», el mayor volumen de enfermos y muertos recaerá sobre la fracción trabajadora (autóctona y migrante), sobre los trabajadores sanitarios y del sector de cuidados (en su mayoría mujeres) y sobre los que tienen menos cobertura sanitaria o usuarios de hospitales de periferia, infradotados de UCI´s y personal sanitario

No existe pandemia

Otro gran argumento que esgrimen constantemente es el que niega que exista pandemia, incluso que la gripe estacional es más severa. Basan esta afirmación en que hay muchos casos de gripe cada año en el mundo, y hasta una mortalidad más elevada. No sabemos de dónde demonios sacan esos datos. Lo que sí sabemos es que hay miles publicaciones que afirman que el índice de mortalidad de la gripe es del 0,1%, o sea bastante más inferior que la de la Covid-19, que es del 3-4%. Les invitamos también a que miren la curva exponencial de marzo, a ver si les parece que tiene algo que ver con la de cualquier gripe estacional.

Aunque es cierto que las epidemias estacionales de gripe provocan muchas muertes y complicaciones, la comunidad científica distingue éstas de una pandemia porque: 1) son virus que circulan desde hace tiempo y existe una cierta base de inmunidad en la población contra las variantes más comunes del virus de la gripe; y 2) una pandemia se disemina a una escala global, contrariamente al actual virus de la gripe, que emerge independientemente en varias localizaciones. Es cierto que es un concepto relativo, pero la actual gripe estacional se distingue claramente de las tres pandemias de la gripe que ha habido en la historia de la humanidad (la más famosa es la llamada “gripe española”), causadas por variantes nuevas del virus, transmitidas globalmente y con muchos más muertos. Aunque aún no hay datos definitivos, la pandemia de la Covid-19 está causando una mortalidad elevada, no hay inmunidad en la población, se está dispersando a nivel global y no hay tratamiento o estacionalidad.

La vacuna de la gripe no es efectiva

La efectividad de la vacuna de la gripe también se ha puesto en cuestión. Cada año las cepas de la epidemia de gripe son diferentes por la alta capacidad mutagénica del virus, por eso las campañas de vacunación no tienen la misma eficacia todos los años. A causa de esta variabilidad, la OMS selecciona las cepas más comunes a principios de Otoño, recopilando datos de sus centros colaboradores repartidos en los distintos países. Tienen que rastrear «estadísticamente» las cepas de virus que van a estar más activas cada año. Los años que no se rastrean adecuadamente las cepas del virus, la vacuna pierde parte de su eficacia. En el extremo contrario, los años en los que la OMS consigue «dar en el clavo», las vacunas actúan como un apoyo para adquirir inmunidad, desarrollar anticuerpos y evitar el fallecimiento de población de riesgo. Así que una inmunización media del 50% es buena si no hay efectos secundarios negativos relevantes, como es el caso de esta vacuna.

La vacuna del Covid-19

Para terminar, y lo que a este ritmo parece que va a provocar verdaderos amotinamientos, es el tema de la vacuna. Obviaremos las historias de los chips y demás herramientas para el control de la mente por no ser nuestro terreno y daremos tan solo algunas pinceladas en algunas cuestiones de corte biológico que han llegado a nuestros oídos.

Se dice por ahí que el SARS-CoV-2 mutará al mismo ritmo que el virus de la gripe, por lo que la vacuna tendrá efectividad limitada. Todavía es pronto para saber esto, pero todo apunta a que el Coronavirus es más estable que el de la gripe. Aunque el genoma de los dos virus sea de ARN (y no ADN como el nuestro, por ejemplo), un material que muta (cambia) más que el ADN, el virus que produce la Covid-19 no muta tan rápido como el de la gripe. Los miles de datos de secuenciación del genoma del virus responsable de la presente pandemia muestran que apenas ha mutado. La principal diferencia con el de la gripe es que el genoma de los Coronavirus no está fragmentado (el genoma de la gripe son ocho fragmentos) y, por lo tanto, no pueden mezclarse los trozos de varios coronavirus entre ellos y generar variantes nuevas rápidamente de esta forma. El hecho de combinar fragmentos es un tipo de lo que se llama “recombinación” de genomas virales. El otro tipo de recombinación es cuando los virus utilizan proteínas que, a modo de tijeras, cortan y pegan una sección de un genoma de un virus a otro. Para “cortar y pegar”, los genomas de virus tienen que ser compatibles porque intercambian secciones que tienen que realizar funciones parecidas, si no los virus resultantes no serían viables. El virus de la gripe y los Coronavirus son virus muy distintos que no se pueden recombinar (como también se ha dicho por ahí) igual que Miguel Bosé no podría reproducirse con un mejillón aunque quisiera.

Por otro lado, el tiempo medio de desarrollo de una vacuna lo determinan muchos factores, entre ellos el tipo de microbio (para el virus del SIDA o el parásito de la malaria es muy complicado a nivel biológico, por ejemplo), el dinero y esfuerzo invertidos, y los conocimientos previos. Los conocimientos y herramientas científicas no son los mismos que hace 20 años, y es normal que se acorte el tiempo de desarrollo de las vacunas. Aunque el SARS-CoV-2 se trate de un nuevo virus, otros parientes del grupo de los Coronavirus se conocen desde hace años y decenas de grupos de investigación públicos y privados ya trabajaban sobre ellos. Este hecho ha adelantado mucho el proceso de obtención de una vacuna, igual que la aceleración de ciertos trámites burocráticos, que en otros casos han durado varios años. Hay 27 vacunas en pruebas y al menos 9 en fase III (tests masivos), con datos preliminares de eficacia probada de más del 80% de inmunización. No hay fecha para la aplicación de la vacuna pero todo parece que será para el 2021. Esto podría considerarse positivo, si no fuera porque la aceleración también implica el acortamiento de ciertos controles importantes, como los efectos secundarios a largo plazo, que para otras vacunas duran varios años. China y Rusia ya han aprobado dos vacunas sin esperar al fin de la fase III. Con un mercado global y ansioso por recibirla, los gobiernos e instituciones han cedido a las demandas económicas y reglamentarias de las poderosas farmacéuticas. Habrá que ser cauteloses con los datos e informaciones antes de vacunarse, sin descartar esperar un poco más de lo previsto.

Y PARA ACABAR…

Esta crisis, sanitaria y social, tiene mucho de surrealista. Nos parece estar viviendo una peli de ciencia ficción, que todo es un sueño del que despertaremos, a la vez que nos vamos acostumbrando a las mascarillas, las restricciones de movimiento y de vida, al monotema informativo, y la paranoia frecuente de estar infectades. Ante esta avalancha de novedades, de situaciones extrañas e informaciones opacas sobre un virus que no vemos, el espíritu crítico a veces falla.

Las teorías conspirativas llenan el vacío que deja el discurso oficial cuando se atraganta, las manipulaciones oficiales dejan paso a manipulaciones alternativas. Se esfumaron los tiempos del debate, del razonamiento y los análisis colectivos, ahora vivimos en el miserable mundo del zasca, del elevar la voz para tener razón o de ser el más neurótico aportando montones de datos anecdóticos sobre cualquier conspiración en las redes sociales.

Esta forma de afrontar la realidad suspende cualquier tipo de elaboración de hipótesis, anula el método científico y degenera en conjeturas y comercio de opiniones. Lo importante hoy en día es estar en el mercado de las redes, hacer una marca de ti mismo. La gente necesita expresar constantemente sus opiniones bajo el desquiciante chaparrón de información digital que les llega a diario y las vomitan en soledad, sin utilizar ningún método coherente, sin discriminar fuentes, volviéndose esclavos de la simplicidad. Se ciñen más a las frasecitas de twitter, al meme, al video de youtube y a la propaganda, que al rigor analítico y científico. La crítica simplista a la autoridad deriva en actitudes competitivas y autoritarias.

Nos resulta preocupante el coladero de conspiraciones en que se ha convertido el ámbito libertario. Entendemos que la gente intente buscar explicaciones a lo extraño de esta situación, pero no es una más rebelde por poner en cuestión todo lo que se dice desde las instituciones y la comunidad científica acerca del virus. Para luego creer a cualquier personaje con bata que difunde extrañas teorías que se derrumban con un poco de indagación. Solo hay que ver las fuentes que utilizan y su currículum. Os invitamos a investigar quien está detrás de estas teorías y movimientos conspirativos, con la extrema derecha, por cierto, protagonista en muchos de ellos (Médicos por la verdad, protestas de Berlín…). Nos preguntamos de qué manera las personas del entorno antiautoritario generan su conocimiento. ¿Harán igual para otros temas, como el antifascismo o el anticapitalismo?

Es cierto que hay incoherencias, omisiones, e incluso manipulaciones en muchos datos oficiales, por muy académicamente que se presenten. El problema viene en parte de la corrupción ética de la ciencia y medicina capitalistas, que deberían ser un trabajo largo, lento y colectivo que revirtiera en la comunidad. Actualmente, empresas y competitividad manejan el mundo científico, abarrotado de egos, jerarquías, imprecisiones y omisiones cuando no mentiras. En la escalada por estudiar la Covid-19 y sus remedios, se están publicando estudios erróneos o con poco rigor, sin revisiones independientes, que enseguida son difundidos en los medios de comunicación y ensalzados como la verdad absoluta, para más tarde ser contradichos por estudios posteriores (véase el caso de la hidroxicloroquina, por ejemplo). Esto no genera más que confusión y desconfianza.

La medicina oficial es un campo aún más incierto. El bienestar y salud de las personas van a veces por detrás de la prioridad económica, el prestigio y la inercia académica. Además, la medicina oficial está enfocada a parchear (y no prevenir) los efectos nocivos que este sistema enfermo genera en las personas, en una vida individualista, de estrés y completamente desvinculada del medio natural.  No es de extrañar que mucha gente no se fie o esté harta del trato a veces inhumano del sistema de salud oficial.

También tenemos claro que la pandemia actual no es el problema más grave al que se enfrenta el planeta. Las guerras, la irreversible destrucción de los ecosistemas, la precariedad a la que van a verse sometidas millones de personas en la crisis que nos viene, las miles que mueren todos los días de hambre… Y nada de esto ha sido nunca prioritario. La novedad de la Covid-19 es que esta vez afecta a occidente. Pero lanzarse a la piscina del sinsentido no revierte la situación sino que la agrava.

Hay un enorme esfuerzo también, a nuestro parecer, por afianzar el discurso de que es una crisis inevitable, y que quien tiene que cargar con ella son las personas con sus sacrificios (confinamiento, mascarillas…), no las empresas ni el Estado. La economía de las grandes empresas no sufre ninguna restricción, y si tienen pérdidas, el Estado paga. La vida no productiva está prohibida casi en su totalidad: cultura, protestas… Esta responsabilización más o menos sutil de las personas no es justa ni fácil de digerir, y la frustración puede que aliente al acercamiento a críticas de todo tipo pero sin fundamento. “Son las personas trabajadoras quienes se contaminan” (y no la empresa que no ha puesto medidas de protección). “Son las personas extranjeras, jóvenes, vagabundas, las de fuera, les niñes… la causa de que los casos de Covid-19 estén aumentando”. “Es la gripe, son las vacunas, son las mascarillas, es el confinamiento”…

Para cada momento de esta pandemia van surgiendo nuevas conspiraciones que ni siquiera concuerdan entre sí. Una de las que más daño han hecho y nos parece clave en este tinglao es el tema del origen del virus, puesto que va a la raíz del problema. Hablar de síntesis de virus malignos chinos por laboratorios interesados, del 5G, de vacunas con chips o de agrupaciones masónicas o pedófilas que quieren hacerse con el mundo nos parece una bomba de humo que oculta lo que realmente está generando esta situación.

Hace tiempo que la comunidad científica viene avisando del peligro de los saltos de virus de animales a seres humanos, que como ya se sabe, se han visto acelerados en las últimas dos décadas (gripe aviar 1997 y 2003; SARS 2003; gripe porcina 2009; MERS 2012; virus zika 2015; ébola 2013-14-15…). La pérdida de biodiversidad, el confinamiento de animales en macrogranjas, el acantonamiento de la vida salvaje en espacios cada vez más aislados y reducidos, junto con la colonización e invasión del ser humano de los nichos naturales, son algunas de las causas que favorecen los saltos de virus a personas, que de otra manera ocurrirían muy raramente.

No hay que irse a teorías conspirativas de lobbies que buscan reducir la población o controlar nuestras mentes. Se trata del capitalismo, de nuestra forma de producción y consumo, de nuestro afán de colonizar todo aquello que se pueda mercantilizar. No es casual que haya sucedido en China, el actual centro de producción industrial del mundo. El paciente cero es el capitalismo, y esta pandemia debería ser un punto de inflexión para cambiar la forma en que funciona el mundo. Nuestras protestas deberían ir dirigidas hacia esta cuestión. El resto de teorías nos parecen meros despistes.

Últimamente estamos asistiendo a protestas en contra de posibles confinamientos, del uso de la mascarilla y denunciando «la mentira del virus y la pandemia». Muchas de ellas alentadas por grupos de la extrema derecha a grito de «libertad», y apoyados felizmente por empresarios, antivacunas, famosos de capa caída y algún libertario despistao. Curiosa mezcla. Dicen estar ahí porque les están coartando sus libertades universales: moverse, respirar, opinar… Si hablamos de libertades, nos preguntamos dónde estaba esta gente cuando las protestas contra la privatización de la sanidad, a favor del aborto o la eutanasia, contra la ley Mordaza, contra los CIES, contra las múltiples invasiones de Palestina por Israel, o de Rojava por Turquía… Movilizarse por no querer llevar mascarilla más bien nos parece una posición egoísta, de comodidad y de interés individual. Estamos seguras de que si este virus afectara a la población de manera aleatoria, como el virus del SIDA o el del ébola, y no solo a personas mayores o con determinadas afecciones de salud, muchas de estas voces estarían calladitas detrás de una mascarilla. Apelamos a la solidaridad comunitaria.

Algunxs biolocxs

Septiembre 2020

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