De Ruanda a Senegal: la decadencia francesa en África

Fuente: https://www.resumenlatinoamericano.org/2024/04/12/pensamiento-critico-de-ruanda-a-senegal-la-decadencia-francesa-en-africa/                                                                                     Juan Antonio Sacalunga                                                                              12/04/24

Esta semana se ha recordado el trigésimo aniversario del genocidio en Ruanda. Los testimonios de los supervivientes, la impunidad de algunos cabecillas de la matanza y la recreación de aquellos días terribles han ocupado la mayor parte del relato. En sordina, las responsabilidades de las potencias europeas y de la ONU por su pasividad, complicidad voluntaria o involuntaria y su desdén disimulado por el sufrimiento evitable de quienes no son blancos.

Estados Unidos salió muy mal parado de ese episodio vergonzoso, y las élites políticas aún lo lamentan. El discurso oficial sostiene que después del “fracaso” de Ruanda, la administración Clinton se convenció de que no podía tolerar la masacre indiscriminada de poblaciones por su raza o adscripción nacional. Y ese “arrepentimiento” precipitó las intervenciones militares en Bosnia (1975) y en Serbia (1999). En realidad, y aparte de los crímenes cometidos por Serbia en Kosovo y por sus protegidos en Bosnia, lo cierto es que las llamadas “intervenciones humanitarias” respondieron a intereses geoestratégicos menos cándidos.

Macron ha tendido la mano al nuevo Presidente, pero la credibilidad del Eliseo en África está en horas muy bajas

Pero, a la larga, la potencia que resultó más dañada por la matanza de Ruanda fue Francia. En la rivalidad étnica entre los hutus y los tutsis, París jugó siempre a favor de los primeros, por ser los aliados naturales en un proyecto de afianzamiento neocolonial. Los tutsis eran minoría pero ocupaban puestos de responsabilidad en el Estado. Eran, por lo general, mejor instruidos y sus rasgos físicos eran más destacados, según la narrativa racial imperante. Eran mayoría en la vecina Burundi y, lo que resultaba más inquietante para Francia, tenían buenas relaciones con los países anglosajones y los estados africanos afines (Uganda, Tanzania…).

UN HORRIBLE BAÑO DE SANGRE

Cuando a comienzos de los noventa se instala un nuevo gobierno extremista hutu en Kigali, bajo el liderazgo del Presidente Habyarimana (que se decía moderado), París no evidencia malestar alguno. A primeros de abril de 1994 se desata la tragedia. El Presidente fallece en un extraño accidente de avión cuando regresaba de Burundi en un viaje. Los hutus acusaron a los rebeldes tutsis del Frente Patriótico de haber derribado el avión con un misil. En el suceso o atentado perece también el presidente de Burundi y el jefe del ejército ruandés.

Los hutus extremistas aprovechan el magnicidio para iniciar una furiosa campaña de represalias. Después de liquidar a los hutus moderados, infectan las ondas de la Radio de las Mil Colinas con mensajes de odio e instigan a milicianos y gente de a pie a matar a todo tutsi que encuentren en su camino. La mayoría son acabados a machetazos. Las imágenes de la masacre se pueden ver en todo el mundo. Pocas veces se había podido contemplar un despliegue de crueldad semejante. En sólo unas semanas, son asesinados  unos 800.000 tutsis.

Washington es alertado de lo que ocurre desde los momentos iniciales. Pero se abstiene de intervenir e incluso de evacuar a los amenazados. Lo mismo hace la ONU, bajo el argumento de no implicarse en un “conflicto interno” (1). Francia asiste al horror con la frialdad de la razón de Estado. Mitterrand se da cuenta pronto de que asunto se la ha ido de las manos, pero cree asegurar a Ruanda entre los estados africanos “amigos”.

Los gobiernos aliados han ido cayendo, ante la persistencia de la insurgencia y el empobrecimiento de las poblaciones

Una de las sospechosas de la instigación de la matanza es la flamante viuda del Presidente, Agatha Habyarimana. París consigue evacuarla en los primeros días del espanto, sin que ello pueda acallar sus encendidas proclamas. Su huida del país es el comienzo de un periplo de 30 años en los que ha intentado blanquear su imagen. Los sucesivos gobiernos franceses han intentado desmarcarse de Agatha y de otros matarifes que encontraron en suelo galo un lugar donde ampararse. Mitterrand, que favoreció su llegada a Francia, dijo luego de ella “que tenía el demonio en el cuerpo”. La viuda no ha conseguido el estatus de “refugiado político”. La Oficina francesa de Protección de refugiados considera que los indicios de responsabilidad en el genocidio son abrumadores. Pero sus abogados han logrado que no se la extradite a Ruanda. Hoy, a sus 82 años, vive en un limbo jurídico y político. Impune, en todo caso (2).

LA REVANCHA DE LOS TUTSIS

Después de la matanza, los rebeldes del Frente Patriótico (FPR), organizado en el exilio ugandés e integrado por tutsis y miembros de la oposición hutu, penetraron en territorio ruandés y consiguieron derribar al gobierno extremista hutu. Comenzó entonces una campaña de venganza. Milicianos tutsis persiguieron a cientos miles de hutus cuando huían a la República del Congo (antigua Zaire). El líder del FPR, Paul Kagame, se convirtió en el nuevo Presidente. Anglófilo y antifrancés, imprimió a Ruanda un rumbo muy diferente al que Paris deseaba.

En estas tres décadas, Ruanda ha prosperado económicamente. La pobreza se ha reducido, se ha atraído capital extranjero y los servicios han mejorado. Pero el gobierno se ha hecho cada vez más autoritario y la oposición es duras penas consentida. Bajo el argumento de perseguir a los genocidas hutus huidos al Congo, Ruanda ha intervenido continuamente en la crisis endémica del vecino, un país mucho más grandes, pero corroído por las rivalidades étnicas, la corrupción y los señores de la guerra. En los últimos años, Kagame, para disgusto de París, ha apoyado abiertamente a la guerrilla del M-23, que quiere derrocar al gobierno de la República Democrática del Congo (3). En el acto de homenaje a las víctimas del genocidio, Kagame no ha dejado de dirigir su dedo acusador a Francia por considerar que sus lamentos son hipócritas, ya que sigue protegiendo a los verdugos (4).

EL ARREPENTIMIENTO ESCÉNICO DE FRANCIA

El presidente francés ha ido algo más lejos que sus antecesores en admitir la responsabilidad de Francia en la matanza, al decir que podía haberlo evitado pero no tuvo la voluntad”. Con su viaje a Kigali, en mayo de 2021, quiso sellar la “reconciliación”. Se vio luego que se trataba de una operación de relaciones públicas. No ha admitido la “culpabilidad” y menos la “complicidad” de Francia y pretextó motivos de agenda para no acudir a los actos del 30º aniversario en Kigali (5).

Cuando se trata de África, la carga de conciencia en Francia es muy ligera. Como le ocurre a cualquier potencia, en casi todas las tragedias que ocurren en las antiguas colonias se puede rastrear con claridad la huella occidental. Ruanda no es un caso aislado.

En Burkina Fasso y Mali se abrieron paso Juntas militares hostiles a Francia. En 2022, caía Níger, el principal bastión de Francia en la región. Ya sólo queda el Chad como plaza segura. ¿Hasta cuándo?

La responsabilidad francesa (y occidental) se prolonga más allá del periodo colonial. En las primeras décadas de las independencias en África, la mano alargada de París condicionó el desarrollo de las nuevas naciones. Las élites gobernantes actuaban en no pocas ocasiones al dictado del Eliseo, incluso cuando desplegaban un lenguaje africanista y liberador. Los mecanismos de dependencia hacían muy difícil otra política.

La matanza de Ruanda marca el inicio de un nuevo ciclo, lento y contradictorio, no por la brutalidad espantosa de lo ocurrido, sino por el tiempo en que ocurre. El fin de la rivalidad Este-Oeste desengancha a África de las dinámicas de la guerra fría. Durante unos años, parece haber una despreocupación occidental por el continente, aunque los intereses fundamentales como la explotación de las riquezas fósiles y minerales, las redes de penetración de productos occidentales y otros factores de la dependencia se mantienen férreamente.

En los años bisagra del cambio de siglo, surge la “amenaza” islamista.  África se convierte en espacio de retaguardia; luego, en plataforma de reserva; y, más tarde, con las derrotas parciales de Al Qaeda y el Daesh, en uno de los núcleos más activos de la insurgencia.

Francia asume el rol de gendarme occidental frente al islamismo radical en el continente. En sucesivas operaciones militares (Serval, Barkhane), que pusieron músculo a misiones de la ONU (MINUSMA), las fuerzas armadas galas extendieron su aparente control sobre el corazón árido de África conocido como el Sahel. En el pico de su actividad, el dispositivo militar contó con más de 5.000 soldados.

Pese a tal despliegue de fuerza (no sólo militar, también diplomática, política y económica), Francia no consiguió hacerse aceptar. Los gobiernos aliados han ido cayendo, ante la persistencia de la insurgencia y el empobrecimiento de las poblaciones. En Burkina Fasso y Mali se abrieron paso Juntas militares hostiles a Francia. En 2022, caía Níger, el principal bastión de Francia en la región. Ya sólo queda el Chad como plaza segura. ¿Hasta cuándo?

AGITACIÓN EN LA COSTA OCCIDENTAL

El debilitamiento de las posiciones políticas francesas no se ha producido sólo en el Sahel. Se detectan focos de inestabilidad en la costa occidental del continente. El caso más reciente ha sido el de Senegal, quizás el país más importante para París en su universo poscolonial.

Tras una crisis prolongada en el que los equilibrios políticos de la independencia saltaron por los aires, una opción populista, confusa pero inacostumbradamente crítica hacia Francia ha triunfado en las recientes elecciones. El anterior Jefe del Estado, Sacky Mall, ya no podía repetir como candidato, a pesar de haberlo intentado con una maniobra manipuladora de la Constitución que le salió mal. Eligió a su primer ministro como opción B, pero nunca lo apoyó decididamente, mientras su partido se deshacía en querellas internas.

Mall trató entonces de suspender los comicios, alegando un peligro de desestabilización social. En realidad, temía el empuje del movimiento populista, a cuyos líderes había encarcelado alegando motivos oscuros, lo que desencadenó una oleada de protestas callejeras que se cobró decenas de muertos. El Tribunal Supremo, pese a su connivencia tradicional con el poder político, discrepó de la medida extrema del Presidente y lo obligó a restablecer el proceso electoral. Por temor a una revuelta general o por un cálculo erróneo, Mall decretó una amnistía que puso a los dos opositores en la calles, diez días antes de las elecciones.

El líder del movimiento populista PASTEF (Patriotas africanos del Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad) es Ousman Sonko, un modesto empleado de impuestos. En clave predicador, arrastró a millones de senegalés en protestas contra una élite gobernante corrompida y servil. El expresidente Mall quiso acabar definitivamente con su carrera política al promover su inhabilitación. Sonko delegó su candidatura presidencial en su “delfín”, Bassirou Diomaye Faye, un joven sin experiencia política.

Los populistas han conseguido un apoyo popular inaudito en tan sólo unos pocos años. Con el 56% de los votos, ha superado en más de doce puntos al partido oficialista (6).  Su programa es ambiguo y confuso. Se basa más en los rechazos (de la corrupción, de la represión, de la servidumbre exterior) que en las propuestas (7).

Se ignora lo que va a hacer Faye. De momento, ha puesto a su mentor, Sonko, como primer ministro. En su discurso de posesión del cargo, el joven presidente ha querido sonar conciliador, pero sabe que no puede decepcionar a una población que reclama cambios radicales, y mucho de ellos pasan por renegociar contratos mineros y petroleros que no han favorecido el bienestar de la población (8).

Macron ha tendido la mano al nuevo Presidente, pero la credibilidad del Eliseo en África está en horas muy bajas. Y todo ello mientras China se afianza como gran potencia en el continente, pese a que sus planes de penetración económica han sido menos exitosos de lo esperado. Rusia también pisa fuerte, con una estrategia distinta: como proveedor de seguridad frente al islamismo. El realineamiento neocolonial en África está en construcción.

 

Fuente: Rebelion.

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