Fuente: Iniciativa Debate/ Jaime Richart
En todo caso vivimos tiempos de una crisis que abarca prácticamente a todo cuanto es susceptible de la crisis. Y parece irreversible. España es como Sísifo. Como sabéis, Sísifo, dentro de la mitología griega enfadó a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, y al caer rodando hasta el valle debía empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente. España, en ese recodo que le corresponde en la Historia, parece condenada a subir y bajar desde la pérdida histórica de las Colonias. Y siempre al borde del estado de excepción.
Siempre desconectada del Continente, suele ser para Europa y para el resto del mundo un tubo de ensayo sociológico de alcance. En el plano político, cuarenta años atenazado el pensamiento global del país por una disciplina férrea aplicada al pensar y al sentir, es mucho tiempo como para no producir unas consecuencias críticas en el pensar y en el sentir una vez ha cesado la tenaza, hasta el desconcierto general…
Si, como sucede en materia de arte, pasado el tiempo y puesto que nada hay nuevo bajo el sol el artista vuelve a rebuscar algo que recuerde o se parezca a lo que fue y el estilo resultante se reconoce por el prefijo “neo”, habida cuenta el ocaso de las ideologías y la palpable crisis de la sociedad española, parte de ésta vuelve la vista atrás y trata de traer el neofascismo, que entre nosotros es neofranquismo. Y entiendo que la mutación climática, debida al factor humano o a un simple cambio de ciclo, da lo mismo, va a ser determinante en el desarrollo de los acontecimientos…
Esto por un lado. Pero por otro lado yo veo en conexión con lo dicho, este otro aspecto: la reinserción política, el principal objetivo de la pérdida de libertad decretada por todo Estado para el delincuente. Pues una parte de España, la que está representada en el hemiciclo por prácticamente la mitad de la población electoral, después de cuatro décadas sin libertad ha pasado a experimentar el síndrome de Estocolmo; ese trastorno psicológico que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta del secuestrador e identificarse progresivamente con sus ideas. El secuestrador en este caso es el dictador desaparecido y su legado: el franquismo. Pero en lugar de reinsertarse en el sistema democrático europeo de la apertura a los criterios que comparten los estados miembros de la Unión Europea (que sería lo “normal” aunque sólo sea porque política y económicamente España pertenece a él), esa porción de españoles reniega de la Unión, quiere darle la espalda y sigue más o menos abiertamente la senda de los principios del Movimiento del dictador. Siendo así que la única reinserción posible de España en lo políticamente correcto, sólo puede producirse sometiéndose a las disposiciones de los órganos de la Unión, principalmente de la Justicia. ¡Ah¡ la justicia. ¿No véis lo que le cuesta a la justicia española distinguir entre lo justo y lo injusto conforme al pensamiento europeo? El conflicto catalán es una prueba. No es extraño, pues la justicia española es la principal superestructura social que padece el síndrome dicho en ósmosis con los que teniéndose por constitucionalistas en realidad son reaccionarios o involucionistas y quieren mantener tal cual la Constitución, pero para convertirla en la “Ley Fundamental” franquista…
Pero el proceso de deterioro que implica toda crisis, en el plano estrictamente social y humanístico es tan grave como en el político y el ideológico. Se advierte sobre todo en la educación, y de consuno en las relaciones humanas. De una educación severa, empapada en una religiosidad forzada y en espartanismo militarista durante esas cuatro décadas, al transformarse la cáscara del Estado se pasó repentinamente a una educación liberal de tal naturaleza que arrastró consigo a una imagen deformada de lo que es, o debe ser, la relación entre el padre y la madre con los hijos, y de lo que es o debiera ser la relación de la pareja, casi repentinamente alterada por la “liberación” total de la mujer respecto al hombre. Todo lo que ha dado lugar a un estado de cosas que entra de lleno en la paradoja: ahora podría decirse que las mujeres son los nuevos hombres, los niños son los nuevos adultos y los hombres son los nuevos niños. De lo que resulta, a su vez, que la figura de la hembra se ha crecido frente a la figura del macho, el hijo se ha crecido frente al padre y a la madre, y la figura del hombre y del padre se han empequeñecido.
En todo caso, que en España el pensamiento tradicional está en crisis lo prueban además otras cosas y abarca a muchos aspectos: desde el vacilante modo de considerar la moral tanto pública como privada que da lugar al vacilante modo de interpretar la deontología de cada profesión liberal: abogacía, medicina, periodismo, etc, pasando por lo incierto ahora de lo que fueron los “usos bancarios” y lo incierto ahora de lo que fue “serio” en la actividad comercial, siguiendo el vacilante modo de manejar tribunales y juzgadores la epiqueia (la interpretación de la ley a través de su espíritu y no de la literalidad), hasta el vacilante modo de expresar el sustantivo y el adjetivo del género gramatical en la interlocución y comunicación de la vida pública en el que se empeña un sector femenino de rompe y rasga.
Por esas incertidumbres y por el bien de toda la colectividad, al pensamiento tradicional en España en crisis urge una revisión a fondo de los módulos y claves del pensamiento a secas. Y esa revisión, visto el estado de cosas general, sólo puede abrirse paso por caminos muy abiertos a la tolerancia. Pero, por otro lado, urge moderación y paciencia al pensamiento nuevo, ése que se empeña en imponerse a marchas forzadas principalmente en materia de libertad sexual sin límites y de un feminismo atroz desestabilizantes. En todo caso, venimos de unos estereotipos morales que no sirven, que se quieren reemplazar por otros que van directamente al polo opuesto. Por lo que, visto que el socialismo ha fracasado, que la socialdemocracia que lo reemplazó es débil, que no hay indicios que nos permitan abrigar la esperanza acariciada desde 1978, de reinstaurar la República, de suprimir aforamientos, privilegios y desigualdades sin cuento, creo que debemos empezar a conformarnos con un cambio hondo de mentalidad. Por un lado tenemos la tesis monárquica del establishment. Por otro lado, la tesis franquista que intenta abrirse paso, con posibilidades de éxito. Y por otro lado la antítesis de un maximalismo opuesto pero a duras penas en lo social del feminismo y no en lo político. Es necesario alcanzar cuanto antes la síntesis. Y la síntesis sólo puede estar, por el momento, en el convencimiento de los tres poderes del Estado de que, para salvar muchos vacíos, aparte el compromiso adquirido al unirse España a la Unión Europea, es preciso el cumplimiento riguroso de sus directivas, y asumir de buen grado las resoluciones de los órganos y tribunales de justicia competentes europeos, en lugar de enfrentarse a ellos. A esto llamo “reinserción” cuando hablo de la necesidad de que España entre al fin en el marco de la civilidad democrática del siglo en que vivimos, aun sabiendo nosotros, los rebeldes, los heterodoxos y los marxistas que entre las democracias burguesas y el comunismo desbocado chino están llevando al mundo a su ruina.