Fuente: Iniciativa Debate/Jaime Richart
Entendemos por crisis, todo cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados. Pero también es eso no ya caduco ni decadente, sino moribundo que todavía no se ha convertido en cadáver. Me refiero a ese pensamiento tradicional del país reforzado por una dictadura de cuarenta años y un catolicismo tremendista por las reminiscencias de la Santa Inquisición, nada parecido al de otros países europeos. El otro pensamiento, el de tanta población española que no ya en la dictadura, después o incluso ahora, sino desde hace siglos intenta abrirse paso, es el librepensamiento, y tras la segunda gran guerra hasta hoy el pensamiento europeo de la tolerancia que converge con el otro o es más o menos lo mismo.
Pero no sólo está en crisis el pensamiento político. También el jurídico y el común lo están. ¿Qué fue de aquel con vocación de estabilidad? ¿Qué fue de la autonomía de la voluntad en la contratación, en el contrato sinalagmático en cuya virtud cada parte pone sus condiciones? El contrato llamado de adhesión que ayer fue excepción, hoy es común. Ese que apenas estaba presente sólo en los servicios públicos y que significa: estas son mis condiciones si quieres tener luz en tu casa: o lo tomas o lo dejas… ¡Qué horror el matrimonio para toda la vida¡ casi preceptivo -hoy se diría viral- cambiar de pareja por lo menos tres veces a lo largo de la vida… ¿Que los hijos sufren lo indecible en cada separación o divorcio y el número de los niños y adolescentes depresivos por esa causa aumenta de manera alarmante? No importa. El sacrificio personal es de débiles, lo que importa es no aguantar un pelo y “realizarme”. ¡Cuántas y cuántos no se encuentran irremisiblemente solos a los 60, hartos de convivencias azarosas, cuando no insoportables! Por supuesto que el divorcio es un instituto indispensable. Pero la sociedad, la ley, el Estado, sólo debieran permitirlo a partir de cierta edad de los hijos…
Sin embargo, en términos generales, el pensamiento tradicional español, el que predomina, naturalmente, proyectado en distintas direcciones y aspectos de la vida sin relación con el sexo y la familia, se sigue resistiendo a evolucionar en lo que debiera, que es la convivencia de la población, al compás de la Historia. De ahí los problemas profundos personales, sociales y territoriales que no acaban de solucionarse nunca en España. Pues ese pensamiento, liberal en lo económico pero ultraconservador en lo político y en lo social es un valladar frente al pensamiento libre, desenfadado pero respetuoso de las otras ideas estancas, y al que siempre le ha costado mucho exteriorizarse y avanzar. La censura siempre está tras él. Unas veces de una manera explícita y otras implícita: la justicia se encarga de ello….
Y es que el carácter hispano, otra vez el que predomina, además de la rémora de siglos de absolutismos, a causa también probablemente de la no intervención de España en ninguna de las dos guerras mundiales, al no tener que esforzarse en superar las diferencias de mentalidad con sus vecinos como han precisado las naciones participantes, ha quedado encapsulado con los rasgos más característicos de la escasa conciencia social que proverbialmente existe en una parte de este país, precisamente la más poderosa. Esa parte que no ha superado la prueba del pensamiento del siglo que vivimos y vuelve a confundir, deliberadamente para ganarse a los electores de un catolicismo trasnochado, el embrión con la vida y la eutanasia con el crimen, por ejemplo. Esa parte que superó a regañadientes la prueba del divorcio y la de la igualdad de sexos, y luego la del matrimonio homosexual. Pero ahora vuelve a la carga, empujada por involucionistas cuyos discursos ni ellos mismos se creen…
A diferencia del luterano y de un catolicismo francés e italiano que se atemperó hace mucho al pasar por la catarsis de las dos grandes guerras, el pensamiento tradicional en España es por antonomasia el católico y por tanto también el dogmático en lo teológico y por tanto también el apodíctico en lo filosófico, y por tanto también el intolerante en lo social, y por tanto también el pensamiento cerrado fascinado por los modernismos yanquis. Desde un punto de vista antropológico es tal su escasa evolución que, para ocupar un sitio en el espectro electoral, ha recurrido a la regresión ideológica.
Sin embargo, como en todo espacio de reflexión propio del pensamiento libre y para no incurrir en sus mismos extremismos, el pensamiento tradicional hispano puede tener, cómo no, aspectos positivos. Pero están mal presentados y peor defendidos por ellos, los ultraconservadores. Por ejemplo, positivo es, dados los siglos que data, defender la familia tradicional que ellos llaman “natural”, como si la familia monoparental o la familia de dos homosexuales fuesen un producto artificial. Por ejemplo, positiva y consoladora puede ser la creencia en un dios, como también puede ser no creer o el no tomar partido en teología. Por ejemplo, positiva es la sensibilidad ática y el gusto por la elegancia en las formas. Por ejemplo, la exaltación de la belleza moral del comportamiento y de la sinceridad no exenta de diplomacia o el respeto al anciano… Todo ciertamente noble. Pero es un pensamiento intolerante no sólo en materia teológica, sino también ante todo postulado moral que no coincida con sus formulaciones pese a que el catolicismo, rectamente entendido, no es eso. Ninguna religión es negativa, repulsiva u odiosa. Todas son respetables. Todas son verdaderas, o todas son falsas… Lo que no es respetable es la forma de interpretarlas, alardear de una religión y no practicarla, servirse de ella para fines distintos de su sentido perespiritualizado. Y eso es lo que nos llega de sus jerarcas, de sus filisteos y de los políticos que se montan a caballo de pautas doctrinales catolicistas ya superadas o al menos cuestionadas por la propia Iglesia vaticana.
En todo caso, la objeción principal que el pensamiento libre hace al catolicismo hispano y al político que se sirve de él es la hipocresía y el cinismo al mismo tiempo del fascismo. Pues nada de él es intimista, todo es exterior, postizo, artificioso y ocupado más a la estética moral, a la apariencia, que preocupado por la ética de fondo. He aquí el catolicismo de la dictadura, despectivamente conocido como “nacional catolicismo”, redivivo ahora en España tras la desaparición del dictador, que sigue embargando el otro pensamiento: ése también tradicionalmente esforzado en contribuir a la paz …