Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/convertir-la-masa-en-clase Eli Zaretsky 06/01/2020
En el plano más inmediato, el fracaso a la hora de mostrar liderazgo en la cuestión del Brexit parece haber sido la causa principal de la derrota. Hubo dos planos en este fracaso. El primero tiene que ver con la relación del Partido Laborista con el pueblo británico. Después del referéndum, tanto Theresa May como Corbyn podían haber tratado de unir al país en torno a un Brexit ‘blando’ de compromiso. Por el contrario, May trató de conciliar a la extrema derecha del Partido Conservador, mientras que Corbyn prefirió sofisticar la cuestión del Brexit con la esperanza parcialmente errada de que al obrar así podría mantener unido al laborismo. El fracaso conjunto de ambos llevó a tres años de estancamiento, beligerancia y confusión. Esos años le proporcionaron a Johnson su oportunidad de cortar el nudo gordiano.
En el caso del laborismo, hubo un segundo y más profundo plano para ese fracaso. A la clásica manera de la vieja izquierda, Corbyn sugirió que el Brexit era una ‘contradicción secundaria’ y que la ‘verdadera’ cuestión era la de socialismo versus capitalismo. En efecto, esto perpetuó la idea de que el socialismo es simplemente un cambio en el sistema económico, más que una reorientación de los valores y el espíritu que guía a los diversos pueblos que componen Gran Bretaña.
A buen seguro, el referéndum fue desafortunado y, a largo plazo, es probable que la cuestión de si permanecer o no en la UE se demuestre secundaria. Pero el hecho sigue siendo que el referéndum abrió una crisis existencial relativa a la identidad de Gran Bretaña, sus divisiones internas, su relación con Europa y su lugar en el mundo, una crisis en la que las cuestiones del socialismo y el nacionalismo han estado inextricablemente entrelazadas. La crisis, dicho de otro modo, no era ni es ‘cultural’ (es decir, nacionalismo versus cosmopolitismo) ni ‘económica’ (capitalismo versus socialismo), el menos no en el sentido antiguo de estos términos.
Corbyn tuvo la idea correcta al tratar de desplazar la cuestión de si dejar o no la UE hacia la meta del socialismo, pero es posible seguir construyendo sobre la naturaleza limitada de lo que logró considerando la fuerza populista que llevó a la victoria de Johnson. ¿Cómo puede responder la izquierda a una fuerza en buena medida irracional, emocional del género de la que dio impulso al Brexit? Una respuesta, ofrecida por Chantal Mouffe, entre otros, es el ‘populismo de izquierdas’, a saber, un movimiento igualmente irracional encaminado al socialismo, más a que los mercados sin trabas. Se puede atisbar una alternativa bastante mejor, sin embargo, volviendo a otro momento en que las fuerzas de la derecha estaban en ascenso: mediados de los años 30, cuando los izquierdistas tenían a su disposición una forma hoy olvidada de pensamiento: la psicología de masas.
‘La creciente proletarización del hombre moderno y la formación en aumento de las masas ’, escribió Walter Benjamin, ‘son dos aspectos del mismo proceso’. Las ‘masas’, explicó, pueden organizarse de dos maneras. Una, que llevó al fascismo en tiempos de Benjamin y es precursora del populismo derechista de hoy, se caracteriza por una psicología instintiva, reactiva, proclive a la xenofobia, a la demonización y al pensamiento mágico. La otra, a la que Benjamin llamó clase por oposición a la masa, se mantiene unida por la solidaridad, que hace posible la acción consciente y resuelta. El proyecto socialista, de acuerdo con Benjamin, consiste en convertir a la masa en clase. El socialismo, por lo tanto, en opinión de Benjamin, no constituye primordialmente una forma de organizar la economía per se; antes bien, se refiere al espíritu o la psicología que mantiene unidos a los individuos.
Si el proyecto de Benjamin resulta difícil de desentrañar hoy en día, podemos clarificarlo añadiendo un factor ausente en su análisis: la nación. Benjamin no lo pensaba a través de una base nacional para el socialismo porque la economía global se había hecho pedazos en 1914 y todavía no se había reconstituido: dio por hecho que la nación suministraría la base necesaria para el socialismo. Esa premisa también subyacía al enorme éxito del New Deal de Roosevelt, que convirtió a trabajadores inmigrantes desarraigados en la ‘clase media’ de hoy, construyó presas, escuelas, hospitales y una red de suministro de energía, apoyó a los sindicatos y creó un sistema de seguridad social, a la vez que redefinía lo que significaba ser norteamericano por medio de un arte, una literatura, cine y fotografía documental nuevas.
La creación por parte del gobierno de Attlee del moderno Estado de Bienestar se vio acompañada por el desmantelamiento del imperio británico y un intento de redefinición de la identidad o identidades nacionales de Gran Bretaña.
Por contraposición, el populismo derechista contemporáneo, caracterizado por lo que Richard Hofstadter llamó estilo paranoide – una ‘sensación de acalorada exageración, suspicacia y fantasía conspiratoria’ – es producto de la globalización de los 70. El problema a corto plazo de Corbyn, y el problema a largo plazo de la izquierda, consiste en hablar de la necesidad primordial de pertenencia al grupo que la globalización ha alterado, sin dar por hecho el marco nacional como premisa sobreentendida.
A buen seguro, se trata de algo muy difícil, que es la razón por la que muchos se han ido a la derecha, pero redefinir el socialismo en términos benjaminianos deja claro que disponemos de una gran ventaja. El liberalismo – representado en los EE.UU. por los Clinton y Obama, y en Gran Bretaña por Blair y Cameron – no puede encarar los problemas que ha creado el capitalismo global. Como escribió Raymond Aron: ‘todo orden social constituye una de las posibles soluciones a un problema que no es científico sino humano, el problema de la vida comunitaria’. El foco liberal sobre las libertades individuales sigue siendo indispensable para resolver este problema, pero debido a la honda convergencia con el implacable impulso del capitalismo dirigido a una redistribución hacia arriba y la irreprimible necesidad de convertirlo todo en economía, no puede ofrecer alternativa alguna a largo plazo.
La elección sigue siendo – como ha sucedido desde el siglo XVIII, y sobre todo desde el siglo pasado – la elección entre izquierda y derecha. Tal como escribió Benjamin: ‘el fascismo intenta organizar a las masas proletarias de nueva creación sin que afecte a la estructura de propiedad que las masas se esfuerzan por eliminar’. Le otorga a ‘estas masas no su derecho sino una oportunidad, por el contrario, de expresarse’. Cuánto puede durar una solución así es una cuestión abierta, pero Corbyn acierta al insistir que el socialismo sigue siendo la única solución al problema de la ‘vida comunitaria’: dicho de otro modo, de crear una base de grupo para una sociedad económica y tecnológicamente avanzada, fundada tanto en la libertad individual como en la solidaridad colectiva.
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Traducción:Lucas Antón