Fuente:https://www.sinpermiso.info/textos/contagio-autoritario-en-asia-no-tanto-como-podria-pensarse Emanuele Giordana 28/06/2020
En primer lugar, están los países fronterizos, su “cinturón” geográfico meridional: Camboya, Laos, Vietnam y Myanmar, vecinos directos, pero que se encuentran entre los países menos afectados del mundo. Luego vienen los países de gran población, de Indonesia a los países enormemente populosos del Sur de Asia, que tienen relativamente “pocos casos”. Luego están los países ricos, tecnológicamente avanzados, pero no siempre dignos de alabanza en el plano social (Corea del Sur, Malasia, Singapur). Por último, las zonas en las que reina la guerra, más o menos explícitamente proclamada, de Afganistán a los conflictos en torno a Myanmar.
En primer lugar, hay que echar un vistazo al “misterio del cinturón (chino)”. Cuando se mira la tabla estadística, resulta llamativo que haya sólo cinco países de Asia que no hayan registrado muertes. Dejando aparte Timor Oriental (24 casos, cero muertes) y Turkmenistán (cero casos, cero muertes), los demás son Vietnam, Camboya y Laos, a los que podemos añadir Myanmar (solo 6 muertes). Estos son los países del “cinturón” meridional de China, en la periferia del “Imperio” y, por lo tanto, los más cercanos al epicentro de Wuhan (Asia Central, más al oeste, se vio también poco afectada, pero está más lejo del epicentro).
Estamos hablando de aproximadamente 200 millones de habitantes en cuatro países que albergan comunidades chinas, y en los que existe un amplio movimiento de y hacia China de trabajadores chinos y otros. En primer lugar, todos cerraron de inmediato sus fronteras con China: una decision económicamente dolorosa, pero inteligente.
Luego aislaron aldeas enteras desde su primer caso (Vietnam empezó a hacerlo ya en febrero) y establecieron cuarentenas en lugares como monasterios (Myanmar), sabiendo que disponían de infraestructuras de atención sanitaria muy débiles. Los casos positivos quedaron inmediatiamente aislados en hospitales, identificados y hechos públicos (sin dar sus nombres) por edad, sexo y lugar de residencia. De este modo, se sabía a qué lugares no había que ir, y los lugareños podían identificar al paciente y debían informar a las autoridades.
Es una sobresimplificación afirmar que son éstos regímenes autoritarios o dictaduras enmascaradas (Camboya fue el único país que levantó sospechas respecto a las cifras). Si se puede apuntar un factor particular, parece haber funcionado una lógica cultural de autodisciplina a escala de cada aldea, considerándose la atención sanitaria como un bien colectivo que debía preservarse.
En Myanmar, se ha establecido un puesto de control “civil” en cada barrio, en el que se puede uno lavar las manos. Si no se lleva la mascarilla puesta, la gente hará gestos de desaprobación. Es todo cuestión de disciplina y autodisciplina, por añadidura a la experiencia previa del país con el SARS. Y ha habido más consejos y ayuda desde China, interesada en no arruinar las relaciones con sus primeros vecinos en la Ruta de la Seda.
“En el caso de Vietnam”, nos dice el professor Pietro Masina, de la Universidad Oriental de Nápoles, “el debate que tuvo lugar en el Grupo de Estudios de Vietnam, un grupo de especialistas e investigadores académicos, es interesante. Aparte de alguna controversia acerca de la naturaleza autoritaria del régimen, el debate confirm básicamente el hecho de que el país no ha ocultado sus datos. Tuvimos experiencia directa de esto siguiendo el caso de un investigador que enfermó volviendo a Vietnam desde Londres. Además, con solo 100 casos activos, Vietnam ya había sometido a cuarentena hasta a 90.000 personas”.
Hay un confinamiento de 17.000 islas en Indonesia, donde la gestión del virus estaba peor organizada, con reglas poco claras y peleas entre el gobierno central y las provincias, así como con el gobernador de la capital.
Una investigación de la agencia Reuters en abril afirmaba que el número de muertos era al menos el doble de la cifra oficial. “El virus se tomó a la ligera”, nos dice el escritor Goenawan Mohamad, “pero después de un comienzo torpe, el presidente Jokowi se ha puesto al mando y hay planes para encarar el problema en este momento. Pero hay también 250 millones de personas repartidas por más de 17.000 islas: se trata de un país descentralizado, con municipios elegidos popularmente y una burocracia poco fiable.
El confinamiento es en última instancia permeable, y el Estado no es lo bastante fuerte financieramente como para contrarrestar el daño a la economía, de modo que la gente está cada vez más inquieta. Hasta ahora, el gobierno ha evitado métodos draconianos, debido también a un pasado military y autoritario, pero no creo que tengamos buenas noticias en el futuro. No obstante, no creo que Indonesia se esté acercando tampoco a la situación de Brasil”.
Faisol Reza, miembro del parlamento indonesio y antiguo activista recluido en prisión por el Ejército en los días de la caída de Suharto (1998), se muestra dispuesto a defender a Jokowi: “Tiene tres problemas: la capacidad financiera del gobierno, la falta de confianza de los funcionarios y los obstáculos legales. Jokowi tiene confianza en cómo enfrentarse al virus, pero menos con respecto a la economía. Ha compartido la carga del gobierno central con los gobiernos provinciales y regionales y ha aplicado el distanciamiento social a gran escala, pero con la posibilidad de que las familias regresen a sus aldeas. Hay un problema con funcionarios y ministros, que no se atreven a tomar decisiones debido a pasadas experiencias con problemas legales, y que han pedido garantías para poder actuar sin riesgos. Con respecto a los obstáculos legales, tienen que ver con la ley de autonomía regional que limita las actuaciones del gobierno central, una ley que quiere cambiar Jokowi”.
Pero entonces la pregunta se convierte en: ¿es cierto esto también para India o Pakistán, con grandes poblaciones y un poder descentralizado?
Las poblaciones ingentes ¿significan de modo automático más virus? Goenawan no cree tal cosa: “Comparado con la India, donde miles de trabajadores migrantes han tenido que sufrir que se bloquearan sus movimientos, los indonesios se encuentran en mejores condiciones. No hubo familias que se vieran forzadas a dormir bajo un puente o hacerlo en sótanos. El apoyo social y la distribución de alimentos para los desempleados recientes ha funcionado relativamente bien hasta ahora”.
En India, como es bien sabido, el virus ha disparado la islamofobia, además de haber hecho que paguen un alto precio los migrantes internos. Pero las cifras suscitan otras preguntas. Cuando se ajustan las cifras per cápita, todos los países grandes del sur de Asia —así como Indonesia—han registrado pocos casos y pocas muertes, y esto en un contexto de superpoblación: India tiene casi 1.500 millones de habitantes, Pakistán, más de 200 millones, Bangladesh, 160 millones.
Se ha acusado a estos países de ocultar los datos. Se podría ver, por ejemplo, el caso de Bangladesh. “Mi hipótesis”, dice David Lewis, profesor en la London School of Economics y autor of Bangladesh: Politics, Economy and Civil Society, entre otras obras, “es que las cifras de Bangladesh son drásticamente bajas en su recuento debido a su frágil sistema de salud y a que se hacen muy pocas pruebas”.
Esta teoría la comparte su colega bangladeshí Abul Hossain, de la Universidad Verde de Dhaka: “con el escaso número de pruebas estamos en la inopia, y creemos que los datos publicados de fallecimientos representan la mitad de la cifra real, debido a que gran número de personas que murieron a causa del virus no figuran en el recuento de las estadísticas. Por ultimo, creemos que hay una cifra inmensa de asintomáticos, en un país en el que el presupuesto de salud era sólo del 0.9% del PIB el pasado año”.
Luego tenemos la categoría de los “ricos y despiadados”. Entre los países opulentos (incluido Tokyo, que acaba de salir del estado de emergencia) los casos de Corea del Sur, Malasia y Singapur se destacan en términos del número de contagios, pese a estar a la vanguardia de la tecnología, con buenas credenciales como democracias, con amplio bienestar social y buenos hospitales.
Se han destacado a causa de los notables agujeros negros en el tejido social. Cuando Seúl observó un repunte del contagio que comenzó en mayo, con un brote en clubs LGBTQ, se hizo generalizada una reacción racista hacia el “otro”, acusando a las practicas sexuales no convencionales de ser vehículo de la enfermedad. Singapur y Malasia han hecho lo mismo —si no peor— con los migrantes.
El primero ha encerrado a los migrantes en grandes dormitories en los que se han registrado brotes de Covid-19. Malasia ha encarcelado a muchos migrantes y ha perseguido a los periodistas que denunciaron el giro autoritario contra los más débiles de la sociedad: la mano de obra inmigrante de la que Kuala Lumpur, al igual que Singapur, no puede prescindir, pero que ha tratado de barrer debajo de la alfombra.
Después, tenemos los lugares en los que el virus coexiste con la guerra. Queda todavía por ver, por ejemplo, si ha ayudado la Covid-19 al gobierno de Kabul a alcanzar un acuerdo interno después de meses de punto muerto, y si la tregua ahora estipulada entre el ejecutivo y los talibán se debe solamente al virus.
La epidemia parece haber ayudado desde luego a los diversos protagonistas a adoptar algo de saludable pragmatismo: en una extendida crisis de apoyo, a nadie le gusta perder todavía más debido a una enfermedad. Pero el llamamiento de las Naciones Unidas a un alto el fuego en marzo, del que se hizo eco el Papa, fue desoído en otros lugares: por ejemplo, en India o en Tailandia.
La apelación a un alto el fuego se siguió solo parcialmente en Filipinas y Myanmar. En esta última, sin embargo, el alto el fuego, convenido el 10 de mayo en Yangoon, excluía las verdaderas zonas en las que se estaban produciendo combates. En conjunto, no sería equivocado decir que la Covid ha empujado a Asia a un giro autoritario. Con suerte, esta tendencia no alcanzará una propagación vírica.
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Traducción:Lucas Antón