Conspiravirus

Fuente: Iniciativa Debate/José Manuel Lechado García                              1

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Como suele pasar, el desastre más grande del mundo no nos preocupa lo más mínimo hasta que llama a la puerta de casa. Entonces se desata el pánico y, también como suele pasar, lo que para unos es crisis, para otros es un negocio. Que se lo digan a los fabricantes de papel higiénico. Está claro que el coronavirus 19 presenta al menos un síntoma claro: hace que el personal se cague de miedo.

Desde que empezaron a circular las noticias sensacionalistas sobre la epidemia (enero de 2020) hasta hoy (mediados de marzo) no han pasado ni dos meses. En este tiempo los científicos han aprendido algunas cosas sobre el covid-19 y actúan con la prudencia que caracteriza el oficio. Virtud que no ha abundado de igual manera en los medios de comunicación, las redes sociales ni menos aún los gobiernos.

Porque aparte de la diarrea sobrevenida, si en algo ha sido pródiga la infección ha sido en teorías conspiratorias. Por apuntar algunas:

-Ataque biológico estadounidense para desprestigiar a China y debilitar su economía. Si esto es cierto, está claro que los malvados agentes yanquis no tuvieron en cuenta aquello de que al que escupe al cielo, le cae el lapo en la cara.

-Hábil maniobra china para hacerse con los mercados financieros. Bastante aventurado suponer tanta previsión en un gobierno. Puestos a elegir, me quedo con la siguiente:

-Maniobra táctica para desviar la atención y echar al virus la culpa de la crisis económica que, de todas formas, se avecinaba. Todo es posible en política, aunque esto implica suponer excesiva inteligencia y capacidad de previsión en un sistema económico que no se caracteriza por ninguna de estas dos virtudes. Sí, sí, hablo del capitalismo.

-Un experimento siniestro para demostrar lo fácil que es acojonar y controlar a la población. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Ya se sabe que al personal se le aflojan las tripas con facilidad, pero no es necesario ningún virus, basta con los pretorianos habituales.

-Y añado una más: en realidad los culpables son los susodichos fabricantes de papel higiénico, visionarios geniales que saben cómo incrementar el valor de sus acciones. Es broma, nunca me metería en serio con gremio tan benemérito como este.

Sea lo que sea, y lo más probable es que se trate tan sólo de una enfermedad más que se contagia con facilidad en un mundo hiperpoblado y hacinado, lo que se ha puesto en evidencia es la falta de medida de cierta prensa que no ha dudado en provocar el pánico machacando a todas horas con noticias de un virus que en este momento afecta al 0,002% de la población mundial. No es por quitarle importancia, pero tampoco es la Peste Negra.

Para justificar el toque de queda decretado ya se avisa de que el objetivo no es tanto salvarnos de la infección como evitar el colapso del sistema sanitario. Un sistema de salud pública que ni es ni nunca fue tan bueno como nos quieren hacer creer, pero que ha ido a peor a medida que los sucesivos gobiernos lo han ido destrozando con sus privatizaciones y recortes. Aquí el avispado lector puede que sí detecte una conspiración real: la de los gobiernos para hacer las cosas mal. Pero tampoco: por definición las personas que llegan a puestos de poder no son las más inteligentes, sino apenas las más ambiciosas y las que menos escrúpulos muestran en su desempeño. Que manejen mal esta situación (y cualquier otra) es inevitable. Si los sistemas sanitarios funcionan mal no es conspiración, sino bandidaje.

Lo que debería preocuparnos, sin embargo, es la combinación de gobernantes ineptos con una población inclinada al pánico y dominada por el individualismo feroz que es la marca distintiva de nuestro tiempo. Porque si, como estamos viendo, las autoridades son capaces de aplicar leyes marciales frente a una epidemia de tres al cuarto y la población acata lo que le ordenan sin rechistar… ¿por qué no se ha hecho esto antes para solucionar problemas que son importantes de verdad?

¿Por qué no se han tomado medidas drásticas para acabar con la contaminación atmosférica, el hambre, la desaparición de los bosques, la inhabitabilidad de las grandes ciudades, el cambio climático, la explotación infantil, la explotación a secas, el tráfico de personas, la tomadura de pelo constante de la banca, la corrupción generalizada…? No sigo con la lista, creo que ya queda clara la idea.

Para terminar, un efecto secundario de la epidemia: el optimismo de algunos que consideran que esta situación va a marcar un cambio, el inicio de una nueva era con gobiernos más concienciados y decididos y una población más colaborativa. ¡Pamplinas! La epidemia acabará, habrá sido el fin del mundo para unos cuantos miles de desafortunados y, en cuanto se levante el toque de queda, todo dios se echará a las calles a echar humo por el tubo de escape, a consumir a lo bestia y a comer papel higiénico deconstruido si se lo sirven en un plato bonito.

Mientras, los gobiernos habrán tomado nota de lo fácil que es aplicar medidas totalitarias y las empresas se habrán quitado de encima a un montón de trabajadores que ya les iban sobrando. No hay más conspiración ni más virus que una especie, la nuestra, que parece cada día más tonta.

José Manuel Lechado García

Escritor español especializado en ensayo histórico y político. También escribe relatos y novelas. Es licenciado en Filología Árabe e Islam por la Universidad Autónoma de Madrid.

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