Fuente: https://www.cuartopoder.es/ideas/2021/03/21/confluencia/ Pascual García
- «Siempre he sido firme partidario de la unidad de acción, de concentrar al máximo el voto de este lado del río Pecos —el que si sitúa a la izquierda del PSOE—»
- «La avalancha fascista que se avecina —como dicen en mi pueblo— ‘es de aúpa’ y requerirá del esfuerzo y la audacia de todas»
«Hace algún tiempo escribí un cuento titulado ‘Manual de acción ciudadana’ que ahora me viene al pelo»2
Ilustración: Aitana García
Siempre he sido firme partidario de la unidad de acción, de concentrar al máximo el voto de este lado del río Pecos —el que si sitúa a la izquierda del PSOE— y he reprochado abiertamente —en cuantas agitadas y espirituosas sobremesas ha surgido el tema— las actitudes cortoplacistas y marrulleras que han arruinado coaliciones electorales progresistas en procesos anteriores. Y eso que la experiencia Almunia-Frutos en las generales del 2000, que desembocaron en la primera mayoría absoluta de José María Aznar, parecía indicar que en la cosa de la confluencia no todo el monte es flor de cáñamo. ¿Acaso soy prisionero de un buenismo trasnochado propio de una generación purista y emperifollada que se pasó décadas sin ponerse de acuerdo en nada y que ahora se siente con derecho a exigir a los nuevos actores de la izquierda política que no la jodan? Que no la jodan como la jodimos nosotros, quiero decir. ¿No podría ser eso? ¿Una especie de mala conciencia?
El pasado lunes Pablo Iglesias hacía saltar la banca y anunciaba su renuncia a la vicepresidencia del Gobierno para concurrir como candidato de Unidas Podemos en la Comunidad de Madrid. Dijo que lo hacía para frenar a la extrema derecha y que impulsaría una confluencia electoral con Más Madrid. Yo, que ya no volveré a cumplir los cincuenta y siete, le escuché y le creí. Me pareció bien; y su discurso, coherente. Veinticuatro horas más tarde, la candidata de Más Madrid a la presidencia regional, Mónica García, defendía el trabajo que han hecho los suyos en la oposición y ponía en valor la circunstancia, nada desdeñable, de que esa gestión haya estado liderada por una mujer. Yo, que ya no volveré a cumplir los cincuenta y siete, la escuché y le creí. Me pareció bien; y su discurso, coherente.
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Y en este punto del camino me paro y me pregunto: ¿por qué para aprobar a uno tengo que suspender a la otra? O al revés. ¿Qué tipo de destructivo cromosoma me empuja a regodearme en las estúpidas discrepancias cuando coincido con ambos al 90%? ¿Por qué debería ponerme enfrente de alguien que va a mi lado en las manifestaciones a favor de la sanidad pública, en las protestas antidesahucios, en las concentraciones contra la violencia machista? ¿Por qué siempre acabamos midiéndonos el pito? ¿Por qué es tan importante saber si mis plaquetas son un poco más rojas, o un poco menos, que las tuyas? ¿Es que no aprenderemos nunca? ¿Es que no vemos como la derecha fascistoide y sus voceros periodisticidas se frotan las manos con cada bala desperdiciada en el fuego amigo? ¿Por qué tenemos que seguir dándonos de hostias cuando —según apuntan los que dicen que saben de esto— tanto Podemos como Más Madrid superarán el umbral del 5% y, en consecuencia, ningún voto se perderá en el camino?
La campaña de Más Madrid no puede desperdiciar ni un minuto en arremeter contra Podemos o su candidato —ya sea más alfa, más beta o más épsilon— y la del partido de Pablo Iglesias ni medio gramo de energía en cuestionar ni a la cabeza de lista de Más Madrid ni sus intenciones. Sobre todo, porque la avalancha fascista que se avecina —como dicen en mi pueblo— “es de aúpa” y requerirá del esfuerzo y la audacia de todas.
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Hace algún tiempo escribí un cuento titulado Manual de acción ciudadana que ahora me viene al pelo.
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Érase una vez que se era la pera limonera y, además, tres cerditos que estaban cagados de miedo porque había un lobo mentiroso y tramposo que hacía lo que le salía de los huevos en El Pantanal. Al lobo nadie le había investido de autoridad para hacer ninguna de las cosas que hacía, pero era el lobo y todos los lechones del lugar bailaban al son de su déspota y caprichosa melodía. En medio de un cañaveral, el lobo vio la casita de paja de Fiambre, el cerdito muerto de hambre, que se metió en su choza buscando refugio. Pero el lobo sopló y sopló hasta que su casita derribó. Inmediatamente se dirigió a la cabaña de madera de Enriqueta, la cerdita que un día fue de etiqueta, y sopló y sopló y su casita derribó. El lobo siguió andando por el pantano hasta que dio con el adosado de Juanillo, que estaba hecho de ladrillo. El maldito lobo sopló y sopló para derribar la casa y, cuando más afanado estaba en su empeño, Juanillo y sus colegas Fiambre y Enriqueta, que habían ido hasta allí para protegerse del facineroso cánido, salieron por la parte de atrás y, con mucho cuidado, se situaron detrás de él y le metieron diecisiete tiros en las piernas [en este tipo de cuentos los lobos no suelen tener ‘patas’, suelen tener ‘piernas’]. Moraleja, ya lo decía mi vieja, cuando venga el lobo lo cazas y lo despellejas.
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P.D. No te hagas líos: el problema nunca son los otros cerditos.